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Chapter 4 - Cinco minutos de fama

Después de múltiples intentos fallidos de escape y de que la gente dejara de pasar por la puerta, John finalmente se rindió. Eran alrededor de las nueve de la mañana. Los pacientes en la residencia de ancianos ya se habían duchado, vestido y desayunado. El personal llevó a la mayoría a la sala de entretenimiento; los pacientes mayores fueron sacados del edificio para tomar un poco de sol; los más jóvenes prefirieron ver las noticias de la mañana. Los fantasmas estaban todos juntos en el salón, atentos a las noticias; eran las de siempre: La economía estaba mal, el petróleo subió, hubo una guerra en algún lugar, algo raro pasó en Asia, y Europa aprobó una nueva regulación en algo que a nadie realmente le importa.

Sin embargo, en las noticias locales, las cosas se sentían un poco más cercanas.

—John, ven aquí, estás en la televisión —gritó Ramón.

John llegó a tiempo para ver la mayor parte del segmento. Había una foto de él en la esquina de la pantalla, y estaba reproduciéndose un vídeo de la escena del accidente.

—La Policía nos informó que el coche modificado perdió el control y se salió de la carretera, estrellándose contra un árbol. El único pasajero identificado como Johnathan Urbez, de veinticinco años, murió en el acto, aplastado por el motor del coche. Nuestras más sinceras condolencias a la familia afectada por este trágico accidente —concluyó el presentador.

—En otras noticias, las autoridades locales…

John dejó de prestar atención a las noticias. Estaba muerto, ahora estaba seguro. De las imágenes que acaba de ver, reconoció su coche. Los bomberos estaban tirando de la máquina, que se había quedado atascada en el árbol. Verlo en las noticias añadió un nuevo nivel de certeza; lo hizo aún más real. Ramón se dio cuenta de la situación de John, se acercó a él y, por reflejo, le puso una mano en el hombro. John no sintió nada, pero aun así, el gesto fue amable.

—Así es —dijo Ramón.

—Sí, lo sé. Aún así, es raro ver noticias sobre tu propia muerte.

John empezó a pensar en sus padres, en su hermano Samuel, y luego en su ex novia.

—Sabes, tenía una novia; me dijo que estaba obsesionado con ese coche; me obligó a elegir entre ella y el vehículo... Supongo que tomé la decisión equivocada.

—Normalmente, elegir el coche sería la decisión correcta; pero no en este caso —Ramón respondió.

Sabía lo que venía. John pasaría los próximos días pensando en el pasado y reflexionando sobre sus decisiones en la vida, pero eso no duraría mucho. Después de todo, todavía existía, y pronto comenzaría a pensar en este estado como una nueva forma de vida y trataría de mejorarla y adaptarla a la vida que solía llevar. Entonces, como todos los fantasmas lo hicieron antes que él, comenzará su búsqueda. ¿Por qué estamos atrapados aquí? ¿Cómo podemos salir? Empezará a buscar respuestas a estas y muchas otras preguntas por todas partes. Ramón se fue y dejó a John con sus pensamientos.

Tal como predijo Ramón, unos días después, John comenzó a hacer preguntas, intentando tocar y escuchar las paredes. Era un viernes; John ya llevaba cinco días de existencia como fantasma. El día fue tranquilo; además de una situación incómoda con Elizabeth, todavía tenía sus palabras en mente.

—Chico, He estado aquí mucho tiempo; antes de eso, ya era un fantasma, casi a punto de desaparecer. Entonces me quedé atrapada aquí. He visto muchos como tú: buscando respuestas durante unos días, luego cansándose y olvidándose del asunto. Se convierten en los tipos más perezosos y pesimistas de todos los tiempos. Estás muerto. Tu vida ha terminado. Tienes que superarlo y aprende a sobrevivir por tu cuenta; ahora déjame en paz y sal de mi habitación.

John tenía muchas cosas en mente que quería gritarle a esta niña presumida, pero ella era una de las miembros más respetadas y apreciadas de esta comunidad fantasmal. Eso era evidente. Jhon tuvo dificultades para obtener información de algunos fantasmas debido a su mala relación con Elizabeth. Acaba de ser humillado por un adolescente y echado de una habitación que ni siquiera era de ella; era la habitación de aquel anciano. Ella era solo un parásito, pero Jhon tenía que callar.

Cuando llegó la noche, las cosas cambiaron, como había sucedido el primer día de su llegada: después de las diez, las luces empezaron a parpadear, y el retumbo en las paredes comenzó antes esta vez, y con mayor intensidad que la ocasión anterior.

Sin embargo, a diferencia de la primera vez, John no buscó refugio en la habitación de Elizabeth como la mayoría; se quedó en el salón principal, mirando las luces y tratando de sentir las paredes. Ramón y otros querían advertirle que era inútil, pero sabían que no escucharía, como ellos no escucharon en su día.

—Este chico no sobrevivirá mucho tiempo —dijo Ramón.

—Nosotros lo hicimos, y no éramos diferentes a él —replicó Martín.

—Sí, sobrevivimos, pero no teníamos problemas con Elizabeth.

Después del comentario de Ramón, Shana y Martín solo hicieron una mueca; al final los tres coincidieron; John estaba jodido.

John caminó hasta el límite del pasillo; el ruido retumbante era más fuerte allí, y a veces juraría que escuchaba gritos provenientes de las paredes. Ni siquiera intentó ocultarlo; estaba asustado, pero se convenció de que había una respuesta y una explicación para todo esto. Solo tenía que seguir buscando. John bajó al cuarto de máquinas; la puerta estaba cerrada. Sin embargo, podía pasar por la puerta de barrotes de hierro sin problema. Examinó la caldera, incluso metiendo la cabeza, y miró dentro del tanque de agua. Las tuberías de agua eran normales; aquel ruido no venía de allí. Examinó los interruptores; tampoco parecía haber ningún problema. Era solo una sala de máquinas, pero cuando regresó al pasillo, los demás fantasmas estaban prestando atención al salón principal.

La mujer que siempre se quejaba de que esto era un castigo de Dios, estaba gritando en el pasillo; eso no era raro en general; el problema era que su voz sonaba áspera y más profunda de lo habitual, y estaba tartamudeando.

Shana y Martín estaban cerca, tratando de hablar con ella. John sabía un poco sobre la mujer; su nombre era Sofía; había sido un fantasma durante seis meses; solía ser paciente en la residencia de ancianos; no recordaba claramente esa parte de su vida porque tenía demencia. Tan pronto como murió y se convirtió en un fantasma, su demencia desapareció. Era una persona muy religiosa, rezando todo el tiempo mientras estuvo con vida. Aunque en realidad no era una buena persona, era egoísta y cruel con la mayoría de la gente.

—¿Qué está pasando? —Preguntó John acercándose a Martín.

—Está cambiando; parece que no ha tocado a una persona viva en mucho tiempo —Martín respondió.

—¿Se está convirtiendo en una Glotona?

—Desafortunadamente, sí.

—¿Cuánto tiempo tarda en cambiar?

—Nadie sabe. Para algunos un mes, para otros una semana; creo que hay muchos factores: cuánto tiempo has estado aquí, cuánto tiempo has sido un fantasma antes. Si quieres estar salvo, solo tienes que tocar a una persona viva cada dos o tres días. No importa que solo sea que le atravieses, con eso basta, no lo olvides —explicó Martín.

John se acercó a Sofía; quería saber qué estaba ocurriendo. Cuando estuvo lo bastante cerca, pudo escuchar su voz gruñida y su discurso distorsionado.

—Grrr… Reza. Grrr… El Señor. Grrr… Buen cristiano —Sofía repetía como un mantra.

—Sí, el Señor salva —dijo Shana. —¿Sabes qué? Los vivos también necesitan al Señor; tú eres cristiana; haz que te escuchen. ¿Por qué no vas y les das una buena bofetada para que te escuchen?

—Grrr… Reza. Grrr… El Señor. Grrr… Buen cristiano —Sofía repetía sin parar.

John se acercó; estaba a punto de tocarla cuando Shana lo detuvo.

—¡Para, no la toques!— Gritó Shana.

—Acelerará su mutación. Creo que todavía hay tiempo; podemos salvarla si la hacemos tocar a una persona viva; solo un segundo es suficiente.

John no escuchó; tocó el hombro de Sofía. Había una sensación extraña, como si estuviera tocando algo asqueroso; se sentía como una sustancia blanda. Sofía se dio la vuelta y fijó su mirada en el rostro de John. John dio un paso atrás. Justo frente a sus ojos, el rostro de Sofía comenzó a derretirse; sus párpados inferiores se cayeron y se extendieron hasta sus mejillas; sus ojos se salieron de sus órbitas como si fuesen tentáculos, moviéndose hacia los lados de su cara. Su nariz desapareció de su rostro, y la piel se agrietó. Sus labios se elongaron y quedaron colgando hasta su pecho. Lo que solía ser su boca se deformó; su mandíbula y maxilar se expandieron, y los dientes se alargaron y separaron entre sí. La lengua se rompió en dos y creció hasta casi un metro de largo. Su cuerpo también cambió; su cuello creció hasta alrededor de medio metro. Sus piernas, brazos y la parte baja de su cuerpo parecían derretirse y formar una masa deforme. Solo su pecho conservó algo de su estructura. Sofía se había convertido en una masa grisácea con algo que parecía un pecho y un cuello largo, sosteniendo una cara deformada, de boca gigante y un aspecto espeluznante.

La boca se abrió aún más, dejando salir un estruendoso grito. Todos los fantasmas tuvieron que cubrirse los oídos; aquel grito era molesto de escuchar. Casi de inmediato, las paredes del asilo comenzaron a gritar también. Aquellos gritos de agonía se combinaban siguiendo un mismo tono y ritmo y empeorando las cosas para los demás.

Treinta segundos después, el grito se detuvo, y los ojos del monstruo que alguna vez fue Sofía se movieron y miraron directamente a John.

—¡Muévete, quítate del medio! —gritó Shana.

Como si sus palabras fueran una señal, de la masa deformada crecieron cuatro piernas humanas; se levantó y comenzó a correr. John ya había retrocedido unos pasos por miedo, y logró evitar la monstruosidad cuadrúpeda que se acercaba. La criatura intentó morder a John en su carrera, pero John evitó la boca deformada por un centímetro.

La mutación de Sofía corrió por el pasillo y se estrelló contra la pared. La pared se deformó y se tambaleó como si estuviera hecha de goma, y cuando volvió a solidificarse, el monstruo había desaparecido. Los que observaron los eventos desarrollarse estaban en silencio, y sus rostros mostraban un poco de tristeza. Un minuto después de que Sofía se perdiera en la pared, el retumbar comenzó de nuevo, aumentando hasta que parecía que el edificio se estaba desmoronando; luego se detuvo de repente. Diez segundos después, los gritos horrorizados y agonizantes de una mujer se podían escuchar saliendo de las paredes; no había palabras, solo gritos incesantes de dolor y sufrimiento.

—¿Por qué hiciste eso? —Preguntó Shana.

—¿No te lo advertí? Ahora hay más Glotones de los que preocuparse; espero que te coman en su próxima visita.

Todos miraban a John de una manera poco amistosa.

—Probablemente vas a tenerlo difícil de ahora en adelante, chico —le dijo Ramón.

John no les escuchó; fue a revisar la pared donde desapareció el monstruo que una vez fue Sofia. El retumbar y las luces parpadeantes habían cesado. Los gritos de Sofía se estaban volviendo menos intensos. Aún así, no había nada de malo con la pared. Bajó al cuarto de máquinas de nuevo; nada fuera de lo común. Cuando volvió, Martín se acercó.

—Escucha, chico, yo era un hombre de ciencia; como tú, quería respuestas, pero no encontré nada. Pero, a diferencia de ti, no hice enemigos de los que me rodeaban. Dudo que Elizabeth te vaya a dar refugio ahora, y no sabes cómo aprovechar la energía de los vivos. Para empeorar las cosas, los vivos que no han sido reclamados son los más jóvenes; son más difíciles de parasitar. Es posible que los Glotones nos ataquen pronto... y no sobrevivirás.

—Supongo que tendré que aprender a ser un parásito entonces; ¿qué tan difícil puede ser? —fue la respuesta de John.

El viejo profesor le miraba con la boca abierta, estupefacto.

—Eres un idiota —Martín se dio la vuelta y se fue.

John volvió a concentrarse en la pared, y después de unos minutos reflexionando sobre las palabras de Martín, se dio cuenta de su situación. La monstruosidad de Sofía intentó comérselo en su escape. ¿Qué pasaría si ella volviera y fuera a por él?

Aprender a absorber la energía de los vivos era su única salida. Necesitaba un maestro.