—Eh, Zhen'er jaja... Sé que extrañaste tu hogar, pero ¿realmente piensas dormir aquí con los huxian?
Un par de sosegados ojos dorados le devuelven la mirada. Antes de responderle a su maestro, Song Yewan se hunde más entre el pelaje brillante y suave de esos hermosos zorros que lo rodean y abrigan cual a propia cría, haciendo sonar sin querer los cascabeles de plata y oro que portan en sus cuellos.
—Sí.
Una cola de punta roja se bate justo en frente de su rostro. Lo barre una y otra vez hasta que él la detiene y la retira gentilmente lejos de su cara con una mano, quedando así sólo esas dos partes de su cuerpo descubiertas e iluminadas por la clara luz de la luna.
Song Baihua olvidaba lo sencillo que podía ser su joven alumno.
—Ve a tu habitación, érzi. —Le ordena.
El discípulo asiente, retira su mirada y la distrae con lo primero que ve a su derecha. Pasa un minuto sin que alguno de los dos se mueva de su sitio.
—Song Zhen.
Frunce sus labios. Viendo que su maestro no se irá hasta ver que le obedece, decide sincerarse. Entonces, notablemente incómodo murmura:
—No puedo… —Y sus mejillas se vuelven rosas.
Ahora están en la oficina privada de Song Baihua.
La noche de invierno es fría, pero ahí se siente acogedoramente cálida. Todo está tan tranquilo, únicamente el ruidoso tambaleo de la tapa de la olla en la que se hierve el agua y el tararear dulce y profundo del mayor acompañan al resto de habituales sonidos nocturnos.
Song Baihua se encuentra eligiendo animadamente entre un juego de té y otro mientras entona la canción conocida por ambos. Su joven discípulo lo espera sentado frente a la pequeña mesa de centro, jugando con los frascos de infusiones, frutas secas y miel que dejó a su lado hace unos momentos. Se le ve feliz, envuelto en los recuerdos que le trae el lullaby que escucha… ah, y también por el par de jóvenes zorros que no quisieron separarse de él cuando lo trajo a tomar un poco de té.
El taoísta mayor reprime una ligera risa.
Decidiéndose por fin, regresa a la mesa cargando el juego de tetera y tazas escogido sobre una bandeja de oscura madera con tallados de flores. Dispone todo en su lugar correspondiente, y luego va hacia la ruidosa olla para apagar el fuego que la calienta y llenar la bonita tetera de porcelana con el agua recién hervida.
Todos sus movimientos son fluidos, pacientes y elegantes, incluso se podría decir que delicados. Luego de atar su larga cascada de tinta detrás de sus hombros y de acomodar sus túnicas, finalmente toma asiento. Procede a realizar la ceremonia adecuada al preparar el té de naranja y servirlo; parece disfrutar mucho de hacerlo a pesar de poder simplemente evitarlo al no ser esta ocasión una formal.
Pero-
Song Yewan lo está observando, —un pequeño brillo de admiración en su mirada—, corrigiendo en silencio su postura a una más parecida a la de su maestro y grabando en su mente cada paso del procedimiento.
El taoísta mayor reprime su encanto ante esta adorable actitud de su joven hijo/discípulo.
El vapor dulce y agradable acaricia el hermoso rostro cuando la taza es acercada a los labios.
—Esto te ayudará a dormir hoy, —explica el mayor cuando le extiende a su alumno un pequeño frasquito con un par de píldoras verdes en su interior—. Tómalas cuando estés en tu cama listo. Puedes masticarlas, saben bien.
El joven agradece junto a una reverencia y guarda el contenedor en la solapa de su túnica. Por el movimiento, el zorro albino que dormitaba en su regazo se remueve en su lugar y vuelve a acomodarse, ahora con el vientre expuesto. Yewan lo encuentra divertido y comienza a acariciarle.
—No seas tímido, puedes comenzar. Te escucharé.
Su shifu realmente lo conoce muy bien; sabe que cuando se siente avergonzado sobre algo, se distraerá con lo primero que llame su atención.
Song Baihua, mientras espera que su discípulo tome valor para hablar, agrega un poco de miel a su taza dejándola caer desde la cucharita. Song Yewan miraba esta caída cuando dice:
—Tan sólo no puedo dormir.
Y bebe de su té sin dulce.
El maestro toma la palabra:
—Tu dashijie me contó esta tarde que en la mañana te vio bastante cansado y que dormiste tan pronto te cargó ¿Crees que este insomnio sea porque ya descansaste en la mañana?
—Respondiendo a shifu, no creo que haya sido por eso.
—Hmm… ¿Zhen'er ya encontró el verdadero porqué?
Ante esta pregunta, automáticamente abre su boca, listo para responder; mas, al final no lo hace y sólo niega con la cabeza. El maestro alza una ceja inquisitivo y Yewan, al notarlo y después de meditar unos segundos, agrega:
—Tengo una teoría.
—Continúa.
—De regreso a la montaña, viajé día y noche. Paré sólo para comer o beber. —No quería decirlo para no preocupar a su shifu, pero si deseaba sustentar su idea, debía de hacerlo—. Cuando llegué y vi a todos bien, el sueño y el cansancio recién cayeron en mí, por tal es que dormí apenas Da shixiong y Da shijie me cargaron.
A pesar de haber sido dicho con ligereza, el corazón del maestro se siente golpeado por cada palabra. Tal vez sí debió de haberse tomado más tiempo para calmarse antes de enviarle el talismán de comunicación, así no hubiera angustiado tanto a su discípulo más joven…
—Sin embargo, —continúa— tan sólo fueron unos cuantos minutos. No creo que ese tiempo haya compensado mis siete noches despierto.
Oh, hijo.
—… shifu, debo de agregar que, en realidad, sí me detuve un par de veces para dormir un poco. Pero al no conseguirlo, sólo seguí mi camino.
—Oh.
Ahora entiende. Lo que su discípulo quiere aclarar es que su insomnio viene de antes. El maestro sigue creyendo que es por la preocupación de si la secta estaba bien o no; sin embargo...
—Esto es tan extraño, shifu. Me siento cansado, mas no logro mantener los ojos cerrados por más de un minuto. Y, antes, cuando estaba en mi cuarto, a pesar de que el clima está dejando su heladez y yo estaba envuelto entre frazadas… sentí frío.
Niega con la cabeza e intenta corregir.
—No… No fue frío. Fue una sensación extraña, una falta de ¿calidez…? —Con cada palabra, demuestra una cierta frustración al no encontrar las palabras correctas para describir ese desconocido sentimiento—. No, no es eso. Yo... no sé cómo explicarlo, padre.
—Está bien. Hay muchas cosas difíciles de explicar en pocas palabras manteniéndose precisos. Tal vez luego encuentres lo que quieres decir, así que sólo prosigue.
Song Yewan asiente, pero no sabe qué más contar.
—Luego, me encontró con los huxian.
—Ah, entiendo.
Dejando en la mesita su taza, suspira al cruzarse de brazos.
—Permíteme pensar unos momentos sobre esto, Zhen'er.
Este asiente y se concentra en acariciar los dos animales a su rededor. El inmortal lo observa.
Este maestro no es ingenuo.
Desde que logró tener a su discípulo más joven de nuevo a su lado, se ha percatado de los cambios en él. Tomando como guía los relatos sobre su viaje por el mundo mortal, entiende que tales cambios están relacionados con lo que halló allá afuera.
O, mejor dicho, a quien.
Este shifu piensa que, debido a la amable y extrovertida compañía que tuvo su alumno allá, tan distinta a él y a con quienes creció, es que su discípulo ha cambiado.
De otra manera, no hubiera conseguido —o siquiera imaginado— que Song Yewan hablara más allá de sus característicos monosílabos u oraciones únicas y concisas. O que se acercara de nuevo a los zorros inmortales de esta montaña, a los que anteriormente trataba de lejos.
Es por esto que agradece en su corazón a ese joven Xiao por haberse vuelto cercano a su Zhen'er allá afuera, y por haberlo regresado siendo un poco menos reservado y más amable para dicha y sorpresa de todos.
No es que Yewan sea un chico malo, al contrario, es un buen niño. Pero esta etapa que está atravesando (llamada adolescencia) lo había vuelto más retraído, vergonzoso e irascible.
¡Definitivamente él y sus discípulos extrañaban al hermanito más mimado y adorable de antes!
—Shifu.
Inmediatamente, vuelve a la realidad—: Este maestro está escuchando.
—Shifu, he recordado un detalle: Durante los primeros días regresando, mis hábitos de sueño fueron normales. No hubo problema en detenerme con A–Chen para dormir un par de horas antes de seguir.
Frunce el ceño pensando a profundidad.
—Sólo desde que seguí mi camino sin él, no he dormido. No pude.
Aquí es donde se descarta la angustia como la razón de su insomnio.
Song Baihua lo observa realmente interesado en esta declaración de su alumno, y se pregunta si este será consciente de la idea que da con sus palabras.
—Creo… —Luce meditabundo al respecto—. Creo que me he acostumbrado a dormir acompañado.
—Ah.
—¿Haz tratado con mantras?
—Sí.
—¿Contando estrellas?
—...Sí.
Este último 'sí' fue dicho de manera diferente.
Los preciosos ojos de oro se escondieron parcialmente formando medias lunas por las mejillas rosadas que se elevaron debido a una sonrisa mal disimulada.
El maestro nota la expresión de su discípulo desde detrás de su taza de té.
En medio de una mezcla de extrañeza y fascinación, Song Baihua se pregunta por la razón de tal y sobre la posible historia detrás. El mayor sonríe también, realmente feliz de verlo así; no obstante… tiene en cuenta que su alumno no es alguien quien demuestra su felicidad —o emociones en general— tan fácilmente, lo que hace que esto sea tan inusual como encontrarse un quirin diferente siete veces en un solo día.
Hmm… Pero desde que su érzi regresó, parece un poco más dispuesto a ello.
Por otro lado, Song Yewan ni siquiera se pregunta sobre los pensamientos que rondan por la cabeza de su maestro, ya que la suya se mantiene ocupada recordando sus días con Xiao Qingchen: específicamente con aquella noche nevada y llena de estrellas; cuando se convenció de que su compañero es al menos la encarnación de una.
Aquella vez, habían comenzado practicando sus habilidades con la espada en el patio correspondiente a la habitación que alquilaron, mas terminaron persiguiéndose con afán por toda el área, lanzándose la nieve que sus manos lograban reunir mientras corrían y saltaban.
Tan divertido.
Pasadas un par de horas entre juegos que combinaban con sus tácticas de pelea, ambos cayeron lado a lado sobre el suave y pálido manto; se encontraban realmente agotados. Además de las agitadas respiraciones del par, la risa vibrante y agradable del mayor de estos dos adolescentes sonaba y alegraba el lugar.
Song Yewan la recuerda tan vívidamente que crea la ilusión de estar ahí de nuevo.
Al tranquilizarse, guardaron silencio. Contrario a lo que uno pensaría, esto no les resultaba incómodo en absoluto. Simplemente no hablaron más y sólo se ocuparon de lo que en ese momento atrajo su atención.
En el caso de Xiao Qingchen, comenzó a jugar con los delicados copos que caían hacia sus mejillas rosas; él los atrapaba y observaba de cerca para ver la singularidad de cada uno. Song Yewan, por su lado, admiraba el nocturno cielo astrífero.
La noche hubiera sido tan lóbrega y temible de no ser por la luminosa dama blanca y redonda que gobernaba por sobre la oscuridad. Los caballeros de la reina, las estrellas, eran pequeños pero brillantes; salpicaduras de plata sobre lienzo negro. Gentiles al acompañarla y aliviar su soledad; valientes protectores y guías de los viajeros y errantes.
Le recordaban a su amigo.
Con sus túnicas blancas y sonrisa luminosa, su presencia en la noche era notada al parecer brillar cual estrella: sutil, pero digna de atención. Veloz luchador, atravesaba el cielo cual estrella fugaz llevando en la mano su espada de hoja traslúcida que dejaba una débil estela por la rapidez con la que era maniobrada.
Carácter gentil, sí. Quien decidía mayormente cual camino tomar, sí.
Xiao Qingchen es una estrella para Song Yewan. Sí.
Y es por eso que, cuando intentó dormir entre los zorros contando las estrellas sobre él, imaginó ver entre ellas a su entrañable compañero de viaje y mejor amigo.
Parpadea y regresa al lugar donde se encontraba actualmente: en una oficina con su shifu, su té de naranja y los huxian abrigándole.
Se siente un poco desalentado; le gustaría dormir ya, mas entiende que no podrá si no hay alguien a su lado.
«¿Cómo podría hacerlo si Qingchen no está aquí?».
Tras esto, una idea aparece de entre sus pensamientos y le susurra ser llevada a cabo. La considera durante unos momentos; es vergonzosa, pero se pregunta si resultará.
Entonces, abrazando al joven zorro blanco que estaba sobre sus piernas, pide de una manera en la que ni su shifu ni sus hermanos marciales podían decirle un no:
—Padre, es tarde y hace frío… —suspira—. ¿Podrías permitirme dormir con ellos por esta vez?
Una mirada baja, lucir pequeño y llamar familiarmente. Debería funcionar.
—Zhen'er...
O no.