Estudiaba la guía con las materias y las especialidades que ofrecía el conservatorio. No sabía qué tipo de curso había ganado, pero debía ser de lo mejor. En la guía venían incluidos los nombres de los ganadores de las becas que se habían ofrecido en Estados Unidos. Junto al nombre de todos ellos estaba escrita la especialidad que estudiarían, excepto en el mío. Eso me tenía preocupada. Leí con cuidado la biografía de Kenya. No había podido contactar con ella desde el día de la graduación. Había intentado llamarla durante casi toda la noche, pero sin éxito.
—¿Ya terminaste tu desayuno? —preguntó mi abuela.
Mi mente estaba demasiado ocupada pensando en todos los nuevos retos que me esperaban, así que solo picoteaba la fruta y no había tomado ni un poco de jugo
—Estoy nerviosa por las clases, abuela, no tengo mucha hambre.
—Entonces déjalo ahí y vete a la escuela.
Me levanté de la mesa. Estaba a punto de salir del comedor cuando el carraspeo de mi abuela captó mi atención.
—¿Vas a salir hoy con tus amigos? —preguntó.
—No lo sé, depende de cómo arregle mi horario en la escuela. ¿Por qué?
—Solo quería saber si tenías planes.
—Si hago alguno, te avisaré con tiempo —respondí exasperada y salí de la habitación a grandes zancadas.
En la entrada del conservatorio había varios chicos que buscaban en las listas pegadas en los anuncios de madera que adornaban la puerta del conservatorio. Varias escuelas de música estaban dentro del programa de becas que ofrecía y las listas contenían los nombres de los estudiantes de intercambio, los nombres de los becados, sus especialidades y el maestro que les había sido asignado. Busqué mi nombre, pero no lo encontré, y decidí entrar en las oficinas para pedir información.
El conservatorio tenía un aroma peculiar a caoba y menta. Se respiraba cierto aire denso cargado de esperanzas y sueños, así como de la dedicación de las personas que estudiaban ahí. Con una perfecta arquitectura del siglo XV, el conservatorio lucía como siempre lo imaginé. La oficina principal estaba justo al fondo del pasillo y llegar resultó sencillo. Empujé la puerta y entré. La mujer que estaba detrás del mostrador de madera sonrió con amabilidad. Me acerqué a ella y estaba a punto de presentarme cuando me interrumpió, explicando justamente lo que quería saber.
—Lo siento, en las listas solo aparecen los ganadores de las becas. Tu curso te fue otorgado como un reconocimiento a tus habilidades, eres libre de escoger entre las especialidades o áreas la que más te agrade. Y mañana haremos tu inscripción formal. Aquí tienes el mapa y la presentación estándar de los profesores. Visita las clases y toma tu decisión.
Por un momento dudé de mi capacidad de elegir con sabiduría mis clases, pues a pesar de haber estudiado música con anterioridad, solo fue durante poco menos de un año. De pronto me sentí insegura de poder seguir el paso a los demás. La mayoría había terminado cursos completos de música o eran hijos de músicos, por lo tanto habían comenzado su educación desde el vientre materno. Caminé entre los pasillos, asomando la cabeza en cada salón y observando las clases. Cada profesor tenía un método diferente. Visité las clases de canto, las clases de orquesta, incluso las clases de composición, pero había algo en cada una de ellas que no me convencía. Lo que quería aprender era algo más.
Al fondo del pasillo escuché la voz de una mujer que hablaba en inglés con un acento muy italiano. Caminé siguiendo aquella voz hasta que encontré un aula. En la plaquilla pegada a la puerta se leía: Cómo interpretar mis composiciones.
Entré sin tocar la puerta, intentando no hacer ruido, pero mi intento fue inútil, pues la puerta se cerró detrás de mí con un fuerte golpe, provocando que todos los presentes me miraran.
—Buenos días —saludé susurrando.
La profesora me ignoró y continuó con su explicación. En cierta forma, esa actitud me hizo sentir mejor por mi estruendosa entrada. Me senté en la última fila y puse atención a sus palabras.
—La mayoría de los que se encuentran en este salón son compositores, sin embargo, en esta época solo componer música ya no es negocio. La mayoría de los compositores de mayor éxito han aprendido a realizar sus propios arreglos o, en algunos casos, a interpretar sus propios temas. Sé que muchos de ustedes estarán reacios ante la idea de volverse cantautores, pero mi trabajo consistirá en guiarlos para averiguar si tienen la vocación y las habilidades para componer e interpretar, y ayudarlos a perder el miedo a cantar frente a un público. Si no poseen las habilidades necesarias, en el transcurso de este ciclo escolar les brindaré las herramientas necesarias para desarrollar su capacidad de composición.
—Disculpe. —Levanté la mano para llamar la atención de la profesora, quien inmediatamente se dirigió hasta mi lugar—. Mi nombre es Fleur y quisiera tomar su clase. —La mujer sonrió.
—¿Eres la chica de la beca parcial? —preguntó.
—Sí —respondí. Me miró con curiosidad en los ojos.
—Siéntate en donde gustes.
Caminé entre las sillas y elegí uno de los lugares al frente que estaba vacío.
—Mi forma de trabajo es sencilla: trabajaremos en equipo todo el tiempo. Comenzarán a componer y a hacer arreglos para que alguien más interprete sus obras. Y después trabajaremos en su propia interpretación. La agenda de estudio termina con un concierto que sirve como presentación de los avances de cada departamento.
»La primera presentación será parcial dentro de tres meses y la final, que se realizará al término del semestre, tiene la validez de un examen final. En esta caja quiero que depositen su nombre. —Señaló una pequeña caja de zapatos forrada con papel de regalo rojo—. En esta otra caja se encuentran los roles que cada uno desempeñará, es decir, si comenzarán como cantantes, compositores, arreglistas, letristas… Para volver la división justa se sortearán de la siguiente forma: cada uno sacará un papel con el nombre de sus compañeros y uno con el rol.
Era una forma interesante, pero peligrosa. Dejar de ese modo a la suerte algo tan importante, francamente, me ponía nerviosa. La profesora escribió en la pizarra los roles que cada uno desempeñaría. La habitación se llenó con los ruidos de hojas siendo arrancadas y lápices escribiendo de forma pesada. Uno a uno depositamos nuestro nombre en aquella caja forrada de color rojo. Una vez que todos los nombres estuvieron dentro, formamos una fila para comenzar con el sorteo. Cada vez que se decidía un rol, la profesora escribía junto al rol el nombre de la persona que lo desempeñaría. Hasta el momento habían salido tareas como composición, arreglos, voces, instrumentos, letras.
Dos personas antes de que llegara mi turno, mi nombre fue dicho en voz alta. La chica que lo había sacado se acercó hacia la siguiente caja y sacó un papel rectangular de color dorado metálico. No tenía nada escrito. La profesora no explicó nada, simplemente escribió mi nombre en un rincón de la pizarra. Una vez que ya no quedaban más papeles que sacar, la profesora comenzó con su explicación.
—La escuela tiene un acuerdo con una discográfica que graba de forma gratuita demos de presentación a los mejores estudiantes de cada departamento. Cada salón hace un sorteo como este para determinar las actividades a realizar en el transcurso del mismo. Cada estudiante gana el derecho a que graben su material, pero los chicos que sacan el papel metálico tienen derecho a la demo aun si no logran una buena presentación.
La mirada de todos los presentes pesó sobre mis hombros debido al resentimiento que se reflejaba en sus ojos. Yo misma no podía creer que la suerte me sonriera de esa forma. Por el simple hecho de tener ese papel ya no tendría que preocuparme por competir para ganar una demo. Para cualquier artista que se prepara para convertirse en profesional, una demo es imprescindible, es la única forma de mostrar a las discográficas tu talento. Las probabilidades de obtener trabajo aumentan en gran medida, dependiendo de la originalidad y calidad de la demo.
—Ahora que cada uno tiene su rol, a partir de mañana comenzaremos a trabajar. Cada grupo debe presentar tres piezas de diferentes géneros para demostrar el avance. Los letristas deben traer sus letras mañana, los compositores y los arreglistas trabajarán en conjunto, y durante la clase haremos el montaje de las voces. Es todo, ya pueden retirarse.
Aquel programa era un reto interesante y aterrador. La mayoría de los compositores escribimos música en solitario, la profesora quería unidad y cooperación, un choque de ideas y sensibilidades se veía venir. Pero quizá el reto más grande a superar sería la presentación en público. Los pensamientos se deslizaban por mi cabeza saltando de una idea a otra, buscando entre mis piezas alguna que fuera lo suficientemente buena para presentarla mañana en clase. Ensimismada, golpeé con el hombro a alguien.
—Lo siento.
—No hay problema. Pero comienzo a cansarme de que me golpees. —Reconocí la voz de inmediato.
—Kenya, estuve tratando de llamarte por teléfono desde ayer. ¿Qué sucedió contigo? —Me miró, pero antes de articular palabra alguna se abalanzó sobre mí y comenzó a llorar.
—Mi hermano robó dinero de la empresa de mi padre —dijo entre sollozos.
—¿Por qué?
Farid, el hermano menor de Kenya, conocía la situación actual de la empresa. Si había hecho algo así, debía tener una razón poderosa.
—Problemas de apuestas —dijo en tono apagado.
Me sorprendió. Farid era un chico inteligente, además de muy educado, ¿cómo había terminado metiéndose en esa clase de problemas?
—¿Cómo se dieron cuenta?—Sus sollozos y el elevado volumen de mi voz a causa de la sorpresa habían comenzado a llamar la atención de los demás estudiantes. Nos miraban con curiosidad—. Vamos a un lugar más privado —dije y la tomé por el antebrazo con delicadeza—. Te invito a comer, mi abuela me prestó su auto.
Permanecimos en silencio hasta salir al estacionamiento. Intentaba pensar en alguna forma de disminuir la atmósfera de seriedad que se había apoderado del ambiente. Kenya era una chica alegre, que no se dejaba dominar fácilmente por el estrés o la desesperación, sin embargo, parecía estar totalmente deprimida por el asunto. Eso me llevó a pensar que, seguramente, el problema debía ser más grave de lo que ella quería contarme.
Ambas subimos al auto y arranqué. Permanecimos en silencio hasta que sus sollozos se convirtieron en un grito ahogado que contenía una súplica. Ya no podía contener las lágrimas por más tiempo. Realmente, debía admirar su autocontrol por haber soportado tanto tiempo antes de estallar. Aparqué el auto en una esquina para poder prestarle atención. Coloqué mi mano sobre su hombro y ella, respirando profundamente, comenzó a hablar.
—Mi hermano conoció a un grupo de chicos en la escuela que lo metieron en ese asunto. Él decía que estaba en clase, cuando en realidad estaba apostando en los casinos. Mi madre recibió una llamada del internado, el director quería avisarla de que Farid llevaba toda la semana sin presentarse a clases.
»Obviamente, decidió ir a Nevada para hablar con él y constatar todo por ella misma. Quiso pagar el boleto de avión con la tarjeta de gastos menores de la empresa y se sorprendió bastante cuando en la aerolínea le dijeron que la tarjeta no podía utilizarse. Caminó hasta un cajero automático y solicitó el saldo, pensando que tal vez era insuficiente, pero no fue así. La cuenta estaba vacía. Llamó a mi padre y él llamó al banco, donde le dijeron que habían retirado todo el dinero girando un cheque el día anterior.
»Mis padres intentaban aclarar el asunto cuando llamaron de la jefatura de policía de Las Vegas. Farid estaba detenido por apostar siendo menor de edad. Y en este momento se encuentra en un reformatorio juvenil, enfrentando los cargos. Al tomar ese dinero, dejó a mi familia en la bancarrota. Ya no nos queda nada.
—¿Necesitas ayuda? —Kenya sonrió por lo bajo.
—No. Ya resolvimos el problema. Mi padre vendió el cincuenta y uno por ciento de la empresa a un inversionista privado y con ello logramos equilibrar las pérdidas, pero ya no somos los dueños, solo somos los accionistas minoritarios. —Kenya guardó silencio un momento, para tomar una gran bocanada de aire, antes de continuar con su relato.
»El inversionista puso como condición dejar que mi hermano sufra las consecuencias de lo que hizo, sin que mis padres hagan el intento por ayudarlo. Argumentó que ahora también debemos proteger su dinero, así que él no quiere tener que preocuparse por asuntos como ese. Mi padre no pudo negarse... No van ayudar a Farid, Fleur. Dejarán que mi hermano vaya a la corte solo, defendido por el abogado de oficio que le fue asignado. Mi hermano deberá enfrentar los cargos solo. Además, tenemos prohibido visitarlo.
Ese inversionista era un idiota. ¿Cómo podía pedirle a la familia de un chico de solo dieciséis años que lo abandonaran en una correccional, independientemente de su crimen? Farid es solo un niño que ha cometido un error terrible. Y estoy segura de que solo con las experiencias vividas hasta el momento ya aprendió una valiosa y sobre todo dolorosa lección. Kenya soltó un suspiro de alivio.
—Gracias por escucharme —finalizó.
Volví a arrancar el auto y conduje hasta un restaurante de comida española, al que entramos. El ambiente se había tranquilizado un poco y Kenya lucía ligeramente más relajada. Así que comenzamos a conversar:
—¿Cómo tomó tu padre el asunto de la firma? —Kenya tenía que hacer esa pregunta o moriría con ella atravesada en el cuello.
—Pues, por el momento, fui desterrada de su reino —respondí con ironía.
—¿Te corrió de casa? —Coloqué los cubiertos en mi plato y suspiré antes de contestar.
—Claro. ¿Acaso no ves que estoy aquí? Si no hubiese decidido algo como eso, seguiría en arresto domiciliario. —Se soltó a reír.
—Te dije que no podía salir nada bueno de ocultarle a tu padre tu cambio de colegio.
—Sí, sabelotodo, ya sé que estuvo mal. Comprendí que no debo volver a hacerlo y en este instante me encuentro pagando las consecuencias de mi pecado.
—No te molestes, no lo digo para burlarme de ti.
—Pues si esa no es tu intención, la ocultas muy bien.
—¿Cuánto tiempo te han mandado a vivir con tu abuela?
—Hasta que demuestre que he cambiado.
—Realmente te compadezco.
—Gracias por decirlo, pero sé que por dentro debes estás más que extasiada por haber tenido la razón con este asunto.
Bromear acerca de algo tan complicado era una buena forma de restarle importancia. Gracias a nuestras discusiones infantiles había podido olvidar que estaba atrapada, siendo presionada y acosada por André y por mi abuela. Pero la distracción no podía durar para siempre, Kenya y yo debíamos volver a la vida real. Conduje hasta el dormitorio del conservatorio para dejarla y yo me dirigí a casa de mi abuela.
Al llegar noté que todas las luces se encontraban apagadas, así que me dirigí directamente a mi habitación. Antes de dormir cerré la puerta con cerrojo. «Solo por precaución», me dije a mí misma, y me metí en la cama intentando soñar. La oscuridad en la habitación, así como el silencio sepulcral que reinaba, provocaron que los pensamientos se arremolinaran en mi cabeza como un huracán lleno de sentimientos nuevos, que me hacían preguntarme qué había ocurrido conmigo, pues no podía dejar de sentirme culpable por los sentimientos que Yori había despertado en mí. Supongo que mi estrés al respecto era tal que él no había vuelto a aparecer en mis sueños, y comenzaba a desesperarme por ello. Quería hablar con él, poder confesarle lo que había ocurrido y reafirmarme a mí misma a quién realmente pertenecía mi corazón.
Tras rodar por la cama inquieta por mis pensamientos, me quedé dormida finalmente y ahí estaba aquel viejo sitio, el paisaje de mis sueños. De pronto noté cierta diferencia, era un sueño metafórico, no literal. Pude distinguirlo, pero no conversaba conmigo, sostenía una plática consigo mismo, hablaba acerca de mí. Llamé su atención carraspeando. Observarlo era igual que ver la estática en un televisor, el sonido de su voz era ruidoso y su silueta resultaba borrosa para mis ojos. Guardó silencio tras escuchar mis carraspeos y dirigió su mirada hacia donde me encontraba. Parecía decir algo, pero no podía escucharlo, y creo que a él le ocurría lo mismo. ¿Qué estaba pasando? ¿Y si lo que ocurría era por mi culpa? Había dudado de mis sentimientos por él. Quizá por eso nuestra conexión se estaba perdiendo. La desesperación se apoderó de mí, se abarrotó en mi cabeza con tal fuerza que caminé a zancadas hasta quedar justo frente a él.
—No puedes irte. Necesito que te quedes conmigo. —Como si se tratara de un televisor descompuesto que golpeas para que funcione, su imagen se aclaró y pude distinguir la sonrisa que adornaba sus labios. Su risa llenó cada rincón de aquel lugar grisáceo en el que nos encontrábamos.
—No iré a ninguna parte, pero debemos averiguar por qué ocurrió esto.
—¿Cómo? Ambos sabemos que esto es solo un sueño. —Un golpeteo constante en la puerta me distrajo y ocasionó que su silueta comenzara a desvanecerse de nuevo—. ¡Espera! —grité, pero mi desesperación solo ocasionó que despertara aún más rápido. Me levanté trastabillando de la cama para acercarme a la puerta.
—¿Qué sucede? —pregunté sin siquiera abrirla un poco.
—Soy yo —dijo mi abuela.
—¿Qué ocurre?
—Fleur, ¡por dios! Abre la puerta, no soy un ladrón. —Sonreí por aquella comparación y abrí la puerta—. ¿Por qué te encierras en la habitación? —preguntó indignada.
—¿Por qué querías entrar en mi habitación de madrugada? —Guardó silencio.
—Estaba preocupada por ti, me quedé dormida y no supe cuándo llegaste. —Me senté en la orilla del colchón y la miré detenidamente.
—No tienes por qué preocuparte. Llegué temprano y me fui a dormir.
Ella miró mi rostro aún adormilado y se preparó para salir. Su actitud me confundió. Parecía real y sinceramente preocupada por mí. Salió por el umbral, pero sin cerrar la puerta tras de sí. Yo volví a cerrarla. Regresar a la cama no fue problema, solo que ya no pude soñar de nuevo con él.
A la mañana siguiente, me levanté temprano y bajé a desayunar. Mi abuela miraba el noticiero cuando me vio descender por las escaleras.
—Buenos días. ¿Cómo dormiste?
—Bien, estaba muy cansada y no tuve dificultades para conciliar el sueño.
En la mesa estaban ya servidos su café y mi jugo de naranja, junto con unos huevos estrellados y pan tostado con mantequilla. Desayuné rápido y me fui a la escuela.
Llegué tarde a la clase por el papeleo de inscripción. Al entrar al salón, varios chicos se encontraban leyendo sus composiciones. Hoy en día es difícil vivir de escribir canciones o componer música solamente, pues los que dejan huella son los cantantes. Aún con ello en mente, me sorprendió ver el nivel que todos mis compañeros tenían. Los géneros eran variados, los estilos y la aplicación de las teorías musicales también lo eran, pero, a pesar de esas grandes diferencias, algo me quedaba más que claro: todos tenían mucho talento. Me propuse no perder.
Los días pasaron rápido y antes de darme cuenta ya había transcurrido la mitad del semestre. Las presentaciones preliminares se efectuarían en unos días. Creí que tal vez lo haríamos como una presentación oficial, pero no fue así. Había muchos chicos que, al igual que yo, habían cumplido años en ese intervalo de tiempo. Así que a los profesores se les ocurrió la idea de alquilar un club de moda y hacer una fiesta para celebrarnos a todos en conjunto. En esa misma celebración se efectuarían las presentaciones. La señorita Louisa sorteó el orden para las presentaciones de la misma forma que los roles.
No estaba muy emocionada con la idea de la fiesta de cumpleaños colectiva. Mi cumpleaños era un día más bien para mí y para mi padre, quien, por cierto, ni siquiera me había llamado para felicitarme. De hecho, desde que había llegado a París él no había llamado más que en dos ocasiones. Intentaba no darle importancia, pero a veces no lo lograba. Cuando le comenté a Millet sobre la fiesta, había saltado de gusto ante la posibilidad de poder ir conmigo a elegir un vestido, zapatos y demás accesorios que fueran necesarios. Había cientos de lugares donde comprar, pero yo no tenía interés en ello, así que solo me quedaba servir de chófer para que ella decidiera las tiendas a visitar. Eso se volvió un reto también, pues hacía tanto tiempo que no estaba en París que me perdí en varias ocasiones.
—¿Tu abuela está enterada de la fiesta de hoy?
—No, temo que le diga a André que vaya conmigo.
—¿Pero no se preguntará dónde estás tan tarde?
—Le dije que iríamos a campar con tus hermanos.
—Fleur, ¿y qué haremos si llama a mi mamá?
—Por favor, hablamos de mi abuela, jamás se arriesgaría a hacer un ridículo como ese. Si tiene alguna duda, preguntará cuando sienta que es el momento adecuado. Y, conociéndola, eso significa… nunca. —Millet frunció el ceño preocupada.
—Espero que tengas razón.
Señaló una pequeña boutique que estaba al fondo de una calle llena de tiendas de marcas prestigiosas.
—Ahí —dijo para que me detuviera. Ambas bajamos del auto y entramos en la tienda.
—¡Cielos, Millet! Es verdad que has cambiando. Este sitio es muy rústico, esperaba que me llevaras al Boulevard Haussman o a la Rue La Fayette.
Millet simplemente se limitó a señalar el escaparate de aquella tienda, en el que había un maniquí que lucía un vestido tan hermoso que abrí los ojos como platos. Aquel vestido, con encajes dorados y un exquisito bordado de flores, me había dejado sin aliento. Era de corte princesa, un vestido que haría lucir sensual a cualquier mujer en la tierra.
—Me gusta este sitio, porque los vestidos son los mejores que he visto.
Compartí su opinión. El mostrador y los probadores de aquella tienda conservaban el aire rustico francés que caracterizaba la fachada. Había maniquís con todo tipo y estilo de vestidos, y una parte de la tienda estaba dedicada a los accesorios y los zapatos. La mujer que atendía el lugar saludó a Millet con efusividad. Parecían conocerse muy bien.
—Necesitamos un vestido casual para una fiesta.
Millet comenzó a dar detalles sobre lo que buscábamos en el vestido, como por ejemplo el que pudiera moverme con facilidad y que no fuera demasiado ajustado, pues esa noche cantaría y necesitaba espacio para respirar. La mujer me miró de forma incisiva de pies a cabeza y comenzó a caminar hacia los expositores que se hallaban al fondo del establecimiento. Regresó con algunos vestidos en la mano y los depositó en el mostrador.
—La gama de cortes y colores dependen de la persona. Por ejemplo, tus ojos son grises, por lo tanto un color claro te haría lucir bien, pero por tu porte desgarbado necesitas algo un poco más juvenil. Tu cabello color rojizo no es muy combinable y el cuerpo voluptuoso que tienes no te dejará lucir bien un vestido de corte francés. Este vestido color hueso con toques dorados es sencillo, pero combina con el color de tu cabello, destaca el color de tus ojos, y al ser largo deja la falda caer con vuelo, por lo tanto te hará lucir femenina.
Miré el vestido. No solo era hermoso, también transmitía un aura de seguridad que parecía contagiarme aun sin llevarlo puesto.
—Lo compro —dije sin pensar. La mujer sonrió.
—Buena elección. Sobre los accesorios y los zapatos, si se llevan el juego completo les daré un descuento.
Los ojos de Millet se iluminaron cuando escuchó la palabra «descuento».
—Nos llevaremos todo —dijo enseguida.
La mujer colocó el vestido con sumo cuidado en una caja, y los accesorios —que constaban de una peineta, juego de aretes, gargantilla y anillo— y los zapatos fueron colocados en una caja más pequeña, donde cada objeto tenía un compartimiento propio. Millet insistió en pagar la mitad, ya que mi padre seguramente gritaría si veía esa cantidad en la tarjeta de crédito, así que acepté sin oponer mucha resistencia.
Al salir de la boutique fuimos a tomar un café. Conversamos acerca del vestido y la celebración, también de ella y su escuela. Mientras caminábamos para salir de la plaza, una mujer captó mi atención. Su apariencia era muy exótica, su cabello negro y lacio caía en cascada hasta media espalda, y sus ojos parecían tan enigmáticos y negros como un par de túneles que ocultan la puerta a otro mundo. No pude evitar mirarla con detenimiento hasta que nuestras miradas se cruzaron.
Lectura de mano y cartas de Tarot. La mujer estaba sentada frente a una mesita que tenía pegado un letrero con aquella leyenda. Creció en mí la necesidad de acercarme. Mi instinto me indicaba que debía acercarme, que ella podía responder a mis dudas.
—Millet, ¿crees en la adivinación? —pregunté sin despegar mis ojos de los de esa mujer.
—Creo. Hace algunos años esa vidente le dijo a mi hermano que tendría mucho dinero si aprendía a mirar con el corazón y no con los ojos. Después de eso, mientras andaba por la calle encontró un mendigo que intentaba cantar frente a una fuente. Todos lo ignoraban por su andrajosa apariencia, pero Liam decidió quedarse y esperar hasta que el hombre tuviera el valor de comenzar.
»Cuando el hombre terminó la primera estrofa de la canción, mi hermano quedó mudo. Le ofreció grabar una demo y ahora es uno de los cantantes más famosos de Francia. Así que, la verdad, debo admitir que aquella mujer sabe lo que dice.
Ignoré el final de la historia de Millet y me acerqué a la mesa. La mujer se puso de pie y me sonrió.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó.
—Hay alguien a quien… —Ella terminó la frase por mí.
—Ves en tus sueños. Una imagen de la que estás enamorada.
Me quedé perpleja, incluso tuve que sentarme. La impresión provocó que las rodillas me temblaran.
—S… sí —respondí tartamudeando.
—¿Quieres saber si vas a poder encontrarlo algún día? —Tragué saliva tan fuerte que me dolió la garganta. No podía hablar, así que solo asentí—. Las cartas pueden responder a tu pregunta, pero nunca hagas preguntas cuya respuesta no estés lista para escuchar. —Sonreí por su advertencia.
—La vida nunca ha sido gentil conmigo —dije en tono sarcástico, pero triste—. Creo que seré capaz de sortear la respuesta, sea cual sea. —La mujer sonrió con dudas en sus ojos.
—Recuerda lo que te dije. —Asentí. Tomó el mazo de cartas que descansaba sobre la mesa y comenzó a barajarlas.
—Tómalas y divídelas en tres partes mientras piensas en la persona sobre la que quieres preguntar. Recuerda detalles pequeños sobre él, como el sonido de su voz o la forma en que habla, y después acomódalas como quieras.
Hice lo que me pidió y comencé a llenar mi mente con imágenes y recuerdos sobre él. Solo que había momentos en los que su figura se mezclaba con Yori y otros en los que no lograba recordarlo. Fue entonces cuando me percaté de que estaba comenzando a olvidar mis sueños. No es que lograra recordar ninguno por completo, pero siempre tenía nociones o vagos recuerdos al respecto.
Terminé de acomodar las cartas y ella las tomó. Me pidió que señalara uno de los lados de las cartas, lo hice y comenzó a ponerlas sobre la mesa.
—La persona que tú veías en tus sueños está desapareciendo porque ustedes prometieron que al encontrarse, como señal de ello, ya no soñarían más con el otro. Ya te encontraste con ese chico en tres ocasiones, pero fuiste incapaz de reconocerlo. Sin embargo, él sí sabe quién eres. Las decisiones que ambos han tomado han hecho que el destino cambiara y ahora tiene preparado algo más para ustedes. No podrán estar juntos hasta que logren volver a encarrilar sus destinos, siempre y cuando no se desvíen más.
Me levanté de la silla tan rápido que esta cayó detrás de mí con un fuerte golpe.
—¿Eso qué significa? —grité. Millet colocó una de sus manos en mi hombro izquierdo intentando calmarme, pero ese gesto no fue suficiente. No podría describir con palabras las emociones que estaban a punto de explotar en mi interior.
—No estoy diciendo que sea definitivo. Volverán a estar juntos, pero en este momento están en tiempo fuera. Muchas cosas han pasado en la vida de él que han afectado su manera de pensar. Lo que los une son sus destinos, sus almas continuarán buscándose la una a la otra. Incluso si ambos decidieran seguir por un camino diferente, la vida se encargaría de volver a ponerlos en el camino del otro. Pero ninguno de los dos supo aprovechar las oportunidades que se les dieron y ahora deben esperar a que vuelva a ser el momento adecuado.
Miré las imágenes en las cartas, intentando leerlas yo también. Quería saber tantas cosas… Sin darme cuenta, los ojos se me llenaron de lágrimas, eran lagrimas que superaban la tristeza y, definitivamente, estaban muy lejos de la desesperación. Había obtenido mi prueba, aquella que tanto deseé. Siempre quise tener la certeza de saber si él existía. Ahora sabía que sí y eso me hizo sentir mi fe renovada, pero también me hizo sentirme furiosa conmigo misma. ¿Dónde había quedado aquel amor tan grande que decía tener por él? ¿Qué derecho tenía a llorar por las palabras de aquella mujer si había sido responsabilidad mía? ¿Cómo es que no había podido reconocer su esencia?
—Debes tener cuidado. Detrás de ti veo la sombra del peligro. Hay alguien que está obsesionado contigo y no va a rendirse hasta que cumpla sus propósitos. Si te dejas dominar por el dolor o la desesperación y pierdes el camino, aunque sea por un momento, las consecuencias podrían ser desastrosas para tu futuro y el de la persona de tus sueños. Intenta llegar a él, trata de recordar. Si no lo haces, poco a poco te olvidarás de él.
—¿Cómo lo busco?
—Piensa quién puede ser, intenta hacerle ver que tú también ya lo has reconocido. Las cosas serán difíciles al principio, pero no sucumbas a la desesperación. Si lo haces, podrías arrepentirte por el resto de tu vida o, lo que es aún peor, marcar un suceso que podría ser el principio del fin de tu vida como la conoces.
Aún hay esperanza. Intenté convencerme con ese argumento mientras buscaba desatinadamente en mi cartera el dinero para pagarle a aquella mujer.
—No es necesario —dijo haciendo que sostuviera el dinero con mayor fuerza—. Alguna vez estuve en la misma situación que tú… Yo no tuve el valor de seguir hasta el fin de la tierra a aquella persona y así murió mi amor.
—¿No cree que estoy demente por estar enamorada de un sueño?
Ella sonrió de una forma tan melancólica que volví a sentarme. Parecía que había experimentado una gran tristeza, sus ojos la reflejaban y era como si, a través de ellos, aquella mujer pudiera transmitirme su dolor y su agonía.
—¿Por qué habría de pensar eso? El destino de las personas es algo que se revela de muchas formas. Algunas son fáciles de entender y otras resultan tan misteriosas como la definición de destino o vida. Sin embargo, creo firmemente que la mayoría nacemos con otra mitad que está esperando por nosotros, tanto como nosotros esperamos por ella. El problema viene cuando decidimos no creer, cuando la realidad asesina la fe, cuando decidimos que es mejor algo seguro que buscar algo etéreo. Sé valiente y lucha por encontrar aquello que tu corazón anhela, verás cómo tu vida se coloca poco a poco en su lugar.
No pude evitar sonreírle con sinceridad. Sus palabras estaban cargadas de sabiduría para mis oídos. Sus anteriores advertencias y la revelación que había hecho me habían abierto los ojos. Debía seguir, debía encontrarlo. Y decidí que no descansaría hasta poder tocar con mis manos aquella luz cálida y abrasadora que su presencia traía a mi vida y a mi corazón. Quería ser lo mismo para él, quería consolarlo, quería ayudarlo, quería amarlo y que me amara de vuelta.
Le explicamos a la madre de Millet la situación y, aunque no estaba muy convencida, decidió apoyarnos. Ella y Millet me ayudarían a vestirme y maquillarme. ¡Y vaya si lo hicieron! Quedé impactada cuando vi mi reflejo en el espejo de la habitación de Millet. Era increíble el trabajo que habían hecho, parecía una muñeca de porcelana. Mis cejas formaban un par de líneas perfectas, el color de las sombras hacía lucir mis ojos enigmáticos y profundos, el suave rubor en mis mejillas y el color cereza de mis labios armonizaban cada facción de mi rostro, acentuándola con delicadeza. Sonreí para mí misma antes de gritar eufórica.
—¡Me encanta! —La madre de Millet guardó todos los cosméticos que habían utilizado en una bolsa color café y antes de salir me la entregó.
—Feliz cumpleaños —susurró en mi oído mientras me daba un abrazo caluroso, que respondí de inmediato con el mismo cariño.
Millet no podía entrar al club, pero eso no le impidió acompañarme a recoger a Kenya a los dormitorios. A pesar de ser mis dos mejores amigas en el mundo, lo único que tenían en común era su amistad conmigo, no podían soportar estar juntas más de quince minutos sin que comenzaran a atacarse la una a la otra. Y algunas veces me inmiscuían en sus discusiones de niñas de preescolar al preguntarme cosas como: «¿Quién crees que tiene la razón?», «¿Tú qué opinas?». El ambiente se ponía tenso cada vez que eso ocurría.
Millet se quedaría en una cafetería cerca del club para que, al salir, regresáramos juntas a su casa. La pobre había quedado muy impresionada con mi reacción ante las palabras de la vidente. Desde que aquello había ocurrido, no quería dejarme sola en ningún momento. Antes de bajar del auto, Millet me dio un beso en la mejilla y susurró en mi oído:
—No olvides lo que te advirtió aquella mujer. —Sus palabras intrigaron a Kenya quien, como buena compositora, tenía un oído agudo.
—¿Qué mujer?
—Una vidente que estaba en la plaza donde fuimos a comer hace unos días.
—¿Qué te dijo respecto a esa ridícula obsesión con aquella fantasía bien parecida?
—Dijo que ya lo encontré y que no supe reconocerlo, y que por esa razón está desapareciendo de mi mente. —Kenya se soltó a reír.
—¿La creíste?
—No tengo muchas opciones, Kenya, estoy comenzando a olvidarme de él.
—¿En verdad ya no recuerdas los sueños que tenías con él? —Sacudí la cabeza.
—Esa es la razón por la cual no quiero dejarte sola. Sé que, aunque tratas de ocultarlo, estás deprimida.
—No te preocupes, yo puedo cuidarla —dijo Kenya.
—No te ofendas, pero ¿cómo podrías acompañarla en esta situación si desde que ella te lo contó tú siempre encuentras ocasión para burlarte de ella?
—También es mi amiga, Millet, y la quiero tanto como tú, así que no digas eso. Pareciera que no crees que esté preocupada por lo que pueda ocurrirle.
—Si algo le ocurre, te arrancaré el cabello con unas pinzas para depilar.
Tanto Kenya como yo abrimos los ojos al escuchar e imaginar cómo podría alguien como Millet hacer algo como eso. Decidí interrumpir su discusión antes de que terminaran cumpliendo sus amenazas.
Kenya y yo entramos en el club. Estaba oscuro, así que solo se podía distinguir una mesa enorme con bebidas y aperitivos. Todos nuestros compañeros parecían divertirse y estar bastante relajados antes de comenzar con las presentaciones, que eran el plato fuerte de la velada.
Los profesores aparecieron con un pastel enorme donde estaban escritos los nombres de todas las personas que habíamos cumplido años. Después de bailar y comer hasta no poder más, las presentaciones comenzaron. Confirmé de nuevo el gran nivel que todos los presentes poseían. Era el turno de Kenya, pero antes de subir al escenario ella quiso brindar. Yo jamás había bebido alcohol, no me gustaba el ardor que deja tras de sí en la garganta. Solo en una ocasión había acompañado en un brindis a mi padre y la sensación del vino deslizándose por mi garganta era algo que no quería volver a repetir. Kenya extendió su mano y me ofreció la copa de cristal.
—No es muy fuerte, solo es champán. No te preocupes, una copa no te matará —dijo al ver mi rostro no tan convencido.
Kenya podía ser muy convincente si se lo proponía, así que pensé en mi fuero interno que quizás no era una mala ocasión para brindar. Después de todo, no había celebrado haber ganado aquella beca y tampoco mi cumpleaños. Y solo sería una copa, no le haría daño a nadie por beber un poco. Tomé la copa entre mis manos y las chocamos en el aire
—Salud —dijimos ambas.
Kenya terminó el contenido de su copa de un solo sorbo y subió al escenario acompañada de su guitarra, y se sentó justo en el centro. Leí en el programa la canción que cantaría. La interpelada respiro profundamente y comenzó a tocar la melodía. El ritmo y los acordes que había utilizado convertían su canción en una melodía pegadiza que sonaba bien, armoniosa, ese tipo de melodía capaz de hacerte sentir en paz contigo mismo. Hasta que la letra comenzó. La canción que estaba escrita en el programa y la canción que estaba interpretando eran diferentes. La canción que debía cantar no tenía una línea de historia, solo eran frases que sonaban poéticas, mientras que la canción que interpretaba hablaba sobre amor y lo que pasa con las personas cuando lo pierden. Terminé mi copa de un solo sorbo, sorprendiéndome a mí misma por mi premura.
Poco a poco, su voz comenzó a romper algo dentro de mi cabeza. Estoy segura de que me miraba directamente a mí desde el escenario. Parecía esperar mi reacción. Me recargué sobre la pared. Un temblor comenzó a subir por mis piernas, las sacudidas eran tales que me hacían sentir que pronto caería al suelo. No podía mantenerme en pie. Una a una las palabras entraron en mi sistema, los sentimientos se abarrotaron en mi cabeza, girando dentro como si mi mente fuera una montaña rusa. Sentí la garganta seca y el corazón abatido, la sed me dominó de pronto, era como si mi cerebro estuviera en llamas y ese fuego comenzara a extenderse por todo mi cuerpo.
Caminé hacia la barra trastabillando. Aquel sabor que la copa de champán había dejado en mi boca comenzó a volverse irresistible, atrayente, me pareció suculento y quise beber más. Mi cuerpo parecía dominar sobre mi mente. Gritaba, suplicaba por un poco de alivio, alivio que, al mirar a mi alrededor desorientada, parecía provenir del aroma de las copas que cada persona lleva en aquel sitio.
Después de recorrer lo que me pareció el camino más largo de mi vida, la barra estaba frente a mí. Me senté frente a ella. El calor había aumentado mientras me movía, así que pedí al mesero otra copa de champán. El chico regresó con una copa de cristal con aquel brebaje. Lo bebí sorbo a sorbo primero, pero ni la frescura de aquella bebida parecía apagar el fuego que sentía por dentro.
Kenya regresó después de terminar su número y se sentó junto a mí. Me observó como se mira fijamente un fenómeno de circo.
—¿Así que lo tuviste frente a tus narices y no fuiste capaz de reconocerlo? —siseó.
La miré sorprendida. El mundo comenzaba a dar vueltas, me sentía como un náufrago en alta mar. Creí entender las palabras de Kenya, pero su voz sonaba en mis oídos metálica y grave. Sacudí la cabeza intentando con ello que mis ideas se acomodaran, pero no funcionó. Me costó casi un minuto poner el orden suficiente en mi cabeza para poder decir una frase.
—No me siento bien —balbuceé.
Ella sonrió con suficiencia y levantó la mano para llamar al mesero. Le pidió que me trajera otra bebida, pero que esta vez fuera un poco más fuerte. El chico regresó con un vaso pequeño adornado con un limón y lo dejó frente a mí. Era tequila. Parecerá ridículo, pero creo que pude ver el rostro de Yori en aquel vaso. Lo tomé con ambas manos y lo bebí de un solo golpe, para después meterme el limón en la boca. No estaba muy segura de qué ocurría, pero perderme parecía la única forma para que alguien pudiera encontrarme. Yo quería que él me encontrara. No preví muchas cosas esa noche, pues la persona que me encontró hizo que, tal y como me habían advertido días atrás, mi vida se partiera por la mitad.
Kenya se levantó de la barra para llamar a un maestro. Tenía náuseas, en verdad me sentía fatal. No estaba segura de si había sido la bebida o iba a enfermar. Pero juré que no volvería a beber nunca en mi vida. Recargué la cabeza en las palmas de mis manos y después observé con fascinación la copa que estaba frente a mí. Alguien colocó sus manos en mis hombros y giré para mirar de quién se trataba.
—¿Por qué estás bebiendo tanto? —preguntó aquella figura masculina.
—Perdí algo importante.
Mi forma de hablar era desatinada y arrastraba las letras como un auténtico borracho. Parpadeé un par de veces, intentando enfocar el rostro de aquella persona. Su rostro me parecía familiar, pero mi mente estaba nublada y no lograba recordar dónde lo había visto.
—¿Algo o a alguien? —preguntó divertido.
—Supongo que sería a alguien —dije riéndome. El mesero regresó con otra copa de champán, que bebí de nuevo de un solo trago. Aquel hombre tomó la copa y la retiró de mis manos con un movimiento grácil.
—Fleur, si tu abuela te ve en este estado lo primero que hará será llamar a tu padre —dijo en un tono tenue.
—¿Eso te importa?
Intenté levantarme de aquel sitio, pero las piernas no me respondieron. Había pasado la mayor parte de mi vida desdeñando a los ebrios y ahora yo parecía estar poco más que perdida por la cantidad de alcohol en mis venas o, al menos, eso parecía a simple vista. Jamás me había embriagado antes, así que no tenía nada con qué comparar las sensaciones que experimentaba. Volví a acomodarme en el asiento y lo miré.
—¿Qué quieres? —pregunté molesta por su cercanía.
—A ti —susurró en mi oído.
La voz de aquel hombre se distorsionó y me pareció que escuchaba a Yori hablar. Bufé por su respuesta. Comencé a buscar a Kenya con la mirada, pero no estaba en ninguna parte. Necesitaba ayuda, algo extraño pasaba conmigo, mi cuerpo se sentía flácido, ligero, y mi mente no lograba concentrarse en nada. Parecía que estuviera volando. Además de esa sensación de escuchar la voz de Yori en todas partes.
Me levanté trastabillando de la silla y comencé a caminar, o al menos a intentar hacerlo. El suelo se movía, así que tentaba con la punta de mis pies para evitar caer. El mundo se había transformado en un caleidoscopio ante mis ojos. Tropecé y aquel hombre me sostuvo entre sus brazos. Intenté zafarme de su abrazo, pero me atrajo más hacia él. Me apretó contra su cuerpo con tal fuerza que me costó trabajo respirar.
—¿Quién eres? —pregunté.
—Ya no quiero sufrir más, creo que ya no soy coherente, calma este corazón, que añora verte, cada vez que amanece. —Al escuchar aquella frase abrí los ojos como platos.
—¿Eres…? —musité.
El resto de mi pregunta fue interrumpida por un beso tan desesperado que pareció un ataque. Al principio correspondí con la misma desesperación, pero mi instinto me decía que aquel sabor y aquel sentimiento no eran los mismos con los que solía soñar, así que intenté zafarme para pedir que lo tomáramos con más calma, pero aquellos brazos se cerraban en mi cintura como hierro.
—¿Cómo es que me encontraste? —pregunté con la respiración entrecortada.
—Siempre he estado aquí, pero no me mirabas —respondió.
—Lo siento —sollocé.
Coloqué mi mano en su mejilla y enrollé mis brazos en su cuello. Él inclinó su cabeza para besar mis labios con suavidad. Y después susurró en mi oído:
—Vámonos de aquí, necesito hablar contigo —musitó.
Asentí y salimos de aquel club. Como si fuera lo más normal del mundo, simplemente subí a su auto. Perdí la conciencia de dónde estaba o las razones por las que hacía lo que hacía. Cuando volví a ser consciente de mí, entrábamos en un hotel. Solo podía pensar en la felicidad que sentía por haber encontrado, por fin, a aquella persona. Después de tanto tiempo, estábamos juntos. Mientras subíamos en el elevador, seguimos besándonos hasta que llegamos al último piso, donde estaba la puerta de la habitación. No podía caminar, estaba demasiado mareada, así que él me tomó en brazos en cuanto las puertas del elevador se abrieron.
Abrió la puerta con una sola mano, deslizando la tarjeta por el lector con un movimiento rápido. Al entrar encendió la luz y después me depositó con suavidad en el suelo.
—Dime, ¿a qué te dedicas? —pregunté.
En mi interior quería averiguarlo todo sobre él, pero volvió a besar mis labios con desesperación. Después de mucho luchar, logré que me soltara por un segundo. No podía respirar.
—Espera, vas demasiado rápido y yo no me siento bien, no puedo pensar con claridad —dije sonriendo.
Él ignoró mis palabras. Solo sentí cómo me tomó por la cintura y me empujó hasta que mi espalda se estampó contra la pared. Abrí los ojos por la sorpresa de esa acción. Estaba siendo muy violento.
—¿Qué haces? —pregunté con miedo en mi voz.
—Lamento si parece que soy rudo, pero no puedo esperar más —dijo susurrando en mi oído—. Creí que iba a perderte.
Acarició mi mejilla con la punta de su dedo. Sus manos eran grandes y fuertes, pero con dedos largos y delgados. Su tacto en mi piel me provocó un escalofrío que me recorrió la columna vertebral. Lo miré directamente a los ojos y me perdí en su mirada. Cuando comenzó a besarme de nuevo, regresé aquel beso, incluso enterré mis dedos en su cabello. Bajó su cabeza hasta colocarla en el hueco de mi cuello y comenzó a besarlo. Parecía que no entraba suficiente oxígeno a mis pulmones, me sentía ansiosa.
La sensación que sus caricias provocaban en mi cuerpo comenzó a tornarse extraña, sentí repulsión más que deseo. Cerré los ojos y, justo cuando sus manos se deslizaron hasta el cierre del vestido y comenzaron a abrirlo, la voz de alguien gritó de forma estruendosa y me distrajo.
—¡No soy yo! —dijo con tal fuerza que incluso aquel tipo que estaba besándome se detuvo para mirarme. Parecía que él también había escuchado algo.
—¿Qué…? —Lo empujé tan fuerte como mis brazos me permitieron—. ¡Basta! No puedo hacer esto —dije.
Me preparaba para salir de la habitación cuando tomó mi brazo y tiró de él con tal fuerza que no pude resistirme a ella. Me giré para mirarlo.
—¡No vas a irte! —gritó. El velo que cubría mis ojos se disolvió por fin y pude distinguir quién era aquel hombre.
—¿André? —pregunté sorprendida y retrocedí un par de pasos por la impresión. El interpelado comenzó a reírse sin parar.
—Vamos, Fleur, terminemos con esto y después yo mismo te llevaré a casa de tu abuela.
El miedo me inundó. ¿Qué demonios había hecho? Retrocedí aún más horrorizada. No prestaba atención hacia dónde me dirigía, así que volví a toparme con la pared, quedando atrapada entre el muro y el cuerpo de André.
—No te acerques o juro que voy a gritar —amenacé, pero mi voz sonaba débil.
—Hazlo, eso me encantaría, siempre me he preguntado cómo serían tus gritos —respondió con un punto lascivo en su voz.
Necesitaba encontrar la forma de salir de allí pero, a pesar de sentir mi mente más despejada, no podía coordinar correctamente. Mi cuerpo no hacía caso a lo que mi cerebro ordenaba. Comenzó a caminar hacia mí, lo evadí saliendo por fin del confinamiento contra la pared y corrí para poder llegar al baño. André bloqueaba la salida de la habitación con su cuerpo. Creí haber logrado correr con la suficiente rapidez, pero me tomó por el cabello y me arrojó hacia el otro lado de la habitación. Al caer, la zapatilla se salió de mi pie y, mientras caminaba hacia mí, la cogí y se la arrojé con todas mis fuerzas, pero solo conseguí golpearle una espinilla con ella, y se soltó a reír. Se agazapó hasta que nuestros rostros quedaron a tan solo unos centímetros de distancia.
—¿Vamos a hacer esto por las buenas o seguirás intentando huir de mí?
Levanté mi mano para abofetearlo, pero fallé por muy poco. Me tomó por la nuca y volvió a besarme. Me revolví para poder zafarme y, como consecuencia, su mano se estampó en mi mejilla.
—¡Merde! Deja de luchar conmigo, esto va a ocurrir de una forma u otra.
Me levantó jalándome por el brazo. En cuanto me soltó, intenté correr. Me empujó con tal fuerza que tropecé con la alfombra y caí de espaldas. La mesa de centro que se hallaba detrás de mí me retuvo, pero me golpeé la cabeza. Lo vi acercarse mientras mi vista se nublaba. Los brazos y piernas me hormigueaban y, justo cuando sentí que él me levantaba en brazos, vi el rostro de alguien en mi mente. «Yori, ayúdame», creí haber susurrado.
Después, todo se tornó negro. Estaba atrapada en un sitio donde solo podía ver fragmentos de lo que ocurría. Como si mi cuerpo no me perteneciera, observé sus manos acariciándome mientras mi cuerpo yacía inerte sobre la cama, observé la tela del vestido deslizarse por mis hombros y después por mis piernas. Veía su mirada oscurecida. Había quedado a su merced. André, por fin, había obtenido lo que siempre había deseado: poseerme.