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Chapter 3 - Ten miedo de la oscuridad

Después de unas horas observando la oscuridad exterior, John finalmente se cansó de ella. No estaba pasando nada allí. Sin embargo, cuando se dio la vuelta, las cosas eran diferentes; el edificio era el mismo, y los vivos estaban haciendo lo suyo. Sin embargo, los fantasmas parecían angustiados. Ahora que John prestó atención a detalles, las luces parecían parpadear.

—¿Qué está pasando? —Le preguntó a Ramón.

—Te acabamos de decir hace unas horas que cuando las luces fallan, las cosas se ponen feas, y eso es lo que puede pasar —respondió Ramón mientras miraba las luces.

—Entonces, ¿los Glotones vendrán esta noche? —preguntó John.

—No necesariamente; no es una certeza hasta que las luces se apagan. A veces las luces parpadean y las paredes retumban, pero no vienen. Veremos qué pasa esta noche. Ramón se alejó de John y fue a una de las habitaciones. Mientras tanto, una pequeña multitud se estaba formando alrededor de la habitación de Elizabeth. Muchos de los fantasmas se estaban acercando a esa zona. John por el contrario se acercó a Martín.

—Entonces, ¿todos van a Elizabeth por seguridad?

—Sí. Sin embargo, no es cien por ciento seguro. Una vez una enfermera abrió la puerta, había quince personas refugiándose allí, y los Glotones entraron. Aquello fue una masacre; nadie logró escapar. Elizabeth se quedó allí y los vio ser devorados; sin poder hacer nada. Los glotones no podían hacerle daño; Elizabeth tiene un control casi perfecto sobre su habilidad para robar energía. Después de que terminaran su comida, intentaron atacarla varias veces sin éxito; cuando se encendieron las luces se fueron —explicó el profesor.

—¿Por qué nadie va a la habitación de Willy? —preguntó John.

Parecía raro que nadie fuera junto al más viejo de todos los fantasmas.

—Willy es un cobarde. Nunca intentaría mover a su anfitriona; hay un riesgo de perder el contacto con ella y caer en las bocas de los Glotones. No intentará cerrar la puerta; los ancianos tienen mala vista, y los Glotones salen en la oscuridad. Influir en una persona mayor para que se mueva en esa situación es peligroso. Elizabeth está corriendo un riesgo cada vez que lo hace.

A medida que pasaban las horas, después de las diez, las paredes comenzaron a retumbar. El sonido era similar al de una tubería vieja cuando empieza a llenarse de nuevo tras un corte de agua. Tan pronto comenzó el ruido, los fantasmas parecían más asustados que antes. Una anciana se sentó en el suelo y comenzó a llorar; no había lágrimas, solo su llanto constante.

—No otra vez, no otra vez; solo quiero desaparecer; no hice nada tan horrible en mi vida; ¿por qué Dios me está castigando?

Algunos otros empezaron a rezar. John no era un firme creyente, pero estar muerto y ser un fantasma atrapado en este lugar le hizo reevaluar sus creencias sobre el más allá. John vio a los trabajadores y los residentes de la residencia continuar con sus vidas; no parecían darse cuenta de las luces parpadeantes, ni el ruido de los muros.

—¿No ven las luces parpadeando o oyen el ruido?

—No, no pueden —respondió el profesor.

—Cuando estaba vivo hace dos años, tampoco vi ni escuché nada. Lo único que teníamos eran pequeños cortes de energía de vez en cuando. Normalmente, uno de los trabajadores baja al cuarto de máquinas y reinicia los interruptores o reemplaza un fusible fundido; no tienen idea de que mientras hacían eso, un montón de monstruos estaban masacrando a los otros residentes del hogar. El parpadeo que vemos es el sistema eléctrico a punto de fallar, pero la visión de los vivos es un poco diferente a la nuestra. Simplemente no lo ven.

—Oh, ¿los ancianos de los que ustedes chupan energía no los sienten? Quiero decir, alguien debe haber notado algo, ¿no? Olor a azufre, escalofríos, ¿algo?

—No, eso solo pasa en las películas; lo único que podrían sentir es algún tipo de peso en sus hombros, como si estuvieran cargando algo. Nada más. Lo sé. Willy el llorón estuvo pegado a mí durante años antes de que muriera.

Tras concluir sus explicaciones, el profesor se fue a una de las habitaciones. Las luces seguían parpadeando en el mismo patrón, pero los retumbos en las paredes se intensificaron. Incluso John empezaba a asustarse; había llegado a aceptar parcialmente la situación. Estaba muerto, eso estaba bastante claro, pero todo lo demás era demasiado raro para aceptarlo sin más. Sin embargo, si las cosas se ponían realmente mal, no sabía cómo sobrevivir, así que se dirigió a la habitación de Elizabeth. En su camino, vio a Sasha y a Ramón; estaban en diferentes habitaciones con una persona mayor cada uno. No eran los únicos. El profesor Martín también estaba con uno de sus dedos tocando a un anciano. John vio a algunos otros que también se mudaron a las habitaciones, pero aún no los conocía. Cuando llegó a la habitación de Elizabeth, ella lo miró directamente; su rostro mostraba cierto desagrado, pero su mirada era menos despectiva. John esperó un momento; no sabía cómo hablar con una mujer deslumbrante sin empeorar las cosas. Nunca fue bueno con las mujeres, y morirse no cambió eso. Por suerte para él, Elizabeth era una persona caritativa.

—Puedes pasar —dijo finalmente.

Había otros diez fantasmas en la habitación con ella, de pie, en silencio, atentos a los ruidos y las luces. La habitación tenía una luz tenue proveniente del baño, lo suficientemente débil para dormir pero lo bastante clara para ver las cosas de manera adecuada en caso de que el residente quisiera ir al baño en medio de la noche o algo así. El anciano del que Elizabeth obtenía su energía yacía en la cama; aun estaba despierto, mirando al techo en silencio. Su rostro era tan inexpresivo como antes.

—Lo siento por... —John empezó a hablar, pero Elizabeth le interrumpió.

—No, no me importa; no quiero saber; solo cállate; no digas nada.

Estar en una habitación con once fantasmas asustados, un anciano con demencia y silencio absoluto resultó ser bastante aburrido después de media hora. No había nada que hacer, y después de su actitud altanera, Elizabeth no se veía tan fascinante como antes. Claro, era una belleza, pero también era una idiota. John pensó muchas veces en dejar la incómoda situación y aventurarse fuera de la habitación. Finalmente dio el paso y se encaminó a la puerta.

—Si te vas y vienen los Glotones, la puerta estará cerrada; no la abriré para ti .

Elizabeth advirtió; sabía lo que John estaba pensando. Había sucedido muchas veces antes. En su experiencia, los hombres no podían estar quietos; siempre tenían que estar haciendo algo o tratando de arreglar algo. Al menos no era un adolescente insoportable que nunca se calla y piensa que lo sabe todo; esos nunca duraban mucho en la residencia. Al final, John se dio la vuelta; se quedó allí en silencio junto a los demás toda la noche.

Tan pronto como los rayos del sol comenzaron a iluminar el hogar de ancianos, todos agradecieron a Elizabeth y salieron de su habitación. Al final, no pasó nada esa noche. John estaba un poco decepcionado. Todos le vendieron la idea de que algo horrible estaba a punto de suceder. Sin embargo, todo lo que ocurrió fue un montón de luces parpadeantes y ruidos provenientes de las paredes. Aun así, fue una noche muy peligrosa; podría haberse muerto de aburrimiento. John ni siquiera se molestó en despedirse o darle las gracias a Elizabeth; estaba comenzando a dudar de todo el asunto de los monstruos fantasmas que se comen a otros. Tal vez solo era una broma que prepararon para entretenerse a expensas de los recién llegados. Después de salir de la habitación, se dirigió directamente a la puerta principal. El cambio de turno del personal debía ocurrir en algún momento, y ese era el momento para intentar escapar.

Alrededor de las siete y media, llegó un nuevo grupo de trabajadores. Abrieron la puerta, y John salió corriendo para chocar contra una pared invisible.

—Yo gano —anunció Martin.

—¿Por qué apostamos? Ya sabemos lo que va a pasar, y ni siquiera tenemos o usamos dinero —comentó Ramón.

—No me preguntes; tú eres el que insiste en que alguno de los nuevos nos creerá y no intentará embestir la puerta en cuanto se abra —respondió Martín.

Vieron a John intentarlo de nuevo cada vez que se abría la puerta; hizo todo lo que suele hacer un recién llegado terco: lanzarse hacia la puerta abierta, intentar deslizarse lentamente o coordinar su paso con alguno de los vivos que salía. No lo culparon; la mayoría de ellos intentaron todo eso en algún momento, y algunos incluso hicieron cosas aun más irracionales, como intentar pasar por la puerta de espaldas y caminar con las manos. Aún así, era un poco gracioso ver a otras personas hacerlo. No había mucho entretenimiento en este momento; la televisión en la sala de descanso seguía apagada.

John vio a todos los fantasmas mirándolo desde el pasillo. Por un momento se sintió estúpido, pero aún no estaba resignado a quedarse atrapado por el resto de su muerte. Tenía que encontrar una manera de salir de este lugar, así que siguió intentándolo.