Mientras transitaban por las calles de Montecristo, Marcos y César permanecieron callados. Aunque sabían que tenían un dispositivo de rastreo, no dudaban que el espía hubiera colocado un micrófono, por lo que tenían que ser discretos con lo que decían.
Marcos conducía con el entrecejo arrugado, ya que estaba pensando en encontrar una forma de decir sus teorías sin que el espía los escuchara. Por su parte, César se puso a revisar sus redes sociales. También quería hablar con su amigo sobre sus hallazgos, pero guardó silencio hasta que llegaran al centro de la ciudad.
Después de un rato, César fue el primero en hablar.
—Acabo de ver una promoción de alitas y cerveza a $300, en un restaurante que está a unos 15 minutos de aquí.
—¿Enserio? —preguntó Marcos con un tono de sorpresa, aunque sabía que su amigo había encontrado ese lugar para que pudieran revelar sus deducciones sin peligro de ser escuchados.
—Si
—Uff ¿pues qué esperamos? Con este calor se me antojó una cerveza —contestó alegremente.
—Excelente, ahora pongo la dirección en el GPS.
Marcos siguió las instrucciones del GPS y antes de llegar al restaurante, César le indicó que dejaran el coche estacionado una cuadra antes y caminaran. Éste entendió la idea de su amigo y se estacionó frente a un parque.
Los amigos caminaron dos cuadras más y llegaron a una especie de cantina. El lugar parecía lúgubre, pero ofrecía espacios privados para que pudieran hablar a solas. Cuando los llevaron a su cubículo, ordenaron la promoción del día.
El mesero llevó rápidamente las cervezas y botanas, las cuales se veían bastante apetitosas. Marcos no perdió la oportunidad para empezar a comer, mientras su amigo lo observaba y tomaba cerveza. Entonces César comenzó a hablar.
—¿Qué escuchaste en la cocina?
La pregunta hizo que Marcos soltara la alita que estaba comiendo y tragara el bocado que tenía en la boca.
—Mmm... pues no mucho. Aunque intenté preguntar si sabían algo de las chicas que habían muerto, las señoras me miraron con extrañeza y no me dijeron algo diferente a lo que habíamos leído en las noticias. Incluso les sorprendió que llegara a comer en la cocina, por lo que les tuve que decir que era tu asistente.
—Entiendo, las personas de ciudades pequeñas o pueblos no suelen tener confianza con extraños.
—Pues traté de ganarme su confianza, ya sabes cómo me gusta formar nuevas amistades, pero creo que las asusté.
—Jajaja, no te preocupes, pronto te ganarás su aprecio.
—Supongo, "ya me echaron el ojo" —dijo Marcos en tono burlón—. Por cierto ¿y eso que me volví tu guardaespaldas y Clarissa tu prometida?
César casi se atraganta con esta pregunta. Sabía que estaba tocando terreno minado con esa farsa, por lo que no quería dañar los sentimientos de su amiga por realizar este trabajo.
—Pues como dije anteriormente —respondió— investigué a la familia del alcalde y encontré a alguien para suplantar. Si vamos a resolver este caso, no conviene que sepan que somos investigadores privados, ya que como te diste cuenta, dentro del equipo del alcalde hay un espía, y quizá, el asesino.
—Vaya, sí que lo calculaste bien —señaló Marcos—. Espero que Clarissa no se sienta abrumada con interpretar a la novia del excéntrico sobrino del alcalde.
—No creo, ella separa bien lo laboral de lo sentimental —puntualizó César para tranquilizar a su amigo, aunque en el fondo sentía que Clarissa podría dejarse llevar y resultar lastimada.
Marcos sospechó que la afirmación de César sólo era para tranquilizarlo, sin embargo quiso mostrarle a su amigo que le creía.
—Tienes razón, ella siempre pelea contigo por cualquier cosa, creo que le molestará fingir ser tu novia—dijo, mientras seguía comiendo—. Por cierto, ¿por qué estás tan seguro de que Lisa está muerta?
—No lo está.
Esto último hizo que Marcos se atragantara y mirara con ojos de sorpresa a César.
—Pero si tú dijiste que está muerta.
—Así es, pero mi intención era que el asesino revelara su siguiente movimiento.