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Chapter 20 - La doncella del mar (1/3)

La profundidad del mar aparenta ser infinita a ojos del ser humano. Tenebrosa y misteriosa supone el hogar de criaturas abisales que paralizan a cualquiera con un simple vistazo. La viscosidad que gotea de sus cuerpos al entrar en contacto con el aire, los ojos viscos sin brillo carentes de emoción y alma, espaldas encorvadas con espinas sobresaliendo de las vértebras, los múltiples colmillos que alertan la sed de sangre de estos monstruos. El mar oculta bajo su manto a estos espectros del terror. Pero no todos son simples criaturas abisales. Aquí también hay brujas que no logran reinar, pero sí controlan el corazón humano y lo despojan de sus riquezas.

Ellas no sólo habitan en este océano vasto y enigmático. No, eso sería patéticamente ínfimo e insuficiente para satisfacer su codicia. Todas las aguas son de su dominio y su hogar. Gigantes al punto de competir con los krakens, son más que capaces de hundir barcos, ahogar marineros y encallar a quienes considere un posible beneficio a posteriori. En su forma demoniaca con solo la extensión de un brazo perturban el dominio de los cielos donde reinan los seres alados. Su cabello usualmente hecho un desastre de colore azabache o plata, seis tentáculos con la fuerza de un leviatán, el torso, brazos y rostro de una mujer más loca que hermosa; eso es una bruja del mar, un ser despreciable y aterrador. Seres avariciosos que solo desean poseer, devorar y hacer caer en desgracia.

Odio, terror e ira se mezclan en el rostro de los pobres que han llegado a encontrarse no uno de estos seres cara a cara, obligados a someterse a sus caprichos con el tal de poder volver a tierra firme una vez más. Tal es el trauma de la humanidad con ellas, que al verse en frente de una doncella del mar son incapaces de diferenciar y las tratan como si fueran el mismo ser infame.

Es verdad que en poco se diferencian físicamente esos dos seres. La bruja con sus seis tentáculos de pulpo; la doncella con ocho tentáculos, a veces de pulpo, otras veces de calamar. Ambas con torso, brazos y rostro de mujer, pero la doncella siendo más diosa que criatura, llena de calidez y amabilidad, muchas veces dispuesta a brindar riquezas a cambio de tesoros de valor incalculable para el mar. "Cecaelia" u "octo-sirena", aun llamándose así siguen siendo vistas como los demonios del mar que dejan ver sus fauces al verse ofendidas y confundidas con los monstruos abisales que todo lo poseen.

O al menos eso dicen los mortales al verse aferrados por la similitud entre lo divino y lo maldito, ignorando la posibilidad de que, bien pudieron haber entablado amistad con una cecaelia en uno de sus paseos terrenales.

Fue en uno de estos paseos en que una cecaelia acabó conociendo y amistándose con el rey de un país costero. Ella se había presentado como una comerciante de perlas, y ante la calidad de las joyas y su calidez el rey acabó declarándola una amiga cercana de la Corona. En uno de sus encuentros él expresó la preocupación que le atormentaba respecto al destino de su único y amado hijo.

-Ay, ¡qué será de mi reino si este niño no decide casarse pronto!

-Aún es joven -le decía ella-. Ya verás que llegará el día en que sentará cabeza y se casará.

No se atrevió a decirlo, pero esperaba que casándose dejase de comportarse como un niño mimado. Quizá de esa forma también dejaría esos juegos en los burdeles y prostíbulos. Pero ella no podía hablar al respecto, en teoría era una comerciante que estaba de paso y poco sabía sobre las costumbres del príncipe, el rey y la gente en general de ese país.

-¡Pero mira su edad! Está a una semana de cumplir veinte años. ¡Veinte y sin prometida!

El rey siguió quejándose de su desgracia largo rato antes de callar para pensar un momento en qué podía hacer. Mientras él gimoteaba desesperado y pensaba, ella consideró lo que podría hacer para ayudar a su amigo. Tras un rato se decidió y comenzó a hablar.

-¿Has oído acerca de las doncellas del mar?

-¿Las qué?

-Doncellas del mar. Mujeres que habitan en las profundidades del océano y son capaces de proveer prosperidad y abundancia. -Se acomodó un poco antes de seguir, tenía toda la atención del rey-. Los pescadores han estado comentando que vieron una en las costas de tu país. Si le ofreces algún espejo o cáliz de plata, te aseguro que aceptará tu petición en cambiar el destino nefasto de tu reino.

El rey lo meditó un momento, y tal era su desesperación que acabó accediendo.

Tal y como su amiga le había indicado, escogió y cargó con los metales más brillantes y pulcramente detallado que halló en su castillo. Se dirigió a la costa, lejos del puerto y a la hora de la caída del sol, pues no quería que ojos curiosos pudiesen husmear en el trato que planeaba hacer.

Se paró frente al mar y, dejando sus ofrendas en el suelo, comenzó a llamar a esa doncella del mar en la cual ya estaba depositando toda su esperanza. Una, dos, tres veces la llamó, cada una aumentándole la presión en el pecho haciéndole sudar. Pero nada surgió del mar. No burbujeaba la superficie ni había rastros de un haz de luz que indicase la llegada del ser que lo salvaría de su dilema. Cuando la presión del pecho comenzaba a doler sintió el delicado toque sobre su hombro, pero al darse la vuelta para ver a su salvadora se encontró con su amiga. Estaba desnuda.

Desvió la vista de inmediato, pero al hacerlo sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No había pies tocando la arena, sino tentáculos que se escurrían con suavidad. Levantó la vista lentamente y el temor tornó en ira. Los tentáculos seguían hasta la cintura, siendo el resto del cuerpo lo que él conocía como "amiga".

Lo había engañado. Esa bruja lo había engañado y conducido hasta ahí para maldecirlo y utilizarlo. El ángel que esperaba que lo salvara no era más que el demonio marino del cual prevenían los marineros y pescadores en alta mar. En esa playa había encontrado una mayor desgracia que la soltería e ineptitud de su hijo, y era esa abominación abisal.

-¿Qué quieres de mí? -le preguntó al demonio frente a él.

La cecaelia, con la calidez y amabilidad que la caracteriza, le respondió:

-Tú eres el que desea algo de mí. Deja el tesoro que escogiste a la orilla del mar y te diré qué sucederá con tu vehemente deseo.

-¡Como si te fuese a creer, maldita bruja!

Las cecaelias acabaron acostumbrando a ser confundidas con las brujas del mar. No podían culpar a los mortales de su incapacidad de contar, ver ni oír ante la potencial amenaza frente a ellos. Pero no por ello perdonaban ser tratadas como escoria marina. Pero ella le daría una oportunidad al rey porque aún lo consideraba su amigo.

-¿Por qué no habría de creerme? Soy tu amiga y no tengo ninguna otra intención que no sea ayudarte.

La ira se tornó en odio, y a su vez en maldición.

-La amiga de la que hablas es una hermosa comerciante de joyas, ¡no una maldita bruja codiciosa que me engañó para venir aquí!

La doncella bajó la mano que, hasta entonces estirada, y tal y como la sombra de su amigo replicaba, un demonio surgió desde el fondo de su corazón. El rey siguió despotricando insultos a diestra y siniestra, pero poco importaba ya. El destino de ese hombre había quedado firmado a fuego desde que la llamó bruja.

Al aburrirse de la vocecilla del hombre, rodeó su cuello con uno de sus tentáculos. Sintió cómo le corría el sudor por la espalda, la garganta se le cerraba por el terror, la espalda y los miembros se tensaban; y solo para asegurarse de que recordase cada palabra, lo obligó a mirarla a los ojos. Vio la boca abrirse y sintió el gimoteo gorgotear desde el pecho intentando convertirse en palabra, insulto, plegaria, un algo. Lo dejó así un momento antes de decidir que no quería oírlo hablar nunca más, amordazándolo con otro de sus tentáculos.

-Si bruja me creéis tras tanto tiempo de amistad, bruja seré ante vuestros ojos mundanos y el de vuestro reino. Si apreciáis vuestra vida, deja tu patética ofrenda donde está y sentaos en vuestro trono paciente. Estate tranquilo, pues vuestro deseo será concedido, pero será la bruja la que lo cumplirá.

Ambos tentáculos lo liberaron y se dirigió hacia el mar arrastrando las ofrendas.

Esa semana el príncipe cumplió años y lo festejó en alta mar, y contra todo pronóstico se desató una tormenta tal que acabó destruyendo su barco, ahogó a sus camaradas y amigos, y lo hizo encallar en la costa tras una noche entera de agonía y desesperanza. A la mañana siguiente cuando logró despertar, lo primero que vio fue una mujer que hacía cuanto podía para socorrerlo.

Eso es lo que todos sabían y creían, menos el rey que comprendía que esa era la condena que debía pagar por su afrenta contra la bruja del mar. Las cecaelias no son llamadas en vano "octo-sirenas". Pero ellas no engatusan al marinero, sino que provee la capacidad de enamoramiento; de esa forma hizo que el necio príncipe se enamorara de la golfa que condujo a la costa para su encuentro, y a su vez hizo que la golfa aceptase este este sentimiento. Felicidades al rey, su hijo se casaría y tendría nuera, pero vaya pena que fuese una prostituta de baja casta la que traería vergüenza a su familia y degradaría su linaje.

Lo único que la doncella -ahora bruja- no había considerado era la presencia de una sirena durante la tormenta, también afectada por su canto abisal.