Se retiró de la ventana y se sumergió en el salón lleno de gente, abriéndose camino hacia el vestíbulo y la fila de recepción conformada por los Bingley y los Hurst. Pero no tuvo suerte en su avance. Cuando llegó a la puerta, Elizabeth y su familia ya habían recorrido toda la fila y se habían dispersado entre la multitud que seguía creciendo. Dio media vuelta con la esperanza de encontrarla en la galería que llevaba al salón de baile. Pero su avance nuevamente fue lento, y estaba maldiciendo en silencio el éxito del pequeño baile de pueblo de Bingley, cuando la vio.
Estaba conversando con uno de los oficiales mientras se dirigían al salón de baile. No pudo verle la cara, pero su figura era inconfundible. Tenía el pelo recogido con delicadas cintas entrelazadas con exquisitas flores y tres magníficos rizos colgaban de manera encantadora alrededor de su cuello. Darcy apresuró el paso, pero fue frenado por unos cadetes que, evidentemente incómodos en sus uniformes, se detuvieron a mirar a su alrededor como si nunca antes hubiesen asistido a un evento social. Darcy logró esquivarlos, decidido a alcanzar a Elizabeth antes de que fuese absorbida otra vez por la multitud. No se había alejado mucho. De hecho, estaba a sólo unos pasos de él, aparentemente escuchando las palabras del oficial, el señor Denny, con la mayor atención.
Los jóvenes oficiales que había dejado atrás volvieron a adelantarle, llevando de la mano a unas jóvenes a quienes Darcy pudo identificar como las hermanas menores de Elizabeth. Los jóvenes rodearon a Elizabeth y a Denny, y después de que una de las muchachas le diera un tirón al oficial, los arrastraron al salón de baile. Elizabeth se dio la vuelta y les dijo adiós con una sonrisa melancólica. Cuando lo hizo, Darcy por fin pudo verla completamente. Y aquella visión lo conmovió en lo más profundo de su ser. De repente, se volvió doloroso respirar. El rugido de la sangre al circular por sus venas hizo que el mundo que lo rodeaba quedara en silencio.
¡Parte de mi alma, yo te busco!
Reclama mi otra mitad…
¿Dónde había leído eso? Reflexionó mientras se quedaba inmóvil, hipnotizado por la visión que tenía frente a él. «Parte de mi alma…». Trató de mover sus piernas. Dio un paso hacia aquellos maravillosos ojos iluminados con tanta vida. «Yo te busco…». Otro paso y Darcy pensó que sus ojos se encontrarían, pero no pudo ser porque ella se estaba alejando. «Mi alma…».
—¡Señorita Elizabeth! —exclamó Darcy con un tono de voz a la vez discreto y eficaz. La muchacha lo oyó porque se detuvo y después de una brevísima vacilación, dio media vuelta.
—Señor Darcy. —Elizabeth le hizo una reverencia, al tiempo que él se inclinaba, pero la actitud con la que se encaró a él no se parecía en nada a la que había obnubilado sus sentidos hacía sólo un momento. La frialdad que Darcy percibió en la inclinación de la barbilla de Elizabeth contrastaba de manera desconcertante con el vigor que reflejaban sus ojos. La señorita Bennet no estaba contenta, saltaba a la vista; pero la causa de esa incomodidad le resultaba esquiva, al igual que los pequeños discursos que había compuesto con la esperanza de obtener el favor de la muchacha. Confundido, prefirió refugiarse en una segura pregunta sobre su estado de su salud.
—Me encuentro bastante bien, señor.
—¿Y su hermana, la señorita Bennet, no ha sufrido ninguna recaída?
—Me complace decir que Jane disfruta de la misma buena salud que yo, señor Darcy.
—Ah, me alegro. —El caballero guardó silencio, pues la contemplación de los encantadores rasgos de la muchacha a punto estuvo de ofuscar sus facultades mentales. Ante la falta de palabras, Elizabeth enarcó una de sus delicadas cejas.
—Así que mi hermana disfrutará de esta velada plenamente. —Elizabeth volvió a hacer una reverencia—. Señor Darcy —se despidió, dejándolo en medio de la galería. La manera fría y brusca que la muchacha acababa de utilizar con él lo sorprendió, pero el placer de ver cómo se alejaba su figura fue suficiente compensación por el momento. Darcy se sacudió ligeramente la parte delantera de su chaqueta y escuchó el ruido de un papel.
¡Milton! Enseguida le vino a la mente el origen de las frases. ¡El libro que ella había estado leyendo en la biblioteca! Darcy sonrió para sus adentros, mientras avanzaba hacia el salón de baile a grandes zancadas. El canto de Adán después de ver por primera vez a Eva. ¡Qué apropiado! Entró en el salón y se colocó en un lugar donde tuviera la mejor vista del baile. Elizabeth estaba a un lado, absorta en una conversación con su amiga la señorita Lucas. «A fin de que permanezcas para siempre a mi lado…». Dejó escapar un suspiro, cambiando de posición y entrelazó las manos enguantadas sobre la espalda. ¡Qué apropiado! ¡Qué cierto!
Los músicos tocaron una cuerda para anunciar que el baile estaba a punto de comenzar. Bingley, observó Darcy, ya había pedido la mano de la señorita Bennet y la estaba escoltando ahora a la cabeza de la fila, un honor que no pasaría inadvertido para nadie. Caroline Bingley siguió, del brazo de sir William, con su hermana y su cuñado detrás. Darcy le lanzó una mirada de reojo a Elizabeth, que todavía estaba ocupada con la señorita Lucas, pero su vista se vio obstaculizada por un caballero que le resultaba vagamente conocido y decididamente peculiar. Frunció el ceño al ver que el hombre se inclinaba para besar la mano de Elizabeth y la dama le lanzaba a su amiga una mirada de impotencia. Tomaron su lugar en la fila y Darcy dio una vuelta alrededor, para satisfacer su curiosidad acerca de la identidad del hombre.
Ah, sí. Era su primo de Kent… el pastor. Se rió para sus adentros al ver la manera en que su dulce tormento fruncía los labios y levantaba la barbilla, tratando de aceptar con elegancia el hecho de tener que bailar con su primo. La música comenzó y sólo unos segundos después Darcy tuvo que mirar hacia otro lado para evitar estallar en un inapropiado ataque de risa. ¡El hombre realmente no tenía ni idea de bailar! La parte menos admirable de Darcy volvió a regodearse en la desdicha de Elizabeth. Al siguiente giro de la danza, el hombre tomó la dirección equivocada y luego agravó la confusión creada, ofreciendo profusas disculpas cuando lo único que debía hacer era prestar atención a los pasos. Inmediatamente después estuvo a punto de arrollar a una dama grande y pomposa cuando, con la cabeza inclinada, se lanzó prematuramente a hacer el cruce de parejas, lo que provocó que Elizabeth le murmurara instrucciones mientras se ruborizaba de mortificación. Luego, agarrando las manos de la muchacha, la hizo girar con tanto entusiasmo que Darcy casi llegó a temer por la seguridad de la señorita Elizabeth y de todos los que estaban alrededor de ellos.