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Chapter 25 - CAPÍTULO XVII: Continuación

Nael Yamid la mira extrañado; no cuenta que un simple beso la indignase tanto. No dice nada, no por no tener, porque mucho es lo que tiene para decirle, la verdad, sino porque cree que Ayira no creerá cuanto siente y así, con una voz que suena a quejido solo logra balbucear:

—¿Tanto te asquea?

—Asquearme es poco. A diario procuro evitar que este sentimiento se apodere de mí, pero entra en mí inevitablemente cuando te comportas como ahora, haciendo abuso de tu título de esposo. Y cuando creo conseguirlo, cuando pienso que podríamos convivir armónicamente, muestras esta actitud tan tuya de arrogancia y soberbia, esta que como ahora, pretendes tomar de mí todo lo que te venga en gana sin pensar en lo que yo siento. Si, asquearme es poco, yo te odio emir Nael Yamid.

El joven quiere gritarle que la ama con pasión y locura, gritarle que no imagina cuanto daño le hacen sus palabras, pero en cambio solo puede hablar desde la angustia y el dolor, por eso no le dice su verdad, sino que confundiendo con despecho y bronca la herida enorme que a su corazón le ha hecho Ayira, Nael Yamid toma a la joven por los frágiles y bellos hombros, y le dice con voz ronca:

—Siempre he pensado que en el matrimonio pueden encontrarse dos cosas: el purgatorio y el infierno, otros me han dicho que solo el paraíso. Supongamos que así es, dime entonces: de estas tres cosas, ¿cuál prefieres vivir en nuestro matrimonio? Aceptaré y respetaré, por el momento, —dice esto con énfasis— que no quieras que te bese, pero no querrás, supongo yo, hacer de nuestras vidas un infierno. Es que si no aplacas este odio hacia mí, no sé que será de nuestras vidas; lo mejor que debes hacer es acostumbrarte —prosigue con ironía que tiene el poder de enfurecer más a Ayira—. Para que no te tome nuevamente de sorpresa los besos de tu esposo, voy a empezar hoy a que te acostumbres a ellos—. Y sin darle tiempo a reaccionar, la toma por su diminuta cintura y la besa en los labios, con tantas ansias, con la fuerza de un amor contenido que sale a gritos en aquel beso, beso que en los ojos de Ayira a puesto un resplandor nuevo para su esposo, pero poco dura, indignada y con su mirada ahora vuelta llama le advierte:

—Vuelves a tocarme y no respondo de mí. Es inconcebible lo que has hecho conmigo, por lograr tu cometido me haces vivir a expensas de una unión que no hace más que continúe siendo esclava, esclava de un matrimonio fingido, —dice con un dolor que se le arraiga en el alma— porque contigo mi libertad es una mentira. ¿Y no quieres que te desprecie? ¡Contigo me siento tan agraviada! Con tu ironía, con tu actitud demandante, con tu egoísmo me haces recordar cuan sola estoy y me siento en el mundo... Si no fuera por el cariño que a diario me brinda Jalila y la protección de tu padre... ¿Por qué la vida aún sigue sin mostrarme piedad?

Se cubre la cara con las manos para ocultar su congoja; no quiere llorar, no quiere que él disfrute de su dolor, pero es imposible, la embarga la pena y las lágrimas nuevamente vuelven a brotar. Nael Yamid, la contempla, está conmovido por el alma herida de su esposa; si en un momento existió la duda, ésta duró lo que un suspiro, como un cachorro se arrodilla a sus pies; quita las manos del rostro femenino por el cual las lágrimas corren libremente, las toma en las suyas con ternura y las besa. Ver llorar a la mujer que ama es superior a sus fuerzas; por eso, el hombre orgulloso se despoja de él y con la voz conmovida intenta hablarle, pero Ayira no se lo permite; su sola presencia la rompe en mil pedazos.

—¡Déjame, déjame, vete! Si hay en ti un rastro de humanidad, vete ya.

—Discúlpame, Ayira. No quiero herirte, pero tú lo haces conmigo, no sabes lo que es para mí oírte decir que mi mera presencia te repugna, perdóname. ¿Te sientes sola? Yo puedo llenar esa soledad con cariño si me lo permites. No solo cuentas con mi padre y Jalila. Si aceptas ser mi esposa, me tienes a mí dispuesto a defenderte contra todo y contra todos, si fuera preciso con mi vida. No, no, déjame terminar —dice al ver el gesto que Ayira hace para hablar—. Procura ser mi amiga; —Ella permanece inmóvil y silenciosa, con la vista fija en las manos de su esposo que aún sostienen las suyas, conmovida y entibiándosele el corazón por las palabras de Nael Yamid.— yo seré tu amigo, puedo hacer que tus pensamientos sobre mí desaparezcan, puedo ser todo lo que de mi pretendas, menos tu hermano, a cambio solo exijo que como hombre y amigo me des el respeto que merezco y como esposo, que no me mires con tanta frialdad cuando busco en ti lo que por derecho me pertenece. En mí está convertir este matrimonio para los dos, en un paraíso, y en ti transformarlo en un infierno. ¿Qué dices Ayira, llevamos esta unión en paz?

Estas palabras finales hielan a las que hasta ahora han acalorado el corazón de Ayira. ¿Cómo es capaz de exigir? ¿Por qué tuvo que borrar con sus exigencias toda la ternura qué ha logrado despertar en ella? El martirio que provoca su silencio en Nael Yamid, es insoportable.

—¿Qué dices Ayira, olvidamos todo lo anterior y llevamos esta unión en paz?

—¿Preguntas si te perdono por ser cómo has sido conmigo?, ¿si puedo hacer el intento de ser tu amiga?, si, pero... ¿tú crees que puedo olvidar tan fácilmente que nuestra unión no es más para ti qué el resultado de haber conservado un caballo? ¿Olvidar esto?, no lo olvidaré jamás. Menos aceptaré tus exigencias. Cuando ame lo haré con toda mi fuerza, con un cariño enorme y sincero que el hombre que ame, no le quedará más que amarme de la misma manera. Entérate también, —dice con voz firme— que si esta tregua que me ofreces es un engaño para romper mi guardia, no creas que será así, si de algo me envanezco es de defender mi búsqueda de la felicidad a como de lugar y tú no interferirás en ello. Mientras el corazón aún me lata, mientras el cuerpo no se me derrumbe y el alma no se me corrompa, perseguiré mis sueños sin perder la fe y esperanza... quizá el amor, tenga significado un día para mí. Dudo mucho que este significado seas tú emir Nael Yamid. —termina, e indicándole el lugar por donde entró, abre la puerta y le dice con voz ronca—. Y ahora, sal; déjame, que no te vuelva a ver hasta mañana regodeando tu presencia por el palacio, amigo.

Nael Yamid la escucha silencioso, respetuoso a las palabras de Ayira, pero cuando la joven termina de hablar, toda la humildad que mostró en su momento desaparece; la solemnidad que guardó se desvanece dando paso al personaje insolente que representa frente a su esposa para decirle:

—Definitivamente no puedo negar que provienes de una casta noble. No me sorprende que no puedes evitar comportarte como una futura reina, pero, me sorprendes con ese aire de reina ultrajada. Me voy. No temas, que no volverás a verme hasta mañana.

Con paso moderado, la cabeza altiva y la acerada mirada divertida, pasa por su lado provocador.

—Hasta mañana; y que no sea tu esposo el que ocupe tus sueños, sino tu amigo — añade guiñándole un ojo.

Su burla irrita a Ayira, hasta nuevamente, llenar los hermosos ojos de lágrimas. Cuando Nael Yamid se retira, se deja caer con desesperación en el mullido lecho, allí llora con desconsuelo y angustia nunca sentida.

"¿Será posible que sabiendo qué solo he sido una apuesta, qué como si apostara en un juego apostó mi persona. ¿Será posible? —piensa acongojada, resentida consigo misma— ¡Cómo no me di cuenta hasta hoy! —vuelve a llorar con más pena—. ¿Es posible que un simple beso de sus labios me haya hecho ver cuánto lo amo?, porque lo amo aún sabiendo que este amor es mi desgracia."

Ayira, sabe ahora, que ama a Nael Yamid, más que a ella misma, más que a nada en el mundo, pero antes que él lo sepa es capaz de cortar su lengua; no permitirá que él se burle del amor tan grande y puro que ha descubierto siente por su esposo en aquel beso. No, no coronará el orgullo con su amor, ni sabrá por ella, el emir Nael Yamid, que ha logrado conquistar su corazón.

¡Pobre Ayira!, ha descubierto el amor, pero, ¿qué sentido tiene si no es más que su desdicha?... O al menos así lo siente su roto corazoncito enamorado...

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