Era la sexta vez que Yaya me atrapaba. No tenía otra opción, más que esperar a que los demás salieran en la habitación para hacer yo lo mismo. Mientras esperaba, me perdía en el reflejo del espejo frente mío. Alcanzaba a ver las expresiones preocupadas de los demás, con las instrucciones dadas por Yaya: No dejarme ni un segundo sin supervisión. Así que, no me quedaba de otra, más que quedarme quieta y ver el reflejo.
Mi aspecto no se asemejaba al usual, con toques de tierna e inocente a la mirada de los demás, lo "esperado de un Omega". Una ligera capa de maquillaje, que cubría las imperfecciones y el cabello ahora no estaba siendo un desastre como normalmente lo es, sino que lo habían peinado en una perfecta media coleta con unos mechones sueltos para enmarcar mi rostro. Por arreglado que estuviera mi cabello, seguía sobresaliendo de todos modos. Tener un cabello de un color no tan común, no me ayudaba mucho. Blanco con las raíces rojizas. La herencia Kaehi era claro en el color de la raíz, pero el resto... nadie lo sabía, y la única persona que lo podría saber ya no se encuentra en este mundo.
Unas manos expertas acomodan el vestido rosa, arreglan el tul de una manera etérea y delicada. Solo me queda suspirar y poner los ojos en blanco al pensar en la temática que tenía mi abuela esta vez para "venderme" al nuevo Alfa que conoció. El Delta cuya piel denotaba aires mucho más cálidos se miraba preocupado, cada vez más al ver de cuanto en cuanto su reloj.
Alguien más entró a la habitación casi corriendo con varios pares de joyería en las manos, las cuales fueron enseguida elegidos y tomados por el Delta. Terminó con dos collares, uno en cada mano. Se acerca poniendo ambos collares a cada lado de mi cara. Ambas piezas son hermosas, sin embargo, su elección termina al tomar el collar plateado con cristales blancos.¿Cuánto había gastado Yaya en crear esta apariencia? ¿Tanto vale este Alfa que conoceré para el arreglo matrimonial? Porque lo sé, cuántas veces mi abuela había intentado escalar las clases al tratar de conseguir que algún Alfa de alta cuna se uniera a mí. Claro que sin algún resultado esperado por Yaya, siempre lograba que me escapara antes de conocer a mi futuro prometido.
La razón de escapar antes de conocerlos, recabe en una sola. Si por alguna razón les agradaba, mi destino terminaría sellado con ellos a mi lado. Sin tener valor alguno al ser una Omega. Nunca podría escapar, silenciada de por vida. Algo que no tengo planeado.
El Delta seguía impaciente y me checa por una última vez al igual que su reloj. Algo no le convence y sale de la habitación con el resto del equipo. ¡Perfecto! Salté mentalmente de alegría. Deprisa busco mis zapatos por la habitación, encontrándolos en el vestidor. Me puse los tenis y sin tener nada que esperar, salí.
En el pasillo, me encuentro con el hombre con un par de zapatos con tacón en las manos. Su cara resulta todo un poema, con desconcierto y angustia. Al parecer Yaya ya le había comentado sobre mis fugas anteriores. Bueno, ¿qué se le podía hacer? No planeo quedarme de brazos cruzados mientras que Yaya me desposaba a cualquier Alfa que se le cruzara en su camino.
Desprovista de razón alguna para quedarme, corro al lado contrario al que sigo que es el final del pasillo. Escucho al resto del grupo moverse, de nuevo giro y retomo la carrera hacia su encuentro. Aprovechándome de mi pequeña complexión y sorpresa de los demás, escapo entre los huecos que dejan las personas, uno entre otros, sin que me atrapen. Llego a los elevadores y llamó a uno. No se tarda más que unos preciosos segundos, que me permiten ver dónde están las escaleras de emergencia. Ya con el elevador ahí, le mandó de regreso al lobby sin estar yo dentro. Con eso corro a las escaleras de emergencia y subo un piso más.
Trato de relajarme, al sentirme con la adrenalina en todo el cuerpo. Me acerco a la sala que está en la zona de los elevadores. Me siento en un cómodo y espacioso sofá gris. Cierro los ojos, sintiendo como cada músculo de mi cuerpo se tranquiliza. Una vez mi respiración restablecida, abro los ojos y ésta vez sí tomo el ascensor al lobby. Sonrió para mí misma al ver que sucedían las cosas como lo había predicho, quienes mi abuela había contratado se encontraban ya fuera del hotel, buscándome por sus alrededores.
Se les veía sorprendidos a los recepcionistas al encontrarme ahí. Supongo que les habían avisado sobre mi "supuesta partida". Pero aquello no me detenía, de todos modos salgo del hotel a través de las grandes puertas de cristal, emprendiendo la carrera a casa.
Odiaba este vestido. El tul solo me impedía correr correctamente, además de verme como una ridícula. Ya me podía imaginar como me veían las personas al pasar a su lado: "una chica demasiado arreglada corriendo como una maniática". Si ellos estuvieran en mi situación, harían lo mismo.
No le tomaba importancia las miradas que me mandaban, prefería verme así, que el estar en esa horrible reunión. Tomé como puede las capas de tul, para mejorar el estorbo que me daba. Miraba con envidia el transporte público. Era incapaz de tomarlo al dejar mis cosas en la universidad. Y claro que entre esas cosas se encontraba mi dinero. Maravilloso. Solo me quedaba correr como idiota por la ciudad de Ziawan.
Cuando consideré una distancia razonable con el hotel, relajé el paso a una caminata tranquila. Estar física y mentalmente agotada era poco. Había tenido una semana de perros en la universidad, para que llegara Yaya y la "mejorara" aún más. Fantástico. Justo lo que quería. Solo por rezarle a quien fuera, esperaba que Nia y Lucas guardaran mis cosas.
Sin aparato electrónico a la mano, ni dinero para utilizar el transporte, hizo que le prestara mucha más atención al camino entre la ciudad, admirando las altas construcciones de los edificios cubiertos por plantas. Como siempre, era una vista espectacular, que quitaba el aliento. Una Jungla, así le llamaban. El equilibrio perfecto entre la facilidad de vivir con el medio ambiente. Amaba mucho mi ciudad, aunque si me preguntaran que era lo que cambiaría de aquí sería el clima. Terrible era el calor húmedo del aire.
Después de una hora del atroz calor, al fin llegué al conjunto de edificios donde vivía con Damian.
Al llegar a la entrada del edificio, un vecino me saludó cortésmente y mantuvo la puerta abierta para pode ingresar. Le agradecí con un ligero movimiento de la cabeza e ingresé rápidamente, estaba que me carcomía la pena. Era diferente frente a un grupo de personas desconocidas me vieran así. La cosa cambiaba cuando me veía alguien que más o menos conocía. No, no gracias. Apresurada, paso la primera planta, casi corriendo de nuevo al ascensor. Subí hasta al octavo piso, esperando de milagro Damian se encontrara en casa. No tenía las llaves. Muy bien Ciara, así se hace.
Toqué el timbre una vez. Dos veces. En la décima vez, me rendí al saber que no había nadie dentro y me senté sobre el suelo.
Sin nada con qué entretenerme y esperando por un largo tiempo, hizo que me quedara viendo el cielo por la ventana que había en el pasillo. Aún cuando para estar contenido dentro de ese rectángulo, fácilmente se veía que era un gran océano con un gran campo, con aves entrando y saliendo de la escena. Mientras más veía la ventana, más me sentía atrapada en ella. Estaba sujetada al suelo y a diferencia de los que podían volar, para mí no era tan fácil la libertad. Yo quería poder probar esa liberación que se tenía al volar, más al ser tan cercana con seres que eran capaces de hacerlo. Personas importantes en mi vida, tenían aquella capacidad. Mientras que yo me quedaba aquí, pegada al suelo, viendo con envidia como eran libres surcando los vientos. Un sueño imposible.
Un sonido parecido a un timbre me regresó a la realidad. Miré al elevador, mientras las puertas de éste se abrían, dejándome ver su interior. Al fin, Damian había llegado.
Así como él se cruzó con mi mirada, sus ojos se pasearon por, lo que supongo, mi vestuario. Su cara pasaba de una expresión de confusión a una de total burla. En menos de un segundo se reía con ganas. Que podía decir, yo haría lo mismo si viera aquello en alguien más.
Su risa era fuerte sin intención de ocultarla en absoluto. Su cabello negro se veía como una mata de pelo, moviéndose con cada carcajada que soltaba.
Después de unos minutos eternos, ya no podía más con su risa, de modo que sonaba entrecortada para poder respirar.
–Ja ja. Sí, sí muy divertido– el cinismo era claro en mi voz. Que podía decir, yo haría lo mismo si viera aquello en alguien más, pero aquella era yo y no me daba tanta gracia.
–Jajajaja... ¿Qué con ese atuendo?– trató de preguntarme cómo podía por la risa. Así que le contesté de una manera sencilla: –Yaya–.
–Jaja, ahora sí se pasó mi madre con el tul–. Un poco mas tranquilo se acercó a mí, poniendo una de sus manos sobre mi cabeza para revolver mi cabello. –Supondré que las llaves se quedaron con tus cosas... ¿en la universidad?–.
Resopló con disgusto. Oh no, yo quería quedarme aquí afuera viendo por horas la ventana en el pasillo fuera de casa. Claro, una actividad que la hago siempre. O eso era lo que quería decir, no obstante, me quedé en silencio. Con eso comentó que sería bueno tener otra copia de las llaves para emergencias y que mañana me llevaría a casa de Nia, quien supondría era la que tenía mis cosas. Solamente me encogí de hombros, al quitarle importancia al asunto. Ya mañana vería que haría respecto a ese asunto.
Sin tardar más tiempo, abrió la puerta. Al pasar el alumbral, se sintió un cambio drástico en la temperatura del interior comparada con la del ambiente. Ésta era bastante más fría, provocando a Damian temblar casi al instante con su contacto al frío. ¡Ups! Tal vez había dejado el aire acondicionado un poco más bajo de lo que debería.