La celda era fría. Una sensación acrecentada por la fuerte lluvia que había caído momentos antes. El abogado Patrick del Solar arrojó su gabardina mojada y su sombrero sobre una silla. Si no fuera porque ese bastardo de Luthor pagaba muy bien, renunciaría de inmediato a ese trabajo. Odiaba ir a esa prisión, pero sobre todo odiaba tratar con su cliente.
–Me gustaría plantear un escenario hipotético, por favor –le expresó el antiguo dueño de Luthorcorp una vez instalado–. Por una cuestión de interés legal.
Luthor cruzó la celda en dirección a una mesita de la cual tomó una jarra de cartón y la sirvió en dos tazas, que también era del mismo material. El uso exclusivo de papel, plástico o tela en el calabozo era una de las tantas precauciones adoptadas por sus carceleros.
El letrado lo observaba con atención, pese a su historial criminal, Lex Luthor era uno de los hombres más brillantes que existía.
–¿Y si hubiera descubierto la identidad secreta de Batman?
El abogado se sorprendió con la pregunta, tal vez los delirios de grandeza del otrora magnate ya habían hecho mella en su cordura.
–Esa parece una premisa poco probable, señor Luthor –le habló con condescendencia–. La identidad de Batman es uno de los secretos mejor guardados...
–Oh, no –lo interrumpió Luthor y añadió con indiferencia–. Él es Bruce Wayne.
Lex Luthor se acomodó en la otra silla que había en la habitación. Bebía su café con sorbos suaves, el meñique extendido.
–Después de todo, esos juguetes eran una empresa financiera bastante importante de mi imperio. Invertí millones en desarrollar programas de reconocimiento de voz que pudieran detectar por debajo del modulador de voz a quien pertenecía esa voz. Y después compararla con las voces de los hombres más ricos de Gotham, aunque esa solo es la punta del iceberg de un trabajo mucho más complejo y que no tenemos ni el tiempo ni la paciencia de desgajar, ¿azúcar?
El abogado demoro unos segundos antes de reaccionar.
–¿Disculpe?
Lex frunció el ceño y agregó dos cubos de azúcar a su taza.
–Ahora digamos –volvió a la carga el prisionero–, nuevamente hipotéticamente, que la resurrección del Joker también fuera obra mía.
–Señor Luthor –el tono y las palabras de su abogado eran afines con su turbación–, eso es imposible.
–Se sorprendería lo que se podría lograr con una pequeña excavación de tumba, una extracción de ADN y mil millones de dólares. Hipotéticamente hablando.
Luthor bebió otro sorbo de café. Se distinguía un brillo de orgullo en sus ojos. "Es orgullo por el caos que puede ocasionar", reflexionó Del Solar, "es capaz de hacer todo eso aquí encerrado y aun así salirse con la suya". Lo único que deseaba era salir de ese lugar, pero el preso volvió a hablar.
"Ahora, ¿y si sabiendo que pronto estaría incomunicado, por así decirlo, le hubiera proporcionado un plan al Joker. Jugando con la debilidad de un héroe contra la del otro hasta que estén literalmente uno sobre la garganta del otro.
Patrick del Solar se tomó la cabeza en un movimiento instintivo.
–¿Por qué? ¿Con qué propósito?
–¿Por qué? Finalmente, el mundo se libraría de ese... alienígena, por supuesto. El Joker provoca a Batman y este acaba con Superman que se interpone en su camino. Después el Joker puede matar a Batman como recompensa.
Luthor se puso de pie y vació lo último de café en su taza.
–Mi pregunta es, hipotéticamente, ¿sería yo culpable? Legalmente.
El abogado lo observó atónito, le tomó solo un momento responder a toda esa "hipotética" trama urdida.
–Yo ... yo creo que sí. De varias formas diferentes.
Luthor caminó por su celda y con aire triunfal habló casi para sí mismo.
–Entonces, tenemos un plan casi perfecto –Luthor fijó su mirada en el licenciado, como si recién lo descubriera–. Sé que no compartirás este vuelo de fantasía con nadie.
–Por ... por supuesto que no –tartamudeó muy a su pesar–. Privilegio abogado-cliente.
Pero Luthor dio un paso hacia adelante, acortando la distancia entre ambos. Una sonrisa perfecta y escalofriante apareció en su rostro.
–No. Esa no es realmente la razón.
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Uno de los guardias ingresaba la secuencia de desbloqueo, mientras un segundo centinela se hallaba detrás de él, atento con el dedo en el gatillo de su fusil. El día había sido demasiado largo y para colmo el abogado de Luthor había llegado casi al cierre del horario de visitas. Solo otro agradable día en el trabajo.
–Se cumplieron tus minutos, Perry Mason –anunció el primer guardia que iba adelante–. Santo...
El hombre se había quedado con la palabra en la boca, imposible articular cosa alguna ante aquello que tenía delante suyo. En la celda el abogado estaba de rodillas aparentemente inconsciente, o tal vez algo peor, y sobre él la forma calva de Luthor de pie sosteniéndolo con su férrea zarpa alrededor de su cuello.
Rápidamente ambos guardias ingresaron a la celda y arrojaron a Luthor contra la pared. Los guardias habían empleado una excesiva fuerza casi con ensañamiento, al lanzarlo al duro concreto, pues sabían bien la clase de desquiciado que era el prisionero.
–¡¿Qué demonios?! –gritó uno de los guardias al ver, que el hombre que tenían presionado fuertemente contra la pared no era Lex Luthor.
Era cierto que tenía puesto el mono anaranjado del prisionero, pero tenía la cabeza apresuradamente afeitada y había estado sostenido por una corbata colgando de la lámpara de la pared, de tal forma que había mantenido en forma vertical a ese cuerpo sin vida, porque el hombre vestido con el traje de prisionero no era otro que el infortunado abogado, que estaba bastante muerto.
Y mientras había ocurrido todo ese lapso de inicial violencia y posterior sorpresa para los guardias, la figura que había estado ataviada con el abrigo y el sombrero del letrado se había puesto de pie detrás de ellos.
–Caballeros –se dirigió a los guardias con cordialidad, no exenta de sarcasmo.
Actuó con rapidez. Moviendo sus manos con la precisión de un cirujano les hizo un agujero minúsculo con un objeto metálico punzante sobre la carne blanda en la base del cráneo. Un punto escarlata surgió en el área herida, pero el volumen de sangre que brotó no pasó de eso en ninguna de las dos cabezas. Los guardias quedaron repentinamente inmóviles, sus ojos denotaban el temor de saberse indefensos, incapaces de reaccionar y actuar por sí mismos.
–Una cuestión bastante vulgar sobre la que he meditado incontables horas –dijo mientras caminaba alrededor de los hombres, nuevamente presionó el objeto punzante en el agujero de los cráneos como si estuviera en una operación y preguntó retóricamente –. ¿Es el libre albedrío una función del espíritu o de la biología? ¿Naturaleza o nutrición, por así decirlo? El tallo cerebral, cuando se lacera con precisión, ofrece un resultado bastante esclarecedor.
Luthor guardó el objeto en su saco –el que ahora era su saco-, después camino hasta la puerta de la celda y se detuvo frente a esta.
–Ahí quedó eso. Se acabó cualquier aburrida independencia. Pero no teman. Liberados de su destino insignificante, los imbuiré del mío.
Se fijó en las gafas del abogado que habían caído al suelo y las recogió limpiándolas con el saco. Le dio una mirada de reojo al letrado que colgaba como un saco.
–Privilegio abogado-cliente –se acomodó el saco y se puso las gafas y el sombrero del occiso–. Ahora, muchachos, escóltenme. Tenemos mucho que hacer.
Los dos guardias obedecieron robóticos, carentes de voluntad, absolutamente fieles a los designios de su amo, conduciendo al "abogado" fuera de la celda y la penitenciaria.
Dentro del calabozo solamente quedaron el silencio, la oscuridad y la muerte.
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Pese a que en la tarde había llovido torrencialmente parecía que los cielos de Metrópolis no habían tenido suficiente y a esas horas de la noche la amenaza de tormenta era inminente.
Los rascacielos brillantemente iluminados contrastaban con el oscuro firmamento. Inusualmente las calles carecían del atiborrado juego de luces causado por la marcha de los automóviles.
Abajo las calles tenían barricadas. Coches de policía obstaculizaban el paso en muchas intersecciones. Las luces de las sirenas giraban silenciosamente, mientras pasaban otros patrulleros custodiando las calles, dando órdenes con los altavoces, a los pocos transeúntes que aparecían, de volver sin pérdida de tiempo a sus casas.
Dos policías motorizados interceptaron a un automóvil que incumplía las disposiciones del toque de queda.
Uno de los agentes dejó su vehículo apuntando con su linterna al infractor que abandonó su automóvil. El policía disimuladamente deslizó su mano sobre su revolver. La tensión existente en la gran Metrópolis era demasiada.
–Mi esposa embarazada –y apuntó a una bella gestante dentro del auto– tuvo un insistente antojo... –pero su voz se apagó al fijar la mirada en el cielo más allá del policía, de los inmensos rascacielos. Allí en el cielo.
Su rostro palideció.
Más lejos de esta escena Perry White había decidido no volver a casa y mantenerse en su oficina atento a cualquier noticia que se produjera. Pronto sus ojos siguieron la misma llamativa visión.
En el cielo de Metrópolis las oscuras nubes brillaban con los truenos, y con una potente y repentina luz blanca que iba tomando forma.
La señaldel murciélago iluminaba los cielos de Metrópolis.