El silencio nocturno cedía lugar a un murmullo de pasos apresurados. Dante, con el cuerpo aún resentido tras su combate contra el Escarabajo Rey, se obligó a incorporarse y a cumplir con su rutina de siempre: vigilar a los esclavos, coordinar la extracción de cristales y responder ante cualquier eventualidad. Sin embargo, había algo distinto en el ambiente. Podía sentirlo con cada respiración, y su Soberanía Subterránea —aunque fuera parcial— le confirmaba que ciertos pasillos se habían bloqueado y que habían aparecido nuevas patrullas.
Se alzó del catre apoyando la mano en una pared húmeda. Su Forja Mineral Perfecta le permitió percibir, de forma tenue, las trazas de cristales que había en la roca. Absorbió apenas una pizca de la energía de un diminuto filón cercano, sintiendo un ligero repunte de su maná. No era nada comparado con lo que podría hacer si tuviera acceso a cristales de alta pureza, pero servía para reponerse un poco.
—Al menos hoy podré moverme sin tanto dolor —murmuró, recordando con una mueca el golpe que lo lanzó contra la pared la noche anterior.
En el corredor principal, un par de guardias pateaban a un hombre que parecía haber flaqueado en su labor de picar la roca. Uno de ellos, un matón llamado Rander, que había llegado recientemente a la mina, levantó la vista y lo reconoció.
—Eh, Dante, ¿ya te levantaste? El capataz Brolf quiere verte de inmediato en la galería sur. Se detectaron grietas inestables y te toca encabezar la inspección.
Dante asintió sin decir palabra. Podía notar la desconfianza tras las pupilas de Rander: no era el único guardia que sospechaba de él. Su ascenso repentino y la forma en que lograba mantener a raya a los escarabajos no pasaban desapercibidos. Además, el estruendo de la noche anterior, provocado al matar al Rey, seguramente habría alarmado a más de uno.
El encuentro con Brolf
Al llegar a la galería sur, lo recibió la mirada fría e intensa del capataz. Brolf era un hombre de espaldas anchas, rostro enmarcado por una barba rala y cicatrices que hablaban de pasadas batallas. Lo esperaba junto a un derrumbe parcial que obstruía parte del túnel.
—Los gusanos que pusimos a limpiar esto no han vuelto —soltó, con el entrecejo fruncido—. Es posible que escarabajos gigantes se hayan atrincherado allí. O algo peor. También se escuchó un temblor anoche, más fuerte que de costumbre… —Hizo una pausa significativa, escudriñando a Dante—. ¿Sabes algo de eso?
—Solo un rumor, señor —respondió el muchacho, midiendo cada palabra—. Algunos esclavos dicen haber oído un estruendo, pero no hay pruebas de una plaga de escarabajos más grande que lo usual.
Brolf no apartó la mirada. Finalmente, se dio la vuelta y señaló el desprendimiento.
—Quítalo de en medio. Revisa si hay cristales aprovechables y mata lo que encuentres. Tienes un día para que esa galería vuelva a producir. Tómate la gente que necesites.
Dante tragó saliva. Pensó que Brolf querría acompañarlo personalmente, pero el capataz solo chasqueó la lengua y se marchó, dejando atrás un silencio cargado de tensión. Quizá no quería arriesgarse en un túnel inseguro. O tal vez prefería que Dante, si era culpable de algo, cayera en una trampa natural.
La labor de limpieza
Con ayuda de varios esclavos más jóvenes, Dante pasó las siguientes horas retirando escombros y trozos de roca desprendida. Aprovechó sus Garras Translúcidas para cortar maderos rotos y despejar los restos con mayor rapidez, ganándose la admiración silenciosa de quienes trabajaban a su lado. Sin embargo, cuando consideró que había avanzado lo suficiente, hizo una señal para que los niños se alejaran unos metros.
—Quédense atrás. Esto se ve peligroso —les dijo, adoptando un tono serio.
En realidad, lo que deseaba era quedarse solo para usar su Forja Mineral Perfecta en las rocas cercanas y corroborar si al otro lado del desprendimiento había algún cristal interesante. Al posar la palma de su mano sobre la superficie, invocó con cuidado su habilidad y sintió un cosquilleo correrle por el brazo: el sistema de venas de cristales en la piedra le devolvió una imagen mental de la estructura. Percibió, a pocos pasos, un filón de mediana pureza.
—Podría absorberlo… —murmuró.
Se debatió un instante. Cada vez que hacía uso de este poder, corría el riesgo de que los guardias notasen la falta de cristales. Sin embargo, un incremento en su maná le daría mayor margen para huir cuando llegase el momento. Tras deliberar, resolvió consumir solo una fracción, lo justo para robustecer sus fuerzas. Con un gruñido sordo, enfocó la energía, y sintió la roca ceder, como si se fundiera bajo sus dedos. Un tenue brillo azul se elevó y se fusionó con su pecho, haciéndolo estremecer.
Has absorbido Cristal de Pureza Baja.
Maná máximo incrementado ligeramente.
—Eso bastará por ahora —se dijo, respirando hondo.
El corredor abierto
En cuestión de horas, el grupo logró despejar gran parte del derrumbe. Detrás se reveló un corredor casi intacto, probablemente una antigua sección de la mina usada hacía décadas. El aire era denso, y el silencio allí resultaba opresor. Aun así, Dante se adentró, atento a cualquier amenaza. Su Pulso del Laberinto le enviaba vibraciones difusas, señal de que el túnel continuaba bastante profundo.
—Quédense aquí —ordenó a los otros esclavos—. Voy a revisar un poco más adelante.
Se internó solo, tratando de no abusar de su radar sensorial para no sobrecargarlo: aún recordaba la enorme fatiga que sintió la primera vez que amplió su habilidad para derrumbar un techo sobre los escarabajos. Mientras avanzaba, notó unas marcas en la roca, quizá huellas de algo que se había arrastrado por ese lugar. Apretó los dientes, esperando no tener que lidiar con otra criatura colosal.
El hallazgo inesperado
A mitad de camino, encontró un pequeño claro donde las paredes se abrían en una especie de gruta circular. Restos de maderas carcomidas yacen en un lateral, tal vez antiguas vigas o vagones abandonados. Allí, su Soberanía Subterránea parcial se activó como un latido repentino: pudo "ver" el contorno de la gruta en su mente, y distinguió varios pasillos que irradiaban desde ese punto, como las ramas de un árbol.
Uno de esos pasillos parecía conducir a una salida distante… o al menos, a un lugar muy cercano a la superficie. El corazón de Dante latió con fuerza. Su plan de huida, que hasta ahora era solo un boceto, empezaba a tomar forma concreta. Podía imaginarse excavando o abriendo una brecha con su Forja Mineral Perfecta para alcanzar otro nivel de la mina, tal vez uno sin vigilancia tan estricta.
—Con esto… si esquivo las patrullas, podría… —susurró, pero se interrumpió de golpe.
Sintió un temblor leve bajo los pies, similar a un escalofrío en la tierra. Recordó la peculiaridad de estos túneles, plagados de viejos soportes inestables. Con un chasquido seco, parte del techo cedió, y un alud de rocas se precipitó sobre él.
—¡Maldita sea! —soltó, saltando hacia un costado.
Logró ponerse a salvo gracias a su Coraza Cristalina, que frenó el impacto de uno de los escombros más grandes. Sin embargo, su pierna quedó atrapada bajo varios fragmentos de madera y piedra. Un dolor agudo le recorrió el cuerpo mientras se esforzaba por liberarse.
Un ruido en la penumbra
A pocos metros, escuchó un siseo familiar. Alzó la mirada y vio un par de escarabajos gigantes, distintos a los habituales: de tonalidades oscuras, con la coraza agrietada. Parecían una variante subterránea aún más agresiva.
—No hay descanso en este lugar —masculló, intentando levantar la pierna atrapada.
Activó sus Garras Translúcidas para apartar los escombros con rapidez. El primer escarabajo avanzó, abriendo unas tenazas amenazantes. Dante alzó el brazo y, con un tajo limpio, partió el caparazón de la criatura. Mientras el insecto se retorcía, el segundo se lanzó contra él. La pelea fue breve pero violenta; un chasquido de garras y la bestia se desplomó.
Apenas tuvo tiempo para recuperar el aliento cuando, ante sus ojos, aparecieron dos orbes de esencia. Uno se veía tenue, un color cobrizo que titilaba débil; el otro despedía un brillo más vivo, como si encerrara un fulgor interno. Sin dudar, Dante los absorbió de inmediato para recobrar energías y sanar parte de sus heridas:
Orbe 1: Aumenta ligeramente la resistencia.
Orbe 2: Incrementa la fuerza explosiva de las Garras Translúcidas.
—Mmm… nada especialmente nuevo —comentó, esbozando una mueca de cansancio—. Pero al menos me ayudan a salir de esta maldita roca.
Con un gruñido final, se liberó de los escombros y se puso en pie, cojeando un poco. Tenía que regresar con los esclavos que lo esperaban. No podía arriesgarse a que enviaran guardias tras él.
Regreso y sospechas
Cuando volvió al derrumbe, encontró a los niños aterrados por los ruidos y temblores que habían percibido. Dante los tranquilizó, diciendo que no había "grandes peligros" más allá, aunque en su cabeza bullía la idea de aquel pasillo que podría conducirlo a la superficie. Sabía que necesitaba planear su huida con cuidado y quizá reclutar a algunos cómplices.
—Si lo hago solo, el riesgo de que me delaten es menor —pensó—. Pero también necesitaría algo de ayuda para mover rocas y despistar a los guardias.
A medida que supervisaba el resto de la limpieza, notó la presencia de Rander observándolo a lo lejos, con gesto hosco. Dante fingió normalidad. Con sus sentidos alerta, estaba seguro de que el hombre lo había seguido en secreto, o tal vez había inspeccionado las huellas del combate en la gruta. De un modo u otro, las sospechas crecían.
Un nuevo plan en marcha
Esa noche, Dante regresó a su rincón en la sección habilitada para los "guardias esclavos", donde contaba con un espacio algo menos claustrofóbico. Con la mente enfocada en su Soberanía Subterránea, comenzó a visualizar aquel pasadizo casi olvidado. Intentó recrear un mapa tridimensional, notando dónde la roca era frágil y en qué puntos los cristales latían con energía pura. Juntando sus manos, recordó la sensación de moldear piedra con Forja Mineral Perfecta.
—Podría abrir mi propio túnel si trabajo con cuidado y… —se detuvo al pensar en el tiempo que le tomaría—. No puedo hacerlo de golpe; sería demasiado sospechoso. Necesito un plan escalonado.
Se sorprendió al sentir un latido de emoción en su interior. Desde que llegó a la mina, había sobrevivido a base de golpes, evoluciones e ingenio. Ahora, la posibilidad de escapar era más real que nunca. Tenía un camino, tenía un poder y contaba con la cautela necesaria para no levantar más sospechas.
—Así que éste es el siguiente paso —musitó, cerrando los ojos con determinación—. Llegó la hora de preparar mi huida definitiva.
Los retumbos de la oscuridad, esos temblores difusos que se escuchaban de tanto en tanto, ya no eran solo amenazas: eran la señal de que bajo tierra había un mundo en ebullición, un laberinto lleno de secretos y rutas clandestinas. Y Dante, con su control sobre los minerales y su creciente dominio del subsuelo, se disponía a abrirse camino, aunque para ello tuviera que enfrentar a la mina entera y a quien se interpusiera en su destino de libertad.