Seguí avanzando temblorosa mente por el suelo, guiado por el sonido que resonaba en el aire, mientras arrastraba mis débiles manos en busca de algo. Un frío extraño llegó a mis palmas. Era metal. Sin detenerme a pensar en este nuevo hallazgo, mis manos continuaron moviéndose hasta que, más arriba, sentí algo diferente: una extraña protuberancia. Apreté los músculos de mi rostro con fuerza, forzando mis ojos a abrirse, aunque ya conocía su existencia y por lo que sabia siempre había estado conmigo o al menos desde que los primeros pensamientos comenzaron a formarse en mi mente. Sin embargo, me costó mucho esfuerzo abrirlos, pues esta era la segunda vez que lo hacía consciente mente.
Cuando finalmente logré abrirlos, una punzada de ardor invadió mi ser, una quemazón que provenía de la luz cegadora que me envolvía. Mis ojos se cerraron casi por instinto, y un temblor, nacido del dolor, recorrió todo mi cuerpo. Simultáneamente, un sonido involuntario salió de mi garganta. Me quedé inmóvil, como si mi cuerpo estuviera paralizado por la sorpresa. El silencio volvió lentamente, y con él, los sonidos esporádicos que había escuchado desde mi despertar se silenciaron, como si el mundo mismo me diera espacio para pensar. No pasó mucho tiempo antes de que otro sonido llenara el aire, esta vez proveniente de mi boca.
Un temblor recorrió mi cuerpo, pero esta vez no era miedo ni dolor. Una sorpresa abrumadora invadió mis sentidos. En mi desconcierto, traté de concentrarme en esa habilidad recién descubierta. *Puedo hacer ruido.* Entre mis pensamientos, la idea de que podía hacer ruido fue la que más me sorprendió, aunque no lograba comprender por qué me causaba tanto asombro. Sabía, de manera instintiva, que esta capacidad tendría una gran importancia en el futuro. Traté de entender el porqué, pero en ese instante, el sonido que había estado escuchando momentos antes de volver a resurgir. Así que, con determinación, volví a concentrarme, apretando mis mejillas y forzando mis adoloridos ojos a mirar, esta vez con más resolución.
El sonido frente a mí ya no era confuso; ahora era claro. Pero no solo eso. Lo que tenía ante mí no era simplemente un ruido. A medida que mi visión se estabilizaba, noté algo más: letras. ¿Qué son letras? A diferencia de otros pensamientos que desaparecían al ser ignorados, las letras no se desvanecieron. Continuaron conmigo, como si se negaran a irse. Intenté concentrarme más, observando con el máximo detalle que mis ojos, aún débiles, podían ofrecerme. Tras una larga contemplación, el concepto comenzó a filtrarse lentamente en mi mente. Las letras, aparentemente muchas, cada una con su propio significado, empezaron a tomar forma. La mejor comparación que pude hacer fue que, al igual que yo que era el rey de los nolgs, las letras tenían también un propósito. Cada una de ellas representaba algo importante; una razón de existir. Fue entonces cuando comprendí que esto no era un simple descubrimiento. Estas letras, aunque no las entendiera completamente en ese momento, estaban profundamente ligadas a este lugar.
Mi vista aún no podía distinguir todas las letras formadas por el metal, pero sabía que formaban un conjunto compuesto por tres símbolos iguales. Con el tiempo, después de un largo momento de concentración, me aseguré de que no los olvidaría. Miré a mi alrededor. Mis ojos, ya un poco más acostumbrados al resplandor, seguían siendo sensibles a la luz. A pesar de ello, aún no podía distinguir muchos detalles de donde provenía el sonido, como si mi visión estuviera nublada por la confusión. Sin embargo, logré distinguir algo extraño: no muy lejos de donde me encontraba algo que parecía estar incrustado en la pared. Era una puerta. Al contemplarla, los fragmentos vagos de información que rondaban en mi mente comenzaron a unirse, y finalmente comprendí lo que era: una puerta.
Sin pensarlo más, me precipitaré hacia ella, pero mi débil condición me traicionó. Apenas di unos pasos antes de caer al suelo, incapaz de mantenerme en pie.