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Chapter 9 - Recuperación (1)

El sol ya dominaba el horizonte cuando Enkidu y yo comenzamos a caminar hacia donde habíamos dejado los caballos. El aire frío de la mañana aún se aferraba a nosotros, pero con cada paso que daba, el peso de la noche anterior parecía disiparse lentamente. Enkidu, a diferencia de mí, estaba tranquilo. Y, de alguna manera, su tranquilidad comenzó a contagiarme.

"¿No hay nadie aquí alrededor?" pregunté, mientras mis ojos escaneaban los alrededores en busca de alguna figura humana.

Enkidu negó con la cabeza. "Cuando la gente de las aldeas escucha algo peligroso durante la noche, se encierran en sus casas y no salen hasta el mediodía. Prefieren estar seguros antes de arriesgarse."

El silencio cómodo que compartíamos se mantuvo durante unos minutos, mientras el ruido de nuestros pasos sobre la tierra seca era lo único que rompía la calma. Pero a medida que el amanecer avanzaba, no pude evitar preguntarme algo. Fruncí el ceño y lo miré. "¿Cómo me encontraste?"

Enkidu sonrió levemente, como si esperara esa pregunta. "Hace aproximadamente 60 soles, te vi salir del palacio en una noche de luna llena. Me preocupé y decidí seguirte. Al principio no sabía si era algo puntual, pero vi cómo te preparabas cuidadosamente. Tu rutina estaba tan organizada que me di cuenta de que no era la primera vez."

"Pero luego de ese día no volviste a salir hasta la siguiente luna llena" continuó. "Ahí entendí tu patrón. Luego, utilicé mis habilidades de rastreo para seguirte sin que te dieras cuenta."

Me quedé en silencio por un momento, procesando sus palabras.

'Me incomoda la idea de haber sido seguido, de no haber notado su presencia. Pero la verdad es innegable: me salvó la vida.'

No podía reprochárselo.

"No diré nada por haberme seguido" respondí finalmente. "Tu intervención me salvó."

Enkidu no respondió, pero la expresión en su rostro era de satisfacción silenciosa. Ambos continuamos caminando hasta llegar a los caballos. Montamos y nos dirigimos hacia Uruk, dejando atrás los restos de la batalla y el amanecer.

El camino de regreso fue agotador. Con cada paso del caballo, sentía el dolor punzante en el costado y en el brazo. La sangre había empapado las vendas, dejando manchas rojas que resaltaban contra la tela blanca. Cuando finalmente llegamos a las puertas de la ciudad, nos bajamos de los caballos y caminamos. Cada paso era una lucha. El dolor en mi costado se intensificaba con cada movimiento, pero me obligué a seguir avanzando.

Los guardias me reconocieron al instante y se alarmaron.

"¿Estás bien, mi señor? ¿Necesita ayuda?" preguntó uno de ellos, sus ojos fijos en las manchas de sangre.

"No, voy al templo para que me sanen" respondí con voz firme, aunque mi cuerpo apenas mantenía esa firmeza.

Enkidu soltó una risa suave. "Bueno, lo que hice fue algo entre improvisado y milagroso" dijo con una sonrisa. "Aunque siendo sinceros, no esperaba que sobrevivieras tan bien. Eso merece una cerveza" Me uní a su risa, aunque cada carcajada me recordaba lo frágiles que estaban mis costillas.

Los guardias intercambiaron miradas, ignoraron el comentario de Enkidu y apresuradamente me dejaron pasar, abriendo las puertas mientras nos escoltaban hasta el templo.

Cuando llegamos al punto donde los caminos se separaban, Enkidu se detuvo y, con un ademán tranquilo, dijo: "Te acompañaré hasta aquí. Descansa y deja que hagan su trabajo." Sonriendo levemente, se dio la vuelta y se alejó por el camino opuesto.

Caminamos con los guardias por las calles de Uruk, donde la vida cotidiana había comenzado a despertar. Pero a medida que avanzábamos, noté las miradas de la gente y los susurros que surgían a nuestro paso. Mis vendas empapadas de sangre eran imposibles de ignorar, y algunos de los comentarios llegaban hasta mis oídos.

"¿Un castigo de los dioses?" murmuró una mujer mayor a su compañera.

"No debería desafiar a los dioses tan seguido" respondió otra voz entre la multitud.

"Tal vez esto haga que la sequía mejore" comentó otra con un susurro esperanzado, aunque su tono no dejaba de ser irónico.

No me detuve. Había aprendido a soportar esos murmullos, aunque esta vez parecían perforar un poco más profundo.

Finalmente, llegamos al templo, que estaba ubicado junto al palacio. Cuando entré, el aire fresco y el olor a incienso me golpearon. Una sacerdotisa de cabellos oscuros y mirada amable se acercó rápidamente al verme.

"¿Qué te ha pasado?" preguntó, con la preocupación evidente en su voz.

"Necesito ser tratado" respondí, mostrando las vendas manchadas de sangre.

Ella asintió y me guió hacia una de las habitaciones interiores. "Espera aquí. Llamaré al sumo sacerdote Enmeru."

Mientras esperaba, me acomodé en un banco de piedra, dejando que el peso del cansancio me aplastara. Mis párpados se cerraban lentamente cuando el sonido de pasos suaves llenó la habitación. Levanté la mirada y vi entrar a un hombre de avanzada edad cuya figura encorvada estaba envuelta en una túnica blanca con bordados de oro. Su rostro, surcado de arrugas profundas, parecía contener las historias de Uruk grabadas en su piel. Era el sumo sacerdote Enmeru.

No solo era el sumo sacerdote; su sabiduría y su presencia reconfortante le daban una autoridad que trascendía su título. Cuando hablaba, era como si las historias del pasado de Uruk cobraran vida, y sus consejos siempre parecían anclarme en algo más profundo, como si mi destino estuviera ligado a la historia de la ciudad misma.

Cuando me vio, su expresión se tensó con una preocupación inmediata. Sus ojos se fijaron de inmediato en las vendas empapadas de rojo. Se acercó rápidamente, casi tropezando en su prisa.

"Príncipe Ereshgal" dijo con voz agitada. "¿Qué te ha ocurrido? Esa sangre... debemos atenderte de inmediato."