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Chapter 24 - CAPÍTULO XVII: El amor se asoma vestido de indiferencia.

Como dos indiferentes al amor, así se comportan los recién casados. Como dos actores, interpretan y representan el papel de la frialdad y el fastidio.

Nael Yamid no ha vuelto a hablar a Ayira de su amor y tampoco ha vuelto a mencionarle cuanto para él significa. Es un martirio lo que el pobre emir sufre; cada día la quiere más, cada vez más, la amaba con un amor apasionado. Y con tan solo pensar que aquella mujer que levanta admiración a su paso, es suya... ¡Suya! ¡Cuando es menos suya que nadie!¡Qué ironía! Y su rostro atractivo y varonil se torna triste y aparece en su boca un suspiro lamentoso y taciturno.

Cuando la mira deseoso de ver en su rostro una señal de cariño, (que no son pocas veces al día) no ve más que unos ojos fríos e impenetrables, pero no pierde la esperanza, la mira con insistencia, con las ansias de que con el calor de la suya, pueda derretir el hielo de sus ojos, que tanto daño le hace.

Si supiera Ayira el esfuerzo que hace su esposo para no acercársele y tomarla entre sus brazos, y decirle al oído cuanto representa para él. Si supiera cuanto sufre por no clavar sus ojos como espadas en su cuerpo, y ella no parece enterada de nada; si siquiera supiera las veces que con frecuencia tiene que apartar de ella la mirada para que no vea su rostro apasionado y ansioso, comprendería que en sus manos el, sería un muñeco de goma.

Él, tan orgulloso, tan varonil, tan despectivo y burlón, él que puede tener la mujer que quiera no puede dejarse burlar así por los ojos verdes de su esposa. El amor solamente ha logrado aturdirlo; su esposa no le corresponde y es por eso, que piensa que este amor está inmerso en un témpano de hielo. Eso es lo que él se piensa; no sabe que tan apasionada como él, es su esposa, solo que ella tiene muy poderosos motivos para no darlo a entender. El orgullo de Nael Yamid es tan fuerte como el de Ayira, por eso la joven no ve en sus atenciones para con ella, nada más que un trato cortés y correcto, y eso ella lo traduce como indiferencia. Si ella supiera la clase de amor que inspira a su marido, sería más indulgente, menos fría, y sus ojos, esos ojos que hacen enloquecer a Nael Yamid, serían menos impenetrables, y sí en cambio más cariñosos. Dejaría al joven sondear libremente con más frecuencia su alma buena... Pero no lo sabe. ¿Cómo puede imaginar que es tan suyo? ¿Qué su sueño es el mismo que el suyo?: disfrutar de un hogar tranquilo, donde unos niños de ojos verdes como su madre, se sienten en sus rodillas y puede él, besarlos fuerte, muy fuerte. Un hogar donde los brazos amantes de su esposa lo abrazan con amor... Nada de esto puede saber la chiquilla; por eso no tiene para el joven más que una sonrisa fría, sin expresión, una sonrisa que se borra apenas inicia. Y por eso también, es que sus ojos no se animan a mirarse en los ardientes ojos de su marido.

¿Cómo puede leer todo esto en las apasionadas pupilas grises, que piden a gritos un poco de amor, si ocultan lo que sienten?

***

Ayira se viste para dormir. Cuando está casi lista, siente una voz que la llama. Es Nael Yamid que ha atravesado el umbral de su habitación. De pronto, ve con asombro a su marido, que muy natural avanza hacia ella con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón, y los ojos fijos en ella, mientras intenta, sin conseguirlo, recogerse el cabello con un aplique. Se queda helada.

—¿Cómo te atreves? Podría no estar presentable. —dice casi con voz desfallecida.

—¿Qué cómo me atrevo? —la voz es fría y cortante—. ¿Acaso no puedo entrar en la habitación de mi mujer? No sabía que debía pedir audiencia para ello...

Habla así cuando ya está a su lado e intenta recoger él mismo el aplique para colocárselo.

—Lo único que faltaba, que el emir deba de venir a recoger mi cabello. —Dice burlona y continúa—: Deja, yo puedo hacerlo —con su tono de voz pretende ser indiferente, pero no lo logra, el solo roce de su mano con la de él al tomar el aplique, la ha dejado enajenada. Él, muy fresco le dice muy quedo:

—¡Qué vas a poder! Desde que he entrado estás procurándolo sin conseguirlo. —Diciendo así toma su cabello dispuesto a cumplir su cometido.

La joven se estremece toda al sentir las manos de su esposo en su piel. Pero, él... ¿sentirá esta misma sensación que la mueve haciéndola vibrar tan dentro? Si le preguntara esto, si se atreviera, sabría del esfuerzo del emir... ¡Qué momento para él! Verla en casi prendas menores y no poder evitar pensar en su perfecta desnudez. ¡Es superior a sus fuerzas! Haciendo un esfuerzo sobrehumano, consigue decir:

—Dime: ¿No puedo entrar en tu habitación cuando me apetezca? Entonces, ¿qué harás si demando tu presencia en mi aposento? ¿Puedes decírmelo?

—Claro; no ir. Antes mejor acepto que me repudies y me devuelvas a la esclavitud. ¿O crees que mantendría contigo la apariencia de un matrimonio real solo por complacer tu demanda y te vanaglories de ello frente a esta sociedad hipócrita que tanto te gusta?

—Querrás decir de los dos... Pero ya; no tienes por qué asustarte, esposa mía; —dice esto mientras clava sus ojos en los de ella— quedó demostrado que clase de hombre es tu esposo en la noche de nuestra unión...

Ayira se vuelve la joven empoderada que surge de ella cuando se siente violentada, se vuelve y clava en Nael Yamid, una mirada fría, más fría que nunca.

—¿Asustarme ? ¿Acaso crees que te tengo miedo? ¡Qué poco me conoce el emir! No tengo miedo, ni a ti ni a nadie. —Su voz es desafiante y mucho más cuando agrega—: Agradecería mucho a mi esposo que no volviera a entrar en mi habitación; es un sitio privado y personal, solo mío, ¿entiendes?

—No, no entiendo. Ya sé que tus habitaciones son tuyas, pero también que yo, escúchame bien, yo, entraré en ellas cuando me de la gana. —Golpea con furia el barandal del balcón y se vuelve a la joven, que con ojos muy abiertos lo mira acercarse a ella. Se inclina hasta rozar con sus labios el cabello de Ayira y le dice con los dientes apretados:

—Procura hacerte a la idea de que soy tu marido, ¿comprendes? Procura hacerte a esa idea...

Se inclina nuevamente a la joven y la besa en los labios. No pudo resistir la tentación de hacerlo, esta vez pudo más la necesidad de besarla, que el mal humor que le causa el comportamiento de su joven y bella esposa.

Lo que menos podía esperar Ayira, era esto; crispa sus puños con coraje y no puede ocultar la indignación al hablar:

—No tienes derecho a portarte así; te pido por favor que no vuelvas a besarme.

Termina con los ojos brillantes por lo que el beso de Nael Yamid le provoca: coraje, indignación, pero sobre todo, emoción al sentir sus labios en los suyos, todo, todo la domina en este momento... No puede más con el mar de emociones que la embargan, y cubriendo con sus manos las lágrimas que comienzan a recorrer sus mejillas rompe en sollozos.

Sigue...

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