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Chapter 6 - VI Doble estándar

Pasaron tres días y John siguió practicando su habilidad para robar energía a los vivos, aunque sin ningún progreso. Las cosas habían estado tranquilas. Después del gran susto anterior, las últimas noches ni siquiera parpadearon las luces. Era relajante para John; sin embargo, Martin lo mantenía en tensión.

—No bajes la guardia. El hecho de que tuviéramos mucho ruido un día y silencio al siguiente no significa nada. Si te confías, morirás —Martín le advertía todos los días.

—Ya estoy muerto —respondió en una ocasión John en tono burlón.

—¡Oh! ¿Ahora eres comediante? Sigue practicando; no es como si tuvieras mucho que hacer de todos modos—Martin continuaba presionando.

—Oh, por cierto, el otro día, cuando me refugié en la sala de estar, escuché a los trabajadores hablar de algunas cosas —John explicó lo que descubrió sobre el Sr. Santana y la situación del terreno donde se construyó la residencia de ancianos.

—¡Hum! Eso es interesante. Sabía que Santana tenía varios negocios y arrendamientos de tierras, pero no tenía idea de esto —Martín se sumió en sus pensamientos.

Poco a poco, el día llegó a su fin y comenzó la noche. A las diez en punto, las luces comenzaron a parpadear débilmente, y todos lo vieron como una buena señal. Incluso los más paranoicos, como Martin o Willy, se relajaron un poco. Alrededor de la medianoche, el parpadeo de las luces se detuvo. Esto estaba destinado a ser otra noche sin incidentes, o no. De repente, las luces se apagaron y se escucharon muchos gritos por todo el edificio. John salió de la habitación en la que estaba practicando, y Martin ya estaba succionando energía de la anciana.

—Buena suerte —dijo Martin, mirando a John, quien tenía una cara atónita.

En el pasillo, tres criaturas grises se avanzaban; eran una masa tambaleante de partes de cuerpos unidas entre sí, gritando en agonía mientras se devoraban unos a otros; sus rostros estaban distorsionados, mutados, con signos de estar sufriendo un intenso dolor. A los rostros les crecían nuevos brazos e incluso un torso; intentaban levantarse, como si intentaran escapar de la monstruosa criatura, solo para ser devoradas por otros rostros mutados; entonces, el rostro que más había comido crecería partes y trataría de escapar sin éxito, para luego ser atacado por los demás. Sin embargo, lo peor era aquel llanto desesperado. Sonaba como los gritos agudos de un bebé herido.

Tan pronto como los Glotones encontraron un fantasma como objetivo, dejaron de intentar escapar y comerse entre ellos y se concentraron en su futura víctima.

—No te quedes ahí como un idiota; muévete; ve a un lugar seguro —gritó Martín.

John tenía que pensar rápido. Los Glotones eran lentos; se movían como babosas, tambaleándose y contorsionándose. Escapar no parecía tan difícil; sin embargo, las cosas nunca eran fáciles aquí, así que tenía sus dudas. Sus sospechas se confirmaron cuando a la masa tambaleante de partes semihumanas que se había movido más adelante por el pasillo le crecieron unas cuantas patas. Las flacas extremidades levantaron aquella masa deforme, que cargó contra el fantasma más cercano. Afortunadamente, era Willy el llorón. El Glotón intentó atacarlo tres veces; al final se cansó de pasar a través de él sin éxito. El resto de los monstruos ya estaban atacando a otras víctimas.

John miró a su alrededor; no era el único en problemas; cuatro fantasmas más estaban en el pasillo, y no tenían tiempo para refugiarse en la habitación de Elizabeth. La única esperanza era llegar a la salita de estar; los Glotones ya habían aprendido que atacar a Willy, Ramón, Shana y algunos otros era inútil. Ahora John entendía por qué sus anfitriones eran los que estaban más cerca de la pared que los devoradores usaban como puerta. El propósito era ganar tiempo para los demás. A los Glotones les tomaría unos cuantos intentos antes de cambiar de objetivo.

—¿Por qué siempre termino revisando el fusible? —Un asistente de enfermería se quejó.

Abrió la puerta de la sala de estar y se quedó allí con la puerta abierta mientras se quejaba a sus compañeros de trabajo. Los Glotones pasaron a través del asistente de enfermería y entraron en la sala.

—Porque tú eres el hombre, y no queremos hacerlo —respondieron las chicas entre risas.

—¿Qué pasa con la igualdad?

—No hay igualdad para las cosas de fusibles; ahora vete.

Mientras las chicas se reían, a su alrededor se desató una masacre. Los tres Glotones que entraron a la habitación se lanzaron al ataque, sus largas lenguas envueltas alrededor de sus víctimas, sus numerosos brazos manteniéndolas sujetas, y muchas caras mordiendo una y otra vez a algunos de los desafortunados fantasmas que se refugiaron allí. La sala de estar se convirtió en una trampa mortal. Los fantasmas gritaban en agonía mientras los devoraban; a la vez que suplicaban por ayuda. Mientras tanto, los otros fantasmas que estaban en la habitación pero que aún no habían sido atacados se mantenían pegados a las paredes, asustados, mirando con horror lo que sería su futuro próximo de no volver la electricidad. Estos fantasmas, devorados frente a sus ojos, eran personas que conocían desde hacía meses o incluso años. Los vieron extender las manos, pidiéndoles ayuda, pero todo lo que pudieron hacer fue mantenerse alejados de su alcance y buscar una forma de escapar de la masacre.

Unos segundos después, las luces volvieron, y los Glotones dejaron de atacar y empezaron a gritar de nuevo, olvidándose de los fantasmas restantes. Tan pronto como las enfermeras y asistentes se levantaron y abrieron la puerta, los Glotones salieron corriendo y se dirigieron hacia la pared al final del pasillo. En su huida, intentaron darle un mordisco a cualquier fantasma al alcance y uno de ellos tuvo éxito.

—Vamos a revisar a los pacientes —ordenó la enfermera veterana.

Tenían la costumbre de revisar a los pacientes después de los cortes de energía, especialmente al Señor Bernardo. No se movía mucho debido a su demencia y vejez, pero cada vez que había un corte de energía, se levantaba de la cama y cerraba la puerta. El personal de la residencia de ancianos temía que algunos residentes pudieran tropezar en la oscuridad. Era protocolo revisar a los pacientes después de cualquier fallo eléctrico.

—Deberían arreglar esa cosa del fusible —se quejó el asistente de enfermería que fue a resolver el problema.

—Lo han intentado tantas veces. Pero hay algún problema con la estructura del edificio, así que simplemente tendremos que lidiar con ello —mencionó una asistente.

Los vivos seguían con sus vidas y los muertos estaban de luto una vez más. De los siete que se refugiaron en la despensa, tres sobrevivieron. Dos de ellos estaban bien, pero el tercero estaba en el suelo gritando; uno de los Glotones lo había mordido en su escape.

—Pobre Sandro —dijo Shana, mirando al fantasma que gritaba y se retorcía en el suelo del pasillo.

John lo conocía un poco de verlo por ahí; un latino de treinta años, tranquilo, no llamaba la atención; natural de Brasil, murió hacía ya un año. Todos los fantasmas estaban en el pasillo o mirando a Sandro desde la puerta de las habitaciones que tenían una línea vista clara. Willy asomo la cabeza por el borde de la puerta de su habitación. Su rostro estaba aún más retorcido que antes, como si los músculos de su cara estuvieran peleando entre sí. Elizabeth salió de su habitación y caminó hacia Sandro.

—¡Para, no lo hagas! —gritó Martín. —Podríamos aprender algunas cosas.

—No vas a aprender nada. Todavía tienes esta idea de que eres un físico genio y que vas a encontrar la respuesta a todo. No lo harás; solo causarás problemas —replicó Elizabeth.

—Podríamos intentar hacer que se ponga en contacto con los vivos para ver si su situación mejora —Martin intentaba detener a Elizabeth.

—Eso no funcionará; ya se ha intentado antes; esta no es la primera vez que sucede. Además, para el momento en que algunos trabajadores pasen tan cerca de la pared como para tocarlo, ya se habrá trasformado, le queda poco tiempo.

—Puedes ayudarlo.

—Ni de coña. No pienso mover al señor Bernardo por ninguna razón. Si empieza a moverse por ahí, las enfermeras pensarán que su demencia ha empeorado y que está deambulando; podrían ponerle alguna restricción durante la noche. Entonces no podré cerrar la puerta de mi habitación. Yo estaré bien, pero ¿y ellos? —Elizabeth hizo una señal a los fantasmas detrás de ella.

Muchos se habían refugiado en su habitación. Martín estaba desconcertado. Miró a los otros fantasmas; era claro, ahora que Elizabeth había hecho de su seguridad la principal preocupación, nadie apoyaría sus ideas. Nadie quería arriesgar su bienestar por un experimento aleatorio que se le había ocurrido a un viejo loco. Elizabeth se acerco a Sandro. Todos se alejaron. Ramón y Shana se aseguraron de que el pasillo estuviera despejado. Aquellos que no sabían lo que iba a pasar se movieron al interior de las habitaciones por instinto al ver a los demás alejarse.

Elizabeth le dio a Sandro una palmada en el hombro y se alejó. El cuerpo de Sandro se contorsionó mientras gritaba de forma aún más aguda, luego comenzó a derretirse y pronto se convirtió en un charco de moco gris en el suelo. El moco comenzó a reformarse en dos cabezas diferentes, que intentaban comerse entre sí mientras gritaban. Las cabezas dejaron de pelear y miraron a las lámparas en el techo. Los gritos aumentaron, y la masa tambaleante intentó moverse, pero sus movimientos eran erráticos. Creó brazos para intentar protegerse de la luz, pero no sirvió de nada. Además, las cabezas intentaron comerse los mismos brazos que habían creado. Después de unos segundos, como si hubiera recordado algo, al bulto de moco le crecieron patas y corrió directamente hacia la pared, chocó contra ella y desapareció. Unos segundos después, Sandro ya no estaba, y los gritos desde las paredes comenzaron.

—Podríamos haber intentado algo —protestó Martin.

—No me hagas perder el tiempo —replicó Elizabeth.

—Estamos muertos; tiempo es todo lo que tenemos.

—Todo termina; nada es para siempre, ni siquiera los fantasmas. Eres un tonto, Martin —dijo Elizabet, caminando hacia su habitación.

A Martin le molestaba la arrogancia de Elizabeth, pero no había nada que pudiera hacer. La mayoría de los fantasmas se pondrían de su parte. Realmente no importaba. No es que pudieran hacerse daño el uno al otro; no había forma de practicar la violencia física entre fantasmas. Pero cuando estás muerto, la interacción con los demás es una de las pocas cosas que te mantiene cuerdo. Nadie quería ser despreciado por las personas que iban a estar a su alrededor para siempre.

—Explícame qué pasó aquí —preguntó John a Martin.

—Si te muerden, te transformarás tarde o temprano. Supuestamente, no hay forma de detenerlo. ¿Recuerdas cuando Sofía se dio la vuelta y trató de morderte en su escape?

—Sí, lo recuerdo —contestó John.

—Bueno, aquellos que son mordidos se trasforman lentamente; tienen una pequeña ventana en la que tienen algo de tolerancia a la luz, pero a la vez están casi transformados en Glotones. Están hambrientos y atacan cualquier cosa a su alrededor. Puede ser un momento muy peligroso. Ese podrías haber sido tú si Sofia lograba morderte —explico Martin señalando a la pared al final del pasillo.

—De todos modos, ¿por qué esa doble moral? Si yo toco a Sofía y se trasforma, todos me odian. Sin embargo, Elizabeth hace lo mismo, y a nadie le importa.

—Así es como funcionan las cosas, chico. En la vida y en la muerte, todo se trata de política.

—Maravilloso. Al final, la muerte es como la vida, pero peor.

—Ve a practicar; no sabemos cuándo será el próximo ataque.

John volvió a la aburrida práctica; Martin tenía aspecto de estar en una profunda reflexión mientras miraba la pared al final del pasillo.