Para desviar la atención, Andrés tosió un poco y, con una falsa sonrisa, invitó a los jóvenes a pasar a su residencia.
—Sería bueno que charláramos adentro. Además ya está la comida, ¿tienen hambre?
—¡Qué amable! —contestó Clarissa tratando de seguirle la corriente al alcalde—. Desde que salimos no hemos comido nada, ¿verdad Marcos?
—¡Oh si! Realmente olvidé desayunar antes de salir de la oficina —dijo sonriente y tallando su abdomen.
César no dijo nada y sólo siguió al grupo que ingresó a una estancia adornada con muebles estilo vintage, cuadros de pintores locales y esculturas de diferentes tipos de materiales. Después entraron a un pasillo cubierto con fotografías familiares y algunas artísticas. La casa del alcalde parecía una especie de museo.
Mientras caminaban, Andrés presentaba a sus invitados las obras expuestas.
—Esta fotografía la realizó mi hijo Mario, con la que ganó el año pasado —dijo señalando uno de los cuadros—. Las siguientes son de él, en sus años como estudiante. Realmente es muy bueno.
—¡Wow! Sus fotografías son magníficas. Demasiado contrastantes y llenas de simbolismos —dijo Clarissa sorprendida.
—Interesante, a él le gusta captar mucho los pies —agregó Marcos, que se puso en modo investigador mientras veía cada una de las imágenes—. Parece que quiere mostrar que los pies pueden revelar muchas cosas: estatus social, poder, debilidad, inocencia o crueldad.
—Así es, mi hijo es muy sensible en cuestiones sociales, creo que lo heredó de mí—señaló orgulloso Andrés—. Siento que en el futuro él podría convertirse en un excelente político...
Antes de terminar la frase, César volvió a interrumpir con una peligrosa afirmación.
—Mañana, su hijo será señalado de ser el asesino.
Esto hizo que todos se detuvieran de golpe. Marcos y Clarissa miraron a su compañero con cara de preocupación. Temían que sus afirmaciones fuera de lugar arruinaran el trabajo.
Aunque Marcos notó que el hijo del alcalde tenía cierta afición por los pies, al igual que el asesino, en el fondo sentía que el joven fotógrafo no coincidía en el perfil que él había elaborado. No le parecía descabellada la afirmación de su compañero, pero prefirió guardar silencio.
En cambio, Clarissa se acercó al alcalde para disculparse por la actitud grosera de César. Realmente no quería perder este trabajo.
—Don Andrés, mil disculpas, mi compañero suele ser imprudente cuando estamos trabajo, espero que esto no afecte nuestro trato...
—Tiene razón, señorita —interrumpió Andrés con voz preocupada—. Mi hijo no tiene coartadas sólidas en los días en que ocurrieron los crímenes. Aunque ordené que lo siguieran, siempre él buscaba la manera de escabullirse. Y lo peor es que se acercan las elecciones y esto será un duro golpe para mi candidatura.
—Supongo que su hijo le ha dado razones suficientes para sospechar de él —continuó César, mientras caminaba por el pasillo—. Por lo que veo, su personalidad dista mucho del sujeto filántropo que nos presentó al principio. Admito que es un excelente fotógrafo, pero una de sus obras me resulta perturbadora y podría ser la pista que enturbie este caso —concluyó, mientras señalaba la imagen de unas zapatillas de ballet manchadas de sangre junto a los pies maltratados y sangrantes de una bailarina.