La escucha moverse a su lado antes de que despierte por completo. Al ver su rostro rozagante de dicha gira sobre si mismo poniéndose sobre un costado para contemplarla de frente, Nael Yamid con ternura pasa su mano por el rostro de su esposa y con dulce caricia, la desliza hacia abajo hasta llegar a su mentón y, cuando ella toda endulzada le devuelve con una sonrisa su caricia, su aliento queda atrapado en su garganta al notar como su rubor se expande por su cremoso cuello hasta el pecho mientras se desliza hacia él con su camisón marfil que se arremolina sobre sus pies. Los nacientes rayos de sol se cuelan por la ventana reflejándose en su rostro, como la noche que han hecho por primera vez el amor a la luz de las velas y al igual que la nieve ante el calor del sol, su corazón se derrite en su interior. Traga saliva cuando Ayira se pega cada vez más a él, y su pulso golpetea como el de un joven inexperto al sentir el calor del delicioso cuerpo femenino junto al suyo.
Se quedan mirando un instante, aunque sólo un momento, porque sus rostros están tan cercanos que para el apasionado emir le es imposible no apoderarse de los labios de la mujer que tanto ama, y una vez más encontrando su mirada, con sus ojos acerados expresando cuanto la quiere dice—: —Ayira, cuanto te amo...
—Y...yo te amo más. —Le corresponde feliz, con el rostro iluminado de dicha.
—¿Me amas? —pregunta. La alegría circula a través de él como un trueno y ahogándose en sus propias palabras roncas por la emoción, atragantado de amor, le dice picaresco—: Ven aquí, Ayira.
Ella hace lo que le pide, Nael Yamid quita el mínimo espacio que los separa estrechándola aún más contra si, casi hasta dejarla sin aliento. Ayira sin embargo, sin una protesta, se mantiene encantada en los brazos de su esposo, dichosa de pertenecerle su vida al hombre que es capaz de despertar toda la sensibilidad de su cuerpo y alma.
Él la mira a sus hermosos ojos verdes y la besa. La acuna, roza su cuello suavemente con el pulgar y luego se dirige a acariciar cada centímetro de su piel debajo de su camisón, levantándolo ligeramente en el proceso.
—¿Sabes cuánto deseaba hacer esto desde la primera vez que te vi? —le pregunta, acariciándola íntimamente—. ¿Lo sabes verdad, Ayira... sabes cuanto te amo, cuanto te necesito, cuanta falta me haces, verdad? ¿Crees en mi amor, verdad que sí, mi Ayira?
Ayira asiente parpadeando y con lágrimas de felicidad en los ojos.
—No llores; no quiero que lo hagas. ¿Llorar cuando todo sonríe?
—¿No sabes que a veces la felicidad se expresa lo mismo riendo que llorando? —habla, temblorosa. Al hacerlo, eleva la cabeza hasta que sus iris de ensueño se clavan en los otros grises y ardientes.
—¿Dudar de tu amor? No, Nael Yamid; eso ya no puede ser. ¡Tengo tantas pruebas de lo contrario!... —habla, mimosa—. Te amo como jamás pude imaginar; te amo plenamente y de forma única. Amo tus defectos, tus cualidades (éstas, poquísimas) —prosigue, picaresca, para ocultar la emoción; luego, añade—: ¿Estás satisfecho, señor impaciente?
Al hablar así, Ayira mira enamorada a su esposo; este clava las pupilas grises en las verde mar, con una mirada intensa y apasionada. Se inclina y murmura con voz contenida, muy bajito, rozando la mejilla femenina con los labios ardientes:
—¿Si estoy conforme? Sí. Que me quieres... —prosigue apasionado—, ya no lo niegas. Aunque quisieras, no podrías hacerlo, porque tus ojos te delatan de continuo. Mientras seas mía, enteramente mía, sin restricciones de ninguna índole, hasta tus deseos, tus anhelos, tus pensamientos, buenos o malos, junto con toda tu persona, me pertenezcan lo estaré.
Ella no responde; tan sólo ofrece los labios, que se le solicitan, donde Nael Yamid, con pasión, posa los suyos. Es un beso largo y apasionado, pero suave, a pesar de la intensidad.
Cuando sus cuerpos extenuados se separan, los ojos brillan extraordinariamente. Semejan las estrellas que bordan el firmamento claro.
—¡Nael Yamid! —musita con vehemencia la vocecita de ella.
—¡Ayira! —responde la de él, apasionada, mimosa.
—¡Me tienes loco mujer! Estoy hechizado por toda tu persona... ¿Me tendrás así mucho tiempo? ¿Serás tan cruel?
—Yo te amo sobre todas las cosas y tengo confianza absoluta en ti. Además, Este embrujo que dices te he impuesto cierra el último capítulo de nuestra vida pasada, a aquella otra que prometiste a tus amigos celebrar si triunfabas en tu apuesta. Hoy todos saben que ambos triunfamos por completo. El amor, no puede estar oculto; él solo se delata. Saben que me amas, y que yo te correspondo.
Apoya la cabeza morena en el hombro querido. Nael Yamid la abraza. Se besan de nuevo y sus henchidos labios se abren en una sonrisa de felicidad completa. Ya no hablan, no lo necesitan. ¿Para qué hacerlo, si el silencio es más elocuente que un millar de palabras?
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