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Chapter 42 - PURGATORIO CANTO III

Por más que aquella huida repentina por la llanura a todos dispersara,hacia el monte en que aguija la justicia,

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a mi fiel compañero me arrimé:¿pues cómo habría yo sin él corrido?¿Quién por el monte hubiérame llevado?

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Le creí descontento de sí mismo:¡Oh qué digna y qué pura concïenciacon qué amargor te muerde un leve fallo!

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Cuando sus pies dejaron de ir aprisa, que a cualquier acto quítale el decoro, mi pensamiento, empecinado antes,

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reanudó su discurso, deseoso,y dirigí mis ojos hacia el monteque al cielo más se eleva de las aguas.

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El sol, que atrás en rojo flameaba, se rompia delante de mi cuerpo, pues sus rayos en mí se detenían.

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Me volví hacia los lados temeroso

de estar abandonado, cuando vi sólo ante mí la tierra oscurecida;

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y: «¿Por qué desconfías? -mi consuelo volviéndose hacia mí empezó a decirme-¿no crees que te acompaño y que te guío?

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Es ya la tarde donde sepultadoestá aquel cuerpo en el que sombra hacía;no en Brindis, sino en Nápoles se encuentra.

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Por lo cual si ante mí nada se ensombra, no debes extrañarte, igual que el cielono detiene el camino de los rayos.

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Por sufrir penas, frías y calientes,Dios ha dispuesto cuerpos semejantes, de modo que no quiere revelarnos.

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Loco es quien piense que nuestra razón pueda seguir por la infinita sendaque sigue una sustancia en tres personas.

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Os baste con el quía, humana prole; pues, si hubierais podido verlo todo, ocioso fuese el parto de María;

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y tú has visto sin frutos desearlo a tales que aquietaran su deseo, que eternamente ahora les enluta:

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de Aristóteles hablo y de Platóny aun de otros más»; y aquí inclinó la frente, y más no dijo y quedóse turbado.

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Llegamos entretanto al pie del monte;tan escarpadas estaban las rocas,que en vano habrfa piernas bien dispuestas.

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Entre Rurbia y Lerice el más desierto, el más roto barranco, es escalera, comparado con éste, abierta y fácil.

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«¿Ahora quién sabe en donde la pendiente-deteniéndose, dijo mi maestro- pueda subir aquel que va sin alas?»

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Y mientras meditaba con la vista baja, sobre la suerte del camino,

y yo miraba arriba del peñasco,57

a mano izquierda apareció una turba de almas que venía hacia nosotros, mas tan lentos que no lo parecía.

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«Alza -dije- maestro, la mirada:hay aquí quien podrá darnos consejo, si no puedes tenerlo por ti mismo.»

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Entonces miró, y con el rostro serenome dijo: «Vamos pues, que vienen lentos;y afirma la esperanza, dulce hijo.»

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Tan lejos aún estaba aquella gente, luego de haber mil pasos caminado, como un buen lanzador alcanzaria,

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cuando a las duras peñas se arrimaron de la alta sima, quietos y apretados, cual caminante que dudoso mira.

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«Felices muertos, almas elegidas-Virgilio dijo- por la paz aquellaque todos esperáis, según bien creo,

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decidnos dónde baja la montaña, para poder subir; pues más disgusta perder el tiempo a quien su precio sabe.»

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Cual salen del redil las ovejillasde una, de dos, de tres y temerosas están las otras, vista y morro en tierra;

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y lo que la primera hacen las otras, acercándose a ella si se para,simples y calmas, y el porqué no saben;

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así vi que venía la cabezade aquella grey afortunada entonces, con recatado andar y rostro honesto.

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Al ver los de delante interrumpida la luz en tierra a mi derecho flancodesde mí hasta la roca haciendo sombra,

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se detuvieron, y hacia atrás se echaron, y todos esos que detrás venían,no sabiendo por qué, lo mismo hicieron.

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«Sin que lo preguntéis yo os comunicoque este cuerpo que veis es cuerpo humano;por lo que el sol ha interceptado en tierra.

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No os debéis asombrar, pero creedme que no sin que lo quieran en el cielo estas paredes escalar pretende.»

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Así el maestro; y esas dignas gentes:«Volved -dijeron- y seguid un poco», haciéndonos señales con la mano.

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Y uno de aquéllos empezó: «Quien quiera que seas, vuelve el rostro mientras andas: recuerda si me viste en la otra vida.»

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Volví la vista a él muy fijamente rubio era y bello y de gentil aspecto, mas un tajo una ceja le partía.

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Cuando con humildad hube negado haberle visto nunca, él dijo: «Mira»y mostróme una llaga sobre el pecho.

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Luego sonriendo dijo: «Soy Manfredo: la emperatriz Constanza fue mi abuela; y te suplico que, cuando regreses,

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le digas a mi hermosa hija, madre del honor de Aragón y de Sicilia,la verdad, si es que cuentan de otro modo.

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Después de ser mi cuerpo atravesado por dos golpes mortales, me volví llorando a quien perdona de buen grado.

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Abominables mis pecados fueron mas tan gran brazo tiene la bondad infinita, que acoge a quien la implora.

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Si el pastor de Cosenza, que a mi caza

124entonces fue enviado por Clemente,125la página divina comprendiera,126

los huesos de mi cuerpo aún estarían al pie del puente junto a Benevento, y por pesadas piedras custodiados.

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Mas los baña la lluvia y mueve el viento, fuera del reino, casi junto al Verde,donde él los trasladó sin luz alguna.

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Mas por su maldición, nunca se pierde, sin que pueda volver, el infinitoamor, mientras florezca la esperanza.

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Verdad es que quien muere contumaz, con la Iglesia, aunque al fin arrepentido, fuera debe de estar de esta montaña,

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treinta veces el tiempo que viviera en esa presunción, si tal decretono se acorta con buenas oraciones.

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Piensa pues lo dichoso que me harías, a mi buena Constanza revelandocómo me has visto, y esta prohibición:

143que aquí, por los de allá, mucho se avanza.144