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Chapter 28 - CAPÍTULO XIX: De como el amor se ennovió.

Han pasado dos semanas desde que Nael Yamid le comentara lo de su traslado, desde aquella ocasión no ha vuelto a decir algo más sobre el tema. Esto tranquiliza a Ayira, más aún, cuando cómo al descuido, le sonsara a Jalila la confirmación de que por el momento, se quedaría en el reino dispuesto a cumplir la promesa que le ha hecho a su padre: tomar el cargo de rey el próximo año, ya que éste decidió era tiempo de retirarse para gozar y pasar en la paz del retiro sus últimos años.

Poco encuentros a solas han tenido los jóvenes esposos. A Ayira nunca la ve sola, siempre está ocupada o en compañía de Jalila, y cuando esto no sucede, ella se las ingenia para evitar a solas con él, de manera que rara vez, Nael Yamid puede hablar con ella particularmente, y cuando lo consigue, su habilidosa esposa hace una estratagema y huye de su presencia; cosa que irrita a Nael Yamid. Pero esta mañana, el emir está dispuesto a encontrarse a solas con su esquiva esposa. Por eso irrumpe decidido en la habitación que las cuñadas comparten una charla amena.

—La mañana está preciosa y el sol está maravilloso. ¿Me prestas a mi esposa, hermanita?

Ayira mira un poco sorprendida a Jalila; ¿qué saldrá de aquella amabilidad?...

—Pero que cosas tienes, ella es libre de ir donde quiera y con quién quiera. No es un objeto que prestas...

—Bueno, bueno Jalila, ya no empieces con tus sermones; —la interrumpe divertido— ¿al fin no pudo ser simpático? Se ve que no; —¿Vamos al jardín?— dice luego a Ayira haciendo un gesto con el brazo en señal de que se ciña a él— Claro, si no te da miedo estar a solas conmigo...

—No sé por qué debo tenerlo —dice Ayira, a la vez que lo acompaña al jardín. Allí, toma asiento en uno de los sillones del jardín. Quiere parecer tranquila, pero la mirada penetrante de Nael Yamid la turba. Él se sienta a su lado y con mucha calma, comienza a hablar:

—...Bueno, es que en ningún momento te apartas de Jalila, y cuando te encuentro sola te las ingenias para inventar una excusa y evitarme. ¿Es que tienes miedo de qué te coma? —Esto último lo dice riendo divertido.

—Pero, mira qué cosas se te ocurren. Claro que no te esquivo, ni te tengo miedo. No eres una bestia que devora humanos, ¿verdad?

—No, no lo soy, pero conozco otras formas de comer a las personas, a besos, por ejemplo, y tú con esa carita tan asustada, como la tienes ahora, no estás para otra cosa.

—Pero no lo harás, ¿eh? Ya sabes que entonces romperías la tregua que tengo contigo...

—Ja ja —ríe, y aún atragantado de risa continúa—: ¡Ay por favor Ayira! Basta ya de dejarte gobernar por ese comportamiento infantil. —le dice trayendo entre los dos con estas palabras, las que Ayira le dijo hace unas semanas— Me importa poco romper la tregua como tú dices; si no lo hago es, simplemente, porque en este momento no quiero besarte, no me interesa. —Sin esperar contestación, se sienta aún más cerca de Ayira y tomando una de sus manos, que Ayira intenta rescatar sin lograrlo, prosigue—: Los momentos que me privaste de estar a tu lado me han parecido siglos... Y estos siglos fueron los que me quitaron las ganas. ¿Probamos a ver si me vuelven? —Ayira está a punto de levantarse, pero Nael Yamil no se lo permite.

No puede escapar de su lado, así que tratando de que su voz suene lo más natural posible, consigue decir:

—Es que no me interesa que recuperes tus ganas. Siempre que me has besado ha sido sin mi consentimiento. Por mi gusto, nunca te he besado y conste —dice, cambiando el tema—, que yo no quiero romper la tregua. Me gusta ser tu amiga, y el otro día te lo confirmé, pero, si tú no lo quieres, ¡qué le voy a hacer!

—¡Tranquila mujer!, no lo haré. Espera, ¿a dónde vas? —exclama Naed Yamid, al ver el ademán que hace Ayira para levantarse—. Yo no he dicho que te fueras, —y como si nada continúa—: Tengo que hablarte...

—¿Qué quieres?

—Hoy es el día en que se rendirá homenaje por su nacimiento al jeque Atenor Atumi Hamet...

—¿De un jeque? Con un nombre tan largo ha de ser alguien importante...

—Claro es un título muy importante, que solo puede llevar un hombre sobresaliente, el jeque Atenor Atumi Hamet, es destacado por sus conocimientos y experiencia. Es muy respetado por mi padre, tanto que hasta antes de tu llegada ha sido el guía espiritual de mi padre...

—No comprendo. No me agradan estas fiestas. ¿Qué puede importarme una fiesta de esa categoría? ¿No puedes asistir tu solo? Yo no tengo ganas de hacerlo.

—Lo siento, pero no. Jalila también estará presente y tú me acompañarás como mi esposa que eres. Negarte no puedes; es un mandato de tu esposo...

—¿Acaso crees que tengo que esperar tu orden para saltar como una mascota? No, emir, no lo esperes. Soy dueña de mi persona; cuando nos casamos, así lo acordamos.

—Pero de eso hace ya un tiempo, y así como se me han ido las ganas de besarte, yo no me acuerdo de lo pactado.

—Pero a mí no se me ha olvidado. Debes recordar que no tienes ningún derecho sobre mí.

—Lo que tú no sabes es que los tengo todos. Más ahora no importa.

—Pues a mí sí.

—No te enojes, anda y sé buena, te necesito —se lo dice inclinándose en posición suplicante —necesito a mi amiga. Mira, si no quieres ser mi esposa, hoy sé mi prometida; con esa condición te lo perdono...

—¿El qué?

—El beso...

—¡Ay, sí claro! ¡Qué gracioso!

—¿Entonces me acompañas junto a Jalila?

—¡Lo pensaré!

Sin más explicaciones se marcha. Sabe que si se queda, le dirá a su esposo algo más que seguro, provocará su orgullo, y no quiere excitar el cinismo de éste.

Nael Yamid se queda con la palabra en la boca y una expresión huraña en su rostro. Encogiéndose de hombros, se dice: "No hay quien pueda con esta mujer..."

Con este pensamiento y sin mirar a ninguna parte, con paso enfurecido sale del jardín en dirección contraria a la de Ayira. Patea con fuerza una piedra que encuentra en su camino dirigiéndola hacia la nada, y se sonríe al recordar lo preciosa que se ve su esposa enfurecida...

***

No supo cómo aceptó ser arrastrada hasta allí por Nael Yamid y Jalila, o más bien sí, por la súplica del emir y la insistencia de su amiga de que sufriera, con ella, el deber de estar presente en el homenaje del jeque. No había pasado media hora desde que llegaron al lugar y saludaron al festejado, cuando ya su amiga no esperó más y la arrastró tras ella a un grupo de hombres y mujeres que bailan una danza que Ayira no entendió el nombre. "¡Vamos Ayira, ya verás que divertido" —le dijo jalándola de la mano casi a rastras. Así está ahora Ayira en el apuro más grande de su vida: danzando algo que no sabe ni entiende, frente al hombre que el rey tanto respeta. "¿Respeto?, respeto me pediría a mí el rey por esta danza, ¡si viera el desbarajuste que estoy haciendo de ella!"

Tras ella oye una voz varonil, que les dice:

—Sigue los pasos de quién está a la cabeza. ¡No ahora! Cuando lo indique — El que así habla salvándola del ridículo es Nael Yamid, que haciéndose sitio en la ronda, la toma de la mano. La mira a los ojos y hace una reverencia con su cabeza, actitud que reconforta a la joven por sentirse metida en camisa de once varas. La ha salvado y con el mismo gesto le agradece; luego aprieta graciosamente su mano regalándole una sonrisa que esta vez al emir, no le parece nerviosa ni forzada, por primera vez ha recibido de Ayira la sonrisa sincera y verdadera que siempre esperó. El verde de sus ojos parecen esmeraldas... No sabe por qué las pupilas de su esposa brillan tan alegremente... ¡Pero cómo le agrada!

Sigue...

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