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Chapter 22 - Rebelión contra el Cielo - Part 9

Capítulo 9: La promesa de la tormenta

El aire seguía cargado de tensión. Haru, Kenta y Daichi apenas podían moverse bajo la abrumadora presencia de Ryuusei. Aiko, inconsciente en sus brazos, parecía diminuta en comparación con él. Sus heridas aún sangraban, pero el guerrero no mostraba ninguna señal de prisa o preocupación. Su mera existencia bastaba para silenciar cualquier intención hostil.

Kenta apretó los dientes, con el orgullo herido y la furia nublándole el juicio. Apretó las guadañas con más fuerza, pero cuando intentó dar un paso al frente, su cuerpo se negó a obedecer. Un sudor frío le recorrió la espalda. Haru y Daichi no estaban mejor; sus cuerpos temblaban, no por el frío, sino por un miedo primitivo que se había arraigado en sus entrañas.

Ryuusei levantó la mirada, sus ojos afilados como cuchillas. Dio un paso adelante, y fue suficiente para que los tres sintieran que el suelo bajo ellos temblaba.

—Basta.

Su voz no fue un grito, pero resonó como un trueno en sus cabezas. Era una orden, una sentencia. No había margen para la discusión.

Haru intentó tragar saliva, pero su boca estaba seca. Su mano temblorosa aún sujetaba una flecha en el arco, pero sabía que no tenía sentido disparar. Kenta bajó la mirada, maldiciendo entre dientes, y Daichi simplemente se quedó en silencio, su lanza rota aún en su mano.

Ryuusei los observó con frialdad antes de girarse, dándoles la espalda mientras cargaba a Aiko.

Pero antes de irse, habló una vez más.

—Disfruten su respiro de hoy. La noche caerá para ustedes cuando menos lo esperen. En la tormenta, escucharán mi paso. Y en la lluvia, vendrá su fin.

No hubo más palabras. No eran necesarias. Con un último vistazo hacia los tres guerreros, Ryuusei se alejó con Aiko en sus brazos, dejando tras de sí el eco de una amenaza que ninguno de ellos podría olvidar.

Cuando Aiko despertó, su cuerpo gritó de dolor. Sus heridas estaban vendadas, y una ligera brisa fría acarició su piel. Estaba dentro de un refugio, iluminado solo por la tenue luz de una antorcha en la pared. Intentó moverse, pero su cuerpo no le respondió.

—No te esfuerces.

La voz de Ryuusei la sobresaltó. Giró la cabeza con dificultad y lo vio, sentado a su lado, observándola con expresión neutral.

—Me trajiste aquí… —murmuró Aiko, su garganta reseca.

Ryuusei asintió.

—Peleaste bien. Pero todavía no puedes controlar esa fuerza.

Aiko frunció el ceño. Sabía a qué se refería. Esa energía salvaje, ese frenesí que la había consumido en la batalla. No era normal. No era algo que pudiera manejar sin consecuencias.

—Si no aprendes a dominarlo, te destruirá. —Las palabras de Ryuusei fueron frías, pero no crueles. Era un hecho.

Aiko bajó la mirada, sintiendo su corazón latir con furia en su pecho. No quería aceptar que había sido salvada. No quería aceptar que, a pesar de su poder, seguía siendo débil.

—Entonces enséñame —susurró con determinación.

Ryuusei la observó por un momento, antes de esbozar una leve sonrisa.

—Lo haré. Pero antes, tengo un asunto que atender.

Aiko levantó la vista, con un mal presentimiento en el pecho.

—Voy a matarlos.

El tono de Ryuusei no tenía ira ni odio. Solo certeza. Era una sentencia ya dictada.

—Haru, Kenta y Daichi… ellos no vivirán para ver otra luna llena.

Aiko sintió un escalofrío recorrer su espalda. No era solo una amenaza vacía. Ryuusei iba a hacerlo. Iba a cazarlos, uno por uno, y nada en este mundo podría detenerlo.