Cuando se acaba el juego de la zara, el perdedor se queda algo mohinoy triste aprende, repitiendo lances;
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con el otro se va toda la gente;cuál va delante, cuál detrás le agarra, cuál a su lado quiere darle coba;
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él no se para y los escucha a todos;a quien tiende la mano, al fin le suelta;y así de aquel gentío se ve libre.
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Tal entre aquella turba me encontraba, de aquí y de allá volviéndoles el rostro, y prometiendo me soltaba de ellos.
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Estaba el Aretino, quien del brazofiero de Ghin de Tacco halló la muerte,
14y el otro que se ahogó yendo de caza.15
Suplicaba, tendiéndome las manos, Federico Novello, y el de Pisa
17que hiciera parecer fuerte a Marzucco.18
Vi al conde Orso y su alma separada de su cuerpo por odio y por envidia, como decia, y no por culpa alguna.
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Pier de la Broccia digo; y que provea, mientras que aún está aquí, la de Brabante si con peor rebaño andar no quiere.
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Cuando ya me libré de todas esas sombras que suplicaban otras súplicas, porque su salvación les llegue antes,
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yo comencé: « Parece que me niegas expresamente, oh luz, en algún texto que aplaque la oración leyes del cielo;
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y esta gente por ello sólo ruega:¿es que vanas son pues sus esperanzas,o es que no he comprendido bien tu texto?»
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Y él me dijo: «Es sencilla mi escritura;y en esperar ninguno se equivoca, si con la mente clara bien se mira;
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pues la cima del juicio no se allana
porque el fuego de amor cumpla en un punto lo que satisfacer aquí se espera;
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y allí donde hice tal afirmación,no se enmendaba, por rezar, la culpa, pues la oración de Dios estaba lejos.
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No te fijes en dudas tan profundas sino tan sólo en lo que diga aquella que entre mente y la verdad alumbre.
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No sé si entiendes: de Beatriz te hablo;arriba la verás, sobre la cimade este monte, dichosa y sonriendo.»
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Y yo: «Señor, vayamos más aprisa, que ya no estoy cansado como antes,y ya veo que el monte arroja sombra.»
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« Caminaremos mientras dure el día-él me repuso- el tiempo que podamos;mas no es la cosa como la imaginas.
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Antes de estar arriba, volverása ver aquel que oculta la ladera,de modo que sus rayos ya no rompes.
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Pero mira aquel alma que allá inmóvil, completamente sola, nos contempla:el camino más corto ha de mostrarnos.
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Nos acercamos: ¡oh ánima lombarda qué altiva y desdeñosa aparecías,qué noble y lenta en el mover los ojos!
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Ella no nos decía una palabra,mas nos dejaba andar, sólo mirando a guisa de león cuando reposa.
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Mas Virgilio acercóse a él, pidiendo que nos mostrase la mejor subida; pero a su ruego nada respondió,
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mas de nuestro país y nuestra vida nos preguntó; y mi guía comenzaba«Mantua...» y la sombra, toda en ella absorta,
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vino hacia él del sitio en que se hallaba diciendo: «¡Oh mantuano, soy Sordello,
soy de tu misma tierra!», y se abrazaron.75
¡Ah esclava Italia, albergue de dolores, nave sin timonel en la borrasca,burdel, no soberana de provincias!
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Aquel alma gentil tan prestamente, sólo al oír el nombre de su tierra, comenzó a festejar a su paisano,
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y en ti ahora sin guerras no se hallan tus vivos, y se muerden unos a otros,los que un foso y un muro mismo encierran.
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Busca, mísera, en torno de tus costas tus playas, y después mira en el centro, si alguna parte en ti de paz disfruta.
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¿De qué vale que el freno te pusiera, Justiniano, si nadie hay en la silla? Menor fuera sin ése la vergüenza.
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Ah gentes que debíais ser devotas, y consentir al César en su trono,
92si aquello que Dios manda comprendieseis,93
esa fiera mirad cuán indomable,por no ser corregida por la espuela,al poner en las riendas vuestras manos.
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¡Oh tú, tedesco Alberto, que la dejas al verla tan salvaje y tan indómita,y debiste apretarle los ijares,
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caiga de las estrellas justo juicio sobre tu sangre, y sea nuevo y claro, tal que tu sucesor le tenga miedo!
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Pues habéis consentido tú y tu padre, por la codicia de eso distraídos,que el jardín del imperio esté desierto.
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Ven y vé a Capuletos y Montescos, Filipeschos, Monaldos, ah, indolente, esos ya tristes, y estos con recelos!
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¡Ven, cruel, ven y vé la tiraniade tus nobles, y cura sus desmanes;verás a Santaflora tan oscura!
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Ven y contempla tu Roma llorando viuda y sola, llamando noche y día:« Oh mi César, por qué no me acompañas?»
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¡Verás lo mucho que se quieren todos!y si a piedad ninguna te movemos, ven y tendrás vergüenza de tu fama.
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Y si me es permitido, oh sumo Jove que por nosotros en cruz te pusieron,¿es que has vuelto los ojos a otra parte?
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¿o te estás preparando, en el abismo de tus designios, para hacer un bienque se escapa del todo a nuestra mente?
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Pues llenas de tiranos las ciudades están de Italia toda, y un Marcelo
125se vuelve cualquier ruin que entra en un bando.126
Puedes estar contenta, ah, mi Florencia, por esta digresión que no te alcanza, pues se las sabe solventar tu pueblo.
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La justicia en su pecho muchos guardan, y, prudentes, disparan tarde el arco;mas tu pueblo la tiene en plena boca.
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Muchos rechazan cargos oficiales, mas tu pueblo solícito respondesin ser llamado, y grita: «iYo lo acepto!»
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¡Alégrate, porque motivos tienes:tú rica, tú con paz, y tú prudente!De si digo verdad, están las muestras.
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Las Atenas y Espartas, que inventaron las viejas leyes tan civilizadasdel bien vivir, hicieron débil prueba
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comparadas contigo, pues que haces tan sutiles decretos, que a noviembre los que hiciste en octubre nunca llegan.
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Hasta donde recuerdo, ¿cuántas veces leyes, monedas, hábitos y oficios,has mudado, y cambiado de habitantes?
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Y si te acuerdas bien y lo ves claro,
te verás semejante a aquella enferma
que no encuentra reposo sobre plumas,150mas dando vueltas calma sus dolores.