Bajo la rápida y eficiente guía de la profesora McGonagall Jill y Dominic fueron llevados a comprar un baúl para llevar las pertenencias al colegio Hogwarts, luego a por un telescopio y un mapa lunar para las clases de Astrología. Después de conseguir las pesas de latón, el caldero de peltre y las ampollas de vidrio, y finalmente a la tienda de Complementos de escritura Scribbulus. Habiendo gastado poco más de veinte galeones, fueron a la tienda de varitas de Ollivander.
El exterior de la tienda tenía el mismo aspecto polvoriento y semi abandonado, el interior no era mucho mejor, parecía la morada de un acumulador de cajas rectangulares de madera. Pilas y pilas de cajas que se torcían como serpientes y llegaban hasta el techo. Con solo un pequeño taburete y un mostrador con un jarrón lleno de flores secas en el poco espacio que había desocupado.
Mientras Jill escaneaba con su mirada la tienda, un hombre de cabello desordenado y ojos terriblemente claros apareció de entre las pilas de cajas.
-Ah, profesora McGonagall, veo que ha traído a otro nuevo estudiante.
-Buenos días señor Ollivander, esta es Jill Woods, empieza Hogwarts este año y necesita una varita.
-Si,si. Todo mago necesita una varita -Ollviander tomó una cinta métrica parecida a la de Madam Malkin y se acercó a Jill.- ¿Qué brazo usa Señorita Woods?
Jill sintió un ligero escalofrío ante la extraña persona frente a ella pero aún así alzó su brazo derecho y se dejó guiar bajo las manos delgadas del señor Ollivander a extenderlo para que lo midiera.
-La varita escoge al mago, señorita Woods.-Ollivander comenzó a hablar un una cadencia algo hipnótica y en algún momento se alejó de ella pero la cinta siguió midiendo su cuerpo, aunque, Jill no entendía cómo se relacionaba la varita a la distancia que había de su rodilla a su tobillo.
- Cada varita que fabrico es única, no hay dos varitas del mismo árbol con el mismo temperamento o el mismo núcleo mágico... Ah, pruebe esta.- El mango de una varita apareció frente a ella- es de Nogal y fibra de corazón de dragón, rígida, de veinte centímetros.
Jill frunció un poco la boca sin darse cuenta, no le gustaba esta varita, pero alargó la mano y sus dedos tocaron la madera. Antes de que pudiera tomarla en su mano Ollivander la alejó.
-No. Ésta no es, en absoluto, no no.
Viendo al señor Ollivander adentrarse en el laberinto de cajas, Jill miró a su padre y alzó los hombros. Dominic le dio una mirada de entendimiento. Ninguno de los dos veía la lógica detrás de las acciones del excéntrico dueño de la tienda.
-Ajá, creo...- la voz de Ollivander se escuchó llena de felicidad, su aspecto estaba un poco más desordenado que antes- … que esta es la varita para la señorita Woods.
Jill vio la varita, no había nada especial, pero cuando la tomó en su mano sintió un ligero calor y unas chispas claras salieron de la punta de la varita.
-Ah, que cliente tan agradable, esta varita es de Fresno y pelo de unicornio. Veintiocho centímetros y Extremadamente fiel a su maestro, por lo que es inusualmente rígida.
Después de pagar siete galeones por la varita, finalmente fueron a la última tienda antes de buscar las túnicas. En la librería Flourish y Blotts había cientos de libros. Alguno estaban apilados ordenadamente y a la vista. Otros libros tenían antiguas encuadernaciones de cuero con hebillas y otros eran muy, muy pequeños.
En otro momento Jill habría estado entusiasmada por recorrer cada recodo de la librería pero en este momento se encontraba agotada después de las sorpresas que tuvo en un día seguido del largo viaje de compras; por lo que a excepción de pedirle a la profesora McGonagall que le recomendara un libro introductorio sobre la historia y cultura del mundo mágico para ella y sus padres, solo compró lo que estaba en la lista.
Se despidieron de la Profesora McGonagall en el Caldero Chorreante y Dominic llevó el baúl lleno de cosas hasta el auto.
Al final del día había gastado cerca de ochenta galeones, estaba agotada y se quedó dormida en el auto.