—Señorita Bennet —comenzó cuando volvió a apoderarse de su mano para el siguiente paso—, Bingley y yo íbamos camino de Longbourn cuando tuvimos la alegría de encontrarnos con ustedes en el pueblo la semana pasada. ¿Usted y sus hermanas suelen ir a Meryton con frecuencia?
—Así es, señor, vamos con frecuencia. —Elizabeth lo miró de cerca—. Cuando nos encontró usted el otro día, acabábamos precisamente de conocer a un nuevo amigo.
¡Wickham! La rabia que Darcy sintió al ver el rostro que tan bien conocía en las calles de Meryton regresó con toda su fuerza: ¡la insolencia de su saludo, la sonrisita de satisfacción en sus labios, la suspicacia de su mirada! Darcy apretó la mandíbula y miró fijamente hacia delante durante unos instantes, sin querer mostrar su contrariedad. Cuando por fin se sintió con el suficiente control de sí mismo para aventurarse a responder, bajó la vista para ver la actitud de su pareja.
—El señor Wickham está dotado de modales tan gratos que ciertamente puede hacer amigos con facilidad. Lo que es menos cierto es que sea igualmente capaz de conservarlos.
—Él ha tenido la desgracia de perder su amistad —contestó Elizabeth de manera enfática—, de modo que sufrirá por ello toda su vida.
Al oír la acusación de la muchacha, a Darcy le empezó a dar vueltas la cabeza. ¡La desgracia de perder su amistad! ¿Qué podría decir él sobre la infame conducta de Wickham? ¿Qué monstruosa falsedad estaría divulgando aquel hombre? Incapaz de detener la creciente rabia que nuevamente lo afligía, Darcy no pudo contestar nada. El resto del baile habría transcurrido en silencio si sir William no hubiese interrumpido sus reflexiones con una muestra de admiración por su talento para bailar.
—Es evidente que pertenece usted a los ambientes más distinguidos, señor Darcy —lo elogió—. Permítame decirle, sin embargo, que su hermosa pareja en nada desmerece de usted, y que espero volver a gozar del placer de verlos bailar, especialmente cuando tenga lugar cierto acontecimiento muy deseado, querida señorita Eliza. —Darcy siguió con la mirada el gesto de sir William y descubrió que estaba observando a Bingley y a la señorita Bennet, que bailaban juntos de nuevo. Darcy cerró los ojos con fuerza, molesto al ver que Bingley había ignorado por completo su advertencia—. Apelo al señor Darcy… Pero no quiero interrumpirle, señor. Me agradecerá que no lo prive más de la cautivadora conversación de esta señorita, cuyos hermosos ojos me están también recriminando.
Al oír la mención a los ojos de su pareja, Darcy volvió en sí y se giró hacia ella, decidido a recuperar el terreno perdido por culpa de Wickham, fuesen cuales fuesen las mentiras que aquel canalla estuviese sugiriendo. Tal vez, si insistía un poco, Elizabeth se las revelaría. Darcy se preparó para atacar.
—La interrupción de sir William me ha hecho olvidar de qué estábamos hablando —confesó con una sonrisa forzada.
—No creo que estuviésemos hablando en absoluto. Sir William no habría podido interrumpir a otra pareja en todo el salón que tuviese menos que decirse —contestó ella con desprecio—. Ya hemos probado con dos o tres temas sin éxito, y no puedo imaginar sobre qué más podemos hablar.
Se niega a continuar con el tema. ¿Y ahora qué? Darcy trató de pensar en algún tópico prometedor, con el cual pudiera atraer su atención y dirigirla hacia él y lejos de Wickham. «Parte de mi alma, yo te busco…».
—¿Qué piensa de los libros? —preguntó Darcy rápidamente, sonriendo al recordar ese día que habían compartido en la biblioteca.
—¡Los libros! ¡Oh, no! Estoy segura de que nuestras preferencias no son las mismas o, por lo menos, no sacamos las mismas impresiones.
Darcy casi se ríe al oír la apresurada negativa de la muchacha.
—Lamento que piense eso; pero si así fuera, de cualquier modo, no nos faltaría tema de conversación. Podríamos comparar nuestras diversas opiniones —insistió él.
—No… No puedo hablar de libros en un salón de baile —contestó ella con voz temblorosa—. Tengo la cabeza ocupada con otras cosas.
—En estos lugares no piensa nada más que en el presente, ¿verdad? —Darcy permitió que una sombra de duda se apreciara en su tono de voz.
—Sí, siempre —afirmó ella, pensando, al parecer, en algo más. Y luego, súbitamente dijo—: Recuerdo haberle oído decir en una ocasión, señor Darcy, que usted raramente perdonaba, que cuando había concebido resentimiento hacia alguien, le era imposible aplacarlo. Supongo, por lo tanto, que será muy cauto a la hora de concebir resentimientos.
¿Qué es esto? Enseguida se despertaron las sospechas en Darcy. Tenía que contestar, si quería descubrir a qué se refería la muchacha.
—Así es —afirmó con decisión.
—¿Y no se deja cegar alguna vez por los prejuicios? —insistió ella.
—Espero que no. —Darcy se sentía cada vez más alarmado con el cariz que estaban tomando las preguntas de Elizabeth.
—Es particularmente importante para aquellos que nunca cambian de opinión asegurarse de hacer un juicio justo desde el principio. —Darcy sintió que la mirada de Elizabeth lo penetraba al separarse de él para saludar a la dama que estaba a su izquierda. Se quedó paralizado, consciente de la trampa que tenía enfrente, pero sin saber cuál era la naturaleza de esa trampa o su objetivo. Sólo estaba seguro de una cosa: Wickham tenía algo que ver en todo aquello. De alguna manera, era obra suya.