Era miércoles por la mañana, y John estaba sufriendo el estrés habitual de los fracasos constantes. Todavía no había señales de progreso en su técnica para robar a los vivos. Mientras tanto, la mayoría de los fantasmas estaban en la sala de entretenimiento viendo televisión con los internos del centro.
—Apuesto a que pronto tendremos recién llegados; la carretera principal está cerrada; hicieron un desvío por la carretera nacional cerca de nosotros. En cuanto alguien se estrelle y muera, el edificio los absorberá —comentó Ramón después de ver las noticias.
Y Ramón tenía razón; esa misma tarde, entraron tres nuevos fantasmas; el primero, un niño.
—¡Oh, joder! Un niño, vaya mierda —Se quejó Martín,
—¿Por qué? —Preguntó John,
Quizás una semana antes, habría dicho algo como: "Es solo un niño." Sin embargo, estos últimos días, aprendió a pensar desde otra perspectiva.
—El edificio se siente atraído a las almas jóvenes; supongo que es como la carne; a más jóvenes, más tiernas… supongo.
—Entonces, déjame adivinar, ¿vamos a tener más ataques, verdad? —John buscaba confirmación.
Más ataques significan muchos riesgos adicionales para él.
—Correcto —Martín no dio muchas explicaciones; sabía lo que iba a pasar. Ya lo vio una vez.
Como siempre, Shana hizo las presentaciones; ella era la anfitriona. Pero esta vez, llevó al niño a la habitación de Willy. Sin prestar atención al llorón, se concentró en hablar con el chico.
Su nombre era Andrés. Tenía solo once años. Ese día, se sintió enfermo y estaba en camino al hospital. Tenía un problema cardíaco congénito, así que este tipo de situación era común. Pero esta vez no lo logró; tenía problemas para respirar cuando lo subieron a la ambulancia. Según recordaba en algún momento, se quedó dormido y se despertó en el suelo de la residencia de ancianos.
—No te preocupes, todo estará bien —espera aquí un momento. El tío Willy te hará compañía. Shana salió de la habitación de Willy y fue a la de Elizabeth; Ramon se les unió.
—No podemos protegerlo, lo sabes —opinó Elizabeth.
—Lo sé, pero aún así… es solo un niño —Ramón insistía.
Elizabeth solo movía la cabeza en un gesto negativo.
Mientras tanto, en la habitación de Willy, Andrés miraba al hombre sentado con la cabeza entre las piernas. Todo lo que hizo fue tocar a la anciana. Aunque Shana ya se lo explicó, aceptar que estaba muerto fue un poco difícil. Intentó tocar a la anciana, pero no sintió nada. Luego intentó tocar a Willy; su mano pasó a través de él, lo cual fue raro y aterrador. Willy levantó la cabeza; allí estaba esa cara pálida y extraña; sus ojos parecían a punto de llorar; y su boca estaba torcida en una mueca espeluznante. Parecía el villano de una película de suspenso o de terror.
Andrés se asustó y salió corriendo de la habitación. Corrió por el pasillo hacia la salida; la puerta estaba cerrada y no lograba abrirla. Cambió de dirección y corrió hacia el interior del edificio, deteniéndose en la habitación de Elizabeth después de reconocer a Shana.
—Señorita Shana, ese hombre, se ve raro, da miedo —Andrés se quejó con una cara como si estuviera a punto de llorar.
—Sí, Willy es un poco raro —coincidió Ramón. —Ven conmigo; te mostraré el lugar.
Salieron de la habitación.
—Es un problema, y lo sabes. Tiene que irse —dijo Elizabeth mirando a Shana a la cara.
—Lo sé —confirmó Shana, bajando la vista.
Justo en este momento, dos nuevos fantasmas entraron en el edificio. Uno de ellos era un policía y el otro un hombre normal, sin embargo, tan pronto entraron, comenzaron a mirarse con desdén. El policía intentó empuñar su arma mientras ordenaba en voz alta y autoritaria al otro hombre que se tirara al suelo. Pero no había ninguna arma. El hombre miró al policía con una sonrisa en el rostro. Corrió hacia él para darle un puñetazo. Sin embargo, el golpe no tuvo peso, no tuvo impacto y no causó daño. El policía intentó detener al sospechoso, pero terminó abrazándolo con un agarre de oso que no tenía fuerza.
—Están perdiendo el tiempo, ambos están muertos; bienvenidos a la Residencia de Ancianos Pinos Verdes; están atrapados aquí para siempre —anunció Martín.
—Caballero, esto es un asunto policial; no se meta —dijo el policía en voz alta.
—Por dios siempre es lo mismo con ustedes. Ya no eres un policía; estás muerto; un fantasma, se acabó, bah! Ya aprenderán —Martín no perdió más tiempo y se dio la vuelta.
El policía y su sospechoso intentaron varias veces más forcejear y agredirse, pero sin éxito. Por último empezaron a discutir y decirse obscenidades. Cuando se aburrieron de ello, empezaron a moverse por los alrededores.
Shana hizo la presentación habitual como lo hizo con John. El policía era difícil de tratar; quería ser tratado como una figura de autoridad. No le gustaba cuando los demás le mostraban el dedo medio; sin embargo, no había nada que pudiera hacer. Los dos recién llegados hicieron lo mismo que los demás: intentar abrir la puerta, probar la ventana, interactuar con los vivos, lo habitual.
Una vez aceptaron a regañadientes que estaban atrapados, Shana les explicó sobre los Glotones. Ya caía la noche cuando terminó su explicación. Ambos recién llegados eran escépticos; como muchos otros, no creerían en fantasmas comiendo fantasmas hasta que lo vieran suceder. Cuando llegó la noche, las paredes temblaron, las luces parpadearon y los gritos retumbaron en el edificio con toda su fuerza. Esta vez, los Glotones vinieron desde temprano. John ya estaba en posición y entró en la sala de estar junto a otros fantasmas tan pronto como comenzaron los parpadeos. Martín ya le había advertido que los monstruos vendrían con casi toda certeza. El apagón molestó a los trabajadores; se quejaron un rato hasta que uno de ellos se levantó para revisar el fusible y abrió la puerta de la sala de estar. Antes de que cerrara, todos los fantasmas se apresuraron a entrar. Al otro lado, en el pasillo, se encontraban los recién llegados. El niño fue instruido por Shana para quedarse junto a la puerta. Le contó que había una posibilidad de que la puerta quedara entre abierta si había un apagón, y que él era lo suficientemente pequeño como para escapar y pedir ayuda. Era una mentira, por supuesto. Cuando el policía y el otro hombre vieron las monstruosidades atravesar las paredes, se miraron estupefactos. La primera reacción del policía fue tratar de empuñar su arma, pero no tenía ninguna. La primera reacción del otro hombre fue huir. Pero, ¿a dónde? Shana les habló sobre la habitación de Elizabeth y la sala de estar como lugares seguros, pero no le hicieron caso; ahora esos dos lugares estaban cerrados. Ambos hombres miraron al niño cerca de la puerta. Ambos tenían la misma idea: Había una salida ahí. Nadie pensaría que el chico fue un sacrificio.
Los Glotones se lanzaron hacia el niño en un frenesí. No prestaron atención a las habitaciones, a los otros dos hombres, ni a nada; fueron directamente hacia el niño. Los gritos del niño resonaron por todo el edificio; todos los fantasmas lo escucharon gritar mientras lo devoraban. Ramón y Shana apretaron los puños y cerraron los ojos. Elizabeth no mostró ninguna emoción. Willy tenía una sonrisa espeluznante en su cara. Los demás estaban en silencio y actuaron como si nada hubiera pasado. Solo duró unos segundos, pero después de que los Glotones terminaron con el niño, fueron a por los demás. El policía y el otro hombre intentaron huir, pero los monstruos eran más rápidos. Para cuando las luces volvieron, los devoradores estaban tratando de devorar a Willy y a los demás fantasmas que robaban energía de los vivos. Los devoradores volvieron a la pared, y los gritos del niño y los dos hombres recién llegados se escuchaban por todo el edificio. Elizabeth casi nunca dejaba de tocar a su huésped; lo mismo ocurría con Willy; a menos que algo importante necesitara de su atención, se quedarían en sus habitaciones con sus anfitriones. Ramón y Shana fueron a la habitación de Elizabeth. Los fantasmas que se refugiaban allí salieron sin decir ni una palabra.
—Tenía que hacerse —les recordó Elizabeth.
Los otros dos sabían que tenía razón, pero aún así no querían aceptarlo. El hecho de que fuera la segunda vez que tenían que sacrificar a un niño no lo hacía más fácil. De vuelta en la habitación del huésped de Martín, comentaban lo ocurrido.
—Entonces, sacrificaron al niño —comentó John.
—Ese es el procedimiento habitual con los niños —confirmó Martín.
—Eso es cruel.
—No te vi correr para salvarlo —replicó Martín.
Se quedaron en un silencio incomodo unos minutos.
—Vuelve a tu entrenamiento.
John hizo lo que se le indicó.
—Por cierto, ¿por qué Willy y Elizabeth nunca dejan robar energía a los vivos? He visto a Elizabeth alejarse de su anfitrión una o dos veces, pero aún así… Y Willy, él nunca se mueve. No creo que necesiten más práctica.
—Son fantasmas viejos, los más antiguos aquí. Necesitan mucha energía para mantenerse estables, y su tiempo de estabilidad es más corto que el de otros.
—Eso no suena divertido.
—Concéntrate en tu entrenamiento; a este ritmo, te va a llevar una eternidad. John se arrodilló e intentó observar con atención mientras la punta de su dedo hacía contacto con la piel de la anciana. Como cualquier otro intento, fue un fracaso. Pero todo lo que podía hacer era soportar la frustración y seguir intentándolo; la imagen fresca de los Glotones comiendo otros fantasmas era una buena motivación.