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Chapter 7 - Reconocerte

—Las clases empiezan el lunes. Sugiero que vayas a comprar lo que te haga falta para la escuela.

Lo miré estupefacta. De pronto, el hecho del destierro ya no tuvo importancia. Tampoco que, durante casi dos semanas, me había tenido en arresto domiciliario. Estaba diciendo que fuera sola a comprar. Sus palabras ocuparon mi mente en solo unos segundos.

—¿Cuándo dices ve te refieres a que vaya yo sola? —titubeé.

—Sí —respondió con seguridad.

—¿Vas a dejarme salir sola? —Mi padre asintió como respuesta.

Hice la pantomima de recargarme en la pared antes de comenzar a gritar.

—¡Mi papá ya no me quiere! ¡Le da igual lo que me pase! —La risa de mi padre fue tan estruendosa que me hizo guardar silencio.

—Fleur, ¿qué haces? —preguntó entre risas.

—¡Un berrinche! —grité imitando a una niña malcriada.

—Tokio es una ciudad segura. Aunque llegaras a perderte, solo tendrías que pedir ayuda y te la brindarían enseguida. Supongo que ya no lo recuerdas, porque eras muy pequeña y estaba muy reciente lo de tu madre, pero ya te perdiste una vez aquí. —Lo miré con cierta incredulidad.

—¿Me perdí?

—Sí —respondió.

—Cuéntame. —Nos sentamos en la sala y mi padre inició el relato.

—Hubo una cumbre aquí en Tokio poco después del accidente. Estabas muy sensible, así que decidí llevarte a un parque para que te relajaras un poco. Jugabas en un cajón de arena y te dije que esperaras, que iría a comprar un bebida a la máquina que estaba cerca, pero, como siempre, no hiciste caso y decidiste intentar seguirme, y terminaste perdiéndote.

»La gerente del hotel en el que nos hospedábamos también llevaba a su hijo a jugar al mismo parque, así que te encontró y te llevó a la estación de policía para llamarme por teléfono, y tu primera odisea en Tokio fue bien librada. —Lo miré con los ojos abiertos por la incredulidad. ¿Por qué no recordaba nada acerca de eso?

»Suficiente de historias. Ve a comprar las cosas. —Sacó su billetera y me dio un billete de diez mil yenes, que miré con cierta sorpresa.

—Es demasiado.

—Tómalo, ya entenderás por qué. —Subió corriendo las escaleras y regresó con lo que parecía ser un mapa—. Necesitarás esto. —Colocó el papel doblado en mis manos.

—¿Qué es? —pregunté.

—Un mapa de las líneas del metro de Tokio.

—¿Metro? —grité tan fuerte que hasta yo misma me sobresalté.

—¿Cómo piensas llegar al supermercado? ¿Caminando? En un conbini (minisúper) no tienen las cosas que tú necesitas. Marqué la estación en la que tienes que bajarte para llegar al supermercado.

Se fue caminando con aire de suficiencia. Mi padre parecía estar disfrutando de cada momento de nuestra conversación, y no hacía el menor esfuerzo por disimular. Miré por la ventana. Estaba oscuro, parecía medianoche a pesar de ser tan solo las cinco de la tarde. Mi padre asomó su cabeza por el barandal de las escaleras.

—La estación del metro está a quince minutos caminando desde aquí. Al salir toma hacia la derecha y sigue recto. La verás enseguida. Se llama Naka-meguro eki. —La mirada que le dediqué chispeaba ira.

—Como tú digas, papá.

Tomé el abrigo, una bufanda y las llaves. Al salir dejé que la puerta se cerrara sola, provocando con ello que se azotara con fuerza. Quería mostrarle de esa manera mi molestia.

Caminé hasta la estación. Jamás lo había visto ser tan flexible y su actitud me preocupaba. Mis pensamientos divagaban. Había estado tan ocupada sintiendo lástima por mí misma que había olvidado llamar a Kenya. Seguramente estaría molesta conmigo por no avisarla sobre mi llegada. Tampoco había llamado a Yori. Saqué mi celular de la bolsa trasera del pantalón. «Genial», mascullé, no tenía cobertura.

Al entrar en la estación no pude ignorar las muchas diferencias con las estaciones de metro de América. Intentaba deducir dónde tendría que comprar el boleto o si debía introducir el dinero directamente en la pequeña taquilla que estaba justo en la entrada. Nunca había viajado en metro y no tenía ni idea de cómo manejarme. En mi búsqueda de independizarme de mi padre jamás me percaté de lo mucho que estaba acostumbrada a la vida que él me ofrecía. Era triste darme cuenta de lo neófita que era en la vida sin su ayuda. Decidí acercarme a la cabina de policía.

—Disculpe. ¿Qué dirección debo tomar para llegar a Shibuya? —El hombre sonrió al verme, tomó un cartón enorme que estaba junto a su escritorio y lo colocó frente a mí.

—Tendrás que hacer un transbordo. Debes tomar hacia Ebisu, Hiroo y Roppongi, bajar en Ebisu y ahí cambiar a la JR line. Shibuya es la siguiente estación —explicó mientras señalaba en aquel enorme papel.

En realidad no había entendido con claridad, pero no quería que aquel hombre se percatara de ello. Miré a mi alrededor intentando pensar cómo debía preguntar acerca del boleto. Podía hablar japonés, pero leer era una historia diferente y más si la mayoría de los anuncios se encontraban escritos en kanji también. Cuando mi atención regresó al policía, noté que el hombre sostenía el boleto en su mano.

—Con este boleto llegarás a Ebisu. Allí debes comprar el siguiente.

—Gracias.

Viajar en el metro resulto más cómodo de lo que había imaginado. Aquel vagón estaba limpio, no tenía grafitis y los trenes respetaban sus horas de llegada y salida. Pude llegar a la estación de Ebisu sin mayor problema, pero cuando quise hacer el transbordo me perdí. Nadie me dijo que la estación era enorme y contaba con su propia plaza comercial. Comencé a caminar entre los pasillos intentando leer las indicaciones. Pregunté a unas chicas que se encontraban en una tienda de helados si sabían cómo podía llegar a Shibuya. Ellas me dijeron que sería mejor que caminara, si seguía el puente del metro llegaría más rápido. Hice caso y decidí caminar, pero todas las calles lucían iguales, estaban oscuras y comencé a preocuparme.

Después de mirar el reloj me di cuenta de que habían pasado dos horas desde que había pedido indicaciones. La desesperación se apodero de mí y en lugar de detenerme seguí deambulando. Mientras caminaba vi un teléfono público. Entré en la cabina y observé con detenimiento el teléfono. Las instrucciones estaban escritas en japonés, así que no pude entender cómo utilizarlo. Salí de la cabina y me senté en el suelo a llorar. Mi suerte había decidió irse de vacaciones a Hawái o el karma estaba enseñándome una lección bastante dura. No era tan madura como yo creía serlo. El aire frío me azotaba el rostro y cortaba como muchos cuchillos picando en la piel de mis mejillas. Una mujer de edad avanzada se acercó a mí.

—¿Estás perdida?

—Sí —respondí.

—¿Intentaste llamar a tu casa para que vengan a por ti?

—Lo intenté, pero no sé utilizar el teléfono.

—No te preocupes, puedo ayudarte.

—Gracias.

Me levanté del suelo tan rápido como pude. La mujer entró en la caseta y descolgó el auricular. Colocó una moneda de cien yenes y me pidió el número al que quería llamar. Saqué mi teléfono y comencé a teclear. Intentamos primero con el número de la casa, pero mi padre seguramente había salido, porque nadie respondió. Marcamos también el número de la embajada, pero era muy tarde, así que tampoco respondieron. Me quedé pensativa durante un momento, y recordé que conocía a alguien más en Tokio. Yori. Me avergonzaba la idea de pedirle ayuda, pero no tenía muchas opciones. A situaciones desesperadas, soluciones desesperadas. Busqué en la memoria de mi teléfono hasta que su nombre apareció en la pantalla. Le entregué el móvil a la mujer. Ella marcó hasta que contestaron, solo dijo que esperara un momento y me dio el auricular. No sabía qué decir, así que solo lo saludé con un simple «hola» en inglés, y él respondió con sorpresa.

—¿Fleur? —Sonreí antes de responder. Me agradó que reconociera mi voz con solo una palabra.

—La misma. —Miré a la señora y sonreí—. Muchas gracias por su ayuda. —La mujer sonrió como respuesta y se alejó.

—Creí que habías olvidado que aún tienes mi chaqueta —dijo entre risas.

—Lo siento, tuve algunos problemas cuando llegué y no pude llamarte.

—¿Te encuentras bien?

—No, estoy perdida —respondí a punto de estallar en llanto.

—Voy a buscarte. —El sonido de su voz tranquilizó un poco la pesadumbre.

—No quiero molestarte —dije apenada. No quería hacerle pensar que solo lo buscaba cuando necesitaba que me rescatara, aunque fuese verdad.

—Busca referencias para saber dónde estás.

Miré a mi alrededor intentando ubicar algo que me dijera con exactitud dónde me encontraba. Miré hacia uno de los puentes y vi el nombre de la calle. Los árboles tenían muy pocas hojas en ellos y las que había estaban pintadas de naranja y rojo.

—Tamagawa dori —dije.

—¿A qué altura?

—No lo sé. Hay un semáforo y detrás de mí una tienda de zapatos.

—En diez minutos estoy ahí.

Colgué el teléfono y me senté dentro de la cabina telefónica. Observaba la calle cuando distinguí su rostro. Montaba una bicicleta. Levantó su mano para llamar mi atención.

—Lamento la tardanza —gritó. Sacudí la cabeza y caminé hacia él—. ¿Adónde querías ir? —preguntó mientras desmontaba.

—Al supermercado —respondí, y coloqué en sus manos el pedazo de papel que mi padre me había dado.

—¿Pensabas llegar caminando a Shinjuku? —Sonreí por su comentario.

—El plan era llegar por metro, pero tengo la orientación de un gato bajo el agua.

—Si quieres, yo podría llevarte.

—Supongo que sería lo mejor. No creo que pudiera sobrevivir sola, todas las calles son iguales. Y, definitivamente, debo volver a casa. Necesito gritarle a mi padre. —Una sonrisa curvó sus labios.

—Tenemos que llevar la bicicleta a mi casa.

—De acuerdo. ¿Quieres que te espere aquí? —Levantó la ceja ante mi comentario.

—Dije tenemos, ¿cierto? Es invierno, la temperatura irá bajando. ¿Cómo voy a dejarte aquí sola, congelándote? —Tenía razón, hacía mucho frío, ya no sentía la punta de los dedos. Solo que al estar con él olvidaba esa clase de cosas.

—Sube a la bicicleta.

—No sé andar en bicicleta.

—No dije que pedalearas. Está prohibido que dos personas vayan en la misma bicicleta, así que lo que vamos hacer es que tu irás en el asiento y yo guiaré la bicicleta mientras camino. —Miré sus brazos con desconfianza.

—¿Estás seguro de que podrás con mi peso? —Me fulminó con la mirada. Nunca entenderé por qué los hombres tienen obsesión por defender su fuerza física. No era mi intención ofenderlo, pero no podía negar que era de complexión delgada, con un cuerpo torneado pero delgado al final.

—¿Crees que no puedo soportar tu peso? —preguntó en un tono extraño que me puso la piel de gallina.

—No quise decir eso. —Fue lo mejor que se me ocurrió responder.

Suspiré con demasiada fuerza y guardé silencio. Él comenzó a caminar. Debo admitir que era más fuerte de lo que aparentaba, ya que no parecía sufrir en absoluto guiando la bicicleta conmigo ahí sentada sin pedalear.

A cualquier parte que miraba solo podía encontrar boutiques de ropa, algunas joyerías y un par de zapaterías. El lugar parecía una zona muy exclusiva, bastaba con ver los nombres de muchos diseñadores famosos en los escaparates.

—¿Cómo se llama este sitio?

—Daikanyama.

Entramos en una calle con una pendiente muy pronunciada. Estaba a punto de bajarme cuando él se detuvo detrás de la bicicleta y subió de un solo movimiento. La bicicleta no perdió el equilibrio.

—Quita los pies —ordenó.

Encogí mis piernas y las deslicé hacia el frente. Él tiró de los pedales con ambos pies y comenzó a pedalear de pie, mientras se inclinaba un poco hacia el frente. Se necesita una gran fortaleza física para lograr aquella hazaña

—¿Sorprendida? —dijo al ver que llevaba la boca abierta.

Por un instante, la cercanía de su rostro y su aliento tibio que chocaba con mi mejilla hicieron que me perdiera en su mirada. Yori la sostuvo. Parecía que nuestros ojos sostenían una conversación, hasta que casi chocamos con un poste y ambos rompimos el contacto.

Llegamos a una casa grande parecida a la casa donde nos alojábamos mi padre y yo, solo que esta estaba adornada por un árbol que no tenía ni una sola hoja en sus ramas y tenía un patio trasero con una llanta colgando de aquel enorme árbol a modo de columpio.

—Espera —dijo mientras bajaba de la bicicleta y la sostenía para que yo también lo hiciera. Abrió una pequeña puerta para entrar al jardín—. Por aquí —dijo señalando un camino de adoquines.

Caminamos hasta la parte de atrás, en la que dejó la bicicleta. De pronto, un par de ojos brillantes se acercaron a nosotros. Era un perro color miel al que llamó Kuma, que nos recibió meneando la cola y dando lengüetazos a sus manos.

—No te muevas de aquí. —Subió a la tarima y abrió la puerta corrediza. Se quitó los tenis para entrar en la casa.

—Qué descortés —susurré.

—No es descortesía. No hay nadie en casa y no creo que te sientas cómoda si te invito a pasar primero y después te informo de que estamos solos. —Debía darle crédito, tenía razón en su sospecha—. Bien, vámonos. —Se agazapó para que el perro se acercara a él—. Regresaré pronto, cuida la casa —dijo a Kuma—. Podemos caminar a Shibuya y tomar el autobús.

—De acuerdo.

Comenzamos a caminar en silencio. Hasta que ambos quisimos iniciar la conversación, solo que hablamos al mismo tiempo. Nos sonreímos mutuamente y me cedió la palabra.

—Lamento no haberte llamado en cuanto llegué. Tuve algunos problemas con mi padre y las cosas se complicaron un poco.

—¿Puedo preguntar qué clase de problemas? —Enrollé mis manos en la parte que sobraba de la bufanda para cubrirlas un poco.

—Falsifiqué su firma para cambiarme de escuela y gané una beca para un curso corto en el Conservatorio de Música de París.

—¿Solo eso? —preguntó de forma irónica.

—Ajá. Ya sé que estuvo mal. La situación llegó a los medios de alguna forma y provoqué que mi padre utilizara a sus asesores de relaciones públicas para salvaguardar la situación. Es un delito falsificar la firma de alguien, así que mi padre decidió cederle mi custodia a mi abuela. Mi padre cree que es mejor no estar juntos por un tiempo, así que fui desterrada de su reino y solo podré volver si demuestro haber aprendido la lección. —Se quedó pensativo.

—No lo tomes tan a pecho. Disfruta de las clases, demuestra que, aunque seas una infractora de la ley, has decidió reformar tu camino y jamás volverás a delinquir. —Le propiné un golpe dulce en el hombro. ¿Acaso estábamos coqueteando? Porque para mí eso parecía.

—Creo que en el fondo comprendo las razones que lo llevaron a tomar esa decisión, pero eso no ayuda con el miedo que siento de perderlo, es mi padre y lo quiero. Para ser sincera, tampoco quería volver a París. Regresar significa enfrentar el pasado y siempre he tratado de huir de él. Mi abuela es el recuerdo más significativo de la ausencia de mi madre. —Su rostro se distorsionó con una mueca de confusión, así que retomé la palabra para explicar un poco mejor mi comentario.

»No son solo los recuerdos. Mi abuela es una mujer muy especial y está obsesionada con elegir mi futuro. Ella nunca aceptó a mi padre, lo culpaba por obligar a mi madre a dejar la música. Mi abuelo era violinista, ¿sabes? Trabajó en la orquesta de Prada durante muchos años, incluso llegó a ser concertino. Pero debido a una artritis, provocada por las horas de práctica, tuvo que dejarlo.

»>Cultivó en mi madre su amor por la música, aunque ella eligió el canto. Después de su muerte, mi abuela creyó que yo podría reemplazarla, así que convenció a mi padre para que tomara lecciones de violín. Hasta ese punto el asunto es aceptable.

»Pero mi abuela tiene un amigo, un viejo adinerado que nunca se casó. Sin embargo, le temía a la soledad más que a otra cosa, así que adoptó a una niña y la crio como a su hija. Mouryn era de la misma edad que mi madre. Arregló un matrimonio para ella y con el tiempo vino un nieto. Según cuentan los rumores, ella nunca se sintió amada por nadie y terminó por suicidarse, dejando al niño a cargo de su padre. Ese hombre volvió a casarse y dejó al niño con su abuelo. Mi abuela quiere emparentar con aquel hombre y yo soy su única nieta, así que ha tratado de emparejarnos por todos los medios posibles. André y yo, una historia de terror.

—¿Quién hace eso hoy en día?

—No te burles. Entre André y yo ha habido un par de malentendidos… bastante desagradables.

—¿A ti te gusta?

—Ni siquiera un poquito. Es prepotente, grosero y egocéntrico. Su abuelo lo ha entrenado para ser un hombre de negocios, así que siempre viste de traje y a cualquier parte que vaya lleva consigo su portátil, nunca suelta a su asistente personal y tiene una forma de hablar muy aguda y ruda. A pesar de su juventud, es todo un magnate. Además es un machista.

»Recuerdo una Navidad en que mi padre y yo fuimos a visitar a mi abuela. Cuando llegamos, André y su abuelo ya estaban ahí. Conversábamos sobre el matrimonio. Él tomó la palabra y comenzó su discurso, mientras me observaba con suficiencia. «El matrimonio es un negocio y dependiendo de la clase social de sus partes depende su ejecución». «¿Qué quieres decir con eso?», pregunté yo. «Los pobres, por ejemplo, se casan por razones cursis como el amor o el deseo. El amor es para los tontos. En fin, sin importar la razón que tengan, creen que al casarse vivirán un cuento de hadas cuyo final siempre es feliz. Pero la realidad es que jamás progresan, a las mujeres termina doliéndoles la espalda por tratar de vivir como princesas, mientras que los hombres terminan hartos por tratar de dar una vida de princesas.

»La gente rica como nosotros, no tiene la necesidad de buscar algo tonto como el amor para desear casarse. Si en nuestro círculo social existe alguien cuya posición o sus posesiones pueden ayudarnos a crecer, entonces es cuando debemos casarnos. Por ejemplo, nuestro caso. Fleur es la hija de un embajador con grandes reconocimientos, su abuela es la dueña de toda una industria de antigüedades y yo el nieto del magnate de la arquitectura moderna francesa y el hijo del dueño de una marca de automóviles prestigiosa. Si ella y yo nos casáramos, ambos negocios se verían fortalecidos. El amor no sería necesario, ya que de cualquier forma no nos veríamos mucho. Fleur no tendría razones para salir, solo la necesitaría cuando hubiera algún tipo de evento social y para que cuidara de mí y de los hijos que engendráramos. Creo que eso encaja más con el estereotipo de vida de princesa». —La risa de Yori me sacó del recuerdo—. ¿De qué te ríes? —pregunté ofendida. Quería saber si se reía conmigo o de mí. Aunque en el fondo esperaba que fuera lo primero.

—De lo que estoy escuchando. Quizá aún no te conozco muy bien, pero estoy seguro de que armaste todo un revuelo al ponerlo en su lugar. —Sonreí. Tenía razón. Utilicé un léxico que impresionó a todos en esa mesa.

—«Preferiría morir antes de casarme con un cerdo como tú», fue con exactitud lo que dije. A mi abuela casi le dio un infarto esa noche, pero cuando regresamos al hotel mi padre aplaudió mis palabras.

—Lo merecía. Yo también aplaudo tu respuesta. Pero supongo que el tema con tu abuela no se termina con ese incidente.

—No, por eso no quiero vivir con ella. Eso no es lo más grave que ha ocurrido entre nosotros. André es un acosador en potencia. A veces me asusta lo que es capaz de hacer. Es un pervertido capaz de provocar que lo abofeteara en medio de un cóctel donde mi padre era el invitado de honor. —La mueca de risa de Yori fue remplazada por una mirada seria.

—¿Qué te hizo?

—Me sacó a bailar y, por obvias razones, no pude negarme. La pista estaba repleta y deslizó su mano hasta mi trasero. Di un brinco por su invasión y al intentar hacer que retirara su mano me besó a la fuerza. Perdí la paciencia y se ganó mi gancho izquierdo justo en su rostro y una patada en la entrepierna que lo hizo hincarse. Todo el mundo abrió un campo a nuestro alrededor al escuchar que lo llamé «gusano pervertido». A mi abuela casi le dio otro infarto por eso.

»Esa misma noche entró en mi habitación y de no haber sido por un amigo de la infancia tal vez su acoso hubiese transcendido a un nivel con grandes consecuencias. Lo que sucedió quedó solo entre ese amigo y nosotros dos. André dijo que se había envalentonado por el alcohol y que no volvería a suceder. Debido al incidente del baile, mi padre decidió que sería mejor alejarme de él por un tiempo, así que jamás volvimos con mi abuela. Eso ocurrió hace como tres años.

—Debiste decírselo a tu padre, ese tipo es peligroso. Si te quedaras a solas con él nada le impediría hacerte daño.

—Creo que si llega a intentar algo de nuevo le arrancaré los ojos.

—Fleur, hablo en serio, ten cuidado. Tengo un mal presentimiento sobre ese sujeto.

Mi vista había permanecido clavada en el suelo mientras caminábamos, hasta que escuché aquellas palabras. Lo observé. Su rostro realmente lucía preocupado. La sensación de tener a alguien que se preocupara hasta ese grado por mí era nueva, y me gustó. Estaba a punto de tomar su mano y agradecerle por su interés, cuando su repentino cambio de ánimo me sobresaltó, haciéndome regresar a mi estado consiente y provocando que me preguntara por qué me sentía tan atraída hacia él.

—Esa es la salida de autobuses. —Dirigí la mirada hacia el lugar que su dedo señalaba—. Ten cuidado. Este cruce es peligroso.

En el instante en que el semáforo se puso en verde comencé a ser arrastrada por el gentío. Entonces comprendí la razón de su advertencia.

—¡Yori! —grité. Él volteó a buscarme. Regresó hacia donde estaba para poder guiarme. Tomó mi mano.

—No me sueltes —ordenó.

Su mano era tibia y suave, y no pude evitar apretarla con fuerza. Sentí temor de soltarlo. A pesar de haber llegado al paradero de autobuses, él no soltó mi mano, parecía sentirse tan cómodo como yo. Se preparaba a subir cuando tiré un poco de ella para captar su atención.

—¿Cómo debo pagar? —susurré.

—¿No tienes dinero?

—Sí, pero no conozco la forma de pago aquí. No quiero hacer el ridículo. —Sonrió e introdujo las monedas en la alcancía que estaba frente a la puerta.

—Podrías solo haberme explicado —refunfuñé.

—Entonces no sería divertido.

Caminamos hacia los asientos traseros. Después de sentarnos y que el autobús arrancara, ambos guardamos silencio. Miraba el reflejo de su perfil por la ventana, cuando él dirigió la mirada hacia mí. Debía haberle estado observando con intensidad, pues notó que lo observaba de forma furtiva. Carraspeé.

—Solo he hablado de mí —dije nerviosa—. Deberías contarme algo de ti.

—No hay mucho que decir. Mi mamá es la gerente de la cadena de hoteles de mi abuela, tengo una hermana menor que se llama Reira, un perro llamado Kuma, vivo una situación similar a la tuya con tu abuela, solo que la mía quiere obligarme a sucederla en su consorcio hotelero. Estudio en la universidad Administración y Turismo, hablo con fluidez el inglés y el francés, no tengo muchos amigos, jamás he tenido novia, o al menos no una formal, aunque, sin querer ser presumido, soy popular con las chicas. No me gusta el frío, mi bebida favorita es el tequila y soy un soñador sin remedio. —Lo miré fijamente.

—De acuerdo, eso es un resumen muy claro. —Sonrió con suficiencia.

—Si no lo contara rápido, sería una historia muy corta.

El cambio de paisaje llamó mi atención. El cielo de esa noche estaba despejado e iba del negro al violeta. Los árboles estaban adornados por luces navideñas y formaban hermosos y brillantes arcos de colores amarillos, rojos y azules.

—Es la siguiente parada. —Oprimió el botón que se encontraba en el tubo frente a nuestros asientos. Después de bajar del autobús comenzó a caminar hacia una calle oscura.

—¿Disculpa? ¿Recuerdas que vengo contigo? —Me miró con gesto pícaro antes de soltarse a reír.

—Lo siento, pero es que tienes una cara de cachorro tierno perdido que quisiera que conservaras. —Le di un golpe en el hombro, pero no conseguí que dejara de reír.

—Es aquí —dijo. Justo al fondo de aquella calle oscura estaba el supermercado más escondido que jamás había visto.

—¿Por qué hay un súper aquí? —pregunté señalando aquel callejón.

—No lo sé, pero es famoso por tener infinidad de artículos extranjeros a la venta. Supongo que por eso tu padre te envió aquí.

—Quizás. —Mi atención divagaba, no era capaz de concentrarme. Aquella experiencia me parecía increíble. La calle estaba repleta de personas. Y su compañía me hacía preguntarme si eso se sentiría al tener una cita.

—¿Quieres que te acompañe a las compras o prefieres hacerlas sola y que regrese a por ti?

—Supongo que lo menos que puedo hacer para agradecerte que me hayas ayudado es invitarte a cenar después de hacer las compras. —Abrió los ojos por la sorpresa que provocó mi invitación. «No me mires así» quise decir, pero las palabras estaban atoradas en mi garganta, presas del hormigueo que aquellos ojos provocaban.

—¿Tu padre no se preocupará porque estés fuera y sola?

—Repetiré lo que mi padre dijo cuando le pregunté lo mismo: «Esto es Japón, Tokio es una de las ciudades más seguras del mundo, no creo que nada te ocurra». Supongo que podría no llegar a dormir el día de hoy y él pensaría que me perdí y estoy en algún hotel, y que mañana lo llamaré para reclamarle el no haberme enviado con un chófer.

—Eso es un «sí, te estoy invitando a cenar aunque sea casi medianoche», ¿cierto?

—Sí, eso es exactamente.

—Como caballero no debería hacerme de rogar, pero déjame advertirte que como mucho y no me gusta la comida dietética ni las ensaladas.

—Con razón no tienes novia —susurré.

—Te estoy escuchando —musitó en tono cantarín.

—Lo sé, por eso lo dije.

Recorrimos el supermercado, que era relativamente pequeño y olía a pino por todas partes. Después de casi dos horas, habíamos terminado las compras. Al salir fue increíble ver la cantidad de gente que aún paseaba por la calle, casi la misma que cuando habíamos entrado. A pesar del frío, parecían divertirse.

—¿Dónde quieres cenar? —preguntó mientras dejaba las bolsas en el piso.

—No tengo la más mínima idea de qué tipo de lugares están abiertos a esta hora, y menos qué tipo de comida venden. —Me pareció que su pregunta tenía la intención de darle una razón más para reírse a mi costa de nuevo. ¿Cómo esperaba que supiera algo como eso?

—Te propongo algo: yo elijo el restaurante y lo que ordenemos, y tú solo pagas. —«Vaya, por fin te escuché decir algo coherente», pensé para mis adentros. Colocó su dedo índice en la barbilla, cruzando sus labios. Parecía concentrado ideando algo.

—Vayamos a comer una hamburguesa —gritó.

—¿Esa es tu idea de cenar? —pregunté. Él sonrió de oreja a oreja, pero ignoró mi pregunta.

—¿Qué vamos a hacer con las provisiones para los pobres? —Sonreí con sarcasmo antes de responder a su chiste de mal gusto.

—Tú dime, eres el líder del equipo. —Comenzó a caminar sin decir una sola palabra. Lo seguí caminando un paso por detrás. Sacó el teléfono de la bolsa trasera de su pantalón y marcó en él.

—Necesito que traigas el auto —dijo en tono frío.

—¿A quién llamas?

—Al secuaz de mi abuela. Hace un año me regaló un automóvil en mi cumpleaños, que rechacé con ahínco. Se molestó bastante y decidió, como muestra de su enfado, que solo me dejaría conducirlo cuando yo lo pidiera. Ya no hay autobuses y ya salió el último tren, supongo que esta es una situación adecuada para pedir su ayuda.

—En realidad tienes muchos problemas con tu abuela. Creo que si ese es tu pensamiento, preferiría que camináramos. —Sonrió.

—Claro que lo prefieres, tú no eres quien viene cargando todas las bolsas del supermercado.

—¿No puedes guardarte tus sarcasmos? Intento decirte que me preocupo por tus sentimientos. —Guardó silencio y simplemente me observó.

—El auto estará aquí en diez minutos. ¿Qué deberíamos hacer mientras tanto?

—Supongo que esperar aquí.

—¿Cuándo te volviste tan decidida?

—¿Y tú cuándo comenzaste a ser tan odioso?

—Solo soy así cuando estoy nervioso.

—¿Y a qué se debe que te encuentres nervioso?

—¿A ti quizás? Para serte sincero, ni yo mismo entiendo qué sucede conmigo.

—Hum… Esa respuesta sí que es conveniente.

—Es la mejor que puedo darte sin comprometerme.

—¿A qué te refieres?

Me miró a los ojos y respiró tan profundamente que tragué saliva. El pulso se me aceleró. Entreabrió los labios intentando articular algo, pero los faros de un auto lo distrajeron y dirigió su atención hacia aquellas luces. Me llevé la mano al pecho. Mi corazón latía tan rápido que creí que saldría de mi pecho. Intenté dar un paso para seguirlo, pero las rodillas me temblaban. ¿Cómo es posible que una persona que apenas conozco tenga el poder de hacerme sentir de este modo?

—¿Este es el auto que te regaló tu abuela y rechazaste?

—Sí. ¿Por qué?

—Es un Mercedes. Lo sabías, ¿verdad? —Sonrió burlonamente.

—Claro.

—¿Estás loco? —En el mundo existen diferentes tipos de obsequios. Conocía a muchas personas que matarían por tener un auto como ese.

—Fleur, un regalo como este, para un nieto que no quiere obedecerla y se revela ante sus planes, ¿qué crees que pueda significar? —Conocía la respuesta, pero eso no justificaba semejante pecado cometido por él al rechazar ese auto.

—Chantaje. Pero una persona cuerda permitiría dejar en duda su decisión a cambio de tener un auto como este. —Su mirada se endureció.

—Ese es el punto. Mi voluntad jamás ha estado ni estará en venta. Hago lo que quiero, del modo en que quiero, y no permito a nadie que piense que tiene derecho a decidir sobre mí. Vamos —dijo rompiendo la atmósfera tétrica que sus palabras habían ocasionado.

Yori se acercó al hombre que conducía el auto y le hizo una reverencia. Intercambiaron un par de palabras y el hombre caminó hacia la avenida, detuvo un taxi y se alejó.

—Por la hora, y queriendo comer hamburguesas, al único sitio que podemos ir es Roppongi. Sube. —Caminé hacia el asiento del copiloto y me topé con una carcajada burlona que me crispó los nervios.

—¿Piensas conducir tú? —preguntó sin dejar de reírse.

—Lo siento —respondí nerviosa.

—¿Por qué?

—¿Por qué qué?

—¿Por qué te disculpas? —dijo sonriendo aún más.

—Olvídalo. No lo hago por nada, no me gusta hacer el ridículo, eso es todo —dije molesta y caminé empujando su hombro para llegar al otro lado del automóvil.

—¿Siempre eres tan susceptible? —preguntó mientras abría la portezuela del conductor.

—No soy susceptible —susurré. Yori encendió el estéreo y ambos guardamos silencio.

—Dejemos el auto en este estacionamiento.

—¿El restaurante no tiene su propio estacionamiento?

—Japón es pequeño y no hay mucho espacio para algo como eso. —Pensé si decía la verdad o estaba tratando de tomarme el pelo con otra broma.

El restaurante al que me llevó no solo estaba abierto, tenía muchísima gente. Se acercó al mostrador y pidió un par de paquetes de hamburguesas con papas.

—Sube y apártanos una mesa.

Volteé los ojos por su petición, pero caminé escaleras arriba. Escogí la mesa frente al ventanal. Al ser el segundo piso se podía observar el ir y venir de las personas en la calle. Me quité el abrigo y la bufanda y los coloqué en la silla de al lado para que nadie se sentara en ella.

Unos chicos me observaban. Sus miradas eran muy intensas y captaron mi atención de inmediato. Uno de ellos me sonrió por lo bajo, a lo que respondí con una media sonrisa. Se puso de pie y comenzó a caminar hacia mí. Su cabello rubio y los claros ojos verdes delataban su origen. Comenzó con una charla en inglés, con una pronunciación perfecta.

—¿Estás de paseo? ¿Vienes sola? —Su pregunta se vio interrumpida por un carraspeo gutural que me sorprendió. Era Yori.

—Lamento el retraso, pero la chica de la caja confundió las órdenes.

Mientras se explicaba, colocó la bandeja en la mesa, ignorando por completo al chico que aún permanecía de pie junto a mi silla. Colocó la hamburguesa y el café frente a mí, y antes de sentarse le dedicó una mirada glacial al chico. Este entendió la indirecta de sus ojos y prefirió retirarse sin siquiera pronunciar palabra alguna. Supongo que eso respondió a su última interrogante. No, no estaba sola.

Esa era una actitud nueva. Quizá no lo conocía mucho, pero parecía ser un chico muy tranquilo y amable, ese tipo de personas que parecen mantener sus emociones bajo control. Lo que en lengua coloquial podríamos llamar como alguien frío. Comenzamos a comer sin mencionar palabra alguna, pero aquel rubio y sus amigos no me quitaban los ojos de encima. Y eso parecía molestar bastante a Yori, quien en más de una ocasión les dedicó una mirada o alguna seña obscena muy bien disfrazada.

—Vámonos —ordenó.

—Aún no terminé de comer —rezongué, pero él se puso de pie y tiró de mi brazo con fuerza.

—Por favor, Fleur, vámonos. —El tono de su voz me alarmó.

Me puse de pie y comencé a ponerme el abrigo. Una vez fuera del restaurante lo enfrenté.

—¿Vas a explicarme qué es lo que ocurre contigo?

—En ocasiones como esta, no sé si actúas de esa forma porque eres ingenua o solo es torpeza. —Fruncí el ceño tanto que sentí cómo los músculos de mi rostro se estiraron.

—¡Suficiente! —grité—. Creí que eras diferente. Cuando te conocí eras un caballero y llevas las últimas horas comportándote como un completo cretino. ¿Acaso tienes doble personalidad? —Di la rabieta y me preparaba para salir de aquel sitio cuando él tomó mi muñeca y jaló de ella para detenerme.

—No, Fleur, espera. No creo que sea conveniente que estés sola por ahí —dijo intentando persuadirme.

—No me digas lo que tengo que hacer —respondí intentando soltarme, pero fue en vano.

—¿Podrías calmarte y escucharme? —Dejé de tirar de mi muñeca y miré su rostro.

—Necesitas ser más cuidadosa. Esos chicos en el restaurante no tenían buenas intenciones, cualquier persona podría haberse percatado. Eres demasiado ingenua para ciertas cosas. Me preocupo por ti, Fleur. ¿Entiendes?

Sus palabras me dejaron impresionada. «Quizá tiene razón», pensé para mis adentros, y decidí ondear la bandera de la paz. Al ver que mi pose de defensa desaparecía, él también pareció relajarse. Miró su reloj.

—Deberíamos ir a casa. —Asentí y ambos caminamos hacia el estacionamiento.

Me dejó en la entrada de mi nuevo hogar y se despidió agitando su mano. Sonreí por la noche que había tenido. Estar con él era revitalizante, sin fingir, ser simplemente yo, incluso pelear resultaba interesante. Sin preocuparme por nada más. Eran emociones que nunca había sentido estando en compañía de alguien. Entré en la casa y dejé las bolsas en el suelo. Caminé hacia el despacho de mi padre y ahí estaba, dormido sobre su escritorio. Había perdido la cuenta de cuántas veces lo había visto en esa pose. Solo que esta vez caminé hacia su habitación, tomé una de las cobijas y lo arropé con ella. Cerré la puerta de su estudio detrás de mí y subí a mi habitación. Estaba tan cansada que solo me arrojé sobre la cama y me dormí. Esa noche no soñé nada, simplemente dormí.

Mi padre me despertó después de golpear la puerta en dos ocasiones.

—Fleur, baja, necesito hablar contigo, —Me desperecé antes de contestar—. Ahora bajo.

Me levanté de la cama dando un salto y entré en el baño. Me miré en el espejo y, al recordar lo sucedido con Yori, sonreí como una niña tonta. Sus ojos, sus labios, incluso su aroma, provocaban que el pulso se me acelerara. «Y solo es un recuerdo», pensé.

—¿Me gusta? —musité frente al espejo.

Me lavé el rostro y al volver a mirar mi reflejo me embargó la duda. Si sentía atracción por Yori, significaba que ya no amaba a aquel chico de mis sueños. Al pasar toda la noche paseando con Yori, por primera vez no había tenido deseos de irme a dormir para soñar con él. Un gran sentimiento de culpa me embargó. Siempre había guardado todas esas actividades para cuando encontrara a ese chico. Esa era la razón oculta por la que quería ser cantante, ya que si lo lograba y tenía éxito sería más sencillo dar con él. Estaba segura de que cuando escuchara mi canción y mi voz me reconocería de inmediato. Kenya solía llamarme ingenua por pensar así, decía que jamás podría encontrar a una persona que solo había visto en un sueño y que ni siquiera sabía si existía. ¿Qué pasaría si vive al otro lado del mundo? ¿Cometerías la locura de salir y cruzar el globo con tal de encontrarlo? Yo siempre respondí que sí, pero mi voluntad jamás había flaqueado. ¿Por qué con Yori había sido diferente?

Bajé las escaleras y me encontré a mi padre sentado en la sala.

—Supongo que querrás comprar un teléfono, ¿no? Estos son los papeles que te pedirán. Pero tendrás que ir sola, yo debo regresar a la embajada.

Mi padre se puso de pie y salió caminando sin siquiera esperar mi respuesta. Una parte de mí estaba acostumbrada a recibir ese trato, pero eso no quitaba que doliera cada vez que él tomaba esa actitud conmigo.

—Lo importante es no pelear —me dije a mí misma—. Tranquila. —Volví a susurrar.

Tomé el teléfono de la casa y estaba a punto de marcar cuando el regreso de mi padre me sorprendió. Se acercó a mí con decisión y besó mi frente.

—Te quiero —dijo—. No llegues tarde. —Enmudecí ante aquella demostración de afecto que no era normal en él. Carraspeé y solo sonreí.

Terminé de marcar el teléfono de Yori convenciéndome a mí misma que le pedía que me ayudara solo porque no quería volver a perderme. La verdad es que no podía mentir, tenía muchos deseos de verlo y escuchar su voz. Le expliqué por teléfono acerca de la situación y aceptó llevarme. Subí a mi habitación para arreglarme y al cabo de una hora ya estaba tocando a la puerta.

—Un momento —grité.

Abrí la puerta y ahí estaba él. Su ropa y peinado me impresionaron. El día anterior lucía bien, aunque su ropa era muy casual, hoy parecía haber tardado más tiempo en elegir su atuendo. Jeans deslavados, botas color café caqui de ante y una chamarra cazadora color negro. Me permití admirarlo un par de segundos antes de regresar en mí y salir de la casa. Ambos subimos a su auto.

Estuvimos paseando durante todo el día. No solo me llevó a comprar el teléfono, también compramos una funda para protegerlo y varios adornos. Me llevó a comer a un restaurante tradicional en el cual, realmente, no comí mucho, porque el pez crudo no forma parte de mi dieta diaria. Rezongué en repetidas ocasiones y él se burló de mis reclamos por igual. Ambos parecíamos estar divirtiéndonos en aquella salida, que tenía toda la pinta de ser una cita. El tiempo corría rápido cuando estaba con él. Conversábamos en el auto cuando la conversación nos llevó a lo inevitable, el tema de mi partida.

—¿Tu vuelo sale mañana?—Asentí como respuesta.

—Supongo que tu papá irá a despedirte.

—No estoy segura. Quizá.

Yori tragó saliva tan fuerte que lo escuché desde el asiento del copiloto. Giró su cabeza para mirarme de frente y tomó una bocanada de aire.

—Me gustaría poder ir al aeropuerto a decirte hasta pronto. —Su mirada pareció dirigirse a mi espalda. Me quedé quieta pensando que, tal vez, mi padre nos observaba desde alguna ventana, o algo similar, y por eso él había centrado su atención en ello—. No quisiera asustarte, pero hay una araña justo detrás de ti en la ventanilla.

Lo dijo con tal calma que, en un principio, no le di importancia, pero al voltear por reflejo la vi. Y no era simplemente una araña, era una enorme araña y mi cabello rozaba con el cristal. Entré en pánico. Di un brinco hacia el frente, me liberé del cinturón de seguridad con una destreza asombrosa y caí encima de él, provocando que mi cabeza se estampara demasiado fuerte con su ceja, produciéndole un rasguño a él y a mí una migraña horrible.

—Lo siento —dije, pero no volví a mi lugar.

—Está bien —respondió, mientras intentaba zafar su cinturón de seguridad—. ¿Te asustan las arañas? —preguntó. Ambos intentábamos no mirarnos a los ojos, estábamos demasiado cerca, incluso podía sentir el aire tibio de su aliento golpear suavemente la punta de mi nariz.

—Mucho.

Yori, al intentar retirarse el cinturón de seguridad, jaló la palanca para reclinar el asiento por error y este terminó echándose hacia atrás, recostándolo a él y provocando que mi pierna se atascara en el otro asiento. Ahora sí habíamos quedado en una situación demasiado incómoda. La respiración de ambos se aceleró por los nervios que esa posición provocaba en nosotros.

—Voy a tratar de jalar la palanca para levantar el asiento —dijo.

—Bien —respondí.

Levanté el rostro y no pude evitar mirar su ceja. Sentí la necesidad de examinar los daños, pero nuestros ojos se conectaron y ya no pude despegarme de ellos. La mano que tenía libre la subí para tocar la ceja enrojecida y la delineé con la yema de mi dedo. Tenía un pequeño moretón. Él también subió su mano hasta que la puso sobre la mía. Y me acarició el dorso con la yema de su dedo pulgar.

—¿Te duele? —susurré.

—No mucho —respondió casi enseguida, en un volumen no muy diferente al mío.

—¿Sabes…?

En el instante en que volví a levantar mi rostro hacia él, sus labios se posaron sobre los míos. Mi primera reacción fue zafarme de ese beso, pero no pude y terminé cerrando los ojos yo también. Poco a poco, ese roce se convirtió en un beso de verdad, que dejó el sabor de su colonia en mi garganta cuando terminó.

Abrí los ojos para mirarlo. Estaba sorprendida por la intensidad de ese primer beso que había guardado recelosamente. Yori tenía la misma mirada de sorpresa, a pesar de que fue él quien tomó la iniciativa. El asiento volvió a la normalidad y ambos volvimos a tomar nuestra posición. Ninguno era capaz de formular palabra alguna.

—Será mejor que entres, debes tener mucho que empacar. —Me limpié la garganta antes de contestar.

—Sí —respondí escuetamente y abrí la portezuela del auto.

Bajé con una rapidez moderada, intentando controlar los nervios que se apoderaban de mí. Abrí la puerta de la casa y lo despedí con la mano.

Al entrar me puse a analizar todo lo que había sucedido. «¿Por qué dejé que me besara?», me pregunté a mí misma. «¿Por qué regresé su beso?». Conocía la respuesta a esas preguntas, pero no tenía la fuerza para aceptar lo que sentía. Mis sentimientos por Yori no eran simple atracción, en tan solo un par de días había logrado que mi mente se ocupara solo en pensar en él. Me gustaba, me gustaba mucho, y no podía evitar sentirme miserable por mi falta de control. ¿Qué haría él si me viera en este momento? Aquel a quien juré que amaría, a pesar de no saber si era real. Él, la única persona que me entendía y aceptaba, estaba siendo traicionado por los sentimientos que poco a poco habían nacido en mí hacia Yori.

Subí a mi habitación arrastrando los pies y entré en el baño, me recliné sobre el lavamanos y mojé mi rostro, miré mi reflejo. Lo único que me tranquilizaba era que después de esa experiencia solo lo vería una vez más y me iría a París.

—Jamás volveré a buscarlo una vez que regrese —dije en tono decidido—. Yori no volverá a formar parte de tu vida, no puedes enamorarte de él, porque tú ya tienes a alguien a quien amar.

La mirada de tristeza que vi reflejarse me aturdió.

—No puedes comportarte de esa forma, no puedes tener a los dos, sin importar cuánto los quie… ¡Dios mío…! ¿Querer? ¿Me he enamorado de Yori? No… y no. No puedes abandonar a ese chico que siempre ha estado contigo, no lo merece, no puedes pensar en eso, prometiste buscarlo y eso es lo que vas a hacer.

Cepillé mi cabello con tal fuerza que arranqué varios desde la raíz. El dolor me hizo sentir un poco mejor.

Revisé una última vez que no olvidara nada y me recosté en la cama. El somier era viejo, así que crujió cuando mi peso cayó de golpe sobre el colchón. Cubrí mis ojos con el antebrazo y me quedé dormida. Esa noche tampoco soñé con él.

—Fleur, es la hora —dijo mi padre.

—Ya voy —grité mientras sacaba las maletas al pasillo.

Metí la mano en la bolsa de mano y tomé el nuevo celular. Marqué rápido buscando los contactos y ahí estaba su número. Tenía deseos de escuchar una vez más su voz. Oprimí el botón e inmediatamente dio tono de llamada. Sonó en repetidas ocasiones, pero Yori no contestó. Suspiré, pero después me sentí aliviada de que no lo hiciera, porque eso reducía la tentación.

Mi padre me llevó al aeropuerto y se quedó conmigo hasta que entré en la sala de abordaje.

—Te llamaré —dijo y me dio un fuerte abrazo.

—Te veo luego. —Fue lo mejor que se me ocurrió decir.

Parecía irreal que la vida hubiera dado este vuelco. Todo lo que conocía sería remplazado por cosas nuevas, no solo mi abuela o André. Me esperaba enfrentar muchas cosas y, por primera vez, podría enfrentar también la música.

Aquel lugar me recordaría todo aquello que había intentado olvidar y me enseñaría mucho más de lo que jamás habría imaginado.