—¿Cuándo nos vamos? —dijo serio César, mientras colocaba el periódico en la mesa. Entonces Clarissa caminó hacia él para tomarlo del brazo, lo que sorprendió al joven detective, quien detestaba el contacto físico.
—¡Pues no esperemos más! —gritó emocionada—. Preparemos todo y vayamos lo más pronto posible a Montecristo.
—¿Pero cómo nos vamos a ir? —preguntó Marcos.
—De eso no se preocupen, ¿se acuerdan de que mi padre me regaló un coche la semana pasada? Pues me gustaría ofrecerlo para nuestra agencia.
—Ya veo, por eso conseguiste el caso. Te aprovechaste de la influencia de tu padre para convencer al alcalde de meterte en el equipo de investigación —dijo César mientras se zafaba del agarre de Clarissa.
La familia de Clarissa tenía muchas influencias en la política, pero a ella no le gustaba ese mundo y prefería seguir sus sueños de convertirse en una investigadora. Incluso su padre aceptaba que estuviera con el equipo CMC, ya que pensaba que solo era un hobbie. Por eso, César creía firmemente que los casos que ella conseguía habían sido por la ayuda de su padre.
Por eso cuando escuchó a su amigo que la menospreciaba por sus "influencias", Clarissa cruzó los brazos y en tono triunfal le replicó.
—Mi estimado César, me temo que su deducción fue errónea, por primera vez fuimos llamados para esta investigación.
—Ah sí, ¿seguro que tu papá no le pagó al alcalde para que nos contrataran? —cuestionó César.
—Claro que no —respondió furiosa.
Marcos no quizo intervernir y solo se limitó a observar la discusión de la pareja. Tenían mucho tiempo siendo amigos y le sorprendía que esos dos nunca reconocieran sus sentimientos, ya que siempre estaban compitiendo y nunca daban su brazo a torcer. Recordaba que eran amigos desde la universidad y el interés de ellos por el mundo de la investigación criminalística hizo que él se sintiera atraído a ese mundo.
Mientras seguía absorto en esos pensamientos, de ponto recordó lo que César había mencionado al llegar a la oficina. En ese momento miró al periódico que estaba en la mesa y un titular atrajo su atención: "Cae el cercenador".
De inmediato levantó el periódico y empezó a leerlo, apartándose de sus colegas. César se percató de la acción de su amigo y tapó la boca de Clarissa, que no paraba de hablar. Ella también dirigió su mirada hacia Marcos.
—¿Qué opinas? —preguntó.
—Nada concuerda con el perfil que había elaborado —contestó Marcos.
—¿Y qué habías pensado?— dijo Clarissa que apenas se había librado de César.
—Cuando recibiste la llamada del alcalde, ¿te mencionó que habían detenido a otro sospechoso de los crímenes?
—No.
—¿Qué te dijo exactamente?
—Sólo pidió que lo ayudáramos con el caso, pero no dio más detalles.
—Algo no me cuadra, si ya habían capturado al asesino, ¿por qué el alcalde nos llamó? Cuando me presentaste el caso, olvidé por completo que había otro sospechoso y me puse a armar un posible perfil psicológico. Sin embargo, nada de lo que había formulado coincide con la foto que aparece en este periódico.
—Eso es porque alguien quiere poner a un chivo expiatorio, mientras el verdadero asesino sigue libre —continuó César.
Mientras ambos jóvenes seguían analizando las pistas, Clarissa los interrumpió mostrando las llaves de su coche.
—Y si en lugar de seguir buscando tres pies al gato, mejor nos vamos y lo averiguamos de una buena vez.