Mi abuela estaba esperándome en la sala de llegadas del aeropuerto, acompañada por el horror más grande de mi vida, André. Miré a mi abuela, que continuaba siendo aquella mujer que siempre viste a la moda a pesar de su edad, con su cabello rizado y corto, con un flequillo que delinea su frente, y que nunca deja que su cabello se vea con canas.
—Hola, querida —dijo con aquella voz aguda y chillona tan característica de ella. Me rodeó con sus brazos para darme un abrazo de bienvenida.
—Hola, abuela. —Respondí a su abrazo y besé sus mejillas.
André me observaba con la misma mirada penetrante de siempre. Era más alto de lo que recordaba. Debajo de sus grandes y redondos ojos azules vi un par de bolsas violáceas y negruzcas. Su cabello rubio cobrizo combinaba a la perfección con los pantalones de vestir color gris y la camisa blanca que traía puesta. En realidad era atractivo, pero su físico se veía rápidamente opacado por su personalidad petulante.
—¿Qué tal el viaje? —preguntó.
—Bien, gracias. ¿Y a ti que te trae por aquí? —pregunté cortante.
—Le pedí que me trajera para recogerte, ya sabes que no soy buena conduciendo —respondió mi abuela en su lugar. La miré con reproche antes de voltear los ojos. André tomó el carrito con mis maletas y empezó a caminar delante de nosotros
—Iré a guardar esto en el portaequipajes del auto. Mientras tanto, ustedes conversen, deben tener mucho que contarse.
Apresuró el paso y pronto desapareció entre la gente. Mi abuela comenzó a caminar mientras tomaba mi antebrazo. Se acercó a mí como lo haría cualquier abuela que está feliz de ver a su nieta y recargó su cabeza en mi hombro. Lucía cansada, jamás la había visto con tantas arrugas en la piel, aunque también debo admitir que hacía mucho tiempo que no la veía.
—Escucha, hija. Sé que André no es tu tipo, pero él ha cambiado mucho últimamente y me ha pedido permiso para sacarte a pasear. Y como pareces estar necesitada de amistades que te lleven por el buen camino, le dije que sí. —Sacudí la cabeza ante la idea. Intenté controlarme, pero era demasiado que invadiera mi vida de esa forma y anulara mis deseos con órdenes—. Fleur, ¿tú qué opinas? ¿Quieres salir con él?
—¿Por qué nadie toma en cuenta lo que yo quiero? No, abuela, no quiero ir a ningún sitio con ese tipo —dije levantando la voz.
Mi abuela se detuvo frente a mí y cortó el camino interponiendo su cuerpo para evitar que avanzara. Mi abuela podía ser muchas cosas, pero desde que tenía uso de razón jamás había tenido una reacción violenta hacia mí. Al menos no hasta ese momento. Colocó ambas manos en mis hombros. Al principio me resulto cómica la mueca de severidad que reflejaban sus ojos y no pude evitar soltar una risita burlona, pero cuando apretó las uñas contra mi piel y me sacudió con fuerza, me hizo sentir como una niña.
—Fleur, no estoy segura de si tu padre te lo dijo, pero yo soy tu tutora ahora, y si quieres volver a vivir con él tendrás que obedecerme. El acuerdo que firmamos con el abogado dice que si yo no doy buenas referencias tuyas, él no podrá reclamar tu custodia de nuevo.
Me quedé helada. Retiré sus manos con las mías. Estaba temblando, así que respiré profundamente para evitar que las lágrimas se derramaran por mis ojos. No podía terminar de comprender qué me había dolido más, sus palabras o el ligero ardor que sus uñas habían provocado en mi piel.
—¿Me estás amenazando, abuela?
—No, cariño. Pero después de lo que hiciste, ¿realmente crees que tienes credibilidad ante tu padre? —No era realmente una pregunta. Mi abuela estaba afirmando que mi padre la creería más a ella que a mí y, en el fondo, sabía que así sería.
—Saldrás con André hoy, mañana o cuando yo te diga, y si no lo haces, entonces no asistirás a clases. Además, le diré a tu padre que te has descarriado aún más.
Las lágrimas se derramaron, pero eran lágrimas de rabia más que de dolor. Pude ver cómo en el rostro de mi abuela se dibujaba una media sonrisa, un gesto triunfante que me dio náuseas. Supongo que creía haber doblegado mi voluntad solo por el hecho de verme llorar. La miré con un odio impresionante que no la amedrentó en absoluto, solo la hizo sonreír aún más. Descaradamente se burlaba de mí. ¿Quién era esa persona? ¿Desde cuándo mi abuela se había convertido en eso? André nos esperaba con impaciencia frente al auto. Después de subir, la pregunta que estaba matándolo salió de su boca, junto con un suspiro de alivio.
—¿Entonces adónde vamos? —preguntó ansioso.
—Llévame a casa, hijo. Después pueden ir adonde quieran. Llévate el auto si lo deseas.
El muy idiota me sonrió de una forma grotesca por el espejo retrovisor. Estaba encantado con la situación.
—Gracias, abuela —dijo aún con la sonrisa marcada en los labios—. ¿Y qué has hecho de tu vida? —preguntó. Intenté ignorarlo, pero mi abuela clavó su codo en mis costillas para que pusiera atención.
—Nada en especial. ¿Qué hay de nuevo en la tuya?
No tenía muchas opciones, estaba acorralada, solo me quedaba evadir los ataques, y qué mejor forma que desviando la atención hacia él. Su ego era tan enorme que no sería difícil hacerlo embelesarse en hablar sobre él. Eso me daría tiempo a pensar en cómo escapar de la situación.
—Pues, en realidad, lo mismo de siempre. Mi abuelo me nombró supervisor de la planta y ahora tengo más responsabilidades que antes. Podría decirse que he madurado bastante gracias a eso. —Sonreí con cierto sarcasmo por su comentario. «Realmente lo dudo» quise decir, pero me mordí la lengua para evitarlo. No era el mejor comentario que podía hacer tomando en cuenta las circunstancias.
—Hum, ¿en serio? —pregunté sin despegar la vista de la ventanilla.
—Pero creo que tus días han sido más divertidos que los míos. —Sus palabras contenían el mismo tono sarcástico que yo había utilizado con anterioridad—. Aunque, claro, solo son rumores. No creo que deba dar crédito a ese tipo de habladurías.
Abrí los ojos como platos por su comentario. Parecía estar más informado de lo que quería revelar. La situación con mi padre y la escuela debía haber sido la comidilla, pero el tono amenazador en su voz indicaba que no se refería solo a aquel incidente.
—¿Qué quieres decir? —pregunté. Ya no quería jugar a ese juego de ajedrez. Mi tono destilaba hostilidad.
—Tengo amigos que están en Tokio y dicen haberte visto en la madrugada con un hombre en Roppongi. —Mi abuela me dirigió una mirada asesina.
—¿Eso es cierto? —preguntó histérica.
—¡No! Escucha, André. Si realmente en alguna parte de tu retorcida mente quieres agradarme, podrías empezar por no difamarme o enviar a que me espíen. —Soltó una carcajada.
—¿Eso quiere decir que con tal de conseguir guardar tus secretos serías capaz de fingir que te agrado? Debes estar ocultando algo que realmente te importa.
Sus palabras me confirmaron de forma tácita que, efectivamente, había madurado, solo que era la madurez que adquiere alguien sin escrúpulos. Hablaba como su abuelo. Era joven, pero poseía un corazón amargado y cruel. Descrucé los brazos, que habían permanecido en mi pecho durante todo el tiempo.
—Interprétalo como desees —siseé—. Mejor cambiemos el tema, nadie puede obligarme a hacer algo que no quiero. Para desgracia de ambos, tengo inmunidad diplomática en muchos países y les advierto que, si me presionan demasiado, huiré. Cruzaré el mar aunque tenga que nadar para lograrlo. —No esperaba que temieran a mis palabras, solo quería dejar claro que no podrían doblegar mi voluntad sin que yo presentara pelea. Ambos comenzaron a reírse, por lo cual me sentí ofendida, pero permanecí con el rostro impasible. —Me gusta esa actitud, Fleur. Cuando vuelves tuyo algo que se entrega por voluntad propia pierde interés para mí, pero cuando puedo obtener algo que no desea ser tomado, entonces la cacería se vuelve emocionante. Ahora me atraes más. —El tema se dio por terminado con esa frase, que me heló la sangre.
«Genial», pensé para mis adentros. Mi falta de control me había metido en más problemas y había provocado que André tuviera más interés en obligarme a estar con él. Ahora se había convertido en un juego en el que la astucia determinaría al ganador.
André se dirigió a la casa, que se encontraba en lo alto de una colina. Mi abuela había dejado los cortes góticos originales de la casa cuando la compró. Hacía tanto tiempo que no pisaba aquel sitio que, al llegar, sentí una necesidad insoportable de salir corriendo. La casa era tan tétrica como la recordaba. No había cambiado nada. Tejados altos de colores oscuros y ventanales con grandes y gruesas cortinas. André bajó mi equipaje y lo apiló en el recibidor. El aroma de la casa me recordaba al perfume que usaba mi mamá y comencé a recordar su sonrisa. Deseaba con todas mis fuerzas que ella estuviera aquí para ayudarme, para defenderme de mi abuela y el acoso de André. Jamás me había sentido tan desvalida y sola, tenía miedo de todo lo que se venía encima.
André colocó su mano en mi hombro, sacándome de golpe de mis recuerdos.
—¿Piensas en tu madre? —El tono de su voz me engañó por un segundo, hasta que el roce de sus dedos en mi hombro y la forma en que los apretaba contra mi piel me recordaron de inmediato lo peligroso que era. Tenía que pensar rápido en algo para no quedarme a solas con él.
—André, ¿podrías esperar un momento? Quisiera cambiarme de ropa.
—No te ves mal con lo que llevas puesto, querida —respondió mi abuela.
—No me siento cómoda saliendo con esta pinta. —Miré a André a los ojos—. Por favor —dije en tono de súplica.
—Bien —respondió de mala gana.
—Gracias.
Subí corriendo con la maleta más pequeña hacia la que era mi habitación en aquella casona. Necesitaba que alguien me rescatara, así que al entrar cerré la puerta con llave y me senté en la cama. En la mesita de noche que se encontraba al lado de la cama descansaba un teléfono estilo gótico. Descolgué tan rápido que el auricular casi cayó al suelo. Mis manos estaban sudorosas. Comencé a marcar el teléfono de una vieja amiga de la infancia, nuestras madres habían sido compañeras en el conservatorio de música.
—¿Millet? —dije. Mi voz no iba más allá de un susurro, porque no quería arriesgarme a ser descubierta. Millet dudó un segundo antes de responder a mi pregunta.
—Oui.
—Soy Fleur.
—¿Fleur? No te reconocí la voz. ¿Estás en París?
—Sí, llegué temprano esta mañana, pero te explico los detalles después, necesito que me ayudes. ¿Recuerdas aquella plaza en la que solíamos vernos?
—Sí.
—Necesito que estés ahí dentro de una hora. —Escuché crujir los escalones Seguramente la poca paciencia de André había provocado que mi abuela subiera a cerciorarse de que no huyera por la ventana o algo parecido.
—¿Qué sucede? —Mi abuela tocó la puerta con fuerza.
—André —susurré con el auricular pegado a mis labios. Mi abuela comenzó a aporrear la puerta con más fuerza.
—¿Fleur? —gritó.
—D`accord —dijo Millet antes de colgar. Coloqué el teléfono en su sitio y contesté a la voz de mi abuela sin abrir la puerta.
—Ya bajo.
Me quité los jeans y la blusa escotada de botones y me puse unos pantalones de mezclilla deslavada y una blusa tejida con cuello de tortuga. Al abrir la puerta, mi abuela me fulminó con la mirada.
—Necesitaba pasar al sanitario —siseé.
Ella puso los ojos en blanco y me siguió por el pasillo. Bajé las escaleras con la mayor naturalidad posible. Estaba nerviosa.
—¿Adónde quieres ir? —André era predecible en algunas cosas. A pesar de ser un controlador en potencia, no tenía ni la más mínima idea de los sitios de interés, por lo tanto me dejaría escoger a mí. Así que solo tenía que llevarlo a un sitio donde pudiera estar segura.
—Vamos a Montmartre. Quiero comer una hamburguesa en aquella plaza. —Sonrió extasiado por mi propuesta. El sitio no era muy concurrido debido a la ubicación y el peligro que representaba el camino si cambiaba el clima.
—De acuerdo —respondió y se levantó de aquella mecedora en la que mi madre me arrullaba cuando era niña.
—Regreso después —dije en dirección a mi abuela.
Normalmente me habría inclinado y le hubiera dado un beso en la frente, pero, después de su acto de esa mañana, mi abuela se había convertido en una desconocida para mí, y yo no suelo ser amable con los extraños. Ella notó el cambio en mi actitud de inmediato y pude sentir su sorpresa por mi acción. En mi fuero interno me regocijé por ello.
André caminó al frente y abrió la portezuela del copiloto para mí. Me acomodé en el asiento y me puse el cinturón de seguridad. Él sonrió, caminó hacia el lado del conductor y cerró la portezuela con fuerza.
—¿Quién era ese chico con el que te vieron mis amigos?
Lo ignoré fijando la vista en el cielo nublado de París. No tenía que rendirle explicaciones. No era asunto suyo. Mi determinación a no responder sus cuestionamientos provocó que se molestara lo suficiente como para que arrancara el auto y acelerara de forma violenta. Una vez estuvimos fuera del rango de vista de mi abuela, arremetió con más fuerza en su interrogatorio.
—¡Fleur!—gritó tan fuerte que consiguió que me sobresaltara.
—Nadie —respondí nerviosa—. Solo me ayudó a llegar al supermercado —respondí aún con el mismo temor en mi voz.
Esto era peor de lo que había imaginado. El corazón me latía con fuerza. No era capaz de volver a controlar mi respiración y unos pequeños temblores sacudían mis rodillas a pesar de estar sentada. No estoy segura de si me creyó, pero ya no preguntó nada más, solo se dedicó a conducir. Qué reacción tan violenta. ¿Qué era lo que había pasado con él? Parecía que mi presencia sacaba lo peor de André. Aunque, bueno, no es que fuera un ser humano ejemplar, pero siempre que el asunto era sobre mí, él parecía perder más pronto los estribos.
Caminamos por el pasillo de aquella plaza, que no había cambiado nada: las mismas tiendas, el mismo ambiente, incluso el restaurante continuaba con el mismo menú. Nos sentamos en la mesa del fondo, junto a la terraza que dejaba ver la pendiente. Era una vista impresionante.
—¿Qué vas a ordenar? —preguntó mientras se inclinaba hacia mí para ver mi menú en lugar del suyo. Señalé con mi dedo lo que me apetecía comer, mientras intentaba poner distancia entre su rostro y el mío.
—Comeré lo mismo. No suelo comer este tipo de cosas, así que no sé qué elegir. —Hizo una seña al mesero, quien ya venía hacia nosotros, y al ver su mirada gélida apresuró el paso—. Queremos dos de este paquete —dijo al chico.
El pobre tomó nota tan rápido como pudo y salió huyendo del rango de vista de André. ¿Cómo podía un ser humano común apabullar de ese modo a otro?
—¿Vamos a conversar o quieres que estemos en silencio por el resto de la velada? —Su pregunta me sacó de mis pensamientos.
—Eso deberías decidirlo tú —respondí altiva.
—Te crees tan astuta. Eso me molesta. Si no hicieras cosas que me molestaran, no sería rudo contigo.
—No debería afectarte lo que hago —murmuré.
—Esa forma tuya de responder logra sacarme de quicio.
Ignoré su comentario. No tenía intenciones de caer en su juego. Tenía razón en una cosa: soy sarcástica y bastante temperamental y, en definitiva, suelo ser cínica al momento de responderle, pero ni siquiera con ello soy rival para su hipocresía y su falsedad.
—Tengo que ir al tocador.
Me levanté y caminé en dirección al baño de chicas. Mi abuela me había prestado su teléfono celular por si necesitaba comunicarse conmigo. Marqué el número de Millet, que por fortuna recordaba de memoria.
—¿Dónde están? —pregunté.
—En la escalinata. El auto se averió.
—No podré soportar la atmósfera por mucho tiempo. Está más alterado que de costumbre, así que traten de que no parezca premeditado. Debe parecer una casualidad de verdad.
Regresé a la mesa más relajada al saber que ya casi llegaba la caballería.
La forma en que André comía su hamburguesa captó mi atención. Partía la hamburguesa con el tenedor y el cuchillo.
—¿Aún estás obsesionada con ser cantante?
Una forma muy agradable de iniciar una conversación en medio de la comida. Azoté los cubiertos contra mi plato, produciendo un sonido agudo que me taladró los oídos y provocó que él me mirara.
—No es una obsesión, André, es mi sueño. ¿Es que acaso no hay nada en este mundo que desees hacer o tener?
—La vida no se rige por sueños. Yo no tengo deseos, tengo ambiciones. Y sí, hay un par de cosas que quisiera tener a cualquier costo. Aunque no lo creas, de verdad me gustaría tenerte a ti.
Tomó el pedazo de hamburguesa que había cortado y se lo metió en la boca. El tono serio de su voz me dejó impresionada. ¿En realidad deseaba tanto que lo amara? Si era de esa forma, ¿por qué se esmeraba en provocarme cada vez que le era posible? Carraspeó para limpiarse la garganta. Esa fue la primera vez que lo vi sentirse cohibido antes de hablar.
—Tú no sabes lo que es vivir escuchando siempre que las personas solo te aman por lo que tienes y no por quién eres.
—No eres el único que ha vivido experiencias tristes, André. Tal vez te sorprenderías si supieras cómo comprendo el significado de tus palabras. Ambos hemos perdido a un ser amado y eso ya nos hace saber que la muerte existe. Por eso creo que es mejor tener sueños que nos impulsen hacia el frente, que nos ayuden a seguir adelante. Esperanza, André, tener esperanza es lo que nos hace ser mejores. —Sonrió por lo bajo.
—Tenemos ese gran punto en común. Entonces, ¿por qué no podemos llevarnos bien? —Su pregunta sonó bastante sincera en mis oídos, más de lo normal.
—No es porque no tengamos cosas en común, el problema es que fuiste educado para tomar las cosas por la fuerza. A mí me enseñaron que todos merecen respeto y que no debo obligar a nadie a nada.
Su rostro se descompuso por unos segundos, pero recobró rápido la compostura. Dejó los cubiertos sobre el plato y me miró. Sus ojos estaban cargados de un sentimiento que jamás les había visto reflejar antes. Tomó mis manos entre las suyas y respiró profundo. Estaba a punto de decir algo cuando sentí que unos brazos rodeaban mi cuello.
—Hola, pequeña Fleur —susurró alguien en mi oído. Al principio me sobresalté, hasta que reconocí al dueño de aquella voz y aquellos fornidos brazos. Alto y de cabello castaño, con aquellos ojos miel que habían sido testigos de mis travesuras más de una vez. Lo más cercano que había tenido a un hermano.
—¡Liam! ¿Cómo has estado? —pregunté mientras me ponía de pie y le daba un eufórico abrazo.
—No tan bien como tú, parece. —Me tomó de la mano para darme una vuelta—. Regresé de Madrid ayer y pensé en invitar a mis hermanos a comer. Y como este restaurante es el lugar por excelencia para reuniones como esta, vinimos. No imaginé que te encontraríamos aquí. ¿No estabas en Estados Unidos con tu padre?
—Tú lo has dicho, estaba. Mi padre fue trasladado a Japón y gané una beca para estudiar en el conservatorio, así que llegué hace unas horas.
—Pues sí que es una sorpresa. Espera que se lo diga a los demás.
André no mencionó palabra alguna durante todo nuestro saludo. Cuando lo miré por el rabillo del ojo, tenía un color verde en el rostro tan espeluznante que creí que su cabeza comenzaría a dar vueltas. Le dedicó una mirada rencorosa a Liam quien, al sentir el peso de su mirada, fingió haberse percatado apenas de su presencia.
—Cuánto tiempo —dijo menos eufórico.
—Sí, mucho—respondió André.
En la historia de Liam y André siempre había habido un problema: yo.
Para Liam era igual que una hermana pequeña y nunca le gustó que André tratara de obligarme a estar con él. Así que siempre que se veían cuando éramos niños había una riña. Su saludo fue tan fugaz que me confundió durante un segundo, parecían hablar con los ojos más que con la boca.
—Iré a por los chicos.
Liam salió corriendo del restaurante y unos minutos después entraron Millet y Renol, sus hermanos y también mis amigos de la infancia. Millet era de mi edad y estudiamos juntas hasta tercer grado, cuando mi padre fue trasladado a Estados Unidos. Renol, su hermano menor, solo tenía catorce años. Eran la adoración de Liam, quien era mucho mayor que ellos.
—¡Fleur! —gritaron ambos al unísono y, al igual que con Liam, un efusivo abrazo fue mi respuesta. Las preguntas no se hicieron esperar—. ¿Cuánto tiempo vas a quedarte? ¿Tienes novio? ¿Te llevas mejor con tu padre? ¿Cómo son los países en los que has vivido?
Era tal la rapidez con la que formulaban sus preguntas, que apenas tenía tiempo para responder una cuando ya había sido lanzada la otra. André no había tenido tiempo de tomar parte en la conversación. El plan había funcionado. Sin darnos cuenta la noche cayó y el personal del restaurante fue a informarnos de que estaban a punto de cerrar.
—El tiempo pasa muy rápido. Será mejor que te lleve a casa, si no tendrás problemas mañana para la escuela. —André hablaba sin despegar la mirada de su reloj de pulsera.
—No hay problema, yo la llevo —dijo Liam.
—No es necesario. Yo la traje y yo la llevo de regreso. —Liam soltó una carcajada franca que no dejaba lugar a dudas. Estaba burlándose de André.
—Vamos, amigo. ¿No crees que ya estamos grandes para estos numeritos? —André apretó los ojos tan fuerte que creí que cuando los abriera se le saldrían.
—No soy yo quien comienza, Domoint, pero tienes razón, no tenemos que pelear por ella como si se tratara de una muñeca. De cualquier forma, yo siempre gano —dijo mascullando la última parte.
Arrojó las llaves del auto de mi abuela hacia Liam, quien las tomó con destreza. André sacó su teléfono y comenzó a hablar. Debía reconocer que hacía mucho tiempo que no escuchaba a nadie referirse a Liam por su apellido, aunque para ellos era su forma de mostrarse su molestia.
—Necesito que vengas a por mí —ordenó. Se puso de pie y salió del establecimiento. En cuanto lo hizo, suspiré aliviada.
—Me alegro de que llegaran —dije a los tres.
—Lamento el retraso, es que alguien olvidó ponerle combustible al automóvil, así que nos quedamos en medio de la carretera esperando a que llegara el mecánico.
Me solté a reír. Millet tenía cara de pocos amigos. Era ella quien había olvidado aquel detalle tan importante.
—No es necesario que digas esas cosas. —Millet empujó levemente el hombro de su hermano para mostrar su desacuerdo.
—Ya, mujer, no es para tanto, a cualquiera le pasa. Que olvides ponerle gasolina a tu auto es muy común en estos días. —Me miró con ira y sonrió con sarcasmo.
—La próxima vez que me llames pidiéndome ayuda te colgaré el teléfono.
Su voz parecía una campanilla por su agudeza. Sollozaba como una niña pequeña. Su reacción, así como sus pucheros, me hicieron soltarme a reír hasta que las lágrimas se acumularon en mis ojos y el estómago me dolió por el esfuerzo.
—De acuerdo, lo siento. Liam, no molestes a mi amiga, por favor.
André regresó con un humor terrible. Obviamente no le había agradado que interrumpieran nuestra cita y, mucho menos, que Liam lo dejara en ridículo frente a nosotros.
—El chófer vendrá a por mí en unos minutos. —La silla junto a mí había quedado vacía mientras jugábamos, así que André aprovechó para sentarse en ella.
—¿Cómo van los negocios de la familia? —le preguntó Liam.
—Hemos tenido algunas nuevas adquisiciones y las ganancias se han incrementado un poco, pero mi abuelo quiere que entremos en el mercado oriental, así que algunos de nuestros asesores se encuentran negociando con las empresas locales en ciudades como Tokio, Hong Kong y Seúl.
Caí en cuentas. Esa era la razón por la cual sabía sobre Yori y nuestra pequeña salida aquel día.
—¿Qué tal tu empleo?
—De maravilla. Nada mejor que dedicarse a lo que uno quiere.
A André se le borró la sonrisa del rostro cuando escuchó aquel comentario. Tensó la mandíbula, además de respirar profundamente en tres ocasiones seguidas. ¿Respiraciones yoga? En realidad no quería perder la calma frente Liam.
—Claro, si lo que quieres es vivir día a día, pero cuando deseas formar un imperio las cosas ya no son tan sencillas. —Aquella guerra verbal que sostenían nos tenía al resto en un silencio total—. Nunca he entendido a qué te dedicas con certeza. —La voz de André era ronca, parecía gruñir por la forma en que su lengua acariciaba las letras. Una serpiente, su forma de hablar me recordaba a una serpiente enrollándose para atacar.
—Soy el dueño de una compañía discográfica aquí en París.
—Lo sé, pero no entiendo dónde está el negocio en tu ocupación.
—Grabo los discos de los cantantes y los vendo. El negocio de la música está muy bien remunerado si sabes cómo administrarlo.
—Estoy de acuerdo contigo. Cualquier negocio es rentable si quien está al frente sabe cómo dirigirlo.
—Por cierto —dijo Liam dirigiéndose a mí—. Quizás cuando termines ese curso que ganaste podrías grabar una demo para mí. ¿Aún quieres ser cantante? Les he hablado a los inversionistas acerca de tu estilo y la voz privilegiada que heredaste de tu madre. Tienen mucho interés en escucharte cantar, Fleur. —Una sonrisa eufórica apareció en mi rostro. No necesitaba responder para que Liam comprendiera que estaba ansiosa por grabar una demo con él.
—Para mí sería un honor.
Mi mente se llenó de imágenes de mí cantando frente a un micrófono de estudio. La música sonando a través de los audífonos, una multitud de gente abarrotada en un estadio solo para escucharme cantar. Pero, quizá, de todas aquellas imágenes la que más deseaba que se cumpliera era la de encontrar a aquella persona, tenerlo en mi vida. Una figura esbelta observándome desde el fondo de aquella marea de personas. No era capaz de distinguir su rostro, pero el corazón me decía que había nacido para estar con él.
André bufó tan fuerte que rompió la nube de mi ensoñación.
—No deberías alentarla con tonterías como esa. —Todos dirigimos nuestra atención hacia él.
—Yo no considero que alentar sus metas sea tonto, André, y no quisiera que nuestras riñas de niños por Fleur crecieran hasta llegar al punto de convertirse en una pelea real.
André sonrió, comprendía a la perfección la amenaza implícita en el comentario de Liam. Ambos intercambiaron miradas que expresaban la ira que intentaban contener. André, especialmente, lucía alterado. Al cabo de unos segundos, ambos volvieron a tomar el control.
—Opino lo mismo que tú. No es necesario pelear. En fin, no podemos opinar igual, ya veremos el camino que elige ella al final. —Su rostro era una auténtica mueca de locura. Me perturbó pensar en lo que estaría pensando en realidad. Por fortuna, su celular sonó y le obligó a guardar silencio—. Bueno, el auto espera, los veo luego. —Se acercó para ofrecerle la mano a Liam, quien la estrechó no con mucho agrado—. Te llamo después —susurró en mi dirección.
Se acercó para intentar rozar sus labios con los míos, pero hábilmente volteé mi rostro para que impactaran con mi mejilla. Él solo sonrió, tomó su saco y se fue caminando como si nada hubiese ocurrido.
—Por fin se fue —dijo Millet.
—¿En qué estaba pensando tu padre cuando decidió enviarte con tu abuela? —preguntó Renol.
—No está enterado sobre aquel incidente —dije para justificar la decisión de mi padre.
—¿Por qué no se lo contaste cuando te dijo que te enviaría con ella? —preguntó Liam.
—Porque creí que pensaría que estaba inventándomelo para evitar el castigo.
—Fleur, debes tener cuidado. Según lo que he escuchado, André ha cambiado mucho, ya no es tan visceral como antes y, por lo que pude ver, ese control lo ayuda a enfocarser unicamente en lo que desea obtener. Podría tratar forzarte de nuevo y, si ninguno de nosotros está para defenderte como en aquella ocasión, podría suceder algo terrible. Mantente alejada de él lo más que puedas. —Sabía que tenía razón, solo que en mis circunstancias actuales era más sencillo decirlo que lograrlo.
—Mi abuela ha cambiado mucho también, se sorprenderían al saber cómo fue que me obligó a salir con él hoy. Pero no importa, no me daré por vencida. Sin importar qué tácticas utilice, no saldré con él nunca más. —La mirada de todos se posó en mi rostro. Había en ellas un poco de compasión mezclada con molestia.
—¿Aún no estás enterada? —preguntaron.
—¿Acerca de qué?
—Su negocio de exportación de antigüedades se estaba yendo a la quiebra, ella decidió subastarlo y adivina quién lo compró.
Me quedé perpleja. El destino no podía jugar así conmigo. En el interior de mi mente sabía la respuesta, pero tenía miedo de decirlo en voz alta. Me asustaba entender la gravedad del asunto.
—¿André? —Todos asintieron.
—Él dejó al cargo a tu abuela, pero ya no le pertenece a tu familia, y parece que, por medio de ese negocio, intenta comprar todo el complejo de la empresa de tu abuela. Imagino que, en su desesperación por mantener su negocio, tu abuela debe pensar que si te casas con él su compañía estará a salvo y ella tendrá de vuelta su negocio.
Si las conjeturas de Liam eran acertadas, y yo sabía que así era por el comportamiento de mi abuela en el aeropuerto, quedaba claro que para ella solo era un objeto de intercambio.
—Solo son tres meses. Seré tan buena que mi padre no tendrá más opción que dejarme regresar. Si mi abuela falsea los hechos, haré público lo que sucedió con André hace tiempo y eso no será conveniente para nadie.