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Chapter 24 - Rebelión contra el Cielo - Part 11

Capítulo 11: El Heraldo Bastardo

Antes de convertirse en lo que era ahora, Ryuusei fue un niño dejado a la merced de la muerte y la desesperación. No conocía el amor, ni la compasión. Su mundo estaba forjado en sangre y cenizas. Desde el momento en que fue marcado por la Muerte, su destino había sido sellado: entrenar hasta romperse, luchar hasta que su piel se convirtiera en acero, y sobrevivir aunque su alma fuera despedazada en el proceso.

(El Entrenamiento Infernal)

Su primer día como aprendiz de heraldo fue una tortura disfrazada de disciplina. No había descanso, no había tiempo para recuperarse. El campo de entrenamiento de los heraldos era un infierno donde solo los fuertes sobrevivían. Golpes, cortes y fracturas eran parte del día a día.

"Tu cuerpo no te pertenece", le dijeron. "Es un arma. Si se rompe, lo reparas. Si se debilita, lo fortaleces."

Ryuusei pasó días sin dormir, obligado a correr sobre un suelo ardiente, a escalar muros cubiertos de espinas y a luchar contra oponentes que no sentían piedad. Las dagas de teletransportación se convirtieron en extensiones de sus brazos. Al principio, cada intento de usarlas terminaba en cortes autoinfligidos o en movimientos erráticos. Pero tras incontables noches de fracaso, logró dominarlas.

La Máscara del Yin-Yang era su castigo y su salvación. Le permitía ver los patrones de la batalla, las emociones de sus enemigos, pero también le hacía pagar un precio: cada uso prolongado le causaba un dolor insoportable, como si su cerebro fuera perforado por agujas ardientes.

Su entrenamiento con los martillos de guerra era peor. Pesados, imposibles de manejar con velocidad, pero capaces de destrozar huesos con un solo golpe. Cada vez que erraba un movimiento, recibía descargas de energía que lo dejaban al borde del colapso. La lección era simple: o aprendía, o moría.

(La Forja de un Bastardo)

Con el tiempo, dejó de sentir miedo, dejó de sentir dolor. Se volvió un guerrero sin piedad, un arma viviente. La Muerte le observaba con frío interés, sin interferir, sin mostrar compasión. Para sus compañeros, Ryuusei era una aberración, alguien que no había nacido para ser heraldo, pero que se negaba a morir.

El punto de quiebre llegó cuando le ordenaron ejecutar a un compañero. No porque fuera un traidor, sino porque la Muerte así lo quiso.

"Si dudas, morirás tú también."

Ryuusei miró los ojos de su víctima, un joven como él, desesperado, suplicante. Durante un instante, su humanidad intentó aflorar.

Pero solo por un instante.

Al final, el martillo cayó. Y con ese golpe, su corazón se volvió piedra.

(El Despertar del Bastardo)

Ahora, en el presente, marcado como un "Heraldo Bastardo", Ryuusei entendía la ironía. Había sobrevivido a un infierno solo para ser despreciado por aquellos que nunca habían sufrido lo que él. Pero no le importaba. La lealtad de Aiko, una niña que a pesar de todo seguía confiando en él, le demostraba que no todo estaba perdido.

Quizá aún tenía algo de humano en su interior. Quizá aún podía elegir su propio destino.

Pero si la Muerte quería jugar con él, entonces él se convertiría en su peor error.