—¡Aléjate de mi, Caden! Tú no estás bien y planeas hacerme daño con eso.
—Solo será un poco— recosté mi cuerpo sobre sus piernas, evitando que siguiera tirando patadas y acerqué el cuchillo a su rodilla.
—¡No, Caden! ¡Suéltame, por favor!— gritó en llanto. Enterré el cuchillo un poco más abajo de su rodilla y gritó más. Al haber movido la pierna, hizo que lo enterrara más de la cuenta y la cama no tardó en mancharse.
—¡Cállate, Noah!— le grité molesto, y solté el cuchillo encima de la cama, me acerqué a la herida y lamí toda la deliciosa sangre que bajaba de ella. La apretaba un poco más fuerte para poder quitarme esa hambre que me estaba consumiendo, pero tomar de ella no me era suficiente. Sus gritos hicieron que me detuviera y buscara algo para taparle la boca. Si alguien la escucha llamarán a la policía. Busqué la cinta abajo y al subir, ella estaba tratando de agarrar el cuchillo con los pies. Al ver lo que estaba haciendo, me subí sobre ella y le puse la cinta en la boca—. ¡Que te calles, Noah!— sus gritos me estaban desesperando. Me fui del lado contrario, dándole la espalda y teniendo control absoluto de sus piernas—. Me gustan tus piernas— las acaricié y las besé—. No quería que se desperdiciara, pero eres una necia. Debo comer más, no me siento satisfecho— apreté su herida y lamía con desespero tratando de calmar mi hambre, pero no era suficiente. No podía encontrar ese sabor dulce que probé de Suzy. La sangre de Noah de alguna manera me comenzó a saber amarga. No sabía igual, no era la misma de antes y no me llenaba del todo—. No es suficiente— tras el desespero mordí la herida, tan fuerte, hasta que me quedé con parte de su carne en mi boca. Masticaba y masticaba, y mi barriga iba sintiendo un poco de alivio; lo hice una y otra vez. Nunca había comido de ella de esta forma, pero era exquisita. A pesar de su sangre no ser tan dulce como antes, su carne merecía la pena probar. Toda mi ropa y rostro estaba manchado en sangre, y ese sabor permanecía en mi paladar. Hace mucho no comía hasta llenarme. Me sentía tan renovado, que no podía evitar sonreír. Mi dolor había cesado por completo. Me levanté de encima de ella y vi su rostro bañado en lágrimas. Estaba tan concentrado en comer, que ni siquiera podía escuchar sus débiles ruidos. Le quité la cinta y continuaba gritando, así que no tuve remedio que volverla a poner—. Lo siento, Noah. No quería lastimarte, pero tú me llevaste a esto. Tenía tanta hambre que creí que moriría. Debo curarte— me levanté de la cama y fui a buscar el equipo. Al limpiar su pierna, pude ver cómo mis dientes estaban marcados en ella. Podía ver su hueso y, aunque no era mucho, fue cuando me di cuenta lo profundo que había ido. No pensé que había sido tanto. No había forma de que Noah me perdonara esto. He dañado su cuerpo, su piel, lo que tanto juré cuidar, lo he dañado otra vez.
La metí a bañar, aún con su boca tapada. Cambié la ropa de cama, pues debía quemarla ahora. Todo lo que ensucié, tuve que quemarlo y deshacerme de ello por completo. Curé su herida lo mejor que pude y la tapé, pero aún continuaban sus quejidos. No me atrevía a pedirle perdón otra vez, ya sé que no lo merezco. Si la amo tanto, ¿Por qué he llegado a esto? ¿Qué sucede conmigo? Prometí esperarla y le he vuelto a fallar.
Toda la noche permaneció llorando. Le di medicinas, traté de que el dolor desapareciera, pero no logré mucho. No podía caminar del todo bien, así que la llevé y la senté en la mesa del comedor, le amarré la cadena en la otra pierna y la miré.
—Hoy te dejaré estar acostada, solo te amarraré aquí mientras desayunas— no quiso mirarme, desvió la mirada y llevé mi mano a su mejilla—. Perdóname, Noah. Jamás hubiera querido hacerte daño. Te quitaré la cinta y espero no grites, porque si lo haces tendré que ponerla otra vez— al quitarla, ella estalló en llanto.
—¡Eres un monstruo!— me gritó, y me fui a sentar a mi silla.
—En esto me convertiste, ¿Cómo puedes llamarme monstruo ahora? Tú mataste a tus propios padres y te los comiste. La persona menos indicada para llamarme así, eres tú.
—¡Estás desquiciado! ¡Enfermo! ¡Eres un demonio! ¡Me das asco!
—¡Bájale a tu maldita actitud, Noah!— grité, dándole un golpe a la mesa.
—¡¿Qué harás?! ¡¿Vas a terminar con lo que comenzaste, demonio?! ¡Vas a ir al infierno, psicópata! Mátame de una vez, porque si logro salir de aquí, seré yo quien te mate— me gritó, y me levanté de la silla de mala gana, sujetando el cuchillo y acercándome a ella.
—Ya que soy todo eso, entonces no hay problema si te mato ahora, ¿Cierto? ¡Al final iré al mismo maldito lugar al que irás tú, perra! — acerqué el cuchillo a su mentón. La poca paciencia que me quedaba, se me había agotado al pronunciar esas palabras.