Nael Yamid no sabe las horas que lleva junto al lecho de su esposa suplicando por ver aquellos ojos amados nuevamente abiertos y repletos de vida. Las primeras han sido algo horribles para él, ansioso, completamente pendiente de los menores gestos de Ayira. Sus ojos miraban expectantes la figurita de la joven que en el lecho permanecía inerte. Su semblante pálido, los ojos cerrados y un rictus de dolor en los descoloridos labios. El desesperado emir espera anhelante una reacción de su queridísima esposa ... "El médico dice que ya está fuera de peligro. ¿Por qué entonces ya no reaccionas, mi amada Ayira?" Se preguntaba una y mil veces su torturado corazón.
Aún tiembla al recordar el momento de su llegada, era ya entrada la noche, cuando, sin entretenerse en nada, sube a su y, arrodillado a su lado, la llama. Ayira abre los ojos apagados lentamente, y él ve en aquellas pupilas un destello de alegría. Lo ha reconocido. Alarga las manos a su esposo, que éste toma ansioso y las lleva a sus labios. Ayira, aún inconsciente, le pasa una mano que apenas puede elevar por el rostro, y con voz apenas audible murmura:
—¡Nael Yamid! ¡Mi emir!
El joven la estrecha en sus brazos, y la besa con enorme ternura, pero ve con desesperación que sus besos, sus caricias apasionadas, no tienen respuestas. Sólo ha sido un segundo; su Ayira, ya no vuelve a tener un momento de lucidez.
Hora tras hora, Nael Yamid permanece pendiente siempre de los menores gestos de la mujer que ama. No se aparta ni por un momento de ella a pesar de la presencia de Jalila, que preocupada va y viene ofreciéndose atenta y amorosa a acompañar y cuidar de Ayira.
Pasada la medianoche se encuentra solo; son las tres de la madrugada. Ayira se mueve en el lecho; está inquieta. Por fin, la escucha balbucear; su voz, al principio, es tan débil que el emir no entiende una palabra de lo que dice a pesar de juntar su rostro hasta rozar el de ella; imposible descifrar las palabras ininteligibles de la joven. Luego, poco a poco, va comprendiendo, porque ella habla lo suficientemente alto para que Nael Yamid la entienda perfectamente. Ayira, aún volver débil y conmocionada, aún sin en sí y somnolienta, habla, habla, y sus palabras son para el enamorado emir, la alegría más grande que recibiera en su vida.
—¡Nael Yamid, perdón; perdón, mi amor! —Murmura la enferma—. Perdón por mentirte, porque sí te quiero y soy feliz en tus brazos. ¡Nael Yamid! ... Ven, no puedo vivir lejos de ti. ¡Te amo! Tú me amas, ¿verdad? Si; así me lo has dado a comprender el día en el que te negué mi amor y por ello te marchaste. Vuelve ... —Se incorpora en el lecho, y agrega—: No me mires más con esa frialdad hiriente; no podría soportarlo. ¡Cómo sufro! —Y desfallecida, sin fuerzas, cae en lecho nuevamente.
Nael Yamid, con voz amorosa, la calma, al tiempo que sus ojos brillan de par en par. Las palabras de su adorada esposa han hecho al emir tan feliz ... que siente el deseo vehemente de divulgar a gritos su amor, ese amor que tan bien supo llevarlo al buen camino. El resto de la madrugada pasa con las manos femeninas entre las suyas, ya pesar de que su Ayira no vuelve a hablar él no se mueve de su lado.
A la mañana siguiente todo el palacio espera la reacción de la dulce Ayira. El emir, con ansiedad loca, desea que al volver en sí le diga las mismas palabras inolvidables. Es tanta su agitación, que no ve a su padre y al médico, que lo observan desde la puerta.
—Hijo mío, vas a ser tú el que ahora caiga enfermo.
El joven se vuelve rápido y los saluda.
—Sí, mi emir, tiene mucha razón el rey. Aunque usted es un hombre fuerte, no hay que abusar. Acuéstese. —Dice el médico y señala el lecho donde Ayira descansa—. Su esposa está ahora muy bien. ¿Sin amor? Duerme apaciblemente; cuando despierte, nos reconocerá a todos.
—Por eso mismo, quiero ser el primero que vea cuando despierte y el primero que le hable - murmura, excitado, el conde.
—¡Ah! Eso, de ningún modo; no lo consiento, porqué su esposa tiene que guardar el mayor silencio posible, debe descansar hasta estar completamente repuesta ...
—Lo que usted quiera —le interrumpe loco de felicidad al saber que Ayira pronto estará completamente fuerte y sana—; pero seré el primero que vea sus bellos ojos con vida.
—Bien; como quiera ... Pero mucho silencio, e insisto en que sería bueno que usted si no desea dormir, por lo menos se tienda junto a su lado y descanse, no olvide que usted guarda una lesión en su pierna, y aunque nada grave, aún está convaleciente ¿eh?
—Claro que sí, así lo haré, descansaré junto a mi esposa ... Aunque no le aseguro que pueda pegar un ojo.
—Muy bien, nosotros entonces nos marchamos para que ambos descansen; confío en su palabra.
—Puede estar seguro; haré lo que me dice. También tú, padre, puedes estar tranquilo, que haré caso a lo que me aconseja el médico.
Pero Nael Yamid no hace caso, no puede cumplir con su palabra, no hasta ver que Ayira ha abierto sus ojos ya restablecida por completo. Al quedarse solo, se sienta de nuevo al lado de su esposa, y espera con ansiedad que abra los ojos y le reconozca. ¿Quién, conocería en este joven amante y enamorado al emir de hace unos meses? Largo rato permanece quieto y silencioso, hasta que Ayira abre los ojos lentamente; entonces, se inclina hasta rozar la mejilla de la joven, y murmura con voz suave y dulce:
—¡Ayira, soy yo! ¿Me reconoces?
Ella, tarda unos momentos en contestar; por fin, sus suaves manos toman el rostro del joven y lo mira con fijeza.
—¡No ha sido un sueño! —Habla muy bajo—. Es verdad que has estado todo el tiempo a mi lado. Nael Yamid, has vuelto en verdad, ¿cierto?
El emir, sin poderse contener más, se sienta a su lado en el lecho y la rodea con sus brazos. Mientras acaricia agitado de dicha el rostro de la joven, le dice al oído:
—Mi esposa adorada, no hables; no te conviene hacerlo; yo te contaré todo, todo lo sabrás. —Se inclina más, la besa en el frente, y luego agrega—: Me preguntas si he venido, si te amo; no sueñas, estoy aquí, he vuelto porque te quiero, porque prefería morir en batalla si estás lejos de mí, ¿entiendes? Y porque te quiero, nunca más me separaré de tu lado, Ayira. ¿No sabes que te he querido siempre? ¿No sabes que si deshice tu boda fue porque ya te quería, porque ya formabas parte, de mi mismo ser? Sólo quiero que tu boquita me diga que me corresponda. Sé buena, no me atormentes más.
Con ansiedad espera que Ayira hable; ésta, con los ojos cerrados, se encuentra acurrucada en sus brazos. Por fin, levanta los párpados con lentitud, y su voz se vuelve mimo al contestarle:
-¡Te amo! ¡Te amo más que a mi vida! Ha vencido; así, en tus brazos, no puedo ser más feliz. —Y se aprieta más en ellos.
Nael Yamid, arrebatado, loco de amor, como todo enamorado, la aprieta más contra sí y une sus labios a los temblorosos de ella, que, apasionada, le devuelve el beso. Luego, despacio, se separan sus bocas y sus miradas quedan presas una en otra, viven un sueño delicioso, así lo piensa Ayira, con la hermosa cabeza apoyada en el pecho de su amado emir. No hablan; no hace falta, sus ojos dicen por si solos todo lo que se desea decir. ¡Cuánta dulzura y amor contenido hay en las pupilas de ambos! El mutuo amor une sus corazones, para que jamás haya en ellos una duda de su porvenir.
Así los encuentran el rey y Jalila cuando entran para vigilar el estado de los enamorados convalecientes. Ayira, se ha dormido con la cabeza en el pecho de su amado esposo y éste rodea con su brazo los delicados hombres de Ayira. Aunque ven a la joven inconsciente, suegro y cuñada respiran tranquilos, notan que Ayira goza de un sueño apacible; en su rostro no se ve aquel rictus de dolor, sino una sonrisa feliz como nunca.
—Hijo, Carlos ...
This salé de su éxtasis al oír la voz de su padre.
—Padre, abrázame; soy el hombre más feliz de la tierra. Me ha hablado, me ha mirado, me ha besado. ¡Ay, hermanita! ¡No saben lo que esto significa para mí! —Y con una alegría loca abraza primero a su padre y luego a Jalila, que contentos le devuelven su abrazo.
—Pues ahora que te ha besado, mirado y hablado, descansa junto a tu esposa —le regaña el rey al ver que no ha cumplido con su palabra—, que falta te hace.
—Así es, por una vez has caso a tu padre. —Dice Jalila, luego, refiriéndose a su padre agrega—: Usted también mi rey, que buena noche no ha tenido y también debe descansar ...
Ante las súplicas de su padre y hermana, al fin se tumba en el lecho y tradicionales se marchan dejando la puerta de la privacidad cerrada para los dos amantes esposos. Ayira retoza en los brazos del hombre que ama con locura, seguramente, soñando con el amor que se tienen. Naed Yamid, ¿duerme? No; está ebrio, loco de felicidad contemplando extasiado el bello rostro de la mujer que ama perdidamente.
Sigue ...
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