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Chapter 47 - PURGATORIO CANTO IX

Del anciano Titón la concubina emblanquecía en el balcón de oriente, fuera ya de los brazos de su amigo;

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en su frente las gemas relucían puestas en forma del frío animal que con la cola a la gente golpea;

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la noche, de los pasos con que asciende, dos llevaba en el sitio en donde estábamos, y el tercero inclinaba ya las alas;

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cuando yo, que de Adán algo conservo, adormecido me tumbé en la hierba donde los cinco estábamos sentados.

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Cuando a sus tristes layes da comienzo la golondrina al tiempo de alborada, acaso recordando el primer llanto,

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y nuestra mente, menos del pensar presa, y más de la carne separada, casi divina se hace a sus visiones,

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creí ver, en un sueño, suspendidaun águila en el cielo, de áureas plumas, con las alas abiertas y dispuesta

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a descender, allí donde a los suyos dejara abandonados Ganimedes, arrebatado al sumo consistorio.

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¡Acaso caza ésta por costumbre aquí –pensé-, y acaso de otro sitio desdeña arrebatar ninguna presa!

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Luego me pareció que, tras dar vueltas, terrible como el rayo descendía,y que arriba hasta el fuego me llevaba.

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Allí me pareció que ambos ardíamos; y el incendio soñado me quemaba tanto, que el sueño tuvo que romperse.

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No de otro modo se inquietara Aquiles, volviendo en torno los despiertos ojosy no sabiendo dónde se encontraba,

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cuando su madre de Quirón a Squira en sus brazos dormido le condujo, donde después los griegos lo sacaron;

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cual yo me sorprendí, cuando del rostro el sueño se me fue, y me puse pálido,como hace el hombre al que el espanto hiela.

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Sólo estaba a mi lado mi consuelo, y el sol estaba ya dos horas alto,

44y yo la cara al mar tenía vuelta.45

«No tengas miedo -mi señor me dijo-; cálmate, que a buen puerto hemos llegado; no mengües, mas alarga tu entereza.

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Acabas de llegar al Purgatorio:ve la pendiente que en redor le cierra;y ve la entrada en donde se interrumpe.

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Antes, al alba que precede al d��a,cuando tu alma durmiendo se encontraba, sobre las flores que aquel sitio adornan,

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vino una dama, y dijo: «Soy Lucía;deja que tome a éste que ahora duerme;así le haré más fácil el camino.»

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Sordello se quedó, y las otras formas; Te cogió y cuando el día clareaba,vino hacia arriba y yo tras de tus pasos.

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Te dejó aquí, mas me mostraron antes sus bellos ojos esa entrada; y luego ella y tu sueño a una se marcharon.»

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Como un hombre que sale de sus dudas y que cambia en sosiego sus temores, después que la verdad ha descubierto,

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cambié yo; y como sin preocupaciones me vio mi guía, por la escarpadura anduvo, y yo tras él hacia lo alto.

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Lector, observarás cómo realzomis argumentos, y aún con más arte si los refuerzo, no te maravilles.

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Nos acercamos hasta el mismo sitio que antes me había parecido roto,como una brecha que un muro partiera,

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vi una puerta, y tres gradas por debajo para alcanzarla, de colores varios,y un portero que aún nada había dicho.

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Y como yo aún los ojos más abriera, le vi sentado en la grada más alta, con tal rostro que no pude mirarlo;

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y una espada tenía entre las manos, que los rayos así nos reflejaba,que en vano a ella dirigí mi vista.

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«Decidme desde allí: ¿Qué deseáis

-él comenzó a decir- ¿y vuestra escolta? No os vaya a ser dañosa la venida.»

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«Una mujer del cielo, que esto sabe,-le respondió el maestro- nos ha dicho antes, id por allí, que está la puerta.»

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«Y ella bien ha guiado vuestros pasos-cortésmente el portero nos repuso-:venid pues y subid los escalones.

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Allí subimos; y el primer peldaño era de mármol blanco y tan pulido, que en él me espejeé tal como era.

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Era el segundo oscuro más que el perso hecho de piedra áspera y reseca, agrietado a lo largo y a lo ancho.

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El tercero que encima descansaba, me pareció tan llameante pórfido,cual la sangre que escapa de las venas.

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Encima de éste colocaba el ángelde Dios, sus plantas, al umbral sentado, que piedra de diamante parecía.

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Por los tres escalones, de buen grado, el guía me llevó, diciendo: «Pide humildemente que abran el cerrojo.»

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A los pies santos me arrojé devoto; y pedí que me abrieran compasivos, mas antes di tres golpes en mi pecho.

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Siete P, con la punta de la espada,en mi frente escribió: «Lavar procura estas manchas -me dijo- cuando entres.»

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La ceniza o la tierra seca erandel color mismo de sus vestiduras;y de debajo se sacó dos llaves.

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Era de plata una y la otra de oro;con la blanca y después con la amarilla algo que me alegró le hizo a la puerta.

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«Cuando cualquiera de estas llaves falla, y no da vueltas en la cerradura

-dijo él- esta entrada no se abre.

Más rica es una; pero la otra, antes123de abrir, requiera más ingenio y arte,porque es aquella que el nudo desata.

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Me las dio Pedro; y díjome que errase antes en el abrirla que en cerrarla, mientras la gente en tierra se prosterne.»

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Después empujó la puerta sagrada, diciéndonos: «Entrad, pero os adviertoque vuelve afuera aquel que atrás mirase.»

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Y al girar en sus goznes las esquinasde aquellas sacras puertas, que de fuertes y sonoros metales están hechas,

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no rechinó ni se mostró tan dura Tarpeya, cuando al bueno de Metelo la arrebataron, y quedó arruinada.

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Yo me volví con el sonar primero, y Te Deum Laudamus parecía

140escucharse en la voz y en dulces sones.141

Tal imagen al punto me veníade lo que oía, como la que suele cuando cantar con órgano se escucha;

144que ahora no, que ahora sí, se entiende el texto.