—¡Tenemos un caso! —gritó Clarissa Montero, luego de entrar intempestivamente a la oficina de la agencia de detectives CMC.
—¿De qué hablas Clarissa? —preguntó somnoliento Marcos Aguilar, quien yacía recostado en el sofá.
—¡Levántate perezoso! —apuró Clarissa, mientras golpeaba a Marcos con un cojín.
—Ya voy, ya voy —rugió el hombre mientras se levantaba.
—Nos llamaron para formar parte de la investigación de los feminicidios que ocurren en la ciudad de Montecristo —continuó la enérgica chica.
—¿No ya habían detenido a un culpable? —dijo Marcos, mientras bostezaba.
—¡Claro que no! Esto tiene pinta de un asesinato en serie. —Mientras hablaba Clarissa sacó los recortes de noticias que traía en una carpeta, para pegarlos al pizarrón—. Desde el primer momento sospeché que el crimen no era tan sencillo como parecía. Toda la mañana me la pasé recolectando información de medios de comunicación y los rumores que se compartían en redes sociales.
Cuando Clarissa terminó de colocar los recortes, Marcos abrió los ojos, se levantó y comenzó a analizar las notas periodísticas mientras en su mente construía el perfil psicológico del homicida.
—¿Qué opinas? Ya son tres víctimas —expuso Clarissa—. El primer crimen ocurrió a la medianoche del 13 de julio, el siguiente se registró el 13 de agosto y el más reciente el 18. La escena del crimen siempre es la Casa de la Cultura de Montecristo y hubo tres testigos oculares.
—Interesante —dijo meditativo Marcos, quien acariciaba su barbilla mientras analizaba los detalles—. Noto algo en particular con las occisas.
—¿También lo viste? —exclamó Clarissa.
—Sí, todas son muy parecidas entre sí. Ya habían sido elegidas previamente, eso fundamenta mucho tu teoría del asesino en serie...
Antes de continuar, una voz gruesa interrumpió a Marcos.
—Es alguien que está dentro de la policía.
Clarissa y Marcos miraron hacia la puerta, donde se encontraba César Ruiz que acababa de llegar. De rostro infantil y en apariencia frágil, en realidad su sentido de la deducción era superior al de sus colegas, quienes lo veían como su superior.
—¡César! Qué bueno que llegaste —exclamó Clarissa—. Esta mañana recibí la llamada del alcalde de Montecristo, que nos pidió que lo ayudaramos en este caso.
—¿Nos va a pagar? —interrumpió César.
—¡Sí! Una de las víctimas pertenecía a una familia rica de la región y su padre está dispuesto a pagar 1 millón de pesos por quien brinde información que lleve al paradero del criminal —continuó la joven.
Luego de escucharla, César caminó hacia su escritorio y se sentó a leer el periódico, sin mostrar interés alguno en el caso. Marcos y Clarissa se miraron entre sí y querían saber qué pasaba por la mente de su compañero.
—¿No te interesa? —preguntó Marcos.
César hojeó el periódico sin inmutarse. Eso irritó a Clarissa, quien caminó hacia él y golpeó la mesa.
—¿Por qué no respondes? ¿Acaso esto es tan insinificante para tu gran mente? ¡Tres inocentes chicas murieron! ¡Sus familias exigen justicia! —gritó frustrada.
César bajó el periódico y se percató que su compañera estaba a punto de llorar de coraje, a lo que solo respondió.
—Quiero el 50% de la ganancia.
Eso alteró más a Clarissa, quien intentó golpearlo, pero Marcos la detuvo.
—¡Tú! Eres un codicioso, no mereces llamarte detective —señaló colérica.
César sintió que esas palabras lastimaron su ego, lo que hizo que se levantara de su silla y con determinación dijera.
—¿Cuándo nos vamos?