—¡Señor Darcy, ¡no pretenderá usted salir al aire libre! —Darcy miró por encima del hombro mientras cerraba la puerta y vio la cara de asombro de Caroline Bingley—. Debería darle vergüenza, señor —continuó diciendo con fingido tono de desaliento—, dejarme sola atendiendo a los bárbaros… ¡y en mi propia casa! ¡Qué descortesía!
Darcy sonrió y le ofreció su brazo.
—Llega usted demasiado tarde, señorita Bingley. Acabo de regresar de tomar un poco de aire fresco. Diré, en mi defensa, que dudo que mi ausencia haya ocasionado la exhibición de un comportamiento inapropiado por parte de sus invitados. Todo parece estar en orden —añadió, mirando a su alrededor—. En todo caso, usted ciertamente puede reclutar los servicios de su hermano si necesita refuerzos.
Al oír las afirmaciones de Darcy, la mirada de la señorita Bingley adquirió un matiz de inquietud.
—¡Charles! Él no serviría de nada, ¡qué hombre tan provocador! —Viendo la mirada de desconcierto de Darcy, la señorita Bingley se apresuró a explicar—: Lo que más me ha afectado en su ausencia es precisamente el comportamiento de Charles. La desconsideración que ha mostrado de manera tan abierta al prestarle exclusiva atención a la señorita Bennet ya no puede pasar inadvertida para los otros invitados. —Levantó la mano con un gesto de impotencia—. Señor Darcy, ¿qué vamos a hacer? Si un buen amigo no lo aconseja, me temo que Charles cometerá un grave error… uno que bien le puede cerrar las puertas de la alta sociedad.
—Entonces, ¿todavía está con ella? —El rostro de Darcy adquirió una expresión sombría.
—Oh, sí —suspiró la señorita Bingley—, es posible que ya esté atrapado. De verdad, señor Darcy, ¡la gente ya está empezando a murmurar! Justo ahora, ese insufrible hombre, sir William, me estaba insinuando que los deberes como señora de Netherfield ya pronto dejarían de ser una carga para mí. Si ese hombre se atreve a decirme semejante cosa, lo más probable es que se lo haya dicho también a los demás. De eso puede estar usted seguro. —La señorita Bingley guardó silencio durante un segundo, y apoyando la mano sobre el brazo de Darcy, lo miró a la cara con expresión de súplica—. Charles lo escuchará a usted. Siempre ha sido un buen amigo para él.
—Hablaré con su hermano, señorita Bingley. Es lo único que puedo prometer. —Darcy miró detrás de ella, hacia la puerta del salón de baile y ella siguió la dirección de su mirada, pero sólo vio al ridículo clérigo que había acompañado a las Bennet esa noche.
—Contar con su orientación es lo mejor que puedo desear para Charles. Él es, en efecto, muy afortunado en lo que respecta a sus amigos. —Le dio una discreta palmadita al brazo de Darcy—. Cambiando de tema, me pareció ver que hoy ha recibido una carta de su tía, lady Catherine de Bourgh. Debe de haberlo invitado a Rosings para Navidad, ¿no es así?
—La carta era de lady Catherine —admitió Darcy mientras la conducía de regreso al salón de baile—, pero mi tía nunca me invitaría a Rosings para Navidad. Las visitas siempre se realizan, necesariamente, durante la primavera y, si es posible, en compañía de mi primo, el coronel Fitzwilliam. Mi prima Anne, la hija de lady Catherine, es de constitución delicada y le afecta particularmente el invierno —explicó.
—Entonces, ¿tendremos la felicidad de contar con su compañía en Londres durante las fiestas, así como durante la temporada de eventos sociales?
—De nuevo tengo que responderle negativamente, señorita Bingley. Cuando concluya mis asuntos en Londres la próxima semana, partiré hacia Pemberley y pasaré la Navidad con mi hermana. —Darcy se encogió de hombros—. Mi padre, y el suyo antes que él, siempre pasó la Navidad en Pemberley. Nuestra gente así lo espera y se ha convertido en una tradición de los Darcy que, bajo la administración de mi padre, despertaba gran expectativa con varias semanas de antelación. Ya han pasado cinco años desde su muerte y es hora de que Georgiana y yo revivamos la costumbre. Creo que ella no disfrutaría mucho si pasa la Navidad en Londres, lejos de los agradables recuerdos de las celebraciones del pasado.
—¡Qué hermano tan considerado! —bromeó la señorita Bingley.
—Tal vez —dijo Darcy—, pero Georgiana se merece cualquier placer que yo le pueda proporcionar.
—Estoy segura de que así es —replicó rápidamente la señorita Bingley—. ¿Regresará ella a Londres con usted para la temporada social de este año?
—Considero que todavía es demasiado joven para eso, señorita Bingley, pero pretendo persuadirla de ir a la ciudad durante parte del invierno, al menos. —Un toquecito en el codo interrumpió su atención y Darcy se giró para ver al desafortunado pariente de Elizabeth levantándose después de hacer una solemne reverencia. ¡Qué cosa tan inconveniente! Darcy respondió al saludo con un gesto sencillo de cabeza, momentáneamente fascinado por la vulgar presunción del hombre.
—Señor Darcy —comenzó a decir el hombre sin que mediara ningún preámbulo—, por favor permítame presentarle mis respetos, señor, después de asegurarle primero que mi negligencia al saludarlo se ha debido enteramente al total desconocimiento de la relación que existía entre usted y mi más noble protectora, lady Catherine de Bourgh. Porque debe usted saber que su graciosa y supremamente bondadosa pariente le ha confiado a este humilde servidor el cuidado de su gente al otorgarme el derecho a vivir en la parroquia de Hunsford. El hecho de que yo pudiera encontrarme aquí, en este lugar, con el sobrino de esa maravillosa dama estaba fuera del alcance de mi imaginación; en consecuencia, no me he dado cuenta y debo expresarle mis más sentidas excusas por no presentarme enseguida ante usted, señor. —El hombre terminó su discurso sin aire y se inclinó nuevamente.
—Es usted demasiado exigente, señor —respondió Darcy con fría cortesía—. Estoy seguro de que debe ser de gran utilidad para lady Catherine…
—En eso, señor Darcy —interrumpió el señor Collins—, encuentro mi mayor apoyo y satisfacción. Lady Catherine de Bourgh es una mujer de tal perspicacia y agudeza mental que sólo puede ser enormemente apreciada por todos sus parientes. Como su sobrino, usted debe estar ávido por saber cómo se encuentra, y yo me hallo felizmente en posesión de noticias tan frescas sobre su señoría que puedo asegurarle que continúa gozando de buena salud.
Este hombre es un completo idiota, decidió Darcy, una vez que su paciencia fue puesta a prueba más allá de los límites de la cortesía. Fijó la mirada más allá del pastor de su tía para buscar a Bingley, pero no estaba en ningún lugar del salón de baile. ¡Bingley, no me digas que también la has acompañado a cenar!, renegó Darcy en silencio. ¡Tenía que encontrarlo! Pero parecía que el obsequioso discurso del hombre que tenía frente a él iba a continuar indefinidamente a menos que algo lo obligara a detenerse. A la primera oportunidad que Collins tuvo para detenerse a tomar aire, Darcy inclinó rápidamente la cabeza y, sin decir palabra, se alejó en dirección al comedor, decidido a hacer entrar a su amigo en razón.