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Chapter 12 - LA lucha interior

Después de haberme reunido con Nicolás ayer y de ver que estaba dispuesto a ayudarme, sabía que tenía que vigilar a Melisa ya que no sabía qué otras cosas tenía planeadas en mi contra. Hasta no tener toda la información sobre ella, no podía hacer ningún movimiento contra ellas dos. Cuando estaba a punto de bajar de mi carro, fui detenida por Luis, quien tenía un rostro de pocos amigos. Me habló con voz elevada, y por un momento pensé que me haría algo. Ya estaba lista para sacar el aerosol de pimienta de mi bolso y rociar en los ojos. Lo primero que hice fue disculparme con él por no decir lo que pasaba el viernes, cuando me fui sin decirle nada.

—Siento haberme ido de esa forma el viernes sin decirte nada. Fue porque mi padre tuvo un accidente y lo llevaron al hospital —expliqué, tratando de mantener la calma.

Su rostro cambió de enojo a preocupación.

—Perdóname a mí por haberte hecho esta escena tan infantil. No sabía el motivo de tu partida. ¿Cómo está tu padre? —preguntó, con un tono más suave.

—A mi padre le dieron de alta ayer. Ya no corre peligro —respondí.

A lo lejos, vi que Melisa estaba llegando. De inmediato, me despedí de Luis y salí corriendo para seguirla. Tenía que descubrir qué estaba haciendo y cuál era el plan que había ideado con mi madrastra en contra mía. Necesitaba saber cómo se conocían y si había más personas involucradas que supieran quién era yo realmente. Lo que Melisa hacía no me parecía extraño: siempre se reunía con su grupo de amigas, que formaban parte del grupo de populares de la universidad. Tenía que averiguar si sus amigas también estaban detrás de todo esto. No me di cuenta de que alguien se acercó a mi lado y me habló. Era Diana.

—Hola, Ana. ¿Qué haces observándolas? No me digas que te gustan las chicas —dijo Diana, con una sonrisa burlona.

—¿Qué cosas dices? Si alguien te oyera, pensarían que hablas en serio. ¿No ves que tus comentarios son los que hacen que mi reputación esté como está? —respondí, molesta.

—Uy, pero parece que hoy te levantaste del lado izquierdo de la cama —dijo Diana, riendo.

—No estoy de humor para tus chistes, Diana —repliqué, con firmeza.

—Tranquila, Ana. No busco pelear contigo. Por lo que veo, lo que te tiene de mal humor tiene que ver con ellas, ¿o me equivoco? —preguntó, con una mirada astuta.

No le contesté. Era como darle a entender que tenía razón. Me estaba volviendo loca tratando de entender qué ganaba Melisa con todo esto. ¿Por qué su información no aparecía en la base de datos de la universidad? ¿Qué misterio la rodeaba? ¿Y cómo fue que mi madrastra la contactó? ¿Quién la llevó hacia ella? En eso, Diana me interrumpió de nuevo.

—Dime algo, ¿una de ellas tuvo que ver con los rumores? —preguntó, con curiosidad.

—En serio, ¿tú no te quedas callada? No sé por qué sigo hablando contigo —dije, exasperada.

—Sé que a veces soy muy soportable, pero yo te puedo ayudar. Tu silencio me confirma que una de ellas está detrás de todo esto. Déjame ayudarte —dijo Diana, con seriedad.

Si Diana me ayudaba, sería más fácil conseguir más pruebas mientras Nicolás investigaba por su parte. Por eso, acepté su ayuda. Podría ser una aliada en el futuro.

—Está bien. Te dejaré que me ayudes. Averigua qué saben ellas de Melisa. Sería más fácil para ti, ya que te llevas con casi todas —dije.

—Con que fue melisa.Te conseguiré esa información —respondió Diana, con determinación.

Mientras Diana conseguía la información, yo entré a la sala de informática de la universidad. Desde una computadora, accedí a la base de datos de la empresa de mi familia para ver cómo fue que mi madrastra pasó de ser la secretaria de mi padre a convertirse en su esposa. Al investigar más, me di cuenta de que fue el socio de mi padre quien la llevó a la empresa. Este mismo socio es quien ahora está a cargo de la empresa. Al revisar los datos de mi madrastra, como sus antiguos trabajos, me llevé una sorpresa: su información arrojaba error, al igual que los datos de Melisa en la universidad. En ese momento, me di cuenta de que esta situación no era tan pequeña como imaginaba. Era algo grande, y tenía que descubrir cuál era su verdadero objetivo.

Los días pasaron, y en los pasillos de la universidad se dejaron de hablar de los rumores sobre mí, gracias a la ayuda del director y a lo que hicieron Alex y Luis, cada uno a su manera. Así, mi vida en la universidad iba mejorando, pero sabía que esto haría que ellas dos planearan algo más en mi contra. Tenía que estar atenta a Melisa. Con la información que me había dado Diana sobre las amigas de Melisa, no había nada concluyente. Nadie sabía mucho sobre su vida. Diana también me contó que Melisa podría ser una becada, como Alex, ya que tomaba la misma ruta que él. No podía decirle a Alex que sabía dónde tomaba el transporte Melisa, porque de inmediato sospecharía que ella estaba detrás de los rumores. Y él estaba dispuesto a hacer pagar a esa persona por haberme molestado de esa forma. Para evitar que cometiera un error, decidí mantenerlo en secreto con Diana. Solo faltaba que la información que me diera Nicolás sobre ellas dos me diera la pista que me faltaba en mi rompecabezas. Pero llevaba varios días sin que él se reportara conmigo, lo que me hacía temer que me fallara de nuevo, como antes.

Los siete que conformamos el grupo de estudio habíamos terminado el trabajo, y Diana sugirió que fuéramos a celebrar a un lugar que conocía cerca de la universidad: una discoteca muy popular entre los universitarios. Yo no quería ir, ya que sería la que llamaría la atención en ese lugar, siendo la mayor del grupo. Pero la insistencia de Diana fue tanta que al final accedí. Lo primero que hice fue avisar a mi esposo, Marcos, que llegaría tarde a casa porque tenía que terminar el trabajo. No le dije la verdad, que iba con mis compañeros de clase a una discoteca, porque sabía cómo se pondría de celoso. No quería dramas en ese momento.

Al llegar al lugar, me sorprendió ver que ya había bastante gente. Diana nos llevó al segundo piso, reservado solo para nosotros siete. Pedimos una botella del mejor trago que servían en el lugar. Mientras Alex y yo tomábamos discretamente, los demás bebían como si no hubiera un mañana. Yo no estaba acostumbrada a este ambiente. Hacía casi 21 años que no salía a un lugar como este. Cuando tenía 19 años, iba mucho a estos sitios, pero ahora, siendo una mujer mayor, tenía muchas responsabilidades. Me levanté de mi silla y me dirigí al baño. Cuando estaba por salir del baño, me encontré con Luis, quien estaba parado en la puerta del baño de mujeres. De repente, me agarró y me atrajo hacia él, haciendo que nuestros cuerpos se pegaran. Sentí cómo mi respiración se acelera.

—¿Eres idiota? ¿No ves que nos pueden ver? Si nos descubren, pensarán que los rumores eran verdad —dije, tratando de liberarme.

—No me importa lo que piensen los demás. En este momento, lo único que me importa es estar a tu lado, mi querida Ana —dijo Luis, con una mirada intensa.

—¿No ves que soy una señora para ti? Además, estoy casada —respondí, intentando mantener la compostura.

—Eres una mujer hermosa, y hace tiempo que me tienes loco por ti, Ana —dijo, acercándose más.

Cuando estaba a punto de decir algo, de repente me besó. Al principio, me quedé paralizada, pero luego respondí al beso. Nuestras lenguas se entrelazaron, y sentí cómo todo mi cuerpo temblaba. Los besos de Alex eran suaves, como los de un ángel, pero los de Luis estaban llenos de lujuria, haciéndome desear más. Sus manos recorrían mi cuerpo, y ya sentía que mi pecho estaba a punto de estallar por la excitación. Era la primera vez que alguien me besaba de esa forma tan ardiente. Fue en ese instante que sentí su mano dentro de mis pantalones, moviéndose alrededor de mi clítoris, haciéndome soltar leves gemidos. Tenía que parar esto antes de que fuera más lejos y perdiera el control. Con fuerza, lo empujé.

 No quería que Alex me viera y que se armara un problema entre ellos en ese lugar. Me arreglé la ropa y me retiré hacia donde estaban los demás. Luis llegó poco después, actuando como si nada hubiera pasado entre nosotros. Lo que me sorprendió fue que Alex ya no estaba. Le pregunté a Diana por él, y me dijo que había recibido una llamada de que su hermana menor tuvo una crisis y la llevaron al hospital. Cuando me contó eso, intenté comunicarme con él varias veces, pero no contestaba.

Los demás ya estaban muy tomados, incluso Luis, quien siempre parecía ser el más sobrio. Los tragos le habían hecho efecto, mientras que a mí no dejaba de dar vueltas en la cabeza el beso que habíamos compartido. Todos decidimos que ya era hora de irnos. Cada uno pidió un Uber, menos Luis, quien, terco como siempre, insistió en manejar su coche. Yo, aunque solo había tomado unos cuantos tragos, tenía mi coche, así que les dije a los demás que me encargaría de llevarlo a su casa. No tenían por qué preocuparse. Pedí ayuda a un vigilante del bar para que me ayudara a subirlo a mi coche. Una vez dentro, busqué entre sus pertenencias su dirección. Me llevé una sorpresa al ver que vivía apenas una cuadra más abajo de mi casa. No entendía cómo no nos habíamos visto antes.

Mientras conducía hacia su casa, Luis, que se había quedado dormido, comenzó a murmurar cosas como: "Ana, te amo". Cuando llegamos a su casa, me sorprendió lo hermosa que era. Alguien que cuidaba la entrada me ayudó a llevarlo adentro mientras yo regresaba a mi coche. En ese momento, sonó mi teléfono. Era Nicolás.

—Hola, mi querida Ana. Ya tengo lo que me pediste —dijo Nicolás con su voz característica.

—Veo que no te costó mucho reunir esa información —respondí, tratando de mantener la calma.

—No sabes la sorpresa que te vas a llevar cuando tengas esta información en tus manos. ¿Quieres que te la envíe ahora mismo? —preguntó, con un tono que me hizo sentir incómoda.

—No. Veamos mañana en el mismo lugar de la otra vez —dije, antes de colgar.

Ya estaba muy cerca de descubrir sus verdaderas intenciones de mi madrastra. Deseaba que fuera mañana para tener esa información entre mis manos. Al llegar a mi casa, me di cuenta de que eran las doce de la noche. Era la primera vez en mi vida que llegaba tan tarde. Me quité los zapatos en la entrada para no hacer ruido y subí las escaleras hacia mi cuarto. Abrí la puerta con cuidado para no despertar a mi esposo, pero al parecer, él no estaba durmiendo. Mientras cerraba la puerta detrás de mí, él encendió la lámpara de su lado de la cama.

—¿Qué son estas horas de llegar? No me digas que el trabajo duró hasta ahora, Ana —dijo Marcos, con un tono de reproche.

—Cuando tú llegas tarde, yo no te digo nada —respondí, tratando de mantener la calma.

Mientras colocaba mis cosas en la mesa, él se acercó y continuó con su reclamo.

—Hueles a alcohol. ¿No decías que estabas haciendo un trabajo con tus compañeros? —preguntó, con los brazos cruzados.

—Terminamos y mis compañeras me invitaron a tomar algo. Era feo decirles que no. Además, solo fueron unos cuantos tragos —dije, evitando su mirada.

Lo dejé hablando solo mientras me dirigía al baño para darme una ducha. Al cerrar la puerta del baño, me miré en el espejo y recordé el beso entre Luis y yo. Una sensación recorrió todo mi cuerpo.