El ascensorista le dijo:
—Ponga los pies debajo de la
barandilla. ¿No ve el letrero?
Los otros lo habían hecho así. Le
miraban sonriendo mientras él trataba
frenética y vanamente de descender por
la pared. Sus zapatos se apretaban contra
la parte superior de las barandillas de
cromo que se extendían por el suelo en
hileras paralelas separadas ligeramente
entre sí. Al entrar se había fijado en ellas
y las había ignorado.
Entonces alguien alzó una mano y le
estiró hacia abajo.
Logró articular las gracias al tiempo
que el ascensor se detenía.
Salió a una terraza abierta bañada por
un brillo blanco que le hirió la vista. El
hombre que le había ayudado en el
ascensor estaba inmediatamente detrás de
él. Dijo, con amabilidad:
—Hay muchos asientos.
Gaal cerró la boca —la tenía abierta
— y dijo:
—Así
parece.
—Se
dirigió
automáticamente hacia ellos y entonces
se detuvo.
Dijo:
—Si no le importa, me quedaré un
momento junto a la barandilla. Quiero…
quiero mirar un poco.
El hombre le hizo una seña de
asentimiento, con afabilidad, y Gaal se
apoyó sobre la barandilla, que le llegaba
a la altura del hombro, y se sumió en el
panorama.
No pudo ver el suelo. Estaba perdido
en las complejidades cada vez mayores
de las estructuras hechas por el hombre.
No pudo ver otro horizonte más que el
del metal contra el cielo, que se extendía
en la lejanía con un color gris casi
uniforme, y comprendió que así era en
toda la superficie del planeta. Apenas se
podía ver ningún movimiento —unas
cuantas naves de placer se recortaban
contra el cielo—, aparte del activo tráfico
de los miles de millones de hombres que
se movían bajo la piel metálica del
mundo.
No se podía ver ningún espacio
verde; nada de verde, nada de tierra,
ninguna otra vida más que la humana. En
alguna parte de aquel mundo, pensó
vagamente, estaría el palacio del
emperador enclavado en medio de ciento
cincuenta kilómetros de tierra natural,
llena de árboles verdes y adornada de
flores. Era un pequeño islote en un
océano de acero, pero no se veía desde
donde él estaba. Debía de hallarse a
quince mil kilómetros de distancia. No lo
sabía.
¡No podía esperar demasiado a hacer
aquel viaje turístico!
Suspiró haciendo ruido; y se dio
realmente cuenta de que al fin estaba en
Trántor; en el planeta que era el centro de
toda la Galaxia y el núcleo de la raza
humana. No vio ninguna de sus
debilidades. No vio aterrizar ninguna
nave de comida. No estaba enterado de la
yugular que conectaba con delicadeza a
los cuarenta mil millones de Trántor con
el resto de la Galaxia. Sólo era consciente
de la extrema proeza del hombre; la
conquista
completa
y
casi
desdeñosamente final de un mundo.
Se retiró de la barandilla con los ojos
llenos de asombro. Su amigo del ascensor
le indicaba un asiento junto al suyo y
Gaal lo ocupó.
El hombre sonrió.
—Me llamo Jerril. ¿Es la primera vez
que visita Trántor?
—Sí, señor Jerril.
—Eso me había parecido. Jerril es mi
nombre de pila. Trántor le gustará si tiene
un temperamento poético. Sin embargo,
los trantorianos nunca suben aquí. No les
gusta; les pone nerviosos.
—¡Nerviosos! Por cierto, yo me
llamo Gaal. ¿Por qué los pone nerviosos?
Es formidable.
—Es cuestión de opiniones, Gaal. Si
has nacido en un cubículo y crecido en un
pasillo, y trabajado en una celda, y
pasado tus vacaciones en una habitación
solar llena de gente, es lógico que la
salida al aire libre y el panorama del cielo
por encima de tu cabeza te ponga
nervioso. Obligan a los niños a subir aquí
una vez al año, desde que cumplen los
cinco. No sé si les hace algún bien. En
realidad, no disfrutan mucho de ello y las
primeras veces gritan como histéricos.
Tendrían que empezar en cuanto
aprenden a andar y venir aquí una vez por
semana.
Prosiguió:
—Claro que, en realidad, no importa.
¿Y si nunca en su vida salen al exterior?
Son felices ahí abajo y administran el
imperio. ¿A qué altura cree que estamos?
—¿A mil quinientos metros? —Se
preguntó si habría sido un ingenuo.
Debió serlo, pues Jerril se echó a reír.
Dijo:
—No. Sólo a ciento cincuenta.
—¿Qué? Pero el ascensor tardó
unos…
—Lo sé. Pero ha empleado la mayor
parte del tiempo en llegar al nivel del
suelo. Trántor está excavado a más de dos
mil metros de profundidad. Es como un
iceberg. Nueve décimas partes están
ocultas. Incluso se extiende por terreno
suboceánico, al borde de la playa. De
hecho, estamos tan abajo que podemos
hacer uso de la diferencia de temperatura
entre el nivel del suelo y un par de
kilómetros más abajo para abastecernos
de toda la energía que necesitamos. ¿Lo
sabía?
—No. Pensaba que utilizaban
generadores atómicos.
—Lo hacíamos, pero esto es más
barato.
—Me lo imagino.
—¿Qué le parece? —Por un
momento, la afabilidad del hombre se
transformó en astucia. Parecía casi
ladino.
Gaal titubeó.
—Formidable —repitió.
—¿Está aquí de vacaciones? ¿De
viaje? ¿De visita a los lugares de interés?
—No exactamente. Por lo menos,
siempre había deseado venir a Trántor,
pero mi razón principal para este viaje es
hacerme cargo de un empleo.
—¿De verdad?
Gaal se vio obligado a dar más
explicaciones.
—Un empleo en el proyecto del
doctor Seldon, en la Universidad de
Trántor.
—¿Cuervo Seldon?
—No, no. Yo me refiero a Hari
Seldon; el psicohistoriador Seldon. No
conozco a ningún Cuervo Seldon.
—Hari es el que yo quiero decir. Le
llaman Cuervo. Es una especie de jerga,
¿sabe? No deja de predecir el desastre.
—¿De verdad? —Gaal estaba
literalmente asombrado.
—Seguramente, usted debe saberlo.
—Jerril no sonreía—. Ha venido para
trabajar con él, ¿no?
—Bueno, sí, soy matemático. ¿Por
qué predice el desastre? ¿Qué clase de
desastre?
—Y a usted, ¿qué le parece?
—No tengo ni la menor idea. He
leído los documentos publicados por el
doctor Seldon y su grupo. Versan sobre
teoría matemática.
—Los que publican, sí.
Gaal se sintió molesto. Dijo:
—Bien, vuelvo a mi cuarto. He
estado encantado de conocerle.
Jerril alzó la mano indiferentemente
en señal de despedida.
Gaal encontró a un hombre aguardándole
en su habitación. Por un momento, la
sorpresa le impidió pronunciar el
inevitable: «¿Qué hace usted aquí?» que
acudió a sus labios.
El hombre se levantó. Era viejo y casi
calvo y cojeaba ligeramente, pero tenía
los ojos penetrantes y azules.
—Soy Hari Seldon —dijo un instante
antes de que el perplejo cerebro de Gaal
recordara su rostro por las muchas veces
que lo había visto en fotografías.
4
PSICOHISTORIA—
…Gaal
Dornick, utilizando conceptos no
matemáticos, ha definido la
psicohistoria como la rama de las
matemáticas que trata sobre las
reacciones de conglomeraciones
humanas
ante
determinados
estímulos sociales y económicos…
Implícita
en
todas
estas
definiciones está la suposición de
que el número de humanos es
suficientemente grande para un
tratamiento estadístico válido. El
tamaño necesario de tal número
puede ser determinado por el primer
teorema de Seldon, que… Otra
suposición necesaria es que el
conjunto humano debe desconocer
el análisis psicohistórico a fin de
que su reacción sea verdaderamente
casual…
La base de toda psicohistoria
válida reside en el desarrollo de las
funciones Seldon, que exponen
propiedades congruentes a las de
tales fuerzas sociales y económicas
como…
Enciclopedia Galáctica
—Buenas tardes, señor —dijo Gaal—.
Yo… yo…
—Usted no creía que fuéramos a
vernos antes de mañana, ¿verdad?
Normalmente, así hubiera tenido que ser.
La cuestión es que, si vamos a utilizar sus
servicios, hemos de actuar con rapidez.
Cada vez es más difícil obtener ayuda.
—No le comprendo, señor.
—Ha estado hablando con un hombre
en la torre de observación, ¿verdad?
—Sí. Su nombre de pila es Jerril. No
sé nada más de él.
—Su nombre no significa nada. Es
agente de la Comisión de Seguridad
Pública. Le ha seguido desde el puerto
espacial.
—Pero ¿por qué? No comprendo
nada.
—¿Le ha dicho el hombre de la torre
algo sobre mí?
Gaal vaciló.
—Se refirió a usted como a Cuervo
Seldon.
—¿Le ha dicho por qué?
—Ha dicho que predice el desastre.
—Así es. ¿Qué le parece Trántor?
Al parecer todo el mundo quería
conocer su opinión sobre Trántor. Gaal
fue incapaz de responder con otra
palabra:
—Glorioso.
—Lo dice sin pensar. ¿Qué hay de la
psicohistoria?
—No se me ha ocurrido aplicarla al
problema.
—Al poco tiempo de trabajar
conmigo, jovencito, aprenderá a aplicar la
psicohistoria a todos los problemas como
algo rutinario. Observe. —Seldon extrajo
su calculadora de la bolsa del cinturón.
La gente decía que la guardaba debajo de
la almohada para usarla en momentos de
debilidad. Su superficie gris y brillante
estaba ligeramente desgastada por el uso.
Los ágiles dedos de Seldon, ahora
manchados por la edad, juguetearon a lo
largo del duro plástico que la bordeaba.
Unas cifras rojas surgieron del gris.
Dijo:
—Esto representa el estado del
imperio en el momento actual.
Aguardó.
Finalmente, Gaal dijo:
—Supongo que esto no es una
representación completa.
—No, no es completa —dijo Seldon
—. Me alegro de ver que no acepta mi
palabra ciegamente. Sin embargo, es una
aproximación que servirá para demostrar
el problema. ¿Está de acuerdo con esto?
—Sujeto a mi posterior verificación
de la derivación de la función, sí. —Gaal
evitaba cuidadosamente una posible
trampa.
—Bien. Añada a esto la conocida
probabilidad del asesinato imperial,
revuelta
virreinal,
la
reaparición
contemporánea de períodos de depresión
económica, la disminución de las
exploraciones planetarias, el…
Siguió hablando. A cada punto
mencionado, aparecían nuevas cifras, y se
unían a las funciones básicas que
aumentaban y cambiaban.
Gaal no le interrumpió más que una
vez.
—No comprendo la validez de esta
transformación de conjunto.
Seldon la repitió más lentamente.
Gaal dijo:
—Pero esto se hace por medio de una
socio-operación prohibida.
—Bien. Es usted rápido, pero no lo
bastante. No está prohibida en esta
conexión.
Déjeme
hacerlo
por
expansiones.
El procedimiento fue mucho más
largo, y, una vez terminado, Gaal dijo,
humildemente:
—Sí, ahora lo comprendo.
Al fin, Seldon se detuvo.
—Esto es Trántor dentro de cinco
siglos. ¿Cómo lo interpreta usted? ¿Eh?
—Ladeó la cabeza y aguardó.
Gaal dijo, con incredulidad:
—¡Una destrucción total! Pero…,
pero esto es imposible. Trántor nunca ha
sido…
Seldon se hallaba dominado por la
intensa excitación de un hombre que sólo
ha envejecido de cuerpo.
—Vamos, vamos. Ha visto cómo
hemos obtenido el resultado. Tradúzcalo
a palabras. Olvide el simbolismo por un
momento.
Gaal dijo:
—A medida que Trántor se
especializa más, es más vulnerable,
menos capaz de defenderse a sí mismo.
Además, a medida que se convierte cada
vez más en el centro administrativo del
imperio, su precio aumenta. A medida
que la sucesión imperial se hace más
incierta, y los feudos pertenecientes a
grandes familias más agresivos, la
responsabilidad social desaparece.
—Es suficiente. ¿Y qué hay de la
probabilidad numérica de una destrucción
total dentro de cinco siglos?
—No lo sé.
—Seguramente podrá realizar una
diferenciación de campo.
Gaal se sintió presionado. No le fue
ofrecida la calculadora. Se hallaba a unos
centímetros de sus ojos. Calculó
furiosamente y la frente se le perló de
sudor.
—¿Cerca de un 85%?
—No está mal —indicó Seldon,
echando hacia afuera el labio inferior—,
pero no es exacto. La cifra actual es el
92,5%.
—¿Así que le llaman Cuervo Seldon?
Nunca había leído tal cosa en los
periódicos —dijo Gaal.
—Claro
que
no.
Es
algo
impublicable. ¿Supone que el imperio
expondría su debilidad de esta manera?
Esto no es más que una demostración
muy sencilla de la psicohistoria. Lo que
ocurre es que nuestros resultados se han
filtrado entre la aristocracia.
—Mala cosa.
—No necesariamente. Todo está
previsto.
—Pero ¿es ésta la razón de que me
investiguen?
—Sí. Están investigando todo lo que
concierne a mi proyecto.
—¿Se encuentra usted en peligro,
señor?
—Oh, sí. Existe la probabilidad de un
1,7% de que me ejecuten, aunque esto no
detendría el proyecto. También hemos
previsto esta eventualidad. Bueno, no
importa. Supongo que mañana se reunirá
conmigo en la universidad, ¿no es así?
—En efecto —repuso Gaal.
5
COMISIÓN
DE
SEGURIDAD
PÚBLICA — …La camarilla
aristocrática subió al poder después
del asesinato de Cleón I, último de
los Entum. En general, formaron un
núcleo de orden durante los siglos
de inestabilidad e incertidumbre del
imperio. Habitualmente, bajo el
control de las grandes familias de
los Chen y los Divart, degeneró
eventualmente en un instrumento
ciego para mantener el statu quo…
No fueron completamente apartados
del poder en el estado hasta la
coronación del último emperador
totalitario, Cleón II. El primer
presidente de la Comisión…
… En cierto modo, el principio
de la decadencia de la Comisión
puede situarse en el proceso de Hari
Seldon dos años antes del comienzo
de la Era Fundacional. Este proceso
está descrito en la biografía de Hari
Seldon escrita por Gaal Dornick…
Enciclopedia Galáctica
Gaal no acudió a su cita. A la mañana
siguiente un zumbido amortiguado le
despertó. Contestó, y la voz del conserje,
tan apagada, cortés y modesta como
debía ser, le informó que estaba detenido
bajo las órdenes de la Comisión de
Seguridad Pública.
Gaal se precipitó hacia la puerta y
descubrió que ya no estaba abierta. No
podía hacer otra cosa más que vestirse y
esperar.
Fueron a buscarle y le llevaron a otro
lugar, pero seguía estando detenido. Le
hicieron preguntas con la mayor
educación. Todo era muy civilizado. Él
explicó que pertenecía a la provincia de
Synnax; que había asistido a esta y
aquella escuela y obtenido un diploma de
doctor en matemáticas en tal y tal fecha.
Había solicitado un puesto entre el
personal del doctor Seldon y le habían
aceptado. Dio estos detalles una y otra
vez; y ellos volvieron a la pregunta de su
unión al Proyecto Seldon una y otra vez.
Cómo se había enterado de él; cuáles
serían sus deberes; qué instrucciones
secretas había recibido; de qué se trataba.
Contestó que no lo sabía. No tenía
instrucciones secretas. Era un erudito y
un matemático. La política no le
interesaba.
Y finalmente el amable inquisidor le
preguntó:
—¿Cuándo tendrá lugar
la destrucción de Trántor?
Gaal titubeó.
—Yo no sé calcularlo.
—¿Y otros?
—¿Cómo podría hablar por otra
persona?
—Se
sintió
acalorado;
demasiado acalorado.
El inquisidor preguntó:
—¿Le ha hablado alguien de dicha
destrucción; ha establecido una fecha? —
Y como el joven vacilara, continuó—: Le
han seguido, doctor. Estábamos en el
aeropuerto cuando usted llegó; en la torre
de observación cuando esperaba la hora
de la cita; y, naturalmente, pudimos oír su