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Chapter 6 - Primera parte 01 - LOS PSICOHISTORIADORES (02)

El ascensorista le dijo:

—Ponga los pies debajo de la

barandilla. ¿No ve el letrero?

Los otros lo habían hecho así. Le

miraban sonriendo mientras él trataba

frenética y vanamente de descender por

la pared. Sus zapatos se apretaban contra

la parte superior de las barandillas de

cromo que se extendían por el suelo en

hileras paralelas separadas ligeramente

entre sí. Al entrar se había fijado en ellas

y las había ignorado.

Entonces alguien alzó una mano y le

estiró hacia abajo.

Logró articular las gracias al tiempo

que el ascensor se detenía.

Salió a una terraza abierta bañada por

un brillo blanco que le hirió la vista. El

hombre que le había ayudado en el

ascensor estaba inmediatamente detrás de

él. Dijo, con amabilidad:

—Hay muchos asientos.

Gaal cerró la boca —la tenía abierta

— y dijo:

—Así

parece.

—Se

dirigió

automáticamente hacia ellos y entonces

se detuvo.

Dijo:

—Si no le importa, me quedaré un

momento junto a la barandilla. Quiero…

quiero mirar un poco.

El hombre le hizo una seña de

asentimiento, con afabilidad, y Gaal se

apoyó sobre la barandilla, que le llegaba

a la altura del hombro, y se sumió en el

panorama.

No pudo ver el suelo. Estaba perdido

en las complejidades cada vez mayores

de las estructuras hechas por el hombre.

No pudo ver otro horizonte más que el

del metal contra el cielo, que se extendía

en la lejanía con un color gris casi

uniforme, y comprendió que así era en

toda la superficie del planeta. Apenas se

podía ver ningún movimiento —unas

cuantas naves de placer se recortaban

contra el cielo—, aparte del activo tráfico

de los miles de millones de hombres que

se movían bajo la piel metálica del

mundo.

No se podía ver ningún espacio

verde; nada de verde, nada de tierra,

ninguna otra vida más que la humana. En

alguna parte de aquel mundo, pensó

vagamente, estaría el palacio del

emperador enclavado en medio de ciento

cincuenta kilómetros de tierra natural,

llena de árboles verdes y adornada de

flores. Era un pequeño islote en un

océano de acero, pero no se veía desde

donde él estaba. Debía de hallarse a

quince mil kilómetros de distancia. No lo

sabía.

¡No podía esperar demasiado a hacer

aquel viaje turístico!

Suspiró haciendo ruido; y se dio

realmente cuenta de que al fin estaba en

Trántor; en el planeta que era el centro de

toda la Galaxia y el núcleo de la raza

humana. No vio ninguna de sus

debilidades. No vio aterrizar ninguna

nave de comida. No estaba enterado de la

yugular que conectaba con delicadeza a

los cuarenta mil millones de Trántor con

el resto de la Galaxia. Sólo era consciente

de la extrema proeza del hombre; la

conquista

completa

y

casi

desdeñosamente final de un mundo.

Se retiró de la barandilla con los ojos

llenos de asombro. Su amigo del ascensor

le indicaba un asiento junto al suyo y

Gaal lo ocupó.

El hombre sonrió.

—Me llamo Jerril. ¿Es la primera vez

que visita Trántor?

—Sí, señor Jerril.

—Eso me había parecido. Jerril es mi

nombre de pila. Trántor le gustará si tiene

un temperamento poético. Sin embargo,

los trantorianos nunca suben aquí. No les

gusta; les pone nerviosos.

—¡Nerviosos! Por cierto, yo me

llamo Gaal. ¿Por qué los pone nerviosos?

Es formidable.

—Es cuestión de opiniones, Gaal. Si

has nacido en un cubículo y crecido en un

pasillo, y trabajado en una celda, y

pasado tus vacaciones en una habitación

solar llena de gente, es lógico que la

salida al aire libre y el panorama del cielo

por encima de tu cabeza te ponga

nervioso. Obligan a los niños a subir aquí

una vez al año, desde que cumplen los

cinco. No sé si les hace algún bien. En

realidad, no disfrutan mucho de ello y las

primeras veces gritan como histéricos.

Tendrían que empezar en cuanto

aprenden a andar y venir aquí una vez por

semana.

Prosiguió:

—Claro que, en realidad, no importa.

¿Y si nunca en su vida salen al exterior?

Son felices ahí abajo y administran el

imperio. ¿A qué altura cree que estamos?

—¿A mil quinientos metros? —Se

preguntó si habría sido un ingenuo.

Debió serlo, pues Jerril se echó a reír.

Dijo:

—No. Sólo a ciento cincuenta.

—¿Qué? Pero el ascensor tardó

unos…

—Lo sé. Pero ha empleado la mayor

parte del tiempo en llegar al nivel del

suelo. Trántor está excavado a más de dos

mil metros de profundidad. Es como un

iceberg. Nueve décimas partes están

ocultas. Incluso se extiende por terreno

suboceánico, al borde de la playa. De

hecho, estamos tan abajo que podemos

hacer uso de la diferencia de temperatura

entre el nivel del suelo y un par de

kilómetros más abajo para abastecernos

de toda la energía que necesitamos. ¿Lo

sabía?

—No. Pensaba que utilizaban

generadores atómicos.

—Lo hacíamos, pero esto es más

barato.

—Me lo imagino.

—¿Qué le parece? —Por un

momento, la afabilidad del hombre se

transformó en astucia. Parecía casi

ladino.

Gaal titubeó.

—Formidable —repitió.

—¿Está aquí de vacaciones? ¿De

viaje? ¿De visita a los lugares de interés?

—No exactamente. Por lo menos,

siempre había deseado venir a Trántor,

pero mi razón principal para este viaje es

hacerme cargo de un empleo.

—¿De verdad?

Gaal se vio obligado a dar más

explicaciones.

—Un empleo en el proyecto del

doctor Seldon, en la Universidad de

Trántor.

—¿Cuervo Seldon?

—No, no. Yo me refiero a Hari

Seldon; el psicohistoriador Seldon. No

conozco a ningún Cuervo Seldon.

—Hari es el que yo quiero decir. Le

llaman Cuervo. Es una especie de jerga,

¿sabe? No deja de predecir el desastre.

—¿De verdad? —Gaal estaba

literalmente asombrado.

—Seguramente, usted debe saberlo.

—Jerril no sonreía—. Ha venido para

trabajar con él, ¿no?

—Bueno, sí, soy matemático. ¿Por

qué predice el desastre? ¿Qué clase de

desastre?

—Y a usted, ¿qué le parece?

—No tengo ni la menor idea. He

leído los documentos publicados por el

doctor Seldon y su grupo. Versan sobre

teoría matemática.

—Los que publican, sí.

Gaal se sintió molesto. Dijo:

—Bien, vuelvo a mi cuarto. He

estado encantado de conocerle.

Jerril alzó la mano indiferentemente

en señal de despedida.

Gaal encontró a un hombre aguardándole

en su habitación. Por un momento, la

sorpresa le impidió pronunciar el

inevitable: «¿Qué hace usted aquí?» que

acudió a sus labios.

El hombre se levantó. Era viejo y casi

calvo y cojeaba ligeramente, pero tenía

los ojos penetrantes y azules.

—Soy Hari Seldon —dijo un instante

antes de que el perplejo cerebro de Gaal

recordara su rostro por las muchas veces

que lo había visto en fotografías.

4

PSICOHISTORIA—

…Gaal

Dornick, utilizando conceptos no

matemáticos, ha definido la

psicohistoria como la rama de las

matemáticas que trata sobre las

reacciones de conglomeraciones

humanas

ante

determinados

estímulos sociales y económicos…

Implícita

en

todas

estas

definiciones está la suposición de

que el número de humanos es

suficientemente grande para un

tratamiento estadístico válido. El

tamaño necesario de tal número

puede ser determinado por el primer

teorema de Seldon, que… Otra

suposición necesaria es que el

conjunto humano debe desconocer

el análisis psicohistórico a fin de

que su reacción sea verdaderamente

casual…

La base de toda psicohistoria

válida reside en el desarrollo de las

funciones Seldon, que exponen

propiedades congruentes a las de

tales fuerzas sociales y económicas

como…

Enciclopedia Galáctica

—Buenas tardes, señor —dijo Gaal—.

Yo… yo…

—Usted no creía que fuéramos a

vernos antes de mañana, ¿verdad?

Normalmente, así hubiera tenido que ser.

La cuestión es que, si vamos a utilizar sus

servicios, hemos de actuar con rapidez.

Cada vez es más difícil obtener ayuda.

—No le comprendo, señor.

—Ha estado hablando con un hombre

en la torre de observación, ¿verdad?

—Sí. Su nombre de pila es Jerril. No

sé nada más de él.

—Su nombre no significa nada. Es

agente de la Comisión de Seguridad

Pública. Le ha seguido desde el puerto

espacial.

—Pero ¿por qué? No comprendo

nada.

—¿Le ha dicho el hombre de la torre

algo sobre mí?

Gaal vaciló.

—Se refirió a usted como a Cuervo

Seldon.

—¿Le ha dicho por qué?

—Ha dicho que predice el desastre.

—Así es. ¿Qué le parece Trántor?

Al parecer todo el mundo quería

conocer su opinión sobre Trántor. Gaal

fue incapaz de responder con otra

palabra:

—Glorioso.

—Lo dice sin pensar. ¿Qué hay de la

psicohistoria?

—No se me ha ocurrido aplicarla al

problema.

—Al poco tiempo de trabajar

conmigo, jovencito, aprenderá a aplicar la

psicohistoria a todos los problemas como

algo rutinario. Observe. —Seldon extrajo

su calculadora de la bolsa del cinturón.

La gente decía que la guardaba debajo de

la almohada para usarla en momentos de

debilidad. Su superficie gris y brillante

estaba ligeramente desgastada por el uso.

Los ágiles dedos de Seldon, ahora

manchados por la edad, juguetearon a lo

largo del duro plástico que la bordeaba.

Unas cifras rojas surgieron del gris.

Dijo:

—Esto representa el estado del

imperio en el momento actual.

Aguardó.

Finalmente, Gaal dijo:

—Supongo que esto no es una

representación completa.

—No, no es completa —dijo Seldon

—. Me alegro de ver que no acepta mi

palabra ciegamente. Sin embargo, es una

aproximación que servirá para demostrar

el problema. ¿Está de acuerdo con esto?

—Sujeto a mi posterior verificación

de la derivación de la función, sí. —Gaal

evitaba cuidadosamente una posible

trampa.

—Bien. Añada a esto la conocida

probabilidad del asesinato imperial,

revuelta

virreinal,

la

reaparición

contemporánea de períodos de depresión

económica, la disminución de las

exploraciones planetarias, el…

Siguió hablando. A cada punto

mencionado, aparecían nuevas cifras, y se

unían a las funciones básicas que

aumentaban y cambiaban.

Gaal no le interrumpió más que una

vez.

—No comprendo la validez de esta

transformación de conjunto.

Seldon la repitió más lentamente.

Gaal dijo:

—Pero esto se hace por medio de una

socio-operación prohibida.

—Bien. Es usted rápido, pero no lo

bastante. No está prohibida en esta

conexión.

Déjeme

hacerlo

por

expansiones.

El procedimiento fue mucho más

largo, y, una vez terminado, Gaal dijo,

humildemente:

—Sí, ahora lo comprendo.

Al fin, Seldon se detuvo.

—Esto es Trántor dentro de cinco

siglos. ¿Cómo lo interpreta usted? ¿Eh?

—Ladeó la cabeza y aguardó.

Gaal dijo, con incredulidad:

—¡Una destrucción total! Pero…,

pero esto es imposible. Trántor nunca ha

sido…

Seldon se hallaba dominado por la

intensa excitación de un hombre que sólo

ha envejecido de cuerpo.

—Vamos, vamos. Ha visto cómo

hemos obtenido el resultado. Tradúzcalo

a palabras. Olvide el simbolismo por un

momento.

Gaal dijo:

—A medida que Trántor se

especializa más, es más vulnerable,

menos capaz de defenderse a sí mismo.

Además, a medida que se convierte cada

vez más en el centro administrativo del

imperio, su precio aumenta. A medida

que la sucesión imperial se hace más

incierta, y los feudos pertenecientes a

grandes familias más agresivos, la

responsabilidad social desaparece.

—Es suficiente. ¿Y qué hay de la

probabilidad numérica de una destrucción

total dentro de cinco siglos?

—No lo sé.

—Seguramente podrá realizar una

diferenciación de campo.

Gaal se sintió presionado. No le fue

ofrecida la calculadora. Se hallaba a unos

centímetros de sus ojos. Calculó

furiosamente y la frente se le perló de

sudor.

—¿Cerca de un 85%?

—No está mal —indicó Seldon,

echando hacia afuera el labio inferior—,

pero no es exacto. La cifra actual es el

92,5%.

—¿Así que le llaman Cuervo Seldon?

Nunca había leído tal cosa en los

periódicos —dijo Gaal.

—Claro

que

no.

Es

algo

impublicable. ¿Supone que el imperio

expondría su debilidad de esta manera?

Esto no es más que una demostración

muy sencilla de la psicohistoria. Lo que

ocurre es que nuestros resultados se han

filtrado entre la aristocracia.

—Mala cosa.

—No necesariamente. Todo está

previsto.

—Pero ¿es ésta la razón de que me

investiguen?

—Sí. Están investigando todo lo que

concierne a mi proyecto.

—¿Se encuentra usted en peligro,

señor?

—Oh, sí. Existe la probabilidad de un

1,7% de que me ejecuten, aunque esto no

detendría el proyecto. También hemos

previsto esta eventualidad. Bueno, no

importa. Supongo que mañana se reunirá

conmigo en la universidad, ¿no es así?

—En efecto —repuso Gaal.

5

COMISIÓN

DE

SEGURIDAD

PÚBLICA — …La camarilla

aristocrática subió al poder después

del asesinato de Cleón I, último de

los Entum. En general, formaron un

núcleo de orden durante los siglos

de inestabilidad e incertidumbre del

imperio. Habitualmente, bajo el

control de las grandes familias de

los Chen y los Divart, degeneró

eventualmente en un instrumento

ciego para mantener el statu quo…

No fueron completamente apartados

del poder en el estado hasta la

coronación del último emperador

totalitario, Cleón II. El primer

presidente de la Comisión…

… En cierto modo, el principio

de la decadencia de la Comisión

puede situarse en el proceso de Hari

Seldon dos años antes del comienzo

de la Era Fundacional. Este proceso

está descrito en la biografía de Hari

Seldon escrita por Gaal Dornick…

Enciclopedia Galáctica

Gaal no acudió a su cita. A la mañana

siguiente un zumbido amortiguado le

despertó. Contestó, y la voz del conserje,

tan apagada, cortés y modesta como

debía ser, le informó que estaba detenido

bajo las órdenes de la Comisión de

Seguridad Pública.

Gaal se precipitó hacia la puerta y

descubrió que ya no estaba abierta. No

podía hacer otra cosa más que vestirse y

esperar.

Fueron a buscarle y le llevaron a otro

lugar, pero seguía estando detenido. Le

hicieron preguntas con la mayor

educación. Todo era muy civilizado. Él

explicó que pertenecía a la provincia de

Synnax; que había asistido a esta y

aquella escuela y obtenido un diploma de

doctor en matemáticas en tal y tal fecha.

Había solicitado un puesto entre el

personal del doctor Seldon y le habían

aceptado. Dio estos detalles una y otra

vez; y ellos volvieron a la pregunta de su

unión al Proyecto Seldon una y otra vez.

Cómo se había enterado de él; cuáles

serían sus deberes; qué instrucciones

secretas había recibido; de qué se trataba.

Contestó que no lo sabía. No tenía

instrucciones secretas. Era un erudito y

un matemático. La política no le

interesaba.

Y finalmente el amable inquisidor le

preguntó:

—¿Cuándo tendrá lugar

la destrucción de Trántor?

Gaal titubeó.

—Yo no sé calcularlo.

—¿Y otros?

—¿Cómo podría hablar por otra

persona?

—Se

sintió

acalorado;

demasiado acalorado.

El inquisidor preguntó:

—¿Le ha hablado alguien de dicha

destrucción; ha establecido una fecha? —

Y como el joven vacilara, continuó—: Le

han seguido, doctor. Estábamos en el

aeropuerto cuando usted llegó; en la torre

de observación cuando esperaba la hora

de la cita; y, naturalmente, pudimos oír su