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Chapter 18 - Crónica de un desastre

¿Por dónde empezaba?

Pudo oír de fondo una voz, haciendo que su cuerpo comenzase a moverse por reflejo. ¿Cuál sería la mejor forma de contárselo? La emoción le impedía concentrarse en los pensamientos que en teoría deberían estar centrados en lo que hacía, no en los que divagaban en quién sabe dónde.

-Las cajas de la esquina tienen hierbas secas -una voz sonó por debajo del desastre de frases inconexas que intentaba dar sentido-. Sepáralas y catalógalas según su especie.

Podría comenzar diciendo que el otro día conoció a alguien. ¿No? Normalmente así empiezan los relatos según los libros que había leído, y los chismes que se contaban las personas en la tienda esperando a ser atendidas.

-Esas dos de ahí son iguales, pero tienen usos distintos. Ya sabes qué hacer con ellos.

Probablemente deba mencionar que ese alguien es una chica. ¿O mujer? Su madre le había dicho algo acerca de cómo referirse a una dama dependiendo de su edad, personalidad, humor o algo por el estilo. ¿Cuál era ese consejo? Tendría que dejar ese asunto para después, de momento tenía el inicio y era bastante bueno, descontando ese problema. Ahora debería de dar contexto, ¿no?

Ese día había terminado sus tareas más temprano de lo habitual, y a modo de premio se dio el lujo de salir a dar un paseo. Aunque quien dice un paseo en realidad quiere decir ir a un lugar apartado a practicar con sus familiares, aún sabiendo que Hork se molestaría. Pensándolo mejor, no se molestaría. No, no, no. Lo más probable es que de haberse enterado ese mismo día lo habría hecho cultivar sanguijuelas durante un mes, criar renacuajos y dividir esa hierba maldita que hasta la fecha era incapaz de diferenciar del romero. Molestia era poco frente a la posible realidad. ¿En serio debía contarle esa parte? Se detuvo un momento y prestó atención a lo que estaba haciendo tras un buen rato: separaba cuidadosamente las hierbas dejando las más "lindas" en un frasco, y las más "normales" en un saco que luego tendría que dejar secar para hacer polvo. Ya lo había decidido, la historia no tendría sentido si no le contaba esa parte. Siguió separando ramitas mientras seguía su preparación.

En su defensa para poder ordenarles cosas más complejas a sus familiares necesitaba más práctica que solo un par de horas a la semana. Lo hizo por un bien mayor: mejoría en sus habilidades. "Mejor omito eso y simplemente digo que quería practicar" pensó al imaginarse el gesto de Hork. Pero… entre esas órdenes estaba "rastrea este olor y busca su origen". Nadie con solo seis horas de práctica semanal sería capaz de realizar una orden de tal nivel, ¡ni siquiera el genio del que se jactaba Hork!

Cerró el frasco y anudó la bolsa. Ahora sí se decidió: omitiría cualquier comentario respecto al motivo de querer practicar más de la cuenta.

Esa era la orden que quiso practicar ese día, y por si acaso añadió órdenes de respaldo como "si hallas algo, tráelo" y "si no hallas nada, vuelve". La última vez que había intentado dar una orden compleja, sin órdenes de respaldo, su lobo corrió durante dos días hasta desfallecer del cansancio. ¡Nadie le había dicho que el raciocinio se lo daba las órdenes múltiples! O quizás sí lo habían hecho, pero no se acordaba. Bueno, a base de errores se aprende mejor. Con todas las órdenes dadas, en teoría correctamente, caminó hasta ese viejo árbol que se había quemado poco antes de que él y su tío hubiesen llegado al pueblo; y solo después de asegurarse de que no había nadie cerca se atrevió a finalizar el mandato. Con un silbido envió al lobo y lo vigiló para comprobar si lo había hecho bien -después de diez intentos desastrosos.

Por lo menos su lobo ya no era lobato. De solo recordar esa época le dio un escalofrío. Fijó la vista en la caja que estaba vaciando, ya era la segunda del día. Se paró un momento con una ramita en la mano. ¿Sería demasiada información para empezar? Quería evitar a toda costa cualquier tipo de reprimenda por parte de Hork siendo lo más exacto posible, pero quizás esa misma exactitud acabaría enviándolo a pelar nísperos hasta que se le cayesen los dedos del cansancio.

-No muelas las hojas. El próximo cargamento llega en un mes y debemos hacerlas durar.

Pues menos mal le había dicho eso justo cuando estaba consciente, o si no… Otro escalofrío le recorrió la espalda. Cómo podían existir tantas formas de hacer enojar a la misma persona, todas tan fáciles de cometer y difíciles de enmendar.

-Y no olvides que éstas tendrás que hidratarlas para preservarlas como se debe.

Cualquiera que lo oyera pensaría que no tiene sentido hidratar algo para preservarlo. Pero así funciona la magia: no tiene sentido ni lógica humana, solo la propia de la especie. Igualmente, odiaba herbolaría por ese mismo motivo. ¡No tiene sentido hidratar un hongo para hacerlo durar más! ¡Simplemente no lo tiene!

-Y tus favoritas tendrás que hacerlas mejunje. Ya sabes, temporada de frío y enfermedades, lo típico.

Se le cayó la caja que estaba llevando a la mesa para seguir trabajando, a punto estuvo de golpearlo en el pie. Odiaba esa maldita hierba.

-¿Rutherford?

-Esa misma.

Hork siguió rellenando papeles mientras le hablaba. No podía lucir más divertido con la situación.

-Sé cuánto te gusta separar sus cuatro variantes, en especial la emoción que te produce ser capaz de evitar la parálisis del pinchazo con cualquier de sus espinas -levantó la vista un momento para verlo-. Por eso la encargué. No necesitas agradecerme.

Ya no se arrepentía en lo más mínimo de haber ido a practicar esa tarde. Incluso, no podía estar más feliz de haberlo hecho. El trabajo por sí mismo ya era castigo suficiente para pagar cualquier desobediencia de su parte.

La práctica en realidad no fue tan bien como creyó. Los primeros tres intentos resultaron en: dar un par de pasos y echarse a dormir; correr y no volver; y saltarle directo a la cara. El que diga que dar ordenes mediante un objeto de invocación, por favor que le diera alguna clase de tutorial o guía detallada de cómo hacerlo sin que tu lobo acabe yendo de hocico al río más cercano. A diez kilómetros. Para el cuarto intento intentó cambiar un poco el contenido de la orden.

-Busca un rastro y síguelo. Si hallas algo, tráelo. Si no, vuelve.

En teoría debería ser más sencillo.

Pero la teoría se dio de bruces contra el suelo cuando escuchó un grito a lo lejos. La teoría decía que no había nadie cerca, y que por eso esa alteración de la orden no debería acabar en caos. A menos que su teoría no contemplase que alguien hubiese salido del pueblo al bosque, y que justo en ese momento estuviese de vuelta. Realmente era pésimo calculando fallos como ese.

Se acercó lentamente para ver quién era, y no pudo menos que sorprenderse al ver que el rastro que había hallado su lobo era el de una serie de pisadas pequeñas, apenas visibles, espaciadas -significaba que caminaba sumamente lento o que tenía piernas largas-; era como si quisiese pasar desapercibida por el lugar. El sentimiento era mutuo. Y lo hubiese conseguido, de no ser por ese pequeño accidente. Pero era precisamente esa aura de misterio en torno a la naturaleza de ese rastro el que debió haber incitado al lobo a decidirse por esas pisadas y no otras, y en realidad a él también le dio mucha curiosidad mientras las seguía.

Cuando llegó más o menos hasta donde su lobo había corrido, lo primero que vio fue una capucha como la de los viajeros enigmáticos de los libros que leyó de pequeño. O como la de ese bandido que quería curar a su madre con el dinero que le robaba a los tontos que se metían en su territorio. El lobo la estaba mirando detenidamente, gruñía a cada momento en que veía o intuía que la capucha intentaría evadirlo y seguir su camino. Eso no se lo había impuesto como orden de respaldo. ¿Verdad? Miró un momento la escena desde una distancia prudente. No lograba acordarse si es que dicha orden fue hecha o no.

El lobo estaba impaciente. Quería concretar la orden de respaldo a como diera lugar. Espera, ¿cuál era la orden de respaldo?

Si hallas algo, tráelo.

De verdad era pésimo calculando ese tipo de errores.

El can se le abalanzó encima al dueño de esa capucha, y poco hubo que hacer de ahí en adelante.

-La vieja Oph vino durante la mañana. -La voz de su tío lo sacó de su abstracción. Tenía un manojo de hierbas en las manos. Rutherford, planta de mierda-. Encargó lo de siempre. Ya sabes mejunjes que hagan de crema, cosas para el resfrío, y mucha miel. Y pidió que se lo fuésemos a entregar en persona.

Hork se rio de mala gana antes de continuar.

-Sé lo que las mujeres como esa vieja quieren. Y me rehúso a ser parte de sus fantasías románticas. Eso de enamorarte por encuentros fortuitos como este es simplemente…

-¿Un sin sentido?

-¡Exacto!

-Igual que hidratar un hongo para que dure más de dos meses.

-No es lo mismo. La herbolaria mágica se basa en los principios de la naturaleza. Ella es la que manda, no los conocimientos ni descubrimientos previos de los humanos.

Los tallos de rutherford no decían lo mismo.

-De todas formas -continuó Hork-, envía a uno de tus familiares para entregar el pedido cuando esté listo.

Cuando el lobo botó al dueño de la capucha no pudo evitar que el sin sentido al que se refería su tío sucediera. Simplemente pasó. Ese mismo principio de la naturaleza que no entendía de repente se había parado frente a él, le dio una bofetada e hizo entender que de ahí en adelante estaría condenado. Sus ojos carentes de brillo, profundos y oscuros como las noches sin luna donde las brujas hacen sus rituales en secreto; esos ojos sumergidos en un océano de eterno sufrimiento y dolor. Lucían tan tranquilizadores a pesar de esa naturaleza revelada solo a él por capricho de esta supuesta naturaleza.

De ahí en adelante poco más podía recordar. Todo estaba entre retazos de bruma en su cabeza. Lo poco que recordaba era tener que forzar la mandíbula por temor a babear como el lobo cuando tiene hambre, o en ese caso por estar lamiéndole la cara. ¿Ella sabría lo que implica tener un familiar? Lo que el lobo siente él lo podía sentir, y lo que él sentía su lobo también podía sentirlo; esto también implicaba la facilidad con la que sus emociones podían expresarse en el animal, y la sensibilidad de sus sentidos.

El lobo seguía lamiéndola. No podía estar tan emocionado, ¿verdad? ¡¿Verdad?! Se dio una bofetada mental en un intento por tranquilizarse. Pero con la mente más clara las órdenes volvieron a tener prioridad. Si hallas algo, tráelo. El último recuerdo de esa tarde era el de una canasta siendo destrozada, piñas mordidas, hojas devoradas…

-Tío Hork.

-¿Sí?

-¿Para qué se usan las hojas de los arbustos?

-Desde medicina hasta para limpiarse el trasero cuando no hay nada mejor cerca, chico. -Lo miró un momento antes de seguir en lo suyo-. Sé más exacto.

¿Qué forma tenían esas hojas? Tardó un momento en acordarse.

-Nithera.

Hork se acercó a otra caja y comenzó a rebuscar en ella. Hacía rato había terminado el papeleo de las tres cajas que él había vaciado en el transcurso de la mañana. Mientras buscaba comenzó a tararear. Siempre que divagaba tratando de recordar algo tarareaba esa canción, una cuna de la época en que lo tuvo que cuidar de bebé. A veces lucía cómico.

-Si se recoge en primavera, para potenciar hechizos o aumentar la duración de una pócima; pero si se recoge en otoño, para reducir los efectos de alguna maldición o conjuro impuesto.

Sacó una fruta del fondo de la caja. ¿Qué hacía eso ahí?

-¿Alguien preguntó por ella?

-Ah, no. No… Es simple curiosidad.

Sintió la mirada inquisidora de Hork durante lo que creyó fueron unos buenos cinco minutos, pero probablemente apenas fue un momento.

-¿No que odiabas la herbolaria mágica?

-Eso no significa que no me pueda dar curiosidad ciertas cosas -se intentó excusar-. No entiendo ese principio de la naturaleza, ya lo sabes. Simplemente intento entenderla, eso es todo.

Apenas llevaba una cuarta parte del maldito rutherford. Planta de mierda.

Pero tenía sentido que ella acabase tan molesta al ver como su lobo destrozaba todo lo que contenía su canasta. Y la canasta. Y parte de la capucha. Ya no recordaba qué no destrozó, pero sí era consciente de que en ningún motivo se le ocurrió darle la orden para que se detuviera, o cancelar la invocación. Había tantas opciones para solucionar ese desastre, y él simplemente se quedó parado como imbécil viendo esos ojos. "Por favor mátenme" volvió a pensar al recordar la comparación que hizo para describir unos simples ojos. Estaba condenado, completamente condenado. Entre sus lamentos cayó en la cuenta de algo.

Pudo haberle ofrecido ayuda para volver a recolectar todo lo que había perdido en ese ataque. Otra oportunidad para reunirse con ella. Una forma cortés de pedir disculpas. Más posibilidades de enmendar el error. ¡Y él ni siquiera podía abrir la boca porque temía babear!

-¡Ah, lo había olvidado! Los dueños de la carnicería necesitan remedios para el resfrío del menor, y otro para controlar el…

Nitheria. Rutherford joven, el que se usa para infusiones. Lellia en brote. Algo con un gusto a dulce y apariencia llamativa; no era venenoso o el lobo se habría quejado, pero lo sintió peligroso para menores de edad… ¿polior? Tendría sentido, siempre lo tienen escondido en las repisas más altas para evitar que los niños se acaben matando. Pero todo eso era relativamente fácil de conseguir. Había algo más en esa cesta que justificaba la serie de maldiciones hacia su estupidez e incapacidad que esa chica le había lanzado. Algo de tal valor que podría igualarse a las raíces intactas de una mandrágora joven.

No importaba cuánto lo pensara, no se le venía nada a la cabeza. ¿Qué podía valer más que la lellia en brote? Eso literalmente se podía encontrar solo el día después de luna llena en pleno otoño. No, no, no… no tiene sentido. La bofetada de ese principio de la naturaleza debió ser otro fallo de cálculo, otra confusión de las suyas entre sus divagaciones y la realidad. Luego tendría que revisar entre los libros de Hork, sin que se dé cuenta. Él aún odiaba la herbolaria mágica, no podía darle a entender algo distinto.

Le dolía bastante el cuello. ¿Cuánto llevaba separando ramas de hojas, hojas de ramas, rutherford de puto rutherford? Estiró el cuello para calmar el dolor y se encontró con la cara de Hork, los ojos clavados en él aburridos de esperar.

-Frell.

-Tío Hork.

-¿Recuerdas algo de lo que te he dicho en los últimos cinco minutos?

-Eh… medicina para el refrío para un niño. Ungüento para la que no quieres que sea tu amante que debe ser enviada por Zerg para evitar encuentros fortuitos. Otro ungüento para calmar la comezón de la viruela del hijo del segundo hijo del carnicero. Y… ¿rutherford de mierda?

Hork asintió mientras se rascaba la barbilla. Se acercó un poco y lo inspeccionó.

-Ahora, ¿qué de todo eso te puso rojo como bell-berry?

De primeras, las palabras se le tropezaban en la boca por lo abrupto de la pregunta. Él quería ser el que iniciara el tema, no Hork. Tras mentalizarse un poco respiró hondo, dejó esas malditas hojas sobre la mesa, y antes de empezar el relato que tanto había tardado en preparar le dijo:

-Por favor, no me mates y no me mandes a criar renacuajos durante un mes.

-Eres más tonto de lo que creí.

-No te preocupes. El sentimiento es mutuo.

Estaba sentado con las manos en la cara. Esa fue la historia más triste y humillante que había contado en toda su vida. En su cabeza no se oyó tan mal, no con todas las maldiciones a la herbolaria. Hork se fue durante un momento y al rato regresó con un libro de al menos quinientas páginas.

-¿Y eso?

-Esto, mi querido sobrino torpe, es lo que espero que solucione tus recientes problemas.

Dejó el libro sobre el mesón de la tienda. El polvo en su portada retumbó, saltó y creó una película en el aire. Frell sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

-Me pediste que no te matara -comenzó a decir Hork-, y también me pediste que no te mandara a criar renacuajos durante un mes. Como lo pediste tan amable y desesperadamente, como el buen tío que soy, te concederé este acto de misericordia por haber ido a entrenar sin mi permiso, sin vigilancia, y siendo incapaz de controlar el primer familiar que conseguiste, el cual por cierto atacó a un civil.

Ahora tenía miedo. Quizás los renacuajos no fueran tan mala idea.

-Así que, querido Frell, te presento la Enciclopedia de Herbolaria Mágica Moderna, escrito y editado por tu tío aquí presente y tu padre.

Frell miró el libro y a Hork consecutivamente. Tenía mucho miedo de lo que se venía.

-Si lo que dijiste es cierto, aún te falta por identificar una de las plantas que Zerg destrozó en su euforia. Así que tú, gran aprendiz de herbolaria mágica, tomarás esta enciclopedia y la leerás de principio a fin hasta hallar dicha planta, la buscarás y enseñarás a esa chica. -Hork lo señaló con el índice antes de terminar-. Si te equivocas, pedirás disculpas y volverás a empezar desde cero hasta que des con esa planta. ¿Comprendido?

Los renacuajos no podían sonar más encantadores en esos momentos.

-¿Comprendiste?

-Sí, tío.

Se quedó en silencio un momento. Aún sentía la cara arderle.

-Lo siento.

-Discúlpate mejor con la desgraciada de la que te enamoraste.

Otro escalofrío le volvió a recorrer la espalda. ¡Eso no era necesario!