Capítulo 13: Los Heraldos Bastardos y el Juramento de Lealtad
Ryuusei sintió la energía recorrer su cuerpo cuando se colocó la Máscara del Ying-Yang. Su visión se distorsionó por un instante y, de repente, un torrente de información fluyó en su mente. Vio sus propias habilidades, sus poderes de caos y paz, manifestándose en su mente como si fueran inscripciones en una antigua piedra sagrada.
Poderes de Caos (Yin - Oscuridad, Destrucción)
-Toque de la Entropía: Sus "Martillos de la Guerra" podían corroer cualquier cosa que tocaran, descomponiendo estructuras, armas e incluso deteniendo la regeneración de sus enemigos.
-Visión del Abismo: Podía ver los miedos más profundos de sus enemigos y hacer que alucinaran con ellos.
-Llamas del Ocaso: Un fuego oscuro que no podía ser extinguido hasta la muerte de la víctima o hasta que él lo decidiera.
-Distorsión del Destino: Alteraba la probabilidad a su favor por un corto tiempo.
-Regeneración Dolorosa: Se curaba, pero con un sufrimiento extremo, como si su cuerpo fuera reconstruido con clavos ardientes.
Poderes de Paz (Yang - Luz, Creación)
-Aura de Resistencia: Reducía el impacto del daño recibido.
-Curación Ajena: Podía sanar a otros, pero no a sí mismo.
-Zona de Equilibrio: Creaba un área donde todas las habilidades se reducían a la mitad.
-Eco de la Vida: Veía destellos del pasado y futuro de una persona al tocarla.
Pero lo que lo sorprendió aún más fue que también podía ver las habilidades de sus "compañeros". Con cada nombre que leía, las armas sagradas que la Muerte les había concedido aparecían en su mente:
Daichi - Lanza del Juicio (Kuroyari - 黒槍)
Impacto de la Condena: Cualquier herida causada por la lanza multiplicaba el dolor del enemigo.
Estocada Fantasmal: La lanza podía atravesar obstáculos físicos sin perder filo.
Devoción Inquebrantable: Hacía a Daichi inmune a manipulación mental y al miedo.
Kenta - Guadañas Gemelas del Eclipse (Getsurei - 月霊)
Impacto de la Condena: Cualquier herida causada por la lanza multiplicaba el dolor del enemigo.
Estocada Fantasmal: La lanza podía atravesar obstáculos físicos sin perder filo.
Devoción Inquebrantable: Hacía a Daichi inmune a manipulación mental y al miedo.
Kenta - Guadañas Gemelas del Eclipse (Getsurei - 月霊)
Corte en la Sombra: Podía atacar a distancia usando las sombras.
Danza de la Muerte: Aumentaba exponencialmente su velocidad en combate.
Segador de Almas: Cada muerte aumentaba su resistencia y energía.
Haru - Arco del Vacío Carmesí (Akakū - 赤空)
Flechas Infinitas: No necesitaba carcaj, pues las flechas se formaban con su voluntad.
Disparo del Juicio: Marcaba a un enemigo y su flecha lo perseguía hasta impactar.
Lluvia Carmesí: Disparaba múltiples flechas explosivas simultáneamente.
Finalmente, intentó ver la información de la Muerte. Sin embargo, lo único que apareció en su visión fue un sinfín de signos de interrogación. Era como si su poder fuera inconmensurable, un misterio que incluso la Máscara del Ying-Yang no podía descifrar.
Pero en ese momento, todo se vuelve un torbellino de caos. En lugar de una figura, solo ve un vacío absoluto, un ???. No hay nombre, no hay forma, no hay esencia, como si la Muerte estuviera más allá de lo que su poder puede comprender.
La Muerte se da cuenta de su atrevimiento.
"Interesante... ¿Intentas verme, niño?" dice con una voz fría. En ese instante, Ryuusei siente un dolor agonizante en su cabeza, como si mil cuchillas perforaran su mente.
Ryuusei cae de rodillas, jadeando, y la Muerte se ríe con diversión.
"No estás listo para mirarme, pero me alegra ver que ya has entendido algo… Aún no eres nada ante mí."
Con un escalofrío, Ryuusei retiró la máscara. No estaba seguro de lo que más podría haber descubierto si seguía intentándolo, pero algo en su interior le decía que ciertas cosas no estaban destinadas a ser comprendidas por los mortales.
Mientras tanto, la Muerte se dirigió a Daichi, Kenta y Haru. Con palabras cuidadosamente elegidas, comenzó a sembrar dudas en sus corazones, insinuando que la relación entre Ryuusei y Aiko podía ser más de lo que aparentaba. Al principio, dudaron, pero poco a poco, la influencia de la Muerte se hizo más fuerte. Daichi, en particular, sintió una creciente admiración por el ente, su lealtad comenzando a inclinarse más hacia la Muerte que hacia sus propios compañeros.
En el mundo de los vivos, Ryuusei tenía otros asuntos en mente. Había decidido darle la "Espada del Heraldo Negro" a Aiko como regalo. Al no tener entrenamiento formal en combate, pensó en enseñarle a usarla, o al menos en buscar videos que le ayudaran a entender cómo manejarla. Después de todo, él mismo había tenido suerte al usar sus martillos y dagas sin ninguna instrucción real. Ahora quería asegurarse de que Aiko tuviera una mejor oportunidad si alguna vez tenía que pelear.
Al salir de la sala de la Muerte, la atmósfera estaba cargada de hostilidad. Frente a ellos, decenas de heraldos comunes
Al salir de la sala de la Muerte, la atmósfera estaba cargada de hostilidad. Frente a ellos, decenas de heraldos comunes
Entre ellos, tres destacan con una presencia imponente: Daichi, Kenta y Haru, a quienes la Muerte señala con un gesto lento y deliberado.
—Ustedes tres… serán los Heraldos Supremos.
El título pesa en el aire. Los otros heraldos comunes murmuran entre sí, algunos con envidia, otros con alivio.
—Los Heraldos Supremos son mi voluntad hecha carne. Portan armas forjadas con el mismo material que nutre mi esencia y representan la ley del Inframundo. Son mi orden, mi juicio, mi ejecución.
Los tres se arrodillan ante su maestro, sintiendo la energía oscura fluir por sus cuerpos.
—¿Y qué hay de ellos? —pregunta uno de los heraldos comunes, señalando a Ryuusei y Aiko.
La Muerte guarda silencio por un momento antes de soltar una carcajada gutural.
—Ellos… no son parte de mi orden. No siguen mis reglas. No obedecen mis designios.
Los ojos de Daichi, Kenta y Haru se fijan en los dos.
—Los Heraldos Bastardos... —pronunció con una voz gélida—. Dos anomalías que no deberían existir. Pero, aun así, siguen bajo mi dominio.
El título cae como un juicio.
—Uno lleva una máscara del Ying Yan que no le pertenece, robando los secretos del universo. La otra, una niña, fue bendecida con un arma sin recibir mi gracia. Y sin embargo… aún los dejo existir.
Daichi frunce el ceño.
—¿Por qué?
—Porque su destino no ha sido escrito. Y quiero ver hasta dónde llegarán antes de que los borre de la existencia.
La Muerte se gira, dejando que las palabras se graben en la mente de todos. Desde ese día, los Heraldos Supremos serán vistos como los verdaderos campeones de la Muerte, mientras que Ryuusei y Aiko cargarán con el desprecio y la sospecha de quienes los rodean.
Ryuusei y Aiko sintieron un escalofrío recorrer sus cuerpos. Aunque su estatus era inferior al de los Supremos, seguían siendo parte de la estructura de la Muerte. Se les otorgarían los mismos beneficios: riquezas, recursos, e incluso cierta autoridad sobre los heraldos menores. Sin embargo, todo esto venía acompañado de un odio implacable.
—No crean que esto es un favor —continuó la Muerte, su tono afilado como una daga—. Están obligados a servirme. Con cada fibra de su ser, con cada gota de su sangre. Mi voluntad es absoluta.
Los murmullos de los heraldos se intensificaron. Para ellos, Ryuusei y Aiko no eran más que errores que se negaban a desaparecer. La tensión era sofocante, pero Ryuusei, sin pronunciar palabra, se limitó a ajustar su máscara, su expresión oculta tras ella.
Lealtad Inquebrantable
Más tarde, cuando todo se calmó y se encontraban lejos de las miradas ajenas, Aiko se acercó a Ryuusei con una determinación inusual para su edad. Se arrodilló profundamente, inclinándose en un saikeirei (la reverencia más formal y sumisa en la cultura japonesa).
—Desde hoy, le soy leal a Ryuusei-sama —declaró con firmeza—. Me convertiré en tu sirvienta leal.
Ryuusei la miró en completo shock. Una niña de nueve años, con un sentido del deber tan arraigado que estaba dispuesta a inclinarse ante él, reconociéndolo como su maestro.
—¿Estás segura? —preguntó, incapaz de ocultar su sorpresa.
Aiko levantó la mirada, con determinación ardiente en sus ojos.
—Sí. La Muerte nos odia. Los Supremos nos desprecian. No hay lugar para mí aquí... salvo a tu lado.
Ryuusei exhaló pesadamente, dándose cuenta de que la niña entendía mucho más de lo que aparentaba. No tenía sentido rechazarla.
—Entonces... acepto.