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Chapter 38 - INFIERNO CANTO XXXIII

De la feroz comida alzó la bocael pecador, limpiándola en los pelos de la cabeza que detrás roía.

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Luego empezó: «Tú quieres que renueve el amargo dolor que me atenazasólo al pensarlo, antes que de ello hable.

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Mas si han de ser simiente mis palabras que dé frutos de infamia a este traidorque muerdo, al par verás que lloro y hablo.

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Ignoro yo quién seas y en qué formahas llegado hasta aquí, mas de Florencia de verdad me pareces al oírte.

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Debes saber que fui el conde Ugolino

13y este ha sido Ruggieri, el arzobispo;14por qué soy tal vecino he de contarte.15

Que a causa de sus malos pensamientos, y fiándome de él fui puesto presoy luego muerto, no hay que relatarlo;

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mas lo que haber oído no pudiste,quiero decir, lo cruel que fue mi muerte, escucharás: sabrás si me ha ofendido.

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Un pequeño agujero de «la Muda»que por mí ya se llama «La del Hambre», y que conviene que a otros aún encierre,

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enseñado me había por su huecomuchas lunas, cuando un mal sueño tuve que me rasgó los velos del futuro.

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Éste me apareció señor y dueño, a la caza del lobo y los lobeznos

29en el monte que a Pisa oculta Lucca.30

Con perros flacos, sabios y amaestrados, los Gualandis, Lanfrancos y Sismondis

32al frente se encontraban bien dispuestos.33

Tras de corta carrera vi rendidosa los hijos y al padre, y con colmillos agudos vi morderles los costados.

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Cuando me desperté antes de la aurora, llorar sentí en el sueño a mis hijitosque estaban junto a mí, pidiendo pan.

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Muy cruel serás si no te dueles de esto, pensando lo que en mi alma se anunciaba: y si no lloras, ¿de qué llorar sueles?

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Se despertaron, y llegó la hora en que solían darnos la comida,y por su sueño cada cual dudaba.

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Y oí clavar la entrada desde abajo de la espantosa torre; y yo miraba la cara a mis hijitos sin moverme.

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Yo no lloraba, tan de piedra era;lloraban ellos; y Anselmuccio dijo:

50«Cómo nos miras, padre, ¿qué te pasa?»51

Pero yo no lloré ni le repuseen todo el día ni al llegar la noche, hasta que un nuevo sol salía a mundo.

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Como un pequeño rayo penetrase en la penosa cárcel, y miraraen cuatro rostros mi apariencia misma,

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ambas manos de pena me mordía;y al pensar que lo hacía yo por ganas de comer, bruscamente levantaron,

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diciendo: « Padre, menos nos doliera si comes de nosotros; pues vestiste estas míseras carnes, las despoja.»

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Por más no entristecerlos me calmaba;ese día y al otro nada hablamos:Ay, dura tierra, ¿por qué no te abriste?

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Cuando hubieron pasado cuatro días, Gaddo se me arrojó a los pies tendido,

68diciendo: «Padre, ¿por qué no me ayudas?»69

Allí murió: y como me estás viendo, vi morir a los tres uno por unoal quinto y sexto día; y yo me daba

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ya ciego, a andar a tientas sobre ellos.Dos días les llamé aunque estaban muertos:después más que el dolor pudo el ayuno.»

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Cuando esto dijo, con torcidos ojos volvió a morder la mísera cabeza,y los huesos tan fuerte como un perro.

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¡Ah Pisa, vituperio de las gentes

del hermoso país donde el «sí» suena!, pues tardos al castigo tus vecinos,

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muévanse la Gorgona y la Capraia,y hagan presas allí en la hoz del Arno, para anegar en ti a toda persona;

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pues si al conde Ugolino se acusaba por la traición que hizo a tus castillos, no debiste a los hijos dar tormento.

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Inocentes hacía la edad nueva,nueva Tebas, a Uguiccion y al Brigada

89y a los otros que el canto ya ha nombrado.»90

A otro lado pasamos, y a otra gente envolvía la helada con crudeza,y no cabeza abajo sino arriba.

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El llanto mismo el lloro no permite, y la pena que encuentra el ojo lleno,vuelve hacia atras, la angustia acrecentando;

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pues hacen muro las primeras lágrimas, y así como viseras cristalinas,llenan bajo las cejas todo el vaso.

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Y sucedió que, aun como encallecido por el gran frío cualquier sentimiento hubiera abandonado ya mi rostro,

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me parecía ya sentir un viento,por lo que yo: «Maestro, ¿quién lo hace?,¿No están extintos todos los vapores?»

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Y él me repuso: «En breve será cuando a esto darán tus ojos la respuesta, viendo la causa que este soplo envía.»

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Y un triste de esos de la fría costra gritó: «Ah vosotras, almas tan crueles, que el último lugar os ha tocado,

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del rostro levantar mis duros velos,que el dolor que me oprime expulsar pueda, un poco antes que el llanto se congele.»

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Y le dije: «Si quieres que te ayude, dime quién eres, y si no te libro,

merezca yo ir al fondo de este hielo.»117

Me respondió: «Yo soy fray Alberigo; soy aquel de la fruta del mal huerto, que por el higo el dátil he cambiado.»

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«Oh, ¿ya estás muerto --díjele yo- entonces? Y él repuso: «De cómo esté mi cuerpoen el mundo, no tengo ciencia alguna.

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Tal ventaja tiene esta Tolomea,que muchas veces caen aquí las almas

125antes de que sus dedos mueva Atropos;126

y para que de grado tú me quiteslas lágrimas vidriadosas de mi rostro, sabe que luego que el alma traiciona,

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como yo hiciera, el cuerpo le es quitado por un demonio que después la rige, hasta que el tiempo suyo todo acabe.

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Ella cae en cisterna semejante;y es posible que arriba esté aún el cuerpo de la sombra que aquí detrás inverna.

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Tú lo debes saber, si ahora has venido:que es Branca Doria, y ya han pasado muchos años desde que fuera aquí encerrado.»

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«Creo -le dije yo- que tú me engañas; Branca Doria no ha muerto todavía,y come y bebe y duerme y paños viste.»

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«Al pozo -él respondió- de Malasgarras, donde la pez rebulle pegajosa,aún no había caído Miguel Zanque,

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cuando éste le dejó al diablo un sitio en su cuerpo, y el de un pariente suyo

146que la traición junto con él hiciera.147

Mas extiende por fin aquí la mano;abre mis ojos.» Y no los abrí;

149y cortesia fue el villano serle.150

¡Ah genoveses, hombres tan distantes de todo bien, de toda lacra llenos!,¿por qué no sois del mundo desterrados?

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Porque con la peor alma de Romaña154hallé a uno de vosotros, por sus obras

su espiritu bañando en el Cocito,156y aún en la tierra vivo con el cuerpo.