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Chapter 10 - Recuperación (2)

"Acompáñame" dijo, antes de que pudiera responder y sin dar espacio a objeciones. Caminé tras él con pasos pesados, el dolor en mi costado ardiendo con cada movimiento. El templo estaba envuelto en un aire solemne, con columnas de piedra desgastadas por el tiempo y paredes adornadas con relieves que representaban las hazañas de los dioses. Los pasillos estaban iluminados por antorchas que lanzaban destellos dorados sobre los suelos de piedra pulida, reflejando la grandeza y el peso de su historia. Al llegar a una habitación interna, señaló una camilla baja y simple, hecha de madera y cubierta con una tela gruesa. "Acuéstate. Tengo que revisar qué tan graves son tus heridas."

Me recosté con cuidado, apretando los dientes para no soltar un quejido mientras me acomodaba. El aire estaba cargado con el aroma del incienso quemado, mezclado con el frío y la humedad del templo.

Enmeru deslizó suavemente la tela que cubría mi torso y revisó las vendas empapadas en sangre. Cuando quitó la primera capa, vi cómo sus ojos se endurecían. Las heridas del brazo y del torso eran profundas. El corte en mi brazo izquierdo había abierto la carne de manera irregular, como si un cuchillo dentado lo hubiese rasgado. Pero eran la herida de las garras en mi torso lo que parecía preocuparle más. Tres largas líneas rojas atravesaban mi costado, hinchadas y bordeadas por un tono oscuro, como si algo más que sangre se hubiera filtrado por ellas.

Enmeru frunció el ceño. "Urbaru" dijo sin dudarlo.

Parpadeé, sorprendido. "¿Cómo lo supiste?"

"No subestimes mi experiencia" respondió, con una mirada severa que me hizo sentir como un niño al que están a punto de reprender. "Este tipo de heridas tienen una firma. Las marcas, la hinchazón... el veneno que se extiende bajo la piel. No hay duda."

Le devolví la mirada, pero antes de que pudiera decir algo, levantó una mano para detenerme.

"Primero, tengo que tratarte antes de que estas heridas empeoren."

Enmeru llamó a la misma sacerdotisa que me había recibido en el templo. "Tráeme el agua de Enki" le ordenó. Ella asintió y salió rápidamente de la habitación.

'El agua de Enki.' Había oído hablar de ella antes. Enki, el dios de la sabiduría y los ríos, también conocido por sus poderes purificadores, era venerado por su capacidad de curar y purificar lo corrupto. Los sacerdotes decían que cuando el agua recibía su bendición, adquiría propiedades milagrosas.

Mientras esperábamos, Enmeru soltó un suspiro y me miró fijamente. "Tienes suerte de que Ninsun no esté en la ciudad. Si te viera así, seguramente se desmayaría."

Sonreí al pensar en mi madre; era posible que lo hiciera. Después de todo, su preocupación a menudo rozaba lo exagerado. Enmeru no esperó mucho antes de continuar: "Ahora cuéntamelo todo. Sin omitir detalles."

Respiré hondo, ignorando el ardor en mi costado. Le conté cómo había estado cazando al Urbaru durante meses, la emboscada fallida y cómo Enkidu había llegado justo a tiempo para salvarme. Omitií los detalles que no consideraba relevantes, pero aún así, su expresión se volvió más oscura con cada palabra.

Enmeru dejó escapar un suspiro largo y profundo, casi como si el peso de mis palabras lo aplastara.

"Sabía que deberíamos haberte enseñado ese mundo antes..." murmuró, su voz cargada de arrepentimiento, como si las palabras pesaran más de lo que esperaba.

Pero antes de continuar, la sacerdotisa regresó con un cuenco de cerámica, pintado con símbolos de protección. El líquido en su interior reflejaba la luz de las antorchas, como si tuviera un brillo propio.

Enmeru se acercó y tomó un trozo de tela limpia. Sumergió el paño en el agua y luego lo exprimió ligeramente. "Voy a empezar con el brazo" dijo. "Aguanta el dolor."

Asentí.

El primer roce del paño contra mi herida fue como si una espada atravesara mi piel. El dolor se extendió como una ola ardiente por todo mi brazo. Cerré los ojos con fuerza, apreté los dientes hasta que sentí la tensión en mi mandíbula, negándome a soltar siquiera un grito. La sensación de fuego devorándome la carne era brutal, pero resistí.

Enmeru trabajó con precisión, pasando el paño por cada rincón de la herida. "Las garras de un Urbaru contaminan el cuerpo" explicó mientras continuaba. "El veneno que dejan impide que las heridas sanen correctamente. Pero esta agua, bendecida por Enki, puede purificar esa contaminación. Duele porque la purificación quema lo que está corrompido."

Cuando terminó de limpiar todo el brazo, me quedé paralizado por la sorpresa al ver cómo la herida empezaba a cerrarse ante mis ojos. La piel, aún enrojecida y tensa, se regeneraba rápidamente, como si el tiempo mismo estuviera retrocediendo y reparando lo que parecía irreversible.

"¿Por qué no se usa esto más seguido?" pregunté, jadeando mientras intentaba recuperar el aliento.

Enmeru sonrió levemente. "Porque no es fácil que un dios bendiga algo. Hay poca agua como esta, y solo se guarda para emergencias... como ahora."

Continuó hablando con tono serio. "No le digas a nadie que la tenemos, solo los sacerdotes y el rey lo saben. Si este secreto se filtra, podríamos enfrentarnos a problemas mayores."

Apenas había terminado de hablar cuando volvió a empapar el paño. "Ahora, el torso. Vas a tener que soportar de nuevo."

Me preparé, pero el dolor que sintió mi cuerpo fue peor que antes. Cuando el paño tocó la herida de las garras en mi costado, me retorcí sobre la camilla, gruñendo entre dientes. Cada movimiento del paño era como una lámina de fuego recorriendo mi piel. Mis dedos se aferraron al borde de la camilla, casi desgarrando la tela que la cubría.

"Ya casi termino" dijo Enmeru, su voz firme pero reconfortante.

El tiempo pareció alargarse, pero finalmente, el dolor comenzó a ceder. Observé cómo la carne de mi costado se cerraba, lenta pero segura, dejando solo una línea rosada donde antes había estado la herida abierta.

Me dejé caer hacia atrás, agotado, mientras el sudor empapaba mi frente. El dolor aún era un eco en mi cuerpo, pero sabía que lo peor había pasado.

Enmeru colocó el paño en el cuenco y lo apartó. "Por ahora, deberías descansar. Has soportado más de lo que la mayoría podría."

Asentí lentamente, incapaz de responder. Pero en el fondo, sabía que este no era el final del problema. El Urbaru seguía siendo una amenaza, y aunque mis heridas habían sido tratadas, mi orgullo también había sufrido su propio golpe.

Luego se levantó y tomó el cuenco con el agua restante, asegurándose de sostenerlo con cuidado. "Descansa aquí por un tiempo" ordenó con firmeza. "No quiero verte moviéndote hasta que te hayas recuperado por completo. Además, sería mejor que te mantuvieras fuera de la vista durante unos días. No necesitamos levantar sospechas innecesarias." Luego, sin decir más, salió de la habitación.

Asentí nuevamente, pero mientras él salía, mi mente ya estaba planeando lo que vendría después. Me aferraría al entrenamiento como nunca antes, llevando mi cuerpo y mi mente al límite hasta que no quedara duda de que, si lo encontraba de nuevo, esta vez sería yo quien tuviera la ventaja. No habría errores. No habría misericordia. Algún día lo encontraría, y lo mataría.