Agotada dejó tirada su mochila en el piso. Cada día parecía pesar un poco más que el anterior. Cada día parecía cansarse más rápido que el anterior, y poco a poco sentía que algo cambiaba en ella. ¿Cuánto llevaba así? ¿Siete años? Ya no lo recordaba y no tenía intención en intentar recordarlo.
Se dejó caer por la pared mientras miraba el celular. Instagram mostraba vidas perfectas, cuerpos de envidiar, realidades ajenas al peso que le pegaba en las piernas como cemento. Todas esas personas que veía a través de su pantalla las conocía bien, y nada de lo que veía proyectado frente a ella era real. Bloqueó el celular un momento, no quería seguir viendo más mentiras. Lo consideró un momento antes de abrir un bolsillo de la mochila para sacar un cigarrillo junto a un encendedor, que con algo de suerte seguiría funcionando. Logró encender el cigarro y se quedó así largo rato, fumando y pasando entre aplicaciones, publicaciones y mentiras en su celular.
No le podía importar menos fumar o no en su cuarto. El olor a nicotina que sabía quedaría impregnado en su ropa, cama, frazadas y cosas no era nada comparado con que sentía cada vez que salía de casa. El humo de los tubos de escape de los autos, la marihuana en los parques, el bullicio de las calles, la congestión en el bus, el silencio de la indiferencia colectiva, el frío que le cala en los huesos cada vez que hablaba con alguien. Exhaló profundamente. Al menos ella podía decidir intoxicarse con el humo de la nicotina.
Entre las publicaciones apareció una cuenta que solo tenía imágenes con frases filosóficas y ese tipo de cosas. Ya no quería seguir viendo fotos en traje de baño o en viajes en el extranjero, por qué no revisar qué había por ahí. El amarillo le llamó la atención entre imágenes azules y moradas. Al abrir la publicación había una pregunta antes de referirse al tema de ser proactivo: ¿Qué posees del mundo?
Dejaba caer la ceniza en el piso, lo suficientemente lejos de su mochila como para evitar que ésta se acabara quemando por accidente. ¿Qué de toda su vida era realmente suyo? Lo pensó un momento revisando en profundo lo último que había hecho durante la semana, ¿qué podía considerarlo como propio?
-Ah -habló para sí misma-. Los rumores.
Su llegada a la vida de las personas significaba una eventual ruptura en sus relaciones personales, porque su mera existencia suponía material de rumor infundado, madera para sus fuegos. Encendió otro cigarrillo y siguió fumando. ¿Cómo podía ser que lo único que podía llamar de su propiedad era el desorden y caos que causaba por donde iba? Nada de eso la enorgullecía, no era Discordia como para alegrarse de los dedos que le apuntaban, los comentarios a sus espaldas o los insultos que le proferían.
Volvió a bloquear el celular. Las calles ya habían oscurecido y no tenía ganas de levantarse para encender la luz de su cuarto, por lo que solo el extremo de su cigarrillo parecía iluminar el lugar. Esa quietud era de ensueño, no así lo que se le estaba pasando por la cabeza.
"Si muriese", comenzó a pensar, "¿podré ser la alegría de alguien? ¿Mi ausencia podría ser la luz que logre iluminar la vida de esas personas a las acabé dañando?".
La ceniza cayó del cigarrillo, pero ya no supo si seguía evitando que quemara su mochila o estaba intentando que prendiera en fuego.