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Chapter 34 - INFIERNO CANTO XXIX

La mucha gente y las diversas plagas, tanto habian mis ojos embriagado,que quedarse llorando deseaban;

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mas Virgilio me dijo: «¿En qué te fijas?¿Por qué tu vista se detiene ahoratras de las tristes sombras mutiladas?

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Tú no lo hiciste así en las otras bolsas; piensa, si enumerarlas crees posible, que millas veintidós el valle abarca.

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Y bajo nuestros pies ya está la luna: Del tiempo concedido queda poco,y aún nos falta por ver lo que no has visto.»

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«Si tú hubieras sabido -le repuse- la razón por la cual miraba, acaso me hubieses permitido detenerme.»

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Ya se marchaba, y yo detrás de él, mi guía, respondiendo a su pregunta y añadiéndole: «Dentro de la cueva,

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donde los ojos tan atento puse,creo que un alma de mi sangre llora la culpa que tan caro allí se paga.»

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Dijo el maestro entonces: «No entretengas de aquí adelante en ello el pensamiento: piensa otra cosa, y él allá se quede;

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que yo le he visto al pie del puentecillo señalarte, con dedo amenazante,y llamarlo escuché Geri del Bello.

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Tan distraído tú estabas entoncescon el que tuvo Altaforte a su mando,

29que se fue porque tú no le atendías.»30

«Oh guía mío, la violenta muerteque aún no le ha vengado -yo repuse- ninguno que comparta su vergüenza,

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hácele desdeñoso; y sin hablarmese ha marchado, del modo que imagino;con él por esto he sido más piadoso.»

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Conversamos así hasta el primer sitio que desde el risco el otro valle muestra,si hubiese allí más luz, todo hasta el fondo.

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Cuando estuvimos ya en el postrer claustro de Malasbolsas, y que sus profesosa nuestra vista aparecer podían,

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lamentos saeteáronme diversos,que herrados de piedad dardos tenían;y me tapé por ello los oídos.

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Como el dolor, si con los hospitalesde Valdiquiana entre junio y septiembre, los males de Maremma y de Cerdeña,

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en una fosa juntos estuvieran,tal era aquí; y tal hedor desprendía, como suele venir de miembros muertos.

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Descendimos por la última riberadel largo escollo, a la siniestra mano;y entonces pude ver más claramente

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allí hacia el fondo, donde la ministra del alto Sir, infafble justicia,castiga al falseador que aquí condena.

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Yo no creo que ver mayor tristezaen Egina pudiera el pueblo enfermo,

59cuando se llenó el aire de ponzoña,60

pues, hasta el gusanillo, perecieron los animales; y la antigua gente, según que los poeta aseguran,

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se engendró de la estirpe de la hormiga; como era viendo por el valle oscuro languidecer las almas a montones.

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Cuál sobre el vientre y cuál sobre la espalda,

yacía uno del otro, y como a gatas, por el triste sendero caminaban.

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Muy lentamente, sin hablar, marchábamos, mirando y escuchando a los enfermos,que levantar sus cuerpos no podían.

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Vi sentados a dos que se apoyaban, como al cocer se apoyan teja y teja, de la cabeza al pie llenos de pústulas.

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Y nunca vi moviendo la almohaza a muchacho esperado por su amo,ni a aquel que con desgana está aún en vela,

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como éstos se mordían con las uñas a ellos mismos a causa de la sañadel gran picor, que no tiene remedio;

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y arrancaban la sarna con las uñas, como escamas de meros el cuchillo,o de otro pez que las tenga más grandes.

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«Oh tú que con los dedos te desuellas-se dirigió mi guía a uno de aquéllos- y que a veces tenazas de ellos haces,

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dime si algún latino hay entre éstos que están aquí, así te duren las uñas eternamente para esta tarea.»

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«Latinos somos quienes tan gastados aquí nos ves -llorando uno repuso-;¿y quién tú, que preguntas por nosotros?»

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Y el guía dijo: «Soy uno que bajacon este vivo aquí, de grada en grada, y enseñarle el infierno yo pretendo.»

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Entonces se rompió el común apoyo; y temblando los dos a mí vinieron con otros que lo oyeron de pasada.

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El buen maestro a mí se volvió entonces, diciendo: «Diles todo lo que quieras»;y yo empecé, pues que él así quería:

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«Así vuestra memoria no se borrede las humanas mentes en el mundo,

mas que perviva bajo muchos soles,

decidme quiénes sois y de qué gente:105vuestra asquerosa y fastidiosa penael confesarlo espanto no os produzca.»

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«Yo fui de Arezzo, y Albero el de Siena-repuso uno- púsome en el fuego, pero no me condena aquella muerte.

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Verdad es que le dije bromeando:“Yo sabré alzarme en vuelo por el aire”y aquél, que era curioso a insensato,

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quiso que le enseñase el arte; y sólo porque no le hice Dédalo, me hizo arder así como lo hizo su hijo.

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Mas en la última bolsa de las diez,por la alquimia que yo en el mundo usaba, me echó Minos, que nunca se equivoca.»

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Y yo dije al maestro: «tHa habido nunca gente tan vana como la sienesa?cierto, ni la francesa llega a tanto.»

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Como el otro leproso me escuchara, repuso a mis palabras: «Quita a Stricca,

125que supo hacer tan moderados gastos;126

y a Niccolò, que el uso dispendiosodel clavo descubrió antes que ninguno, en el huerto en que tal simiento crece;

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y quita la pandilla en que ha gastado Caccia d'Ascian la viña y el gran bosque, y el Abbagliato ha perdido su juicio.

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Mas por que sepas quién es quien te sigue contra el sienés, en mí la vista fija,que mi semblante habrá de responderte:

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verás que soy la sombra de Capoccio, que falseé metales con la alquimia;y debes recordar, si bien te miro,

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138que por naturaleza fui una mona.»