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El Lustro de las Ascuas II

Si bien en esta era aparecieron más dioses y muchas más historias legendarias, la más importante de todas fue la que trajo su final. Comenzó con la encarnación de Aurelios, quien logró convencer a los demás seres que encarnaban la luz y el fuego en esta época.

En la cumbre del Sol Naciente, en la sima más profunda, se encontraban varias figuras. Todas ellas emitían una poderosa aura. La que mantenía el aura más intensa y llena de peligro pertenecía a una figura nebulosa, formada por llamas de un naranja brillante, una manifestación imponente. Era el Alto Espíritu de la Llama, quien observaba con curiosidad a sus compañeros. A su lado se encontraban tres figuras llamativas.

A su izquierda, con los ojos cerrados y un cuerpo humano pequeño, pero con un aura de color amarillo brillante que se extendía mucho más allá de su propia presencia, se encontraba el protector del corazón del desierto. Como espíritu que solo había entrado en este plano gracias al contrato de los soberanos y el humano llamado Fedid, no sabía mucho sobre este mundo, pero conocía el poder del protector, que era innegable.

Más arriba, una criatura gigantesca se alzaba sobre nosotros, imponente. Con dos pares de alas, un cuerpo robusto adornado con escamas, cuernos y dos piernas traseras, su cola rechoncha era lo menos importante a observar. Era, por supuesto, el Rey de la Ceniza. Su aura era aterradora, tan poderosa que incluso yo, como Alto Espíritu de la Naturaleza, sentí escalofríos a través de mi espina espiritual. Eso me sirvió de advertencia: si lograba sobrevivir a aquello, sería mejor no enfrentarme con él.

Por último, estaba aquel que nos había reunido aquí, conocido como el Apasionado y venerado como el Dios de la Llama. Lo que sea que eso signifique. Aurelios era una figura extraña, sin duda jamás he visto alguien similar. Su piel resplandecía, recubriendo un cuerpo musculoso que parecía casi cincelado, con cada detalle meticulosamente definido. Poseía dos piernas traseras que le daban una apariencia híbrida entre un hombre y un caballo, al parecer pertenecía a una raza llamada sentauro o eso me dijo Fedid. Junto a él descansaba una lanza cuya aura me recordaba al poder del propio soberano, entendí lo poderosa que era.

Observé la lanza un momento más hasta que un rugido gutural atravesó el aire. Era el dragón, quien, descendiendo lentamente, dirigió una pregunta directa a Aurelios:

—Aurelios, ¿cuándo comenzaremos? —su voz sonaba cargada de impaciencia.

Aurelios respondió con un tono jovial, su actitud, completamente contraria a la del dragón:

—Pronto, querido socio. En un momento, nuestros aliados nos enviarán la señal para avanzar, y al fin podremos liberar al mundo de esta malebola oscuridad.

El dragón terminó su descenso hasta el suelo y, al llegar, dirigió una mirada desafiante al protector y a mí antes de continuar:

—Sabes que no me refiero a eso. —Dudó un momento y continuó—. No me importa si los pequeños logran abrir el camino, me preocupa que esa arma tuya se desgaste antes de que podamos llegar al origen de las pesadillas.

Antes de que el centauro dorado pudiera responder, una tercera voz resonó con autoridad. Era la del protector, quien, al notar la tensión creciente, habló con firmeza:

—No menosprecies sus acciones, dragón. Aunque no debiliten las sombras hasta un punto crítico, el mero hecho de liberarnos el camino hacia su origen es una hazaña indispensable para el plan.

Tras regañar al dragón, el protector miró a Aurelios, su mirada fría a pesar de que su aura ardía ferozmente.

—Y, aunque odio admitirlo, el molesto dragón tiene razón —admitió, con un tono de duda—. Todos nuestros seguidores están esforzándose al máximo: mis hermanos, los seguidores de la gran lagartija, y todos aquellos que desean el regreso de la luz. Aun así, ninguno de nosotros puede asegurar una victoria. No entiendo por qué no enviaste a uno de nosotros. ¿Podrías explicarte? Después de todo, esto está fuera del plan.

La mirada de Aurelios se endureció. Soltó un pequeño bufido y miró a los dos con calma antes de responder:

—A pesar de que ambos se odien, están tan preocupados por sus seguidores... —dijo con una mezcla de diversión y desprecio. Luego, su mirada se posó en mí—. Y tú, Ozd, el Alto Espíritu de la Llama, ¿acaso no estás ansioso?

Guardé silencio por un momento antes de responder, con voz serena e indiferente:

—Sin importar el final, estoy aquí para cumplir con mi objetivo. Así que me encargaré de dar todo de mí para que los cielos se iluminen con la luz del sol.

Al escucharme, el dragón y el protector, que parecían estar en medio de una batalla silenciosa con el centauro, se detuvieron y guardaron su aura. Era como si ambos comprendieran que debían reservar fuerzas. Mientras tanto, Aurelios estalló en carcajadas. Su risa resonó por un largo rato, hasta que un silencio calmado se posó sobre la zona. Este solo se rompió cuando una señal de energía surcó el aire.

La señal había llegado. Y con ella, el final de esta era.