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Chapter 56 - Capítulo 56.- Conocer su carácter VIII

—¿Puedo preguntarle cuál es la intención de estas preguntas? —inquirió de manera fría, cuando volvieron a tomarse de la mano.

—Conocer su carácter, sencillamente —respondió ella con una sonrisita forzada—. Estoy intentando descifrarlo. —Se separaron, hicieron sus respectivas inclinaciones y volvieron a unir las manos para moverse cada uno alrededor del otro hasta completar un círculo.

—¿Y a qué conclusiones ha llegado? —preguntó Darcy con los labios apretados.

—A ninguna. —Elizabeth negó con la cabeza y trató de desarmarlo con una sonrisa—. He oído cosas tan diferentes de usted, que no consigo sacar nada en claro.

¡Definitivamente Wickham!

—Reconozco que las opiniones acerca de mí pueden ser muy diversas —respondió Darcy, apelando a todas sus reservas para apaciguar el torrente de emociones que amenazaban con destruir su compostura—, y desearía, señorita Bennet, que usted no hiciera un esbozo de mi carácter en este momento, porque tengo razones para temer que el resultado no reflejaría la verdad.

Elizabeth estaba colorada cuando él se volvió hacia ella y agarró delicadamente sus dedos. Darcy no pudo saber si se debía a la rabia que sus palabras habían despertado en ella o a la incomodidad que le habían causado las de ella. Pero para su sorpresa, la muchacha insistió.

—Pero si no lo hago ahora, puede que no tenga otra oportunidad.

¿Realmente creía que él iba a discutir sobre su carácter en medio de un salón de baile? La disposición de Darcy para aceptar las preguntas de la muchacha terminó de manera brusca. Decidido a cerrar esta línea de conversación, se volvió hacia ella con una actitud de profunda arrogancia y respondió de manera gélida:

—De ningún modo desearía impedir cualquier satisfacción suya, señorita Bennet.

No había duda de que su actitud finalmente la había confundido. La muchacha se equivocó al hacer el siguiente movimiento y casi tropieza con el vuelo del vestido. Darcy se movió con rapidez para rescatarla de una caída segura. Elizabeth se zafó de sus manos tan pronto como pudo, murmurando unas confusas palabras de agradecimiento.

—Me complace serle útil, señorita Bennet —le dijo Darcy en voz baja. Ella no dijo nada más y terminaron el baile en silencio y en silencio se alejó después de que Darcy la acompañara hasta donde se encontraba un grupo de amigos. No pudo evitar que sus ojos la buscaran después de ocupar su lugar al otro lado del salón. Se había despedido de sus amigos y parecía absorta en un detallado examen de uno de los ramos de flores que adornaban el lugar. La actitud pensativa de la muchacha fue evidente para Darcy, que se preguntó, con un creciente sentimiento de compasión, qué sería lo que Wickham le había dicho y que le estaba robando la paz.

¡Más fechorías que agregar a su lista, el sinvergüenza! ¿Qué historias puede estar divulgando que han hecho que ella traspase de esa manera los límites de la corrección? ¡Y Forster! Eso podría explicar la frialdad de su saludo esta noche. ¡Wickham! No está aquí, pero de todas maneras está presente. Un diablillo malvado que se cruzó entre… Darcy dejó sin terminar aquel pensamiento. ¡Que ha venido a interrumpir mi tranquilidad!

De repente, Darcy sintió la necesidad de un poco de aire fresco y algo de soledad. Tras lanzar una última mirada a Elizabeth, dio media vuelta, se abrió paso a través de la alegre fila de bailarines y buscó la primera salida. El aire frío le golpeó la cara y, tal como había anticipado, comenzó a aclararle la mente. Los hilos dorados y verde esmeralda de su chaleco titilaron con la luz, atrayendo la mirada de Darcy mientras se paseaba por la terraza bajo una luna inclemente. Resopló al recordar la advertencia de Fletcher de que su problema con «la señora» no era más que una comedia de equivocaciones.

Si esto es comedia, Fletcher, no podría soportar sus tragedias. Darcy se detuvo y levantó la mirada hacia la luna. No estoy molesto con ella. Ella no tiene la culpa, ella es… Fue el frío, con seguridad, lo que le provocó un estremecimiento. ¿Mi otra mitad? Darcy negó con la cabeza y, poniéndose los brazos alrededor del cuerpo, apretó las manos contra los costados y movió los pies. Tu estupidez parece haberte seguido hasta aquí. Entonces, ¿qué haces congelándote? Puedes ser igual de tonto sin tener que soportar tanto frío.