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Chapter 6 - Urbaru (3)

Los meses pasaban como las arenas que resbalaban entre los dedos. Mi vida continuaba con la misma rigidez de siempre: entrenamientos al amanecer, estudios en los templos durante el día, y más entrenamientos al anochecer. Cada movimiento que hacía, cada libro que leía, era parte de un propósito más grande, un futuro que aún estaba moldeándose.

Enkidu seguía a mi lado. Con cada día que pasaba, nuestra relación se fortalecía. No lo habría llamado amigo en voz alta, pero la palabra comenzaba a tomar forma en mi mente. Sin embargo, una parte de mí siempre mantenía una distancia cautelosa. Era alguien de fuera de la ciudad, un extraño, y aunque demostraba ser digno en batalla y en carácter, había algo en su origen que me hacía dudar de confiar completamente en él. Aun así, esa duda se mezclaba con un respeto creciente.

En nuestras prácticas, seguíamos igualados. Cada enfrentamiento terminaba en empate, cada prueba de fuerza encontraba un equilibrio. Para cualquiera, eso podría haber sido suficiente. Pero no para mí. La necesidad de superarlo, de demostrar que no había nadie igual a mí, ardía como una llama constante. Ese dia en el templo, decidí que era hora de probarme de verdad.

Iba a cazar y matar a un Urbaru yo solo. Si Enkidu había sobrevivido a enfrentarse a esas criaturas, entonces yo también podía hacerlo. Después de todo, nuestras fuerzas eran iguales, ¿verdad? Pero si lo mataba, lo superaría.

Consulté con los sacerdotes, fingiendo que mi interés era solo curiosidad académica. Les hice preguntas sobre los ciclos de la luna y las historias de los Urbaru, ocultando mi verdadera intención tras una fachada de estudios. Sin saberlo, cada palabra que decían me guiaba directamente hacia lo que buscaba. Los sacerdotes me advirtieron que la luna llena era el momento en que los Urbaru eran más peligrosos, pero también cuando eran más fáciles de rastrear. Con su fuerza y hambre al máximo, eran más propensos a aparecer cerca de aldeas o asentamientos.

'Si los Urbaru son más activos cerca de las aldeas durante la luna llena... entonces ese es mi camino' pensé, una chispa de emoción recorriéndome. 'Basta con paciencia y estar listo para actuar.'

Aprendí a leer los ciclos de la luna y comencé a organizar mis salidas nocturnas del palacio con la precisión. Me aseguraba de que nadie sospechara, ni los guardias ni los sirvientes, pues esta misión era solo mía.

Cada 29 soles, cuando la luna llena se alzaba en el cielo, me armaba con mi espada y mi armadura de cuero endurecido. Salía en la oscuridad, montado en un caballo que había elegido especialmente por su velocidad y resistencia. Nadie sabía de estas escapadas; era mi misión, mi desafío. La seguridad de la ciudad hacía difícil encontrar a un Urbaru cerca, ya que los soldados patrullaban constantemente. Si alguno se acercaba, me imaginaba que rara vez sobrevivía lo suficiente como para ser visto por alguien más.

Mis búsquedas me llevaron lejos, hacia las aldeas cercanas en nuestro territorio y las plantaciones en los bordes de los ríos. A veces, me encontraba con pequeños grupos de soldados del ejército de Uruk haciendo guardia entre los campos, su presencia era inusual, pero en aquel momento no le presté demasiada importancia.

Las noches de luna llena se volvieron un ritual solitario, una danza entre la esperanza de encontrar lo que buscaba y la frustración de regresar con las manos vacías. Mes tras mes, mi determinación no flaqueaba, pero el éxito seguía evitandome.

En algunas ocasiones, encontré a personas que necesitaban ayuda. Campesinos atacados por ladrones o animales menores. Sus historias eran siempre las mismas: peligros humanos, no sobrenaturales. Ayudaba cuando podía, pero el objetivo de mis viajes seguía siendo el mismo: enfrentarme a un Urbaru, demostrar mi fuerza y regresar victorioso.

Sin embargo, una noche, cuando faltaban poco más de 30 soles para mi decimoséptimo ciclo, algo cambió. Había cabalgado hacia un oasis al sur de Uruk, un lugar rodeado de pequeñas estructuras de barro y cañas, donde las familias vivían con lo justo. La luna llena iluminaba el lugar, reflejándose en las aguas tranquilas del oasis y proyectando sombras alargadas sobre las viviendas.

Mientras desmontaba de mi caballo, escuché un grito desgarrador. Mi corazón dio un vuelco, y toda mi atención se enfocó en la dirección del sonido. Era un grito de puro terror, el tipo de sonido que hacía que la piel se erizara. Sin pensarlo dos veces, corrí hacia el origen del grito, mi espada desenvainada y lista.

'Por fin... esto podría ser lo que he estado buscando.'

La escena que encontré fue desoladora. Uno de los hogares de las familias estaba completamente destrozado, como si algo la hubiera atravesado con una fuerza descomunal. Fragmentos de barro y madera estaban esparcidos por el suelo, y el interior estaba cubierto de sombras profundas que la luz de la luna apenas podía penetrar.

En el suelo, a pocos pasos de la entrada destruida, yacía una figura humana. Corrí hacia él, inclinándome para observarlo más de cerca. Era un hombre, su rostro contorsionado por el dolor. Su pecho estaba marcado por tres profundas garras, una herida que sangraba profusamente. Sus labios se movían, intentando decir algo, pero no podía escuchar más que débiles susurros.

El aire estaba cargado de algo más que el olor a sangre. Había una presencia en el ambiente, un rastro que me hizo tensar cada músculo de mi cuerpo. Finalmente, parecía que mi búsqueda había llegado a su fin. Estaba frente a la evidencia de un Urbaru.

El hombre intentó levantar una mano hacia mí, sus dedos temblando mientras trataba de señalar algo. Me incliné más cerca, esforzándome por escuchar sus palabras. "Está... cerca" murmuró entre jadeos, su voz apenas audible. "Escóndete... o morirás." Mis ojos se movieron hacia las sombras de la cabaña destruida, buscando algún indicio, alguna señal de movimiento.

Mi respiración se aceleró mientras mi mente se preparaba para lo que pudiera venir. Finalmente, había llegado el momento. La pregunta era si estaba realmente listo para enfrentarlo.

Me quedé en tensión, mi respiración sincronizada con el latido furioso de mi corazón. Frente a mí, las sombras parecían cobrar vida, y por primera vez me pregunté si realmente estaba preparado para lo que estaba a punto de enfrentar.