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Chapter 51 - PURGATORIO CANTO XIII

Llegarnos al final de la escalera, donde por vez segunda se recoge el monte, que subiendo purifica.1

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Allí del núsmo modo una cornisa, igual que la primera, lo rodea;sólo que el giro se completa antes.

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No había sombras ni señales de ellas:liso el camino y lisa la muralla, del lívido color de los roquedos.

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«Si, para preguntar, gente esperarnos--me decía el poeta-- mucho temo que se retrase nuestra decisión.»

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Luego en el sol clavó los ojos fijos;de su diestra hizo centro al movimiento, y se volvió después hacia la izquierda.

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«Oh dulce luz en quien confiado entro por el nuevo camino, llévanos-decía- cual requiere este paraje.

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Tú calientas el mundo, y sobre él luces: si otra razón lo contrario no manda, serán siempre tus rayos nuestro guía.»

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Cuanto por una milla aquí se cuenta, tanto en aquella parte caminamosal poco, pues las ganas acuciaban;

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y sentimos volar hacia nosotros espíritus sin verlos, que invitaban cortésmente a la mesa del amor.

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La voz primera que pasó volando “Vinum non habent” dijo claramente, y tras nosotros lo iba repitiendo.

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Y aún antes de perderse por completo al alejarse, otra: «Soy Orestes»pasó gritando igual sin detenerse.

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Yo dije: «Oh padre ¿qué voces son éstas?» Y escuché al preguntarlo una tercera diciendo: «Amad a quien el mal os hizo.»

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Y el buen maestro «Azota esta cornisa la culpa de la envidia, mas dirigela caridad las cuerdas del flagelo.

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Su freno quiere ser la voz contraria:y podrás escucharla, según creo,antes que el paso del perdón alcances.

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Mas con fijeza mira, y verás genteque está sentada enfrente de nosotros, apoyada a lo largo de la roca.»

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Abrí entonces los ojos más que antes; miré delante y sombras vi con mantos del color de la piedra no distintos.

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Y al haber avanzado un poco más, oí gritar: «María, por nosotrosruega» y «Miguel» y «Pedro» y «Santos todos».

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No creo que ahora existe por la tierra hombre tan duro, a quien no le moviese a compasión lo que después yo vi;

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pues cuando estuve tan cercano de ellos que sus gestos veía claramente,grave dolor me vino por los ojos.

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De cilicio cubiertos parecíany uno aguantaba con la espalda al otro, y el muro a todas ellas aguantaba.

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Así los ciegos faltos de sustento, piden limosna en días de indulgencia, y la cabeza inclina uno sobre otro,

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por despertar piedad más prontamente, no sólo por el son de las palabras,mas por la vista que no menos pide.

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Y como el sol no llega hasta los ciegos,lo mismo aquí a las sombras de las que hablo no quería llegar la luz del cielo;

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pues un alambre a todos les cosíay horadaba los párpados, del modoque al gavilán que nunca se está quieto.

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Al andar, parecía que ultrajabaa aquellos que sin venne yo veía;por lo cual me volví al sabio maestro.

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Él sabía que, aun mudo, deseaba hablarle; y no esperando mi pregunta,él me dijo: «Habla breve y claramente.»

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Virgilio caminaba por la partede la cornisa en que caer se puede, pues ninguna baranda la rodea;

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por la otra parte estaban las devotas sombras, que por su horrible cosedura lloraban y mojaban sus mejillas.

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Me volví a ellas y: «Oh, gentes confiadas-yo comencé-- de ver la luz suprema que vuestro desear sólo procura,

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así pronto la gracia os vuelva limpia vuestra conciencia, tal que claramente por ella baje de la mente el río,

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decidme, pues será grato y amable, si hay un alma latina entre vosotros, que acaso útil le sea el conocerla.»

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«Oh hermano todos somos ciudadanos de una Ciudad auténtica; tú dices

95que viviese en Italia peregrina.»96

Esto creí escuchar como respuesta un poco más allá de donde estaba, por lo que procuré seguir oyendo.

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Entre otras vi a una sombra que en su aspecto esperaba; y si alguno dice “¿Cómo?”,alzaba la barbilla como un ciego.

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«Alma que por subir te estás domando, si eres -le dije ~ me respondiste,haz que conozca tu nombre o tu patria.»

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«Yo fui Sienesa -repuso-- y con estos

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otros enmiendo aquí la mala vida,pidiendo a Aquél que nos conceda el verle.

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No fui sabia, aunque Sapia me llamaron, y fui con las desgracias de los otrosaún más feliz que con las dichas mías.

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Y para que no creas que te miento, oye si fui, como te digo, loca,ya descendiendo el arco de mis años.

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Mis paisanos estaban junto a Colle cerca del campo de sus enemigos,y yo pedía a Dios lo que El quería.

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Vencidos y obligados a los pasos amargos de la fuga, al yo saberlo, gocé de una alegría incomparable,

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tanto que arriba alcé atrevido el rostro gritando a Dios: «De ahora no te temo» como hace el mirlo con poca bonanza.

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La paz quise con Dios ya en el extremo de mi vivir; y por la penitenciano estaría cumplida ya mi deuda,

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si no me hubiese Piero Pettinaio recordado en sus santas oraciones,

128quien se apiadó de mí caritativo.129

¿Tú quién eres, que nuestra condición vas preguntando, con los ojos libres, como yo creo, y respirando hablas?»

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«Los ojos ---dije acaso aquí me cierren, mas poco tiempo, pues escasamentehe pecado de haber tenido envidia.

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Mucho es mayor el miedo que suspende mi alma del tormento de allí abajo,que ya parece pesarme esa carga.»

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Y ella me dijo: «¿Quién te ha conducido entre nosotros, que volver esperas?»Y yo: «Este que está aquí sin decir nada.

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Vivo estoy; por lo cual puedes pedirrne, espíritu elegido, si es preciso

que allí mueva por ti mis pies mortales.»

«Tan rara cosa de escuchar es ésta,144que es signo --dije,- de que Dios te ama;con tus plegarias puedes ayudarme.

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Y te suplico, por lo que más quieras, que si pisas la tierra de Toscana,que a mis parientes mi fama devuelvas.

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Están entre los necios que ahora esperan en Talamón, y allí más esperanzas perderán que en la busca de la Diana.

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153Pero más perderán los almirantes.154