Fletcher revoloteaba en silencio a su alrededor, ayudándolo con todos los detalles, mostrando una preocupación vacilante y benevolente que sólo sirvió para aumentar la inquietud de Darcy. Durante unos momentos de locura, Darcy se sintió tentado a compartir su angustia. Exponer el problema a otra persona y pedir su consejo parecía un dulce alivio. Pero, por supuesto, no podía hacerlo. Desde que su padre había muerto, él no le había confiado sus preocupaciones a nadie, ni siquiera en el más mínimo detalle. ¡No, es una idea ridícula!
No hizo ningún esfuerzo para anudarse la corbata y le hizo señas a Fletcher para que se hiciera cargo. Con hábiles movimientos, el ayuda de cámara realizó un exquisito lazo, y después de sujetar el alfiler de esmeralda entre los pliegues, trajo el reluciente chaleco y lo sostuvo para que Darcy se lo pusiera. Cuando el caballero se levantó de la silla, sus miradas se cruzaron. Fletcher abrió la boca para hablar, pero ante la mirada de firme negativa que cubrió el rostro de su patrón, volvió a su lugar. Deslizó el chaleco por encima de los hombros del caballero en silencio y luego agarró la chaqueta.
—Su chaqueta, señor.
—Gracias, Fletcher —dijo Darcy en voz baja. Terminó de abrocharse el último botón del chaleco y luego se puso la chaqueta negra de gala. El ayuda de cámara ajustó las solapas, enderezando las costuras, y revisó la caída de los faldones—. Entonces, ¿qué le parece?
—Excelente, señor. Si usted fuera a presentarse en la corte, nadie podría encontrar ni una falta.
—¿Ni una, Fletcher? —resopló Darcy y luego agregó para sí mismo—: Ahí se equivoca, mi buen amigo. Me temo que hay una.
—La señora protesta demasiado, a mi parecer.
—¿Qué? —le preguntó Darcy con firmeza, asombrado por la audacia del ayuda de cámara.
—Shakespeare, señor. Hamlet.
—Ya sé que es Hamlet, pero ¿qué quiere decir con eso?
—¿Qué quiero decir, señor? Nada, señor Darcy. Es uno de los innumerables versos memorables de esa obra, ¿no cree usted? —Fletcher se inclinó y comenzó a recoger las cosas del baño de su patrón—. Aunque Hamlet no es mi obra favorita, señor.
Darcy tuvo la clara premonición de que no debía proseguir en la dirección que quería su ayuda de cámara, pero al parecer no pudo evitarlo.
—¿Y entonces cuál es su obra favorita?
Fletcher suspendió momentáneamente su tarea y lo miró con seriedad.
—La comedia de las equivocaciones, señor Darcy, La comedia de las equivocaciones.
Tan pronto como Fletcher abrió la puerta de la habitación, llegó hasta ellos el sonido de los músicos afinando sus instrumentos y el ir y venir de los criados. Darcy dio un paso hacia el umbral, pero luego se detuvo y miró hacia su escritorio con indecisión.
—¿Señor Darcy? —preguntó el ayuda de cámara.
—Un momento, Fletcher. —Darcy se dirigió a su escritorio, abrió el cajón de su correspondencia personal y extrajo una hoja doblada, que abrió y comenzó a leer. Una fugaz sonrisa suavizó sus rasgos, mientras volvía a doblar la carta y la deslizaba dentro del bolsillo interior de la chaqueta. Dándose unas palmaditas en el pecho, sobre el lugar donde descansaba la carta, se dirigió a la puerta con determinación.
—Buenas noches, Fletcher. Lo llamaré a eso de las dos, supongo.
—Muy bien, señor. Mis mejores deseos para la velada, señor Darcy.
El caballero asintió en respuesta a las palabras de su ayuda de cámara y se dirigió a la escalera. Los músicos guardaban ahora silencio. Se detuvo un instante en lo alto de las escaleras, y casi pudo sentir a la totalidad de Netherfield conteniendo el aliento, esperando la señal que les permitiría comenzar. El sonido de un carruaje que se acercaba rompió el silencio y, mientras los criados se apresuraban a recibir a los primeros invitados, los músicos tocaron los primeros compases. Darcy respiró profundamente para calmarse, se puso los guantes y comenzó a descender lentamente las escaleras para deslizarse entre el remolino de la sociedad de Hertfordshire. El baile, según parecía, acababa de comenzar.
* * *
Los músicos ya llevaban tres cuartos de hora tocando y ellas todavía no habían llegado. Darcy se volvió a poner los guantes, alisándolos sobre sus manos, mientras asentía en respuesta a varios saludos que le habían lanzado al pasar. La tardanza de la familia Bennet lo sorprendía, porque si él hubiese sido jugador, habría apostado a que la señora Bennet sería de las primeras en llegar a un baile que se ofrecía prácticamente a instancias de sus hijas. No obstante, Darcy había ocupado el tiempo cumpliendo con su deber al lado de Bingley, pero se preocupó de hacerlo de manera muy circunspecta, bordeando siempre la periferia del creciente grupo de invitados, mientras esperaba tensamente la llegada de Elizabeth Bennet.
No todos los invitados eran indeseables, claro. El saludo que Darcy le ofreció al coronel Forster y a varios de sus oficiales más antiguos fue respondido con cortesía y verdadero cariño. Y si faltó algo de eso, tal ausencia fue bien subsanada por el squire Justin, cuya respuesta al saludo de Darcy estuvo marcada por una familiar letanía de agudas pero afectuosas observaciones acerca de sus vecinos y salpicada de contagiosas risas. Darcy no logró evitar a la señora Long y a su esperanzada sobrina, y se salvó de hacerles un desplante sólo por la oportuna intervención del vicario y su esposa.
Tras disculparse lleno de gratitud por la manera en que lo habían rescatado, Darcy se retiró a la ventana que daba sobre el camino y miró hacia la noche. ¿Será posible que haya pasado algo? Levantó la barbilla y se acomodó discretamente el nudo de la corbata. Si no llega pronto… Un coche apareció a lo lejos, con sus farolillos balanceándose furiosamente mientras los caballos comenzaban a frenar ante las antorchas que iluminaban el comienzo de las escaleras. Los muchachos de las caballerizas se acercaron corriendo y agarraron el arnés del caballo principal, mientras que un lacayo abría la puerta del carruaje y desplegaba la escalerilla. Darcy se acercó más a la ventana, entrecerrando los ojos por el resplandor de las antorchas. ¡Había llegado!