El aire era pesado, cargado de una tensión que parecía envolverme por completo. Cada sombra, cada crujido amplificaba el latido de mi corazón, como si este tratara de advertirme. Sentía el sudor frío en la nuca y el ardor de mi respiración irregular.
De pronto, las sombras en las ruinas comenzaron a moverse. Primero, una figura que se deslizaba con lentitud, como si disfrutara revelar su presencia con cada paso deliberado. Su cuerpo emergió con un aire amenazante, cada movimiento era una declaración de supremacía. Cuando salió por completo a la luz de la luna, sentí un nudo apretarse en mi estómago. Era una bestia en toda regla, pero no se asemejaba a la criatura que los sacerdotes describían. No, esto era algo mucho más visceral y aterrador. Se erguía en dos patas, más alto de lo que cualquier hombre podría ser. Cada músculo parecía preparado para la caza, y su pelaje negro brillaba como obsidiana bajo la luz plateada. Mis ojos se detuvieron en sus garras, largas y curvas, afiladas como cuchillas. Con un rastro de sangre fresca goteando de una de ellas. Subí la mirada y me encontré con su rostro: un hocico diseñado para desgarrar carne y una hilera de dientes afilados que sobresalían de su mandíbula.
Pero lo que realmente me paralizó no fue su forma física. Fueron sus ojos: dos orbes amarillos brillantes, llenos de crueldad y de algo peor... conocimiento. Sabía lo que yo era, y sabía que yo no tenía escapatoria. Era más que una bestia. Era un cazador, y yo era su presa.
Por un instante, me quedé paralizado, incapaz de procesar lo que tenía frente a mí. La fuerza, el tamaño, la amenaza que representaba. "Es enorme", pensé, sintiendo una mezcla de fascinación y miedo puro.
De repente, la criatura se movió. En un parpadeo, pasó de estar inmóvil a lanzarse hacia mí con una velocidad que apenas pude procesar, como si se hubiera dado cuenta de mi breve distracción. Mi cuerpo reaccionó instintivamente, pero no lo suficientemente rápido. Su garra cortó mi brazo izquierdo, desgarrando la piel en una línea roja y ardiente. La sangre comenzó a brotar al instante, manchando mis dedos y goteando al suelo. No era una herida profunda, pero el dolor latente y la visión del líquido escarlata me hicieron retroceder tambaleando.
El impulso de su ataque fue tan feroz que, al no alcanzarme de lleno, continuó su impulso y pasó más allá de mí.
La bestia giró rápidamente, con una agilidad que desafiaba su tamaño, y atacó de nuevo. Cada movimiento era más rápido y feroz que el anterior.
Apenas podía esquivar.
Cada segundo que pasaba, el margen de esquiva se estrechaba más.
Uno de sus golpes impactó en mi costado derecho, abriendo un corte profundo que me arrancó un gemido involuntario. Sentí el calor de la sangre deslizándose por mi torso, empapando mi ropa y pegándola a la piel. Mis rodillas temblaron mientras tambaleaba, la visión momentáneamente nublada por el dolor. Caí sobre una rodilla. Un escalofrío recorrió mi cuerpo mientras el dolor se intensificaba. La criatura no perdió tiempo. Su siguiente ataque iba directo a mi cabeza.
"Si me muevo tarde, moriré."
Rodé hacia un lado, sintiendo sus garras rozar mi hombro y desgarrar parte de mi armadura. El aire me quemaba los pulmones, y mi mente gritaba por alguna solución. Sabía que no podía seguir esquivando mucho más, pero retroceder significaba mi fin.
La bestia siguió atacando, sus garras buscando alcanzarme en cada movimiento. Por suerte o por gracia divina, un golpe que parecía dirigido a mi pecho se desvió ligeramente y terminó impactando contra una palmera cercana. El árbol explotó en astillas bajo la fuerza del impacto, llenando el aire con fragmentos de madera y hojas que volaron a mi alrededor. Mi mente procesó rápidamente la brutalidad de lo que acababa de presenciar, una claridad aterradora que gritaba dentro de mí:
"Ese golpe... me partiría en dos."
Era una realización simple, pero que me golpeó con una fuerza brutal. En ese momento, mi instinto me hizo moverme. Mi espada, que no había tenido tiempo de usar, buscó un objetivo, y logré un corte limpio en su brazo.
La criatura soltó un gruñido, girando hacia mí con una ferocidad renovada. A pesar de la profundidad del corte, no mostraba signos de dolor. Mientras retrocedía, mis ojos captaron su brazo por un instante, esperando ver la herida que había causado. Pero ya no estaba.
"Mierda... claro, se curan como si nada."
Mi respiración se aceleró, cada inhalación era como fuego líquido ardiendo en mis pulmones. El ritmo irregular de mi corazón me ensordecía mientras la sangre seguía deslizándose por mi costado, empapando mis piernas y convirtiendo cada paso en un esfuerzo sobrehumano. Sentía que mi cuerpo se volvía un peso muerto. Los pensamientos se acumulaban, confusos, contradictorios:
"Corre... no, lucha... ¿huir? ¿A dónde?"
Era como si mi mente estuviera partida en dos. Por primera vez en mi vida, tuve que aceptar que no había una salida clara. Morir aquí era una posibilidad real y casi segura. Por más que mi instinto quisiera vivir, mis piernas ya no me respondían como antes. Parecían ajenas, como si pertenecieran a alguien más y no a mí.
"¿Cómo escapas de algo que está hecho para cazarte?"
Me moví hacia las palmeras, usando el entorno como cobertura mientras la criatura seguía atacando. Cada vez que se acercaba, encontraba una forma de esquivar, pero apenas. Mi corazón latía con fuerza, y el cansancio comenzaba a instalarse. Las piernas me ardían, y mi brazo herido pesaba como si fuera de plomo. En un momento, vi una apertura. Su abdomen quedó expuesto, y decidí atacar. Mi espada cortó el aire, pero la criatura reaccionó rápidamente, cambiando su postura y lanzando un ataque al mismo tiempo.
"No puede ser."
Lo entendí inmediatamente. Si seguía con mi ataque, su golpe me alcanzaría. Y si me golpeaba, moriría. En un instante, cambié la dirección de mi ataque, usando el impulso para rodar entre sus piernas. Fue un movimiento desesperado, pero necesario.
Sin embargo, en medio de mi maniobra, mi espada golpeó algo duro. El impacto la dejó atascada, no me podía dar el lujo de revisar qué había pasado y tampoco tuve tiempo para liberarla. La solté y continué rodando, sintiendo el suelo rápido y frío contra mi cuerpo.
"Maldición."
Ahora estaba desarmado, y mi cuerpo al borde del colapso. Cada respiración era un recordatorio de mi fragilidad. La sangre seguía fluyendo desde la herida en mi brazo y costado, empapando mis ropas y formando charcos bajo mis pies. Con cada gota perdida, sentía cómo la fuerza abandonaba mi cuerpo. La criatura avanzaba, y yo sabía que un solo paso en falso significaría mi muerte.
El mundo a mi alrededor parecía un remolino en espiral del que no podía escapar. La visión se me nublaba por momentos, y cada intento de esquivar era una apuesta entre la vida y la muerte. No se como mis pies se movían todavía, pero el control se me escapaba como arena entre los dedos.
El cansancio quemaba mis músculos, y el mundo a mi alrededor parecía girar en espiral. Las piernas me pesaban como si estuvieran hechas de plomo, y mis brazos, debilitados por el cansancio y la pérdida de sangre, apenas respondían.
"No puedo seguir así."
El Urbaru parecía no cansarse, no se detenía, y cada esquiva me acercaba más a mi límite.
Finalmente, llegó el momento. El Urbaru rugió, un sonido gutural que resonó en mis huesos, como si la tierra misma temblara bajo su furia. Levantó su brazo, y por un segundo, todo lo demás desapareció: el dolor, el miedo, incluso el aire. Sabía que no podía esquivar esta vez. Mi cuerpo ya no respondía. Las garras brillaron bajo la luna cuando descendieron hacia mí. Cerré los ojos. Por primera vez, me rendí.