Punto de vista de Enmeru
El eco de mis pasos resonaba en los pasillos del palacio, acompasados con el peso de mis pensamientos. El aire estaba cargado con la humedad matutina y el aroma a incienso quemado, como si los muros mismos del palacio respiraran solemnidad. Caminaba hacia la sala del trono, donde Lugalbanda me esperaba, aprovechando cada paso para ordenar mis ideas.
Había estado un rato reflexionando sobre lo que debía decir y, más importante, cómo decirlo. Ereshgal rara vez se ponía en peligro, pero cuando lo hacía y me enteraba, sentía una punzada de preocupación que me recordaba que, a pesar de su linaje divino, era humano. Y los humanos podían morir, incluso los elegidos. Ereshgal no era solo el heredero del trono, sino también un joven que, en muchos aspectos, yo había visto crecer.
Al llegar a la entrada de la sala del trono, los guardias abrieron las grandes puertas de madera tallada. Ingresé con paso firme, manteniendo la cabeza alta. Aunque era costumbre inclinarse ante el rey, Lugalbanda y yo teníamos una relación distinta. Me detuve a unos pasos de él y lo saludé con una ligera inclinación de cabeza, suficiente para respetar su posición.
El rey, sentado en su trono de madera oscura decorado con grabados dorados, me observaba con sus ojos penetrantes. "Enmeru" dijo en su tono habitual, autoritario pero controlado. "¿Qué noticias tienes para mí?"
Respiré hondo. "Vengo a informarte sobre Ereshgal. Pero primero, debes saber que está a salvo. Lo dejé descansando en una sala que preparé especialmente para él, donde se está recuperando sin interrupciones."
Lugalbanda levantó una ceja, mirándome con esa seriedad que parecía despojar cualquier palabra de su decoración. "Continúa."
Asentí y comencé a contarle todo lo que Ereshgal me había confesado: sus escapadas secretas durante la luna llena, su objetivo de cazar y matar a un Urbaru, y cómo había sido rescatado por Enkidu en el último momento. Cada palabra que pronunciaba parecía pesar en el aire, pero Lugalbanda no interrumpió ni una sola vez. Me permitió terminar antes de hablar.
Cuando concluí, hubo un largo silencio. Lugalbanda entrelazó los dedos sobre su regazo y bajó la mirada, sumido en pensamientos. Sus dedos tamborilearon suavemente sobre el trono, pero no era un gesto nervioso: era la mente de un estratega en pleno movimiento, evaluando las consecuencias de mis palabras. Observé cómo su mirada se endurecía ligeramente, y por un instante deseé que pudiera ver más allá de las decisiones racionales y conectar emocionalmente con su hijo.
'Si hubiera hablado más con Ereshgal, tal vez podría haber evitado esta arrogancia que ahora lo pone en peligro' pensé.
Finalmente, Lugalbanda suspiró. "Tenías razón en ese entonces" admitió, con la voz cargada de un leve arrepentimiento. "Debimos haberlo preparado. Debimos decirle que todo lo que está escrito en las tablillas es verdad. Pero su orgullo nos hizo ser cautelosos, y al final no le contamos lo suficiente. Como no lo creía, tampoco las estudió como debía."
"Ya no importa lo que debimos hacer" respondí, inclinándome ligeramente hacia él. "Ereshgal está a salvo. Lo importante ahora es cómo proceder. Podemos tomar medidas para guiarlo correctamente a partir de hoy."
Lugalbanda asintió. "Tienes razón. Estás autorizado a informarle lo que consideres necesario."
Solté un suspiro que no había notado que estaba conteniendo. "Lo haré" dije, con un leve toque de alivio en la voz.
Cuando estaba a punto de despedirme, un pensamiento me atravesó como una flecha. Me detuve y miré al rey.
"¿No deberíamos contarle también acerca de Enkidu?" pregunté. Por un momento, el aire pareció detenerse. Lugalbanda se quedó en silencio, su expresión endureciéndose mientras meditaba sobre mis palabras.
Lugalbanda negó con la cabeza ligeramente. "No estoy seguro de que sea lo mejor. Ereshgal es orgulloso. Podría separarlos."
"Con el debido respeto" respondí con firmeza, "si se entera por su cuenta, ese resentimiento podría volverse contra nosotros y también los separará. Pero si somos nosotros quienes se lo contamos, podemos evitar ese conflicto. Su relación con Enkidu está avanzando bien, y este evento reciente solo fortalecerá su vínculo. Si espera más tiempo y lo descubre solo, podría ser demasiado tarde para corregirlo."
Lugalbanda me observó en silencio, sus ojos fijos en los míos mientras procesaba lo que acababa de decir. Finalmente, asintió ligeramente. "Lo pensaré."
Incliné la cabeza respetuosamente y me despedí.
Volví sobre mis pasos hacia la habitación donde había dejado a Ereshgal.
Mientras caminaba por los pasillos, una idea me atormentaba: si nos equivocábamos, podríamos perder no solo la confianza de Ereshgal, sino también el futuro de Uruk. Él tenía derecho a conocer la verdad, pero también sabía lo frágil que podía ser esa revelación. Era una apuesta arriesgada, y apostábamos mucho.
Al llegar, lo encontré durmiendo profundamente, su respiración acompasada contrastando con las tensiones que había enfrentado recientemente. Una sonrisa involuntaria se dibujó en mis labios. Era raro verlo tan vulnerable, pero también me recordaba lo joven que aún era.
Una sacerdotisa pasaba cerca, llevando un cuenco de agua. Me acerqué a ella y le hice un gesto para que se detuviera. "Vigílalo. Si despierta, dile que en los próximos días lo convocaré para discutir asuntos importantes."
La mujer asintió, llevando una mano al pecho y bajando la cabeza ligeramente en una señal de respeto hacia mí. "Como desee, sumo sacerdote."
Con eso, me giré y salí de la habitación, dejando atrás al príncipe en su merecido descanso y preparándome para los días que estaban por venir.