Mario Castillo tenía el rostro pálido al ver a Clarissa sentada en la mesa almorzando con su padre, por lo que sólo pudo decir:
—¿Lisa?
Los presentes se mostraron extrañados al escuchar ese nombre, entonces don Andrés fue el primero en hablar.
—Hola hijo, ella no es Lisa, es Clarissa Montero, la prometida de tu primo Raúl. ¿Te acuerdas de él?
Esta respuesta lo tranquilizó un poco, pero se sorprendió que el chico que estaba junto a su padre no le pareciera tan familiar. Recordaba que Raúl era más robusto y rubio, por lo que sintió una leve sospecha que ese joven fuera un impostor. Entonces quiso ponerlo a prueba.
—¡Primo! —exclamó mientras caminaba hacia César—. Realmente no te reconocí, ¡tanto tiempo sin verte! ¿Aún te acuerdas de nuestro saludo secreto?
Cuando Mario mencionó esto, Clarissa y don Andrés se miraron preocupados. Por su parte César se levantó y le contestó inexpresivo.
—Hola Mario, parece que ya no recuerdas que no soy tan afecto a esos saludos.
Clarissa cerró los ojos pensando que era el fin. No habían contemplado la posibilidad de que Mario conociera mejor a Raúl y que no cayera en la treta. La tensión se sintió en toda la habitación.
Al escuchar la respuesta de César, el hijo del alcalde confirmó que sí era su primo, ya que recordaba que casi no eran muy cercanos y era mentira que tenían un saludo secreto. Sin embargo aún tenía sus dudas.
—Jajaja primo —reaccionó Mario—, sigues siendo igual de frío como cuando éramos niños. Recuerdo que antes no te juntabas con los demás y te la pasabas atrapando pájaros e insectos. Eras bien rarito.
Luego de que Mario aparentemente no descubriera al impostor, don Andrés y Clarissa cruzaron miradas y respiraron aliviados. Por su parte César continuó en su papel.
—Pues aún colecciono especímenes raros. Ya no tanto como antes porque ahora tengo que estar más pendiente de la empresa.
—Jajaja, este muchacho —intervino don Andrés— eres igualito a tu papá. A él le gustaba recolectar bichitos y esas cosas.
Esto último hizo que Mario despejara sus dudas.
—¿Cómo está el tío? Supe que te dejó el negocio —preguntó mientras se disponía a sentarse a lado de su padre.
—Él está bien, se tomó un año sabático y ahora estoy a cargo —contestó serio César, tomando asiento al ver que Mario ocupaba su lugar en la mesa.
Un mayordomo entró al comedor para servirle la comida a Mario, mientras éste seguía hablando.
—¡Qué bueno! ¿Y qué te trae por aquí?
—Vine a Montecristo por negocios. Mi tío me estaba contando sobre gente que podría estar interesada en invertir conmigo.
—¡Genial! Espero que me contemples en tu proyecto, me gustaría ayudarte.
—Sería muy bueno que te integres —señaló don Andrés—. Incluso le ofrecí a tu primo todas las facilidades para que pueda abrir su negocio aquí.
—¡Excelente papá! —exclamó, mientras tomaba un bocado del filete de res que acaban de servirle. Luego dirigió su mirada a Clarissa y sintió un vuelco en el corazón. Entonces recordó que su padre había dicho que ella era la prometida de su primo y trató de continuar con la plática para conocerla.
—La verdad me sorprende cuánto tiempo ha pasado primo. De niño eras muy reservado y casi no tenías amigos. Pero ahora eres un hombre de negocios con una linda novia.
Clarissa se sonrojó al escuchar el cumplido, mientras que César se mantuvo inexpresivo.
—Pues no me costó trabajo relacionarme con los demás. Y tienes razón, Clarissa es una mujer maravillosa —contestó mientras tomaba la mano de su compañera—. Gracias a ella estoy aquí.
Esto último hizo que Clarissa se sonrojara, sin embargo trató de mantener la farsa.
—Qué cosas dices cariño, haces que me sonroje —respondió tratando de esconder sus mejillas rojas.
Aunque el ambiente se había relajado, César decidió tomar su papel de detective.
—Por cierto, cuando entraste a la habitación mencionaste a una tal Lisa, ¿quién es?
El rostro de Mario se ensombreció. Tragó el bocado y sólo respondió.
—Era mi novia.