Tiene una visión completa del jardín, pero su mirada solo la ocupa su esposa, y el recuerdo de sus labios, esos labios que le provocan un deseo insostenible de volver a besar, porque cada vez que recuerda su boca, la suya desea nuevamente probar el deleite que le provoca con solo mirarla.
"Un hombre no se derrumba por amar Nael Yamid, podrá debilitarlo, pero derrotarlo jamás. Aunque si fuera así, ¿no es la gloria para el hombre padecerla en los brazos de la mujer qué ama, según nuestro padre?" En aquel instante no pudo evitar recordar las palabras de su hermana en una charla que tiempo atrás ha mantenido con ella. Tiempo aquel en el que el emir no conocía el amor. Tuvo que reconocer ahora, observando ensimismado a su esposa a través del balcón, la verdad de las palabras de su padre repetidas en las de Jalila aquella ocasión, porque su esposa es quién inspira esta verdad y la confesión a si mismo, de que la ama hasta más no poder.
Es que es imposible no amarla; ¿cómo no hacerlo luego de conocer el alma pura y buena de aquella joven que lo trae loco de amor? Porque bien sabe que Ayira tiene un corazón noble, tanto que no comprende cómo es que tiene la capacidad de guardar tanto amor dentro de él. Lo ha comprobado ahora que Ayira a aceptado por lo menos su amistad y se han dado una tregua, ahora que puede disfrutar de la grata compañía de su amigable esposa, y ve con claridad sus actos desinteresados de cariño para con aquellos que viven una vida de inferioridad en la escala que la sociedad hipócrita (cómo ella la llama) los pone a diario. Siempre mostrando una sonrisa franca, sincera y amorosa para todo aquel que sabe ganarse su corazón, sonrisa que él aún no ha sabido ganarse por completo, tal vez por su personalidad, y por ello algunas veces para él, solo se muestra como una mueca, mueca que no sabe definir si es tristeza o solo el esfuerzo por parte de ella de llevar una convivencia calmada entre ambos... Sacudió la cabeza al pensar en esto; su intención no es dejar que cualquier pensamiento negativo, entorpezca la meta que se ha propuesto: conquistar en cuerpo, corazón y alma a la mujer que le ha hecho saber que el amor existe. Sí, de aquel joven arrogante del pasado no queda nada, y eso es debido a Ayira. Un motivo más para que Jalila y el rey la quieran más y más.
—Mis deberes demandan que vaya a Daydan. ¿Tendría mi amigable esposa inconveniente con ello? ¿Extrañaría mi esposa a su amigo?
Ayira en verdad no sabe que responder, no diferencia si le habla en tono de broma o realmente le está comunicando algo serio sobre la labor que debe cumplir en Daydan, así que baja la vista para ocultar la pena que sentiría si en verdad Nael Yamid debiera marcharse. ¡Peor aún!, si cómo hace un tiempo atrás, luego de unirse en matrimonio, escuchó la conversación entre padre e hijo cuando éste le decía al rey que estaba contemplando la posibilidad de trasladarse a Daydan para dirigir parte de las tropas del ejército que cuidan las fronteras. En aquel momento su partida la habría tranquilizado, pero ahora... solo pensarlo un frío le recorre el cuerpo... ¡Si fuera verdad que al fin ha cambiado! ¡Si fuera verdad que aquellos ojos acerados pueden un día mirarla con amor! Duda de que sea capaz de amarla con un amor tan inmenso como el suyo, y por eso no busca su mirada, no quiere que descubra en la suya cuanto lo ama, ni cuanto le dolería su ausencia. Le ha ofrecido su amistad y confianza; esto debe bastarle a su arrogante y demandante esposo, demandante sí, porque esto no ha sabido cambiarlo...
—¡Ayira! —le reclama ante su silencio— Que si me extrañarías el tiempo que no estuviera. —le dice ansioso por la espera de su respuesta—. ¿Podrías vivir sin mí todo este tiempo?
La joven no sabe si en verdad a su esposo le importa tanto su respuesta, o si esta conversación para él es un juego que se le ha ocurrido ahora tan solo para divertirse. Decidida a seguirle la corriente, le dice:
—Será para mí una pena grandísima, te extrañaré hasta la locura. ¿Acaso no sabes qué lejos de ti me moriría?
—Entonces marcharás a Daydan conmigo, no permitiré que mueras por extrañarme tanto.
—Claro, yo te sigo hasta el fin del mundo mi emir.
Nael Yamid no imagina cuanta verdad hay en sus palabras disfrazadas de ironía. Cuanto desea Ayira que como piensa, no sea esta charla una loca forma de matar el aburrimiento que puede sentir en este momento su ocurrente esposo.
—¿Hasta allí me seguirías? —dice mientras se acerca sigiloso y peligroso—. ¿Por qué? ¿Por qué estás contenta de ser mi esposa y eres feliz?
Ya está pegado a Ayira que no contesta. Su imprevisto abrazo la ha tomado por sorpresa dejándola inmóvil, él aprovecha su pasividad y la aprieta con más fuerza junto a su pecho. "Esto ha pasado de claro a oscuro ya. Su juego se ha vuelto un peligro, uno que está arrasando con mi voluntad" —este pensamiento ha despertado su sentido de alerta y le dice con voz temblorosa:
—Pero, Nael Yamid, suéltame; —rezonga intentando separarlo de ella—, deja de actuar como un loco...
—¿Loco?, loco está mi corazón, por lo que provocas en él. —dice llevando ambas manos de la joven a su corazón que hasta ese momento ponían diminuta distancia entre ambos—. Contéstame: ¿Eres felíz siendo mi esposa?
—Vamos, no digas tonterías. Deja ya este juego que me está incomodando...
—¿Tonterías?, ¿te parece tontería este corazón que galopa en mi pecho como un potro salvaje? No, no dejaré de hablar si no me prometes...
—¿Qué quieres que te prometa? —pregunta la joven nerviosa, con miedo a que Nael Yamid descubra que su corazón aletea, así como el suyo galopa en su pecho. Se siente vencida entre la fuerza de sus brazos que cada vez la estrujan más junto a él— Anda, di, qué es lo que quieres que te prometa para que acabes con esta actitud infantil, que más que divertida, me resulta molesta.
Sabe que miente; desea con fervor que las pulsaciones aceleradas del corazón del hombre que ama sean producto del amor que como a ella, él le inspira. ¡Ay si fuera así! ¡Cómo sufre por amarlo! Ella pretende más de aquellos ojos que saben mirarla con pasión; quiere todo de él porque necesita saberse amada con la misma intensidad que lo ama ella...
—Que me des un beso de amigo, aquí; —dice colocando su dedo índice en la mejilla— sincero, tierno y amoroso, tal cual se lo das a Jalila por considerarla tu amiga...
—Sí, sí, como digas, pero compórtate ya con sensatez...
—Prométemelo entonces.
—Sí, sí, sí; ¿qué más quieres?
—¡Tantas cosas! Pero esas quedan para otro día. Hoy me conformo con un beso y la promesa de que tu cariño por mí es sincero...
—Todo eso te prometo. Soy tu amiga del alma y mi cariño hacia ti es sincero, pero si no paras ahora mismo con esta cuestión, no podré prometerte nada de esto. Tu actitud hará que me arrepienta de haber aceptado tu propuesta de una tregua entre nosotros. Así que inclina tu cabeza un poco para que recibas tu beso y te marches antes de que esto ocurra. Eres tan alto que no llego a alcanzar tu mejilla.
Con manos temblorosas toma el rostro de su esposo, pone sus labios con tal dulzura que sorprende a Nael Yamid, en la mejilla querida. Luego, sin darse cuenta de lo que hace, con mimo, sus dedos peinan su cabello. Ayira se ha dejado llevar por el momento y Nael Yamid, emocionado y con ojos brillantes por la pasión, se acerca más a ella, la coge por el talle atrayéndola hacia sí; nota un poco de resistencia, no quiere arruinar lo especial de aquel instante, pero el deseo de volver a probar el sabor de los labios de su esposa es una tentación. No puede más y la besa con pasión. Es un beso suave, a pesar de lo intenso.
Cuando su esposo la suelta, la mira con una mirada tan intensa, que la joven cierra los ojos asustada del sentir profundo que le ha provocado su beso; en aquella mirada hay amor, mucho amor, y suplica por el perdón de Ayira, por nuevamente haberse adueñado de su boca sin su permiso. No sabe el inocente emir que Ayira desea besar sus labios, tanto como él los de ella.
Sigue...
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